Claves del Cristianismo esotérico

Escribir sobre este tema (o, más particularmente, desde el ángulo que me propongo hacerlo) significa, antes de llegar aquí, sortear el obstáculo de desagradar a un número considerable de personas. Primero, aquellos sacerdotes en los lugares mismos donde estuve indagando, algún que otro historiador local cuya «versión oficial» me dispongo a contradecir. Inmediatamente después, dejar atrás la sonrisa levemente burlona de materialistas, para quienes, ya que todo culto es de por sí superstición carente de «lógica» cuando no instrumento al servicio de la manipulación, todo contenido simbólico, toda remisión análoga carece de sentido por sí misma. Y finalmente llegar ante el muro supuesto inexpugnable de los creyentes fervientes y de buena fe, confiados, que considerarán irreverente, si no una herejía (lo que sería fantástico, ya que la palabra «hereje» significa, precisamente, «el que elije»), donde la violencia verbal –por decir lo menos– estalla ante toda interpretación que no esté codificada en el Catecismo. Una enorme mayoría de éstos, en verdad, ignoran que muchos «dogmas de fe» que sienten atacados son creaciones más o menos recientes. Por ejemplo, el Dogma de la Inmaculada Concepción de María fue propuesto por el Papa Sixto IV tan tardíamente como 1476, pero aún así no fue ratificada sino hasta 1854 por el Papa Pío IX. Y más significativo aún es que el Dogma de la Asunción de María debió esperar hasta 1950 para convertirse en tal. Y eso que sólo hablamos aquí de la Iglesia Católica, quizás uno de los cristianismos más ricos en símbolos pero, obviamente, no el único con derecho a reconocerse como tal.

Hay aspectos que yo considero hasta graciosos (si no se ensombrecieran por el sufrimiento y la muerte de quienes pagaron con sus vidas el oponerse a ellos) en la manera en que el Vaticano, históricamente, ha manejado la inevitable contradicción que surge de la propia existencia de los Dogmas. Para comenzar, el Dogma es una decisión irrevocable e innegable. Esto significa que, una vez promulgado, nada ni nadie, ni el Papa o un Concilio, puede negarlo o revocarlo. Significativo que, por caso, un Papa tenga la autoridad para instalarlo pero no para modificarlo. Y luego está aquello de las fechas: en este caso, el «argumento» es que la Iglesia «percibe que esas ‘verdades’ se tornan más evidentes y necesarias en la irremediable progresión de la fe»… A veces tengo la impresión de que la habilidad del Vaticano en desarrollar sofismas supera a la de algunos psicoanalistas cuando deben justificar sus altos aranceles…

Sorteados esos escollos continuaremos en esta singladura quienes, apoyados en algún conocimiento de Filosofía Hermética, entendemos que la ubicuidad espacial y temporal de ciertos símbolos remite en realidad a una Sabiduría, universal y mucho más pretérita que, en este caso, la religión que se los atribuye. Y como existen miríadas de escuelas esotéricas, algunos lectores remitirán a otras interpretaciones, extrapolaciones o exégesis que, según su buen parecer, podrían aplicarse (especialmente desde la Gnosis). Sin embargo, y acotados por el espacio, sólo me limitaré a dar algunas pinceladas sin ánimo de agotar tema tan rico y extenso. Debo admitirlo: sería una delicia intelectual disponer de un año sabático para desarrollar in extenso y quizás en forma de libro todo este concepto.

Catedral de Siena, Italia.

He encontrado muchas veces la confrontación de gente de la Iglesia en el sentido de que no hay «esoterismo» en ella. Que, precisamente, su principio es ser transparente, sin otras interpretaciones que la supervisión, la «guía» de quienes tienen la palabra autorizada. No voy a remitirme aquí al hecho de que solamente en tiempos históricamente recientes sus Escrituras estuvieron no sólo disponibles en el idioma de cada feligrés sino, muy especialmente, libres del anatema de no leerla, directamente, sin autorización clerical. A ese argumento opondré aquí solamente hechos, porque dato mata relato, y que ya comenzara a insinuar en mi trabajo «Pinceladas de Cristianismo esotérico: el ‘Arte Gótico«.

Por ejemplo, la aparente «incongruencia» de fuertes elementos «mistéricos» como el friso de Hermes Trimegisto (el “tres veces grande, Iniciado e Iniciador alquímico, traspolación griega del Toth egipcio) visto y fotografiado por mí mismo en la catedral de Siena, en Italia. Y no es un elemento menor, porque así vamos preanunciando lo que tiende a mi conclusión sobre el «porqué» de todo este bagaje simbólico dentro del Catolicismo, y que resumiré así:

El Vaticano y su obelisco egipcio.

En otros trabajos, quizás con un enfoque más acentuado en lo geopolítico, he señalado mi convicción de que la Iglesia –con su «casa central» en Roma– es la mutación espiritual del Imperio Romano. Es decir: conscientes lo jerarcas de ese imperio de su decadencia, pérdida de control territorial e ingresos tributarios, gestaron la –hay que admitirlo– brillante estrategia de desplazarse de un imperio mundano a un imperio espiritual. En realidad, exitoso. La Iglesia llegó donde las legiones jamás habrían soñado llegar, con poder en regímenes ideológicos de toda laya y lleva así dos mil años. Constantino mismo toma muchos elementos de las religiones orientales: el título de «Sumo Pontífice» en puridad era la manera de denominar al máximo referente del Mitraísmo (el culto de origen persa que «compitió» con el cristianismo casi lado a lado, con el detalle de que el Mitraísmo era el culto preferido por los militares mientras que el Cristianismo, pese a ser clandestino, crecía en interés de la clase patricia y aristocrática (lo que llamaríamos luego «alta burguesía») y por lo tanto más cercano al poder político. Y para la creación de ese nuevo «poder en las sombras», acudieron a los cultos egipcios. Anotación no tan de «pie de página»: nunca pude evitar la extrañeza de que en la Plaza de San Pedro, meca indiscutible del Catolicismo, no haya un enorme crucifijo o simple cruz monumental, sino, justamente, un obelisco egipcio…

Friso de Hermes Trimegisto en la Catedral de Siena.

Ahora bien, ¿toman lo egipcio sólo por una cuestión de inmediatez geográfica, de «moda» popular, o hay otras razones, más cercanas a valerse, justamente, del conocimiento esotérico del mismo para manipular a las masas? Esto es lo que trataremos de comenzar a reflexionar. Eso es lo que propongo con el friso, en situación preeminente, en Siena.

Observen, en tanto, este clásico pentáculo esotérico (¡cuántos espíritus simples lo asocian sin más a lo demoníaco de sólo verlo!) en la iglesia de Santa María del Olivar (donde, precisamente, se encuentran reposando los restos de varios maestros de la Orden del Temple). Y que no es único en la península ibérica, pues en el término de Ucero, en el Cañón del río Lobos, en España, está la ermita de San Bartolomé, con otro pentáculo pero esta vez invertido en su frontispicio (aunque con el curioso efecto de que, al entrar la luz solar por él, cae sobre el suelo de la ermita de manera que puede «trabajarse» en la forma nominal conocida).

Un espacio aparte (varios textos, en realidad) merecería considerar tanto el rol de María Magdalena (desde el punto de vista histórico y simbólico) y los Templarios ya citados (por lo que a este respecto invito a los lectores que no hayan leído mis trabajos al respecto a hacerlo, para lo cual acompañamos los enlaces correspondientes al pie de este artículo). De hecho, creo que ellos complementarán y a la vez profundizarán mi teoría.

Las palabras «Sator, Arepo, Tenet, Opera, Rotas» conforman, puestas unas sobre otras, quizás el más conocido «cuadrado mágico», disposición, ora de letras, ora de números, ora de notas musicales, de larga raigambre en Esoterismo. Un «cuadrado mágico», si se trata de letras, se puede leer las mismas palabras en cualquier sentido: de arriba a abajo, de derecha a izquierda, de abajo a arriba, de izquierda a derecha. Si se trata de números, sumados en toda dirección dan la misma cifra. Y si se trata de notas musicales, repite la misma melodía (se afirma que ejecutar la melodía de un «cuadrado mágico» tiene efectos metafísicos). Bien, este símbolo representa esotéricamente, por esas razones, el «equilibrio cósmico» y por aplicación del Principio de Correspondencia («lo Microcósmico repite lo Macrocósmico») se le considera un poderoso amuleto protector (de allí que, fuera del ámbito eclesiástico, en el Medioevo y el Renacimiento se lo ocupara tanto a la entrada de las viviendas precisamente como «defensa espiritual»), y asombra encontrarlo en tantos edificios religiosos, como la Abadía de Vebuscobo o en la Colegiata de Sant d’Orso, en Aosta, Italia (de alrededor del año 1000) donde adopta una interesantísima disposición circular.

Esto me lleva necesariamente a citar una de las simbologías esotéricas más universales (realmente, impresiona su universalidad) presente masivamente –a un grado superlativo– en casi todos los edificios católicos pero no solamente en ellos, ya que lo encontramos, paradójicamente, muy repetido en los musulmanes. Me refiero al octógono, donde la investigación en Geometría Sagrada deja constancia de su importancia y funcionalidad.

Dudo que algún lector no haya pisado o deslizado sin mayor atención su vista en un octógono eclesiástico quizás decenas de veces, sin reparar nunca en esta particularidad. Lo invito a concurrir a la iglesia más próxima (iglesia católica, debo aclarar, y quizás agregar que tenga algunas décadas cuanto menos de antigüedad. En los últimos años he observado una moda arquitectónica en muchas iglesias recién construidas que parece traicionar la simbología centenaria). Lo he encontrado y documentado en Ecuador, Chile, Brasil, México, Perú, Portugal, Argentina, Francia, Italia, Uruguay, Colombia, Egipto, India –obviamente en estos dos últimos casos en edificaciones de ese culto– Estados Unidos, Bolivia… En rosetones, en el embaldosado del suelo, en mosaicos en las paredes… Ofrezco aquí varios ejemplos, a riesgo de resultar cansador por su extensión, pero para echar luz a la difusión cronológica y geográfica de los mismos:

Y aquí comenzamos a levantar un extremo del velo. ¿Por qué la importancia del octógono, ya sea en su misma representación gráfica o en formas más crípticas aun, simplemente remitiendo al número 8, como estrellas de 8 puntas o construcciones en 8 estadíos? De paso, digamos que otros símbolos presentan esta ubicuidad. Nada más «pagano», arcaico, ajeno, que los Laberintos. Y ellos también supieron abundar en templos católicos.

Bien, en esoterismo egipcio, el 8, y el Octógono, remiten a la Mer-ka-ba. Escribí en mi serie de artículos «El Egipto desconocido» (con algunas investigaciones que hice en ese país) que «No podía hacer este viaje sin acercarme a una palabra muy popular en los ámbitos seudo espiritualistas de Occidente: la palabra Merkaba, Mer – Ka – Ba o Mer – Kha – Bha, como gustan escribir algunos, seguramente porque eso de ponerle unas cuantas «h» en el medio suena más sesudamente intelectual. Lo cierto es que la última traducción medianamente confiable que tenía era la expresión «vehículo ascensorial de luz». Esto había llevado a que en el terreno de la Geometría Sagrada, las canalizaciones y otras cosas se discutiera si era tanto una nave espacial etérea como una técnica de meditación. Y en Egipto, las veces que chequeé la expresión, con más o menos extrañeza, la respuesta fue siempre la misma: «el cuerpo como receptáculo del alma y la mente».

Pero –y esto es muy sugestivo– el cuerpo, alma y mente interactuando entre sí. Es decir, la palabra remite a la vez a una herramienta esotérica que permitía al hierofante –es decir, al Iniciado– tener un dominio creciente de su espíritu y su intelecto, acceder a percepciones sutiles y (suponemos) ver y contactar con entidades de esos planos. Y esa técnica consistía (consiste) en visualizar dos pirámides, de cuatro lados y una base, unidas por los vértices en un punto inmediatamente por debajo del ombligo (allí donde, por cierto, los japoneses ubican el «hara», el chakra por el cual fluye hacia dentro y hacia afuera el «ki», o energía vital universal). El practicante, sentado, las visualiza, entonces –se dice que de color dorada la superior y plata la inferior– y les imprime un giro de velocidad creciente, una en sentido horario mientras que la otra será antihorario. La práctica repetida amplifica ese dominio del que hablábamos antes. Y, claro, si una proyecta la figura tridimensional de dos pirámides en contacto por sus vértices a una figura bidimensional, obtendrá, justamente, un octógono, que en definitiva son dos cuadrados entrelazados. Y en línea con la teoría ya esbozada sobre la relación entre el «catolicismo basal» y el uso «aggiornado» del esoterismo egipcio, remito a esos artículos.

El Renacimiento no debe nada, artísticamente hablando, a la Edad Media, ya que bebió directamente en las fuentes griega y romana. El «arte» no existía en el Medioevo como expresión sino que era una codificación de símbolos (con la típica característica iniciática de no firmar sus obras, para diluir su Ego, según diríamos hoy). Estos eran elementos determinantes de lo que (hablando de la Edad Media) el escritor Jacques Huynen definió como «una civilización distinta». Esa «civilización dentro de otra civilización» tenía otras improntas iniciáticas que más tarde volveremos a encontrar en la Masonería (recordemos aquí la pretendida génesis egipcia de la misma) tales como los que «hacia afuera» se ven como opositores, contendientes y litigantes, «hacia adentro» son «hermanos» y establecen y respetan pactos. Los mismos Templarios en Oriente enfrentaban férreamente a los musulmanes pero en Occidente (especialmente en la península ibérica) mantenían con ellos y con los judíos fluido intercambio cultural en un marco de respeto. Y allí tenemos un elemento que ameritaría un espacio propio: las vírgenes negras. Esas representaciones de María con el Niño en actitud mayestática, hierática, de color negro, que son, indubitablemente, la evolución de antiguos cultos locales a Isis dejados tras el paso de las legiones romanas las que a su vez lo hicieron porque eligieron sitios sagrados celtas a su vez anteriores.

Virgen Negra, iglesia de los Santos Justo y Pastor, Barcelona.

El propio color negro es muy interesante. El comentario oficioso de que «se fueron oscureciendo con el tiempo», salvo algún único caso conocido, no resiste el menor análisis. ¿Se oscurecieron las facciones y no la vestimenta? (esas «vírgenes» no eran como las posteriores a partir del Renacimiento, vestidas devotamente con telas por los feligreses, sino que, talladas en madera o piedra, todo era uno). Además, eso indicaría el abandono y descuido, lo que es incompatible con el hecho de que en todos los casos los sitiales de vírgenes negras continuaron en devoción ininterrumpida y siempre son sitios procesionales conocidos, y cuesta entender que se cuide y arregle el edificio y no la imagen que se venera. Ello, sin obstar que en los pocos casos en que se ha hecho un cuidado estudio químico sobre las mismas se observó, siempre, que fueron embetunadas o directamente pintadas de ese color. Y digo que es interesante porque el color negro era, ya en el Antiguo Egipto, el color de «khem», la materia putrefacta a punto de dejar eclosionar la «estrella», la Obra realizada, la Transmutación cumplida, la Piedra Filosofal manifestada. Como si no bastare: en los escasos casos en que las imágenes tienen sus vestiduras coloreadas, siempre –siempre– los colores elegidos son blanco, rojo, azul y oro. Es decir, los colores de las materias alquímicas, de los pasos de la «Obra» y (con el oro) el color de la expresión de sabiduría espiritual. Huelga aclarar (pero, por las dudas…) que cualquier estudioso de la Alquimia sabe claramente que el objetivo que buscaban los alquimistas no era (contra la creencia popular) la «fabricación de oro» –quienes sí hacían eso eran llamados despectivamente por los verdaderos alquimistas o «espagiritas» como «sopladores»– sino que el trabajo en laboratorio fuera la gimnasia que acompañara la transmutación espiritual.

Repasando, el «poder» de la Virgen Negra es indistinguible de su enclave geográfico. El significado de esta correlación, en tanto vinculante con las «energías telúricas» y los «sitios de poder» de todas las Sabidurías Ancestrales, es absoluto.

Un detalle que me llamó poderosamente la atención cuando investigaba (en libros y en el terreno) el enigma de las Vírgenes Negras es que hasta hace tiempos relativamente recientes era costumbre popular lavarlas periódicamente… con vino. No pude dejar de asociarlo a la costumbre hindú de lavar las imágenes de Ganesha (deidad de la Sabiduría) con leche. ¿La razón de esto último? Representa al «océano primordial de leche» (¿la Vía Láctea?) de donde emanó la Creación. Si siguiéramos con esa asociación de ideas, ¿el lavar con vino significaría la importancia de obtener estados modificados de consciencia (pensando en el efecto que la ingesta de vino produce)?

El uso esotérico de la simbología no tiene simplemente significado, si se quiere «filosófico» o para perpetuar un conocimiento. Tiene, debidamente empleado, efectos prácticos. Tomen ustedes el ejemplo del «nicho para imagen» que descubrí en la iglesia de Cantuña, en Quito (ver: El uso de la Numerología y la Geometría Sagrada en el Cristianismo Esotérico ) y que interpreto como un «punto de anclaje» (allí y en los innúmeros nichos santorales en iglesias de todo el mundo) para «atrapar» la atención (y, por qué no, la energía) de los devotos que, abiertos de corazón, así expuestos y por lo tanto vulnerables, se detienen a orar frente a ellos. Quien avisa no traiciona: si un lector católico se siente incomodado por este comentario pasado, en el sentido de interpretar que atribuyo a la manipulación de estos símbolos, estas geometrías esotéricas, un uso «non sancto», debo ser sincero: estaría en lo correcto. Pienso inevitablemente que ciertos «poderes en las sombras» dentro de la jerarquía vaticana a través de los siglos no ha tenido empacho en manipular y cooptar a las masas por cualquier medio, y éste sería sólo uno de ellos. Ese lector, ofendido, se enojará conmigo y haría bien en dejar esta lectura; yo sólo puedo ofrecer mi franqueza y decir que así es como pienso.

El «nicho para imagen», citado en el artículo.

Retomando el hilo conductor, recordemos que he comenzado a encontrar iglesias manifiestamente «masónicas». Si por oportunismo político o no, es materia opinable, pero allí están, como la capilla particular de Justo José de Urquiza en su palacio de San José, en la provincia de Entre Ríos, Argentina, y que comenté en mi trabajo «El general Urquiza, además de masón, ¿se vinculó al Templarismo?«. Todo esto, sin entrar en detalle en lo que autores más profundos que nosotros han abundado sobre las «huellas astrológicas» en la Biblia y por carácter transitivo en la misma religión (determinación de Semana Santa, Navidad (ver “La Navidad esotérica”), Epifanía). Permítaseme abundar un poco en esta última cuestión.

Desde la popularización del Tzolkin y el Calendario Maya, nos hemos acostumbrado a oír sobre el “Día fuera del Tiempo”. Esta característica no era sólo patrimonio de ese pueblo. Los Mexhicas, por ejemplo, tenían sus cinco Días Fuera del Tiempo, inmediatamente anteriores al Año Nuevo (del 6 al 11 de marzo de nuestro calendario) llamados “Nemontemi”, e incluso el concepto era muy importante en el Antiguo Egipto: los cinco “Días Olvidados” o “Epagómenos”. Bien, llamo aquí la atención sobre los seis días que van desde Navidad al Año Nuevo del calendario gregoriano.

Símbolos masónicos, altar de la capilla del Palacio San José de Urquiza. Entre Ríos, Argentina.

En efecto, sabemos que la adopción del 1 de enero como comienzo del año es una «convención» de la Iglesia Católica, sin fundamento astronómico ni religioso. Y el 25 de diciembre como Natividad de Jesús está demostrado hasta el hartazgo que tenía que ver con los Saturnales y la Noche del Sol Invencible, festividad sobre –como en tantas otras arcanas– la Iglesia superpuso su propio calendario. A nadie se le escapó –menos al Papado– que ese período entre uno y otro, es decir, justamente el puñado de días antes del Año Nuevo, la actividad profana y cotidiana necesariamente mermaría al mínimo, y es mi teoría que justamente el Papado así lo dispuso para, a sabiendas del efecto tanto espiritual como energético de los «días fuera del tiempo», aprovecharlo a su conveniencia (siendo un período donde la susceptibilidad del egrégoro colectivo lo hace fácilmente manipulable).

No es difícil de comprender el trasfondo de todo esto. El hombre y la mujer comunes, aún más cuando están subsumidos en la «masa» de una creencia, son inconscientes de cómo quedan expuestos a la manipulación y el control mediante y desde lo simbólico. Generado el «egrégoro» de la creencia, alimentado este Egrégoro por la masa de fieles, el articulado de símbolos con fuerte contenido impregna ese Inconsciente Colectivo (de donde se derrama al Individual) desde perfiles ideológicos hasta acciones sociales y, claro, algo mucho más sutil e inasible (y por ello sistemáticamente ignorado aun entre los más conspicuos cultores de conspiraciones vaticanas): el «vampirismo energético», ser serviles dispensadores de energía al servicio no tal vez de los popes humanos sino de entidades no físicas de «otro plano» a las cuales aquellos están asociados. Cuando algún que otro lector piense que esta afirmación es demasiado audaz, acepto el «audaz» pero no el «demasiado»: en mis investigaciones sobre los mal llamados Illuminati he encontrado demasiadas veces que ciertas élites económicas y políticas están convencidas de la importancia de devocionar a esas entidades.

Debo admitir además que la interpretación esotérica del Cristianismo tiene también aspectos muy positivos, como vehículo que es esa estructura de transmitir un Conocimiento sólo apto para Iniciados. Una vez más, nos encontramos ante el doble estándar de conocimientos que aplicados mejoran la calidad de vida, están sólo accesibles a quienes tuvieron el ímpetu y sed de saber, sí, pero también la oportunidad, o los medios, para llegar a él (empero, como el «cristianismo esotérico» se ha revelado como reencarnacionista, supongo que matizarán esta observación diciendo que, en cada reencarnación el ser tiene las oportunidades que se haya sabido ganar). Eso significa una lectura bíblica «expurgada», donde la edad de Jesús al morir (33) no es cronológica, sino remite al significado místico dado en Numerología a este «Número Maestro» (11 = maestría en enseñanza, 22 = maestría en acciones, 33 = maestría espiritual). O el caso específico de ciertas «enseñanzas» que –justamente por ser esotéricas– tienen doble interpretación: una «hacia afuera» («exotérica», es decir, para profanos) y otra «hacia adentro» («esotérica», para Iniciados, que no excluye la anterior sino que se suma a ella). Ejemplo: «ama a tu prójimo como a ti mismo», significa sí lo que entendemos por catequesis: el amar a los demás como sabemos que nos amamos nosotros. Pero también significa: «ámate tú como crees que amas a los demás».

¿De cuáles otros temas deberíamos hablar? Por ejemplo, de los «caminos espirituales» (o, más exactamente, «Caminos Iniciáticos», tal como expliqué en nuestro artículo «Los senderos iniciáticos» con el Camino de Santiago a la cabeza. Santiago de Compostella, el «compus stellae», el «campo de la estrella», pero también el «compost» la materia orgánica putrefacta que precisamente por ese proceso da nueva vida. Otra vez, todas las Sabidurías Ancestrales han tenido esas «sendas» como trabajos iniciáticos. A propósito, la Iglesia no ceja en crear nuevos «caminos», que ya han trascendido el significado histórico o simbólico (y también, de los «sitios de poder» que atravesaban) para transformarse en maneras de «encolumnar» la energía de los feligreses. Recientemente, por caso, se ha designado un «camino de Santiago antártico», que en Buenos Aires (ver fotos) pasa por una esquina del antiguo templo de San Francisco (jesuita), comenzando en la base antártica española «Gabriel de Castilla».

Y hablamos de jesuitas –dicho en los pasillos del Vaticano: «nunca se sabe lo que piensa un jesuita»– con todas las implicancias que ello significa (ver: «El arcano Templario: profecías y Jesuitas»; La Espiritualidad como espionaje: ¿un secreto jesuita? y La Matrix Vaticano).

Existe un tratado de Magia del siglo XII (casualmente, pleno apogeo templario) que podría arrojar luz sobre esa «civilización distinta» a la que hiciéramos referencia, la obsesión de los Caballeros del Temple en construir catedrales e iglesias con patrones octogonales y la persecución de los mismos. Porque pienso, personalmente, que la tan manida explicación oficial histórica de que los Templarios fueron exterminados por el rey de Francia y el Papa para «lavar» las deudas que el primero mantenía con aquellos es cierta, pero incompleta. Hubo otra razón: apropiarse del Conocimiento atesorado por los monjes-guerreros. Parte de ese conocimiento estaba en ese tratado, el “Picatrix”, escrito sobre uno muy anterior, del siglo I de nuestra era, llamado “Koré Kosmou”, tardía traducción griega, sin embargo, de textos muy antiguos egipcios donde se decía que Isis enseñaba a Horus saberes que Toth «trajo del Cielo» (he abundado sobre ello en mi trabajo OVNIs: ¿Qué oculta la Iglesia Católica?. Y aquella «obsesión» tenía su explicación tanto en el contenido del Picatrix como del Koré Kosmou: edificios levantados respetando proporciones geométricas sagradas y ubicaciones geográficas igualmente especiales eran verdaderos «talismanes tridimensionales». Portales.

Con abstracción de todo lo planteado hasta aquí y sin ánimo de agotarlo, tal vez el aspecto más esotérico del Cristianismo lo planteaban los Gnósticos (segundos, sin duda, en la tabla de herejías perseguidas por el Vaticano después de los Templarios) al sostener que Dios llega a través de un esfuerzo cognoscitivo de todo el Ser, en contraposición con el dogma de la Revelación. El Conocimiento se gana, enseñaba la Gnosis, y el Conocimiento es tan importante, sino más, que la Fe. Eso es verdadera Alquimia, y, como ya he explicado, a ella no era ajena la Iglesia Católica. Permítaseme compartir unos párrafos, como cierre, de mi trabajo Alquimia e Iglesia Católica:

«La eficacia del dogma no se funda en modo alguno en la realidad histórica, verificada una sola vez e irreparable, sino sobre la naturaleza simbólica, en virtud de la cual es la expresión de un supuesto psíquico relativamente ubicuo, que existe aun sin la existencia del dogma. Hay, pues, tanto un Cristo precristiano como un Cristo no cristiano, en la medida que el Cristo es un hecho psíquico que existe por sí mismo. Y se sentiría uno tentado a interpretar el ritual de transmutación alquímico como una caricatura de la misa, si no fuera el ritual de origen pagano y en milenios anterior a aquella.

Lo que es importante comprender es que a la Alquimia (como a la Psicología Junguiana) no le interesa «prima facie», si Jesús es quien los cristianos dicen que es, ni siquiera si históricamente existió. Le interesa como hecho psicológico. A ese respecto, el mismo Jung, sobre un tema al que volveremos repetidamente, los OVNIs, escribió en “Sobre Cosas que se ven en el Cielo” (Editorial Sur, Buenos Aires, 1961) que a los efectos de su abordaje (sólo a esos efectos) no importaba si estos objetos existían o no físicamente, sino su significado psicológico. Pero fue más allá cuando sostuvo que su conclusión era que el fenómeno existía tanto en lo físico como en lo psíquico. Y en este punto, la psicología jungiana ve en la figura de Cristo el Arquetipo del Avatar, innato de nuestra naturaleza. Es cuando, entonces, un cristiano podría decir –con buen criterio– que el hecho fáctico de Jesús cristaliza el Cristo arquetípico. Y eso es obra alquímica. Como elementalmente es Alquimia la interpretación y efecto en la vida cotidiana de las acciones conscientes hechas en los planos sutiles, las observaciones que anteceden en cuanto al valor ancestral de la Tradición y la desnaturalización que la pérdida de ellas significa compete absolutamente a la exploración intelectual de aquella. Pero aún más: he escrito y declamado numerosas veces que, entre las distintas causas de la pauperización moral de la sociedad contemporánea tiene un rol no menor la «desacralización» de la vida cotidiana. Ver la vida, el trabajo, las relaciones sociales y todo el orbe de nuestro andar por este mundo como individuo y como sociedad de una manera «sagrada», no significa estar de rodillas elevando preces todo el día ni encendiendo cirios a cada santo, a cada paso: es ser voluntariamente consciente de la trascendencia de esos actos cotidianos. Que comer, trabajar, disfrutar del ocio es eso y mucho más. Que nuestras acciones objetivas tendrán un resultado, sí, quizás meramente material, pero una consecuencia espiritual. «Nuestras acciones en esta vida tendrán un eco en la Eternidad», decía Máximo Décimo Meridio, «El Español», personaje de la película «Gladiador». De eso se trata. Y esa desacralización de la vida cotidiana va de la mano con la pérdida de la capacidad de simbolización y abstracción del mundo contemporáneo, donde es responsable cierto una «cultura popular» que apunta al estímulo sensorial y quizás intelectual, pero no espiritual. En todas las eras, la danza era sagrada, el consumo de vino, de tabaco, de enteógenos era sagrado. El flirteo y seducción estaban cargados de erotismo sagrado. Hoy, bailamos por lo sensorial, nos atiborramos de drogas y alcohol para embotar los sentidos, tenemos sexo sin tantos preámbulos. Y perdimos la carga sagrada de las acciones. Eso, satisfecho lo sensorial, desnuda el vacío interior; allí nacen muchas de las angustias existenciales que se precipitan como «penurias». El individuo siente que «cae» a un remolino pero percibe que allí, en el vórtice, ya no está su Selbst, sino lo espera el vacío. Y para evitar la succión arroja allí los estímulos que toma del exterior, buscando llenar un pozo sin fondo. La angustia de sentirse atraído a esas profundidades vacuas aumenta su desesperación vivencial e, incapaz de interpretarlo, trata de dilatar la irremediable atracción arrojando más desechos de estímulos sensoriales que son cada vez más escasos para llenar el vacío que siente que crece. Éste es el Infierno que la Iglesia Católica disimula bajo símbolos prefabricados. Y con toda esa manipulación, la Iglesia Católica manipuló a las masas: convirtió su latente Arquetipo del Avatar en el Arquetipo del Consolador. Por esta razón, quien no comprenda y realice conscientemente la alquimia subyacente en las pueriles y al parecer infantiles enseñanzas del catolicismo queda excluido del potencial transmutador de su Tradición. Si algo debe señalarse, entonces, como corolario de estas reflexiones, es que sin duda habrá mentes en el Vaticano que conocen perfectamente (y sin duda, con mayor profundidad que un servidor) estos matices: pero son a la vez conscientes de que el poder mundano de la institución no se sostendría con una feligresía (ni siquiera con sus propios cuadros inferiores) conscientes y plenos de ese significado, sino embotados en la nube turbia de los simplismos, dejando sólo, otra vez, a ciertas élites la capacidad de comprender, saber, osar. Y callar, claro.

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