En numerosos artículos, entrevistas, conferencias, podcasts me he referido (y he ilustrado) las evidencias para mí muy palpables de un “Cristianismo Esotérico”, es decir, un conjunto de enseñanzas herméticas y herramientas espirituales codificadas y encerradas en el “corpus” cristiano cotidiano, esto es, lo que llamaríamos “Cristianismo Exotérico” (“exo”: fuera, externo, es decir, lo que se transmite en catequesis, misas, sermones y etc.). Esta hipótesis conlleva la afirmación de que dicho conjunto de “tecnologías espirituales” son de por sí bien conocidas por las altas y quizás medias jerarquías pero no tan evidente en el sacerdocio del llano. Sigo en esa línea de reflexión y sostendré que, entonces, también en el seno del Vaticano y las grandes congregaciones –órdenes monancales, Opus Dei, etc–. Imbrica con paradigmas más propios de “sociedades secretas” que con “iglesias para los sencillos”. En esta línea de pensamiento, por ejemplo, he señalado hace tiempo que habitualmente los Pontífices (concretamente es el caso del actual, Jorge Bergoglio, es decir, “Francisco”) al poco tiempo de asumir el Papado son nombrados con grados superlativos en Órdenes diversas: es Gran Maestre de la Suprema Orden de Cristo, Gran Maestre de la Orden de la Espuela de Oro, Gran Maestre de la Orden de Pío IX, Gran Maestre de la Orden de San Gregorio Magno y Gran Maestre de la Orden de San Silvestre.
Cuando hice algún comentario sobre la probable naturaleza “esotérica” de las mismas, recuerdo haber recibido dos comentarios despectivos (no puedo demostrarlo, pero los presumo de fervientes católicos confesionales) en el sentido de que se tratarían de “menciones honoríficas” de “órdenes puramente simbólicas”. Y sólo pido un poco de lógica: se comprende lo de una “mención honorífica” como cuando, por caso y por sus méritos, se nombra “Doctor Honoris Causa” a alguien respecto de alguna universidad. Podría entender –quizás no lo vea muy pragmático, pero hay de todo en la viña del Señor– la existencia de una “orden simbólica” si es que aún en esos ámbitos trascendentales existe la frivolidad de exhibir diplomas y cucardas de dudoso origen. Lo que me parece incongruente es asociar ambos conceptos. Es decir, ¿no es una redundancia ridícula suponer una “mención honorífica de una orden simbólica”? Invertir recursos financieros, tiempo, recursos humanos sólo para ponderar pergaminos, togas, medallas y honores vacíos de contenido y de algo que no existe. Tendría sentido como juego de niños replicando el mundo de adultos: es falaz suponer que estos individuos se manejen así. Si se da una mención honorífica a alguien por parte de una institución, es que esa institución tiene sentido, existencia, historia, fines. Y, en consecuencia, estas Órdenes de “discreta” filiación tienen sentido esotérico.
Obviamente no agotaré en este artículo las “pistas” sobre este Cristianismo Esotérico. Sólo quiero aportar una nueva evidencia, hallada durante un reciente viaje a Ecuador. Fue en la histórica, colonial iglesia de San Francisco, más conocida como “iglesia de Cantuña”. Recibe su nombre en recuerdo del apellido de un indígena bautizado el cual, según la leyenda, tenía la orden de levantar ese templo en un plazo acordado. El mismo había vencido numerosas veces y las autoridades le habían emplazado bajo amenaza de severos castigos cuando, una noche, se le aparece Satanás diciéndole que él podría terminarle la iglesia antes del amanecer a cambio de su alma. Cantuña acepta y, efectivamente, el Diablo cumple con su palabra y, momentos antes del Ave María, aparece para reclamar la deuda. Pero el indio, ladino, minutos antes había retirado una piedra de la terminada construcción y, ocultándola, le dice al señor del Averno que el trato implicaba la iglesia completa y, dado que faltaba un bloque, no lo estaba por lo que –mientras se escuchaba el Avemaría de fondo– el contrato se consideraba nulo, para gran disgusto del coludo colaborador. Leyenda sugestiva, que enseña que hasta Satanás tiene palabra de honor y que el engaño y el subterfugio están en la génesis misma de este edificio.
Por otro lado y por obvias razones, Cantuña es llamada la “Capilla Sixtina latinoamericana”, y no es para menos. Aunque me desagrada la estética católica (muy “kitsch” y “naïf” para mi gusto) hay que admitir que es impresionante, como impresionante la cantidad de oro que en panes cubren literalmente todo. Así que, habitual interesado en historia y simbolismos comencé a recorrerla, atento a algún detalle que pudiera destacar. Años de investigar bajo esta óptica no solamente me han permitido algunos hallazgos interesantes sino reafirmar mi convicción de que esa sobrecargada estética, esa superabundancia hasta el hartazgo visual de detalles tiene como fin provocar confusión y disimular, bajo esa hiper-excitación de lo visual, los símbolos que buscan los conocedores a través de los siglos…

Y allí apareció. Se trataba de una hornacina o nicho, de aproximadamente un metro cincuenta de alto, a la derecha del Altar Mayor. Contuvo la imagen de alguna Virgen o santo, sin duda, quizás retirada para unas reparaciones. Y aparece, entonces, este conjunto de símbolos que –de haber estado la imagen en su lugar– no habría notado, seguramente.
Siete columnas verticales repiten dos símbolos, y sólo dos: ese óvalo con dos líneas perpendiculares por arriba y abajo, y grupos de pequeñas y cuidadosas pirámides.
Comencemos nuestra propia interpretación.
Aclaremos, primero, que en el Esoterismo es predominante asimilar una serie de conceptos. Por ejemplo, que todo “símbolo” tiene varias interpretaciones, a diferencia de un “signo”, que tendrá sólo una. Así, el “signo” de multiplicación (“x”) será sólo eso: acto de multiplicar. Pero la Cruz como “símbolo” representa distintos significados: Cristo, la Iglesia, la Muerte, el Sufrimiento para expiación de los pecados, etc. El caso de Uroboros, por ejemplo. O bien, Ouroboros, que también se escribe así. La Serpiente que muerde su cola. Representa que todo Fin es seguido por un Principio, que todo vuelve al Origen, los Ciclos del Ser a través de los Tiempos, y que (numerológicamente) volviendo al Principio se fija una Realidad, lo que significa que lo “ideal” se convierte en “material”. Este último concepto subyace detrás de lo que en Parapsicología llamamos “punto de anclaje”, un objeto o lugar donde se “ancla” (se fija, se “precipita) una energía, voluntaria o involuntariamente. Quienes conocen las hipótesis sobre Paquetes de Memoria Thanáticos (residuos psíquicos de personas fallecidas) saben que el “punto de anclaje” explica los “objetos cargados” y las “casas embrujadas”. Numerológica y geométricamente (porque la manipulación de lo Espiritual y lo Material en los planos cósmicos es parte de la Sabiduría encerrada en la Geometría Sagrada) puede “anclarse”, bajo ese principio numerológico (o, mejor aún, manifestando el principio numerológico en una realización física que lo represente).
Y vamos entonces a lo nuestro. Siete columnas verticales idénticas de símbolos. 7.
Del símbolo oval con perpendiculares (sobre cuyo significado regresaré después) vemos 4 en cada columna. 7 x 4 = 28.
Cada grupo de pequeñas pirámides tiene 20 de las mismas. Y hay tres grupos por columna = 60. 7 x 60 = 420.
Sumando 28 + 420 = 448. Aplico la herramienta principal de la Numerología, la Reducción Teosófica (reducción de todo a un solo dígito) y es: 4 + 4 + 8 = 16. Y 1 + 6 = 7.
He regresado al 7, el primer, evidente número. Uroboros.
¿Qué significa esto? Que esa hornacina, ese nicho es un “punto de anclaje”. ¿De qué? Sospecho que de la energía psíquica de esos buenos devotos, de esa gente sencilla que en su fe se detenían frente al “santo” o la “Virgen” para orar, pedir, buscar consolación y, sin saberlo, su energía es “captada” por esa especie de “antena” (hasta resulta atractiva la comparación por su forma parabólica) que, obvio, les hace regresar y en un círculo vicioso “anclarse” al lugar cada vez más…
Fue ahí cuando miré a mi alrededor. Inevitable pensar que en esa iglesia (inmortalizada por la metáfora de un gran engaño) se resumía lo que quizás ahora, sin saberlo el pueblo, trabaja subrepticiamente y simbólicamente en miles de iglesias en todo el planeta: la captación de voluntades.
Ante esto, es secundario buscar significados a los símbolos, pero me puse en campaña. Debo a tres colaboradores espontáneos: Cristina Maestro, Marcelo Metayer –gran amigote de “la casa”– y Federico Poggi, las aproximaciones más cercanas y originales (si bien, en principio, creí ver una forma estilizada de la letra “phi” griega).
Por un lado le ven cierta semejanza con el símbolo alquímico de la “hematite” (piedra que tendría efectos sobre la sangre; ¿podría remitir este símbolo a la “sangre de Cristo”?) y es Cristina quien señala que en una de las famosas planchas de Los Tayos aparece una imagen muy similar. Sé que algunos dirán que, buscando con suficiente tiempo, en muchos lados podrían aparecer cosas que se asemejen. Pero aquí, estábamos en Ecuador, por lo que la analogía con la famosa Cueva despierta otros ecos…
Haciendo abstracción entonces (aunque más no sea por el momento) de la interpretación de esta distintiva grafía sirva el análisis neurológico aplicado como una propuesta que el lector podrá incorporar a sus propias y particulares observaciones en el terreno.