Tal vez podría resumir la primera parte de este iconoclastismo literario en un párrafo: Sugiero que lo que a través de los siglos se ha denominado “infierno”, no es la proyección espacial supersticiosa e infundada de una simple creencia, sino la escenificación manipulada por algunas instituciones eclesiásticas a partir del recuerdo atávico de mundos subterráneos. Necesariamente, esta proposición encierra otras: por ejemplo, si dicha manipulación fue involuntaria (simplemente porque a través de las edades se deterioró el conocimiento original de esos mundos, integrándose al Inconsciente Colectivo como referencias legendarias que luego algunas iglesias sistematizaron como parte de sus dogmas o, por el contrario, esas iglesias, sabedoras a ciencia cierta del origen fáctico de esas creencias, le dotaron de una componente maléfica para divorciarla de la realidad “deseable” por el común de los mortales. Y, de ser este último ejemplo el correcto, preguntarnos el “porqué”, quizás porque la masa acumulando temor a través de las épocas contra el Mundo Subterráneo fuera funcional a ciertos Poderes en las Sombras a los cuales no les conviniera que esa masa conociera (precisamente como subtitula Débora a su blog) “el otro lado de la Historia”. Hay un par de convenciones intelectuales sobre los Pueblos Antiguos que a esta altura ya comienza a molestarme: que se les considere subdesarrollados intelectualmente, casi infradotados racionales a través de milenios, y dotados de un cretinismo moral que les llevaría a inventar historias y fraguar evidencias sólo para impresionar a sus congéneres.
No es éste el lugar ideal para extenderme sobre la última observación, pero baste un ejemplo: por caso, cuando los descendientes de esos Pueblos Antiguos continúan con la práctica histórica de alguna de sus costumbres, como lo que entre los originarios del sur de la actual Argentina se llama ülutum (la absorción mediante el acto de chupar la enfermedad de una persona, por parte del chamán, escupiéndolo luego en forma del objeto o alimaña). La actitud “antropológica” es afirmar que el chamán engaña a quienes le rodean colocándose previamente ese objeto o insecto en la boca y luego expulsándolo “como si” fuera la enfermedad, ignorando la razón histórica por la cual esta práctica era aceptada y entendida entre los antiguos: que existe una Realidad Ordinaria y una Realidad No Ordinaria. Que lo que vemos de una forma en la Realidad Ordinaria (por ejemplo, una araña) puede ser “otra cosa” en la Realidad No Ordinaria. Que muchas enfermedades son producidas en el Cuerpo Astral por “parásitos” de ese plano y que, para extraerlos, hay que “asimilarlos” a lo que en esta Realidad Ordinaria es de la misma naturaleza que aquellos en la Realidad No Ordinaria. Así, si el chamán se coloca en la boca un escorpión antes de “chupar” la enfermedad, no es porque quiera hacer creer a sus congéneres que el escorpión ES la enfermedad (ya que obviamente éstos, por pertenecer al mismo contexto social y cultural, ya conocen esta explicación) sino porque es lo que en esta Realidad Ordinaria permite condensar (materializar) lo que existe en esa Realidad No Ordinaria. Esto es sólo un ejemplo de la deformación cultural que nos impide reveer (re – ver, “volver a ver”) verdades ancestrales desde otras ópticas. Pero está claro: cuando hacemos una mirada escrutadora sobre nuestra cultura contemporánea lo llamamos “Sociología”. Si lo hacemos sobre los Pueblos Antiguos, es “Antropología”. Nuestras creencias son “Religiones” y las de aquellos, “Supersticiones”. Nuestros hombres de “salud” son “Médicos” y los de aquellos, “Curanderos”. Como la discriminación ya existe en los ojos de quien mira, las conclusiones sobre los Antiguos serán -.como siempre han sido- descalificadoras. Extraño: es en esa Antigüedad donde abrevamos detrás de las estructuras intelectuales que nos permitan alcanzar la Sabiduría (o lo que se entienda como tal en este mundo actual): una y otra vez los viejos filósofos griegos están presentes, y no como mera referencia histórica sino como herramienta que hoy en día es requisito académico. Esta desvalorización tiene mucho que ver con nuestro tema. Pues según esa percepción perversa, ubicaban el “paraíso” en el Cielo porque, en su ignorancia y simpleza, ese “allá arriba” incognoscible debía ser refugio de sus dioses. Y desde la prehistoria, el subsuelo era el mundo de los muertos . Por eso comenzaron a enterrarlos. Esto no es un dato menor: el enterratorio deviene de la creencia, no al revés. Es decir, los enterraban porque antes “creyeron” que el mundo de las almas era subterráneo, no porque después de enterrar a sus muertos convinieran en que el reino hipogeo era dominio de los fenecidos. Y aún los Pueblos Originarios –como los del centro, norte y sur de Estados Unidos y Canadá- que no los enterraban (sabemos de sus últimas moradas elevadas sobre pilastras, dejando el cuerpo a los pájaros y los elementos) asignaban a lo subterráneo un papel de vital importancia. Pero para estos pueblos, el viaje al Mundo Subterráneo no era una migración espiritual: tenía todas las características de un viaje físico. Otra vez: ¿simplemente porque eran unos simplotes o porque era el recuerdo deformado de una travesía geográfica intraterrena que alguna vez se conoció?.
Ya que nos referimos a los mapuches, contemos que, entre ellos, el mundo inferior (siguiendo aquí al autor Aukanaw en su libro «Mapuches: la Ciencia Secreta») (Ng’llcheñmaiwe) es donde moran las almas de los muertos y los daemones productores de las enfermedades; allí no estarán ni los nobles (ülmen) ni los Machi, como tampoco, los muertos heroica y fulgurantemente. Para llegar allí es preciso, luego de un largo y obstaculizado viaje cruzar un oscuro y peligroso río (Küllenleufü) a bordo de un fantasmagórico navío (Kaleuche), previa entrega de un «pase» (Llangkas) a una vieja guardiana y guía (Trempulkalwe), caso contrario el alma será condenada a vagar penando, y si el imprudente es un ser vivo será atrapado y morirá por pérdida del alma (salvo que una Machi logre rescatarla a tiempo). Esa región es una imagen especular del mundo de los vivos: las papas blancas, allí son negras; el sol sale por el oeste y se pone por el este; etc. El amo allí es Pülli Fücha, señor de las tierras y de las aguas, las que salen y retornan de las entrañas telúricas, etc., etc. Es obvia la reminiscencia griega, Caronte y el lago Estigia, y otros etc., etc. Y el tema se pone más apasionante. La “entrada”, si no es por uno de los “pasos” naturales, puede buscarse señalada por monumentos simbólicos.
Así, entre los indígenas de la actual Argentina lo indicaba el “katanlil” una gran piedra horadada, una “señal” que indicaba la proximidad de la entrada), entre los hopi el «sipapu», que es exactamente lo mismo, a miles de kilómetros de los primeros, el “laberinto” desde Creta a los barasana de Colombia, desde los shuar hasta los maoríes, y tantos otros ejemplos. Una necesaria aclaración: en ningún caso, proponer que, por ejemplo, los laberintos fueron “mapas de ruta” a un espacio físico subterráneo quita valor a su naturaleza iniciática y simbólica. Es consecuencia de nuestra educación esquizofrénica sobreentender que si afirmamos una cosa, negamos la otra (por eso pocos entendieron a Jung cuando escribió que los ovnis eran “entes psicoides”, es decir, que tenían existencia física y psíquica a la vez ) De modo que el camino al mundo subterráneo es también un Camino como, de todas formas, pone también de relieve cualquier estudio sobre la relación entre el mundo subterráneo y este mundo de superficie. A Los Tayos me remito…
Señalada por monumentos simbólicos, dije. En toda América, estos «ónfalos» (de donde deviene «ombligo») se representaban mediante objetos en forma de pirámides truncadas. Pues las pirámides son, precisamente señales de estos accesos. Como sugerencia de investigación, creo que las pirámides truncadas tan mal estudiadas de nuestras localidades de El Sinchal y Andalgalá, en la provincia de Catamarca -y que fueran motivo de mi trabajo «Existen pirámides en Argentina», en un ya tan remoto año 2000- son ónfalos que apuntan en esa dirección.
Volviendo a la reflexión, no existe fundamento para concluir que los Antiguos ubicaron el Infierno bajo suelo por colegir que allí iban los muertos -y más tarde se radicaron, como «espaldas mojadas» del Empíreo, los demonios y diablos- Aún más, muertos o demonios pudieron haber fijado domicilio en otros lugares más obvios. la Luna, las montañas (como de hecho sí algunos pueblos aislados lo hicieron, pero no se detecta como parte del imaginario colectivo de la humanidad). Lo que sí nos transmitieron es que en oquedades bajo tierra (porque nunca es, si de proyecciones inconsciente simbólicas se tratare, donde fuera esperable: el centro de la Tierra) habitaban pueblos, con monarcas y funcionarios, con generales y artesanos, comerciantes, sabios y guerreros. La palabra española «infierno» proviene del latín infernus y éste a su vez de «inferus«, «de abajo», «subterráneo». Su etimología indica -esto es importante- que en la concepción romana y griega -de donde proviene- el infernus era, no la morada de muertos o demonios, sino nada más -pero también, nada menos- que la «morada de los seres subterráneos», lo que cambia completamente su sentido. De allí la proposición primera de este artículo: lo que a este mundo judeocristiano llega como imagen arquetípica, es el recuero de un espacio subterráneo habitado por seres de particular naturaleza. Seres que son materiales pero también no lo son, o, más bien, existen en Esta Realidad y Otra Realidad. Ahora están, ahora no están. Tienen algo que ver con nosotros, pero prefieren no tomar demasiado contacto. Algunos humanos tienen relación con ellos. Si son celosos custodios de sus secretos, se verán beneficiados. Si traicionan ese secreto, devienen fatalidades. ¿Qué pueblo, qué cultura, no reconoce estos elementos?. Los intraterrestres (que reniegan de la Tierra Hueca, porque sólo ocuparon esporádicamente y en número limitadísimo espacios hipogeos más bien destinados a reservorio de conocimientos que a hábitats) atraviesan fugaz pero significativamente la cronología de cada rincón del planeta.
Y aquí aparece ERKS
La literatura que refiere a esta hipotética ciudad subterránea bajo -o en las cercanías- del mítico pero orográficamente inevitable cerro Uritorco, es amplísima. Y hay para todos los gustos. Desde la presunción de hangar subterráneo de brillantes OVNIs hasta reliquia de una Atlántida que se refugió en las entrañas del Valle de Punilla quizás por temer que luego de la destrucción por el agua lloviera azufre de los cielos. Hay quienes dicen ver sus «luces» cuando ciertas noches, en el paraje Puerta del Cielo, invocaciones en un mítico idioma cósmico sugiere abrir una ventana a otra dimensión porque, de tanto buscarla y no hallarla, Erks pasó de ser una misteriosas pero industrializada ciudad bajo tierra, con maquinarias que a los oídos de algunos rugían y todo (desconocvedores de las particularidades geológicas del lugar, desde torrentes subterráneas a microterremotos) a etérea metrópolis hiperdimensional. Cada uno con su creencia. Claro que hay algunas más espúreas que otras, como la afirmación que su nombre deviene del acróstico de Encuentro de Remanentes Kósmicos Siderales. O sea, ex extraterrestres que se refugiaron aquí tras una diáspora interplanetaria. Visitantes del espacio que seguramente transcendían al Tiempo, toda vez que para nombrar ya en un hipotético remoto pasado a su ciudad….. eligen un idioma, el castellano, que sólo sobrevendría milenios después. Ante el avance irredento de capitales foráneos sobre tierras argentinas y sus recursos, frente a la mirada impávida y hasta complaciente de las autoridades de turno, yankees, go home: jamás llamaremos a esta embajada extrahumana EKSS (Encounter of Kosmic Sidereal Surpluses), lo que además tendría poca elegancia fonética.
Pero lo que es irrebatible, es que la leyenda de un mundo subterráneo haya anclado en este paraje cordobés. Intervinieron los fieles de la Escuela Esotérica Universal de las Antípodas (para su filiación, ver mi trabajo «Nazis a la caza del Grial») con Guillermo Terrera, Kristo Acoglanis y Orfelio Ulises Herrera a la cabeza, este último, huidizo descubridor del «bastón de mando», el primero, conocido antropólogo y esoterista argentino y el segundo, quiropráctico de origen griego y luctuoso final. Sumen a ello las propias creencias de los henia kamiâre, los mal llamados «comechingones» (ver AFR nº 199, artículo «Temazcal: sanación y terapéutica y su presencia en tierras australes»), los escritos de Trigerinho -que hace propios relatos tomados literalmente de Acoglanis- y la necesidad espiritualmente ansiosa de muchos (no todos) quienes concurren al lugar: si la memoria genética de un mundo subterráneo al que podía llegarse con algún esfuerzo es correcta, que esta «dramatización conceptual» surja en lugares aparentemente de la nada y se instale con más fuerza que los mitos primarios (recordemos que la catapulta mediática de Capilla del Monte, a mediados de los ’80, no tenía nada que ver con Erks ni mundos subterráneos sino con apariciones de OVNIs, es decir, si para justificar raciopnalmente todo esto se busca hacer un discurso que construya una ideología religiosa sobre relatos primarios, éstos tienen más que ver con los «cielos» que con el «infierno») significa sólo, precisamente, que es correcta. Es por lo tanto tan fuerte el recuerdo atávico de mundos subterráneos con algún tipo de contacto con el mundo de superficie, que bastan pocos elementos, ciertos lugares mágicos, algunos avatares o gurúes para que se dispare con fuerza incontenible. O para decirlo en otras palabras: la instalación persistente y espontáneamente generalizada de la creencia en un mundo subterráneo, en tanto expresión de angustia del Inconsciente Colectivo, busca, como toda angustia, satisfacer una necesidad. Y por principio de economía de energía, nuestra naturaleza, individual o colectiva y como corolario de una funcionalidad evolutiva, si busca satisfacer una necesidad, es porque en algún lugar está aquello que la satisface.
Digo en esos lares, porque el espectro de búsqueda de Erks se está extendiendo. Hoy, hay quienes hacen llegar la suposición de su asiento hasta la localidad paradisíaca de La Falda, a unos 40 kilómetros hacia el sur. No es poca cosa recordar (cito otra vez mi trabajo «Nazis a la caza del Grial») que La Falda fue no sólo asiento primigenio de una pujante colonia germana (con fuerte presencia del movimientio nazi) sino uno de los sitios donde recurrentemente se sugirió la presencia evasiva de un supérstite Hitler tras la caída de Berlín. Era -es- el lugar ideal: los Eichorn, dueños del mítico Hotel Edén, eran amigos personales del Fürher y buena parte de la campaña propagandística que lo llevó al poder en 1933 se hizo con fondos provenientes de la venta de las parcelas de tierra de «Villa Edén». Habida cuenta de las fascinación de los nazis y su Anenherbe por lugares místicos y sus poderes ocultos, que aún se encuentre la críptica presencia nazi en el lougar debe llamarnos, cuando menos, la atención. En otros tiempos y en Argentina, los nazis hasta fueron más populares. Terrera y su gente habrán añorado esos años. Hoy, para operar deben dejarse santos y señas que casi escapan a los ojos profanos. Tomen este ejemplo. Febrero de 2009. A metros del Hotel Edén, en La Falda, provincia de Córdoba, Argentina, junto a un pequeño local cerrado, aparece este cartel:
Supongo que no les resultará significativo. Claro, siempre y cuando no sepan un par de cosas. Por ejemplo, que la expresión «Huesos de Dragón» (y no «del») era la expresión críptica con que los miembros de las SS denominaban a la orden cuando no querían referirse a ella explícitamente. Y lo segundo, que en ese ámbito esotérico, las runas Sigel son reemplazadas por…. los dos fémures en un caldero. Pregunté. Y mucho. La Falda es pequeña, todos se conocen. y si no, pueden preguntarle al vecino. Pero resulta que nadie sabía de esa «taberna» que, de hecho, nunca llegó a abrirse. Al punto que un mes más tarde, al volver a pasar por el lugar, el cartel había desaparecido. Por cierto, a alguna distancia hay una colina que le dicen «Espinazo del Dragón» o «Espina del Diablo», con lo cual algunos trataron de vincular una cosa con otra. No lo creo, sobre todo a la luz de la simbología de esta «taberna». Pero me queda por indagar si en esa colina (que lleva ese nombre porque los lugareños dicen que, desde el aire, tiene esa forma. Claro que, ¿qué forma tiene el espinazo de un dragón?) no habrá algo que oriente al «infernus» buscado por esoteristas y nazis.
Así que está bueno que la gente, mucha gente, crea en Erks y la busque, en Capilla del Monte o en otros lares. Y ojalá que renueve bríos en esa búsqueda. Porque no habrá un Grial al final del Camino. El Camino es el Grial.
Ahí, en nuestra memoria ancestral… sabemos que la dimensión subterránea existe. Jules Verne lo sabía y trató de contarlo en una de sus más famosas novelas, la única forma de comunicar saberes que, de otro modo, no serían aceptados. Y sí, la iglesia se dedicó a demonizar ese «interior» a sabiendas de defenestrar el » V.I.T.R.I.O.L.»