Ingeniería simbólica: control mental de masas

Si bien la propuesta que aquí presento no es original, en tanto y en cuanto me he referido elípticamente a ello en podcasts, artículos, clases y conferencias, quiero subrayar que este es el primer trabajo orgánico sobre esta hipótesis que (obviamente) no se agotará en estas páginas. Invito por tanto al lector a considerarle un simple planteo, una introducción a un campo original que ameritará luces intelectuales más esclarecidas que las mías.

Sucintamente podemos resumir la expresión “ingeniería Simbólica” (términos sobre los cuales no encontrarán mucha información googleando porque creo ser el primero en ocuparles en este sentido) como la “estrategia y técnica de control mental de masas mediante la construcción de un Metarrelato basado en símbolos”. Y vamos a explicar algunos conceptos antes de ejemplificar.

En primer lugar, (porqué empleo la expresión “metarrelato”). Por dos razones: una, que la palabra “Relato” (así, con mayúscula) ya tiene su lugar en la Sociología y la Ciencia Política, como una constructo discursiva ideologizada sin necesario apego a los hechos históricos o de la cotidianeidad. Y por otro, porque la expresión “meta”, en su sentido de trascendencia, apela más a la idea de una sugerencia más subliminal, inconsciente, que a un discurso racional aunque subjetivo (que es intrínseco a todo Relato).

Luego, aquello que entendamos por “control mental” (sea individual o de masas). Generalmente en el ámbito espiritualista, holístico, metafísico, parapsicológico, la expresión “control mental” habla de una manipulación cuasi telepática, si se quiere. Aquí obviamente sin descreer en la posibilidad episódica y experimental de aquella, acudo a la idea de la manipulación inconsciente tanto de pensamientos como de conductas, en este caso en términos sociales colectivos.

Y finalmente llegamos al corazón de la hipótesis: el uso de símbolos. Aquí podría detenerme en el interesante concepto que en alguna ocasión el doctor Norberto Litvinoff, psicoanalista argentino (quien supo ser Presidente de la Asociación de Psicoanálisis de nuestro país) me compartiera en estos términos: “todo símbolo es una máquina psicológica generadora de energía”. O, más históricamente, lo que en Semiología se definiría como un “signo de múltiples interpretaciones”. Aquí, forzosamente, debo definir un par de conceptos acudiendo simultáneamente a lo que semióticamente entendemos y también lo que esotéricamente hemos definido a través de los siglos.

En ese sentido, un “signo” es una representación o trazo, más o menos abstracto, que representa por asociación (cultural, inconsciente, etc.) un conjunto de información. Así, el símbolo vial:

Me está diciendo que en tal dirección (y a tal distancia, si es acompañado de un número) hay un restaurante, pudiendo también estar acompañado de otros signos que indican más prestaciones (gasolinera, hostel, etc.) Habitualmente le decimos a esto “símbolo”, pero la expresión correcta -ya veremos porqué- es “signo”. Una palabra también es un signo: “piedra” significa sólo eso, una piedra. Y las palabras son buenos ejemplos de semiosis (o comunicación social con signos). La palabra “piedra” no es la piedra, pero la representa para mí cuando alguien la pronuncia o escribe.

Sin embargo, un “símbolo” es otra cosa. Casi. Porque un símbolo no significa (ahí tienen ustedes, en el verbo “significar” la atribución del “signo”) una sola cosa, sino que puede aglutinar múltiples interpretaciones. El símbolo:

“Evoca” en la persona que lo observa distintos contenidos: para uno, puede remitir a una iglesia. Para otro, a una tumba. Para un tercero, recordarle el rosario que la mamá tenía sobre su lecho matrimonial. Y quizás para otros otras historias, o varias de ellas a la vez.

La segunda característica de un símbolo es que es un lenguaje emocional. Mientras que las palabras (signos) construyen el discurso racional, por el cual trato de convencerte argumentativamente (más allá de la eventual manipulación o subjetividad del contexto en que se emite o recibe el discurso) los símbolos actúan sobre el inconsciente individual o el imaginario colectivo, creando respuestas instintivas, inconscientes precisamente, emocionales, despertando pulsiones, confrontando o nutriendo creencias. Y recordemos:

Si se implanta, acepta o cultiva cierta Creencia, ésta determinará el rasgo de nuestras Ideas (no al revés, lo que explica que existan científicos e intelectuales de probada capacidad que sin embargo adscriben fervorosamente -a veces, fanáticamente- a determinadas religiones o ideologías), las que a su vez condicionarán nuestro Comportamiento y, sobre ello, la manera en que nos comportamos (o sea, actuamos – reaccionamos) de cara a la Sociedad. Esto es clave. Si se sabe cómo imprimir profundamente ciertas creencias a las Masas, se controlará su pensamiento, conducta, vínculos. Y esto es útil tanto para los Cultos como para las Ideologías políticas. Es el primer paso controlado y optimizado para un Fanatismo Funcional.

Entonces tenemos aquí esta idea de poder actuar sobre grandes grupos humanos mediante la manipulación de sus emociones. ¿Cómo hacerlo? Hay formas más sencillas y formas más complejas y elaboradas y, como anticipé al comienzo de este artículo, no agotaré ni de cerca la extensión del tema. Pero bien podemos ir introduciendo algunos ejemplos.

Para comenzar, exagerar emocionalmente la idealización utópica, épica del mensaje que se quiere significar. Cuando en enero de 2013 se recuperó mediante un arduo procedimiento de negociación jurídica la fragata “Libertad”, de la Armada Argentina -que había sido retenida en un puerto de Ghana como garantía de pago de una deuda que el país tenía a nivel internacional es de 2011, la convocatoria partidista a la llegada a puerto nacional de la misma estuvo -entre otros recursos, apalancada en este gráfico:

Tenemos aquí un interesante ejemplo de “manipulación simbólica”, muy propia, por otra parte, de lo que conocemos como “Kirchnerismo” -cuya historia está plagada de ejemplos de este tipo, lo que me lleva a preguntarme quién o quiénes, en sus estructuras de poder, conocían, con el nombre que fuere, estas tácticas de manipulación colectiva- ; es obvio que ninguno de sus seguidores, ni aún los más extremistas, pensarían que la ex Presidente argentina vendría timoneando la fragata (más aún, con un sistema de timón que no se usa desde principios del siglo pasado-, cubierta con un capote para tormentas, despeinada al viento atlántico y señalando su destino. Pero la metáfora de la imagen, obvia, infantil si se quiere, rozando lo ridículo, es -aceptémoslo- extremadamente “atractiva” (estéticamente hablando, aunque eso también es subjetivo) desde lo imaginario.

Luego, como ya he escrito, la profundidad emocional. Para continuar con otro ejemplo de este país, la cifra de desaparecidos-muertos durante la Dictadura militar. Desde que se sabe fehacientemente que en términos objetivos no fueron 30.000, esta cifra (frente a la histórica, de unos 8.000) se ha transformado en un símbolo. Pues ya no interesa si objetivamente falleció ese número sino, para ciertas corrientes ideologizadas, lo que “representa” (para unos, el dolor, la injusticia). La lógica y el sentido común dicen que la injusticia, el asesinato, la inmoralidad no precisa una cifra tan elevada: diez desaparecidos merecen tanta justicia como cualquier otro número. El raciocinio, el sentido común, nos dictan que quien desee luchar por esa causa sinceramente no necesita “inflar” el número. Un número errado despierta suspicacias. Un número errado que trata de imponerse aún en contra de la verdad histórica despierta suspicacias y sospechas. Y dejando de lado a los que hacen su negociado con la cuestión de los Derechos Humanos, ¿qué provoca que tantas personas, hábiles intelectualmente, se enfurezcan ante el cuestionamiento de un número que no significa cuestionar sus razones en sí? Es simple: han quedado atrapadas en la “telaraña emocional” que la energía del símbolo (recuerden a Litvinoff) tiene. Tratarán de “argumentar” (aquí no puedo dejar de autorreferirme y recordar aquella frase de “las explicaciones dadas después de los hechos dejan de ser explicaciones para convertirse en excusas”) que lo que señalo es “negacionista”: bueno, ahí tenemos otro símbolo, en este caso una palabra (porque ya no significa etimológicamente una sola cosa, sino tiene tantos significados como quienes lo usen quieran atribuirle). Después de todo, creo que no podría haber más Relato indestructible que aquél que se construye sobre la Verdad de los Hechos.

Pero las manipulaciones colectivas -de cualquier identidad- no terminan aquí porque pueden acudir a profundidades más umbrías de la mente: el Inconsciente Colectivo. Como aceptamos, el mismo está construido por una serie de “ladrillos” que llamamos Arquetipos (la documentación, explicaciones y desarrollo de la naturaleza arquetípica, de Jung hasta aquí, es tan abundante que me evito extenderme invitando al lector que busque la información a su buen entender). Y cuando asociamos la “evocación” de ese Arquetipo a determinado fin, generamos una respuesta que -según el Arquetipo “evocado”- será de atracción o repulsa de ese fin.

Permítanme detenerme un momento para abundar sobre la palabra “evocar”, “evocación”, a la que ya he acudido varias veces. Por supuesto, no tiene nada que ver con “invocar”, que es en lo que generalmente se piensa. “Evocar” es reaccionar trayendo algo a la imaginación por asociación de ideas. La evocación, como tal, puede ser consciente o inconsciente y, en este segundo caso, espontánea o inducida. Ya ven entonces ustedes por dónde va el hilo de razonamiento.

Entre las imágenes arquetípicas que podemos ejemplificar, tenemos al Grial (o, más bien, la búsqueda de él). Trascendiendo la historia o leyenda cristiana y transformándose en un Mito (que, como sabemos, no es sinónimo de fábula sino de raíces históricas con enorme carga emocional colectiva), todos buscamos Griales en nuestras vidas. O “el” Grial que -esto es un reduccionismo- es la búsqueda de sentido y trascendencia en el proceso de unirse con lo divino en nosotros descubriendo la esencia más pura de nuestra naturaleza, es decir, conociéndonos sin mentiras, excusas y apariencias). Lo sepamos conscientemente o no, todo ser humano está en el Camino de esa Búsqueda. Avanza, retrocede o permanece inmóvil, se sale del Camino o retorna a él, pero allí está. Y quien hace consciente ese proceso es aquél Iniciado en los Misterios Menores.

La manzana es otra imagen arquetípica. Representa la riqueza, pero una riqueza de conocimientos. Vean esta viñeta simpática:

Un camarero lleva una manzana a un conjunto de personajes por todos conocidos, imaginarios, alegóricos y muchos de ellos, transmisores en su ingenuidad de enseñanzas ancestrales. Ahí están Guillermo Tell y su hijo, Blancanieves y la madrastra, la diosa Eris, Adán, Eva y la serpiente, Newton, debería estar Hércules también… ¿qué tienen en común todos estos personajes, algunos históricos (Newton, Tell), otros semi históricos (Hércules), otros imaginarios (los demás). Pues en todas esas historias, una manzana guarda un importante rol protagónico.

En el caso de Hércules (posiblemente llegaba retrasado a esta cena) uno de sus Doce trabajos (que tienen una enorme carga simbólico astrológica, por otra parte) fue robar las manzanas de oro del jardín de las Hespérides. Estas, semidivinas damiselas, custodiaban tales frutos en un jardín que se supone ubicado al norte de África (ya saben ustedes de la fuerte impronta mitológica de Hércules en España –recuerden un artículo mío respecto a su “presencia” en Toledo) y le fue encomendado al héroe robarlas (las manzanas, no a las damiselas). En el camino tuvo que luchar con el gigante Anteo, guardián del lugar, que tenía el “plus” de recibir energía de su madre, la Tierra, de modo que cada vez que caía al suelo sus heridas regeneraban inmediatamente, lo que luego de largo combate obligó a Hércules a levantarlo en brazos y quebrarle la columna en tan incómoda posición. Algunos exégetas proponen que tales “manzanas” se trataba en realidad de conocimientos, posiblemente agrícolas, de importancia vital en esos tiempos de Edad de Bronces, y que Anteo sería el nombre del jefe de un ejército que custodiaba el lugar (recordemos que “Herakles”, ya que “Hércules” es su adaptación romana, es también un puesto jerárquico militar. Así, cuando se dice que Herakles – Hércules vence a Anteo, no se trataría de la lucha de dos individuos sino de dos ejércitos. Cuando decimos que “Nelson venció a Bonaparte”, no pensamos en dos individuos solitarios cañoneándose de barco a barco, sino que personifican las facciones en pugna).

Tenemos también el mito de la diosa Eris, diosa de la discordia. Cuenta el mito que cuando los dioses debieron discutir cuál diosa era más bella, terciaron Afrodita, Hera y Atenea. La ganadora se llevaría de premio una manzana dorada que tenía inscripta la palabra “kallisti” (“para la más hermosa”). Pero hete aquí que a Eris no la invitaron. Ocurrió entonces que Zeus, para dirimir la disputa, hizo que acertara a pasar por el lugar un humilde pastor, de nombre Paris, a quien se le dio el encargo de ser juez. Cada diosa prometió a Paris algo: una, infinitas riquezas, otra, poder sobre el mundo, la última, el amor de la mujer más bella de la tierra. Se retira Paris a meditar, y es cuando se le aparece Eris, rencorosa por haber sido excluida, aconsejándole (manipulándole) para que le entregara el premio a Afrodita. Así hizo el ingenuo, y Afrodita, agradecida, se encargó que conociera y se enamorara de Helena, esposa de Menelao, rey de los aqueos… y todo terminó en la guerra de Troya.

También tenemos allí a Adán y Eva y su manzana, del Árbol del Bien y del Mal, o de la Ciencia (según que versión de la Biblia estemos leyendo). En definitiva, la manzana otra vez como símbolo de Conocimiento. Y podríamos continuar.

Paso a otro ejemplo arquetípico, la Mano. Aparece en el Inconsciente Colectivo desde la más remota antigüedad al presente, tiene importancia artística, cultural, política. Desde la “Cueva de las Manos” (en este ejemplo la que encontramos en la patagónica provincia argentina de Santa Cruz, pero hay muchas otras en el planeta, símbolo mágico de “rito de paso” a la adultez y de dominio sobre el mundo natural), los “mudras” (posturas de manos que, en filosofías orientales, provocan respuestas energéticas o espirituales por parte de quien las practica). Piensen también en el uso de “gestos de manos” -desde el socialismo al nazismo- para literalmente hipnotizar multitudes. ¿Es casualidad lo ocurrido en torno al “caso de la mano cortada”, protagonizado en 1954 por Margarita Ruiz de Lihory, Marquesa de Villasante (el episodio es tan espeluznante y complejo que no puedo extenderme aquí, pero les invito -a quienes no lo conozcan- a acceder al podcast específico sobre ese tema que estará siendo publicado en estos días) Y si esa mutilación no tuvo nada de simbólico, aún así, no puede negarse que el hecho de tratarse fundamentalmente de una “mano” (porque dicha mutilación también implicó otras partes de un cuerpo, pero se identifica todo con la “mano”) acude a esta reminiscencia inconsciente.

O el robo de las manos del cadáver del general Juan Domingo Perón en 1987, jamás hallada y con muchas connotaciones esotéricas (desde el alias de quien se comunicó exigiendo el cumplimiento de ciertas condiciones para su devolución hasta otros detalles). Si se me permite aquí una digresión personal, estoy convencido que tuvo un significado místico: Perón era masón, y recordemos que los masones se identifican entre sí con un “toque secreto” al estrecharse las manos. El corte de las manos, simbólicamente hablando, le impediría hacerse reconocer como un “Iniciado” en otros planos espirituales. Por la importancia de este toque, es que cortar las manos de un masón es una acusación de traición.

Podemos enlistar también cierta forma de “satanismo musulmán” -como relata el investigador y periodista Manuel Carballal en su investigación sobre la “mano cortada”, en el culto a Iblis, Saytán o Malek-Taws; el Diablo de El Corán. Cultos sangrientos como los Yassasim, los Thug, o más probablemente los Yezidis. Sus textos; «Libro de la Revelación» y «Libro Negro», proclaman una especie de «satanismo», en tanto adoran a Malak, el «Ángel de los Tormentos» según el Sagrado Corán (Sura XLIII, 77) y en sus ceremonias es común la ofrenda de manos amputadas.

Finalmente (sólo por el momento, pues la extensión del tema va más allá del alcance de este artículo) podemos citar también al Arquetipo de San Jorge. El símbolo del caballero puro enfrentando al Dragón para rescatar a la Dama tiene a sus espaldas una extensísima literatura, desde mitologías medievales hasta análisis hermenéuticos contemporáneos. Aún más, podemos imbricar el Dragón con el Tesoro Oculto, todas imágenes plenas de significados simbólicos, muchos de ellos admirablemente descritos en imágenes en los arcanos del Tarot.

La omnipresencia inconsciente de los símbolos y su carga emocional, entonces, los hace feraces instrumentos de manipulación, sea individual o colectiva.

Como escribí antes, se trata de establecer una asociación objetivo – emoción – símbolo. O, puesto de otra forma, encontrar primero qué símbolo evoca cuál emoción y entonces incorporar repetida e insistentemente ese símbolo a un discurso, oral, visual o auditivo. No se trata solamente de “relatar” una historia; se trata de hacerlo apoyado en símbolos con carga afectiva. Entonces, a posteriori la sola presencia del símbolo arrastrará la reacción emocional asociada y ésta, a su vez, evocará el discurso. Paralelamente, bajo el mismo esquema pueden asociarse otros símbolos a emociones “negativas” y, en consecuencia, la inclusión de esos símbolos en un contrarrelato disparará la misma reacción inconsciente pero en dirección opuesta. Agréguenle a esto el adecuado manejo de los “sesgos de aceptación” (muchos de ellos, a su vez, consecuencia de sostener una “estructura simbólica” previa durante años) y el biofeedback será espontáneo.

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