La Virgen de la Candelaria: ¿secreto templario o encuentro cercano de tercer tipo?

Mi visita hace unos meses a Tenerife, una de las Islas Canarias, también incluía la intención de documentarme y reflexionar “in situ” sobre una de las “apariciones marianas” que más había llamado mi atención en un tiempo tan lejano como 1976, cuando por primera vez leí el atípico libro de Erich Von Däniken “Las Apariciones” (atípico porque el escritor suizo, inevitablemente identificado como el popularizador de la teorías de extraterrestres en la antigüedad, había dado aquí un giro inesperado a su trabajo conocido, revelando años de acumular información e ir tomando paciente nota de un tema tan -si no más- polémico que el que le hizo conocido mundialmente). Como he escrito en otras ocasiones, además de la información que uno puede acumular y sobre la cual reflexionar, las “inspecciones de visu” (como gusto llamarlas) suman lo suyo, pues permiten contextualizar, recabar miradas y pareceres diferentes; literalmente, proyectar, casi como una holografía intelectual, el bosquejo que nos hemos hecho sobre la realidad física en que esos hechos ocurrieron.

El autor junto a las estatuas que recuerdan al mencey Acaymo y otros
El autor junto a las estatuas que recuerdan al mencey Acaymo y otros

De manera que para introducirnos en este caso en particular recordemos que la llamada “Virgen de la Candelaria” (originalmente, “de la candela”, pues dícese que en sus apariciones lleva una “luz” en su mano izquierda) tiene distintas historias sobre su manifestación primera. Fray Alonso de Espinoza escribió, allá por 1594, que habría ocurrido en algún momento entre 1392 y 1401 (antes años de la “conquista” de las islas por España), en que dos “guanches”, indígenas autóctonos, al acercarse a la costa, cerca del barranco de Chimisay, en el municipio de Güimar (paradójicamente, donde se encuentran las polémicas “pirámides de Güimar”, y esto creo que tiene su importancia) encuentran la imagen sobre una roca, imagen que en un principio creyeron animada. Dice el buen cura que al acercarse, uno de ellos al tratar de tocarla quedó tullido de un brazo y el otro, al intentar atacarla con un cuchillo, se hirió a sí mismo. Espantados, corrieron a dar cuenta al “mencey” (reyezuelo local) Acaymo, quien se dirigió con su gente y, desde lejos, ordenó a los mismos nativos heridos aproximarse y tocarla nuevamente. Fue en ese momento en que ambos habrían quedado instantáneamente curados y, maravillado, el mencey ordenó llevarla a una cueva “real”, donde permaneció y fue adorada por mucho tiempo antes de trasladarla a otra cueva, más próxima a la costa, llamada “de Achbininco”, hasta que en 1668 se edifica un primer santuario, destruido por un incendio a fines del siglo XVIII y luego distintas capillas hasta que en 1959 se levanta la actual Basílica que la cobija. Aquí debemos detenernos para recordar que ésta, si bien es la más conocida, no es la única historia sobre su primera aparición.

De hecho, un mural en la misma Basílica comenta lo que sería una aparición previa, posiblemente en 1310: la “virgen” se habría manifestado envuelta en un halo luminoso, a cierta altura, frente a las costas de Güimar, con una poderosa “luz” en su mano izquierda. Y la historia “lavada” del encuentro de la imagen, muy posterior, se explicaría por el temor y la superstición que habría detonado el recuerdo, transmitido oralmente, de aquella primera.

Mural en la Basílica, interpretando una de las “apariciones aéreas” de la Virgen.
Mural en la Basílica, interpretando una de las “apariciones aéreas” de la Virgen.

Debo decir más: varios tinerfeños -decididamente escépticos- han barajado también la idea que la “virgen” se trataría del mascarón de proa de un barco naufragado (nada extraño en un archipiélago volcánico, pletórico de rocas y restingas) arrastrado a la costa por la marea y hallado por locales fácilmente impresionables.

Pero si volvemos a la historia original y para continuarla, debemos relatar que en 1826 un terrible temporal destruye la capilla y arrastra al mar la imagen, desapareciendo -hasta donde se sabe- para siempre, de resultas de lo cual se encarga la presentación de una nueva y es aquí donde se comienzan a señalar sugestivos detalles: efectivamente, se entiende que no sería exactamente igual a la previamente desaparecida, y cabe preguntarse hasta dónde tendría sentido o significado esas eventuales diferencias. Fernando Estévez, el imaginero contratado para la talla, recibe precisas instrucciones eclesiásticas, entre otras, que respondas al estilo “barroco romántico” propio de la época, lo que hace suponer que el estilo de la original era muy diferente. Es en ésta, del siglo XIX, donde se incorporan vestiduras con inscripciones que no han sido descifradas, a saber:

  • En la pretina del cuello:
    ETIEPESEPMERI
  • En la manga izquierda:
    LPVRINENIPEPNEIFANT
  • En la parte inferior de la túnica:
    EAFM IPNINI FMEAREI
  • En el cinturón:
    NARMPRLMOTARE
  • En el manto, en el brazo derecho:
    OLM INRANFR TAEBNPEM REVEN NVINAPIMLIFINIPI NIPIAN
  • En la orla de la mano izquierda:
    EVPMIRNA ENVPMTI EPNMPIR VRVIVINRN APVI MERI PIVNIAN NTRHN
  • En la parte trasera, en la cola:
    NBIMEI ANNEIPERFMIVIFVE

Y esto nos sumerge en el aspecto más apasionante: la virgen de la Candelaria es una “virgen negra”. A tal punto que los lugareños la llaman afectuosamente “la Morenita” (y que no hay que confundir con la virgen de Montserrat, en Cataluña, igualmente negra). Si mes de interés para ustedes conocer más sobre nuestras reflexiones sobre este tipo de virgen, recomiendo escuchar nuestro podcast de “Al Filo de la realidad” N° 256 titulado «El enigma de las Vírgenes Negras», sirva simplemente recordar dos cosas: que las mismas -características de la Edad Media y finales de la antigua – están más próximas al culto de Isis que al de la María cristiana, y su indiscutible vinculación con la orden de los Templarios. De hecho, los mismos Templarios cuya presencia en Canarias se considera un hecho, como parte de su travesía hacia América en tiempos previos a Colón quien, por su parte, habría tenido referencias templarias para su primer viaje y es por ello, justamente, que desembarcó y permaneció un tiempo en Gran Canaria y La Gomera. Porque por cierto -esto es una obviedad para nuestros lectores europeos, pero no necesariamente debe ser conocido, por ejemplo, por los lectores americanos- las Canarias no fueron “descubiertas” por los españoles; la llamada “conquista” de las mismas es otra cosa. De hecho, fueron conocidas y visitadas por romanos, griegos y hasta fenicios (a fin de cuentas, fueron las “islas Afortunadas” o también “islas de las Hespérides”, tan famosas en el mito de Hércules, en el episodio de las manzanas de oro) y tiene fundamento la “hipótesis atlante” (que las considera una colonia provinciana del continente desaparecido). Como se verá, entonces, la filiación “isíaca” (no olvidemos que los antropólogos entienden que el poblamiento de las islas se debió a migraciones de bereberes en tiempos prehistóricos, y que ciertos hallazgos arqueológicos -como el “templo” en la isla Lanzarote- remiten a pensar en tradiciones culturales griegas y eventualmente egipcias. En síntesis, la “pista templaria” postula que se trataría, en primer lugar, de una imagen llevada por miembros de esa Orden, quizás cuando huían de su exterminio (recuerden que en 1307 se emite la orden real de desmantelamiento y captura, y es en 1312 cuando se llevan adelante las principales y más sonadas ejecuciones… casi con exactitud en los años asignados a las primeras apariciones de esta Virgen). Y una evidencia circunstancial pero muy sugestiva de ello es que a la Candelaria se le encienden velas verdes… precisamente las que en el Medioevo se ofrecía a las Vírgenes Negra, porque de ese color eran las consagradas a Isis.

Pero, ¿cómo aparece la “hipótesis OVNI”? Aquí, tiene gran peso el enorme mural que en la Basílica remite a la manifestación en los cielos circa 1310, la primera de una serie que, según relatos, se extendió por varios años: un halo o esfera luminosa, un ente humanoide en su interior, una “esfera luminosa” en su mano… ¿debo recordarles episodios como -sólo para circunscribirme a casuística argentina- el “caso Pretzel”, de 1968, el “caso Planta Isabel”, de 1972, o el de la guarnición militar de Tapalqué, en 1968?

Pero aquí la analogía con el tema OVNI que planteo no tiene necesariamente un significado “extraterrestre”, pues también adquiere una componente “paranormal” o, si se quiere, “parapsicológica” (en la hoy popular corriente ufológica que acepta la naturaleza “multidimensional” del fenómeno -¡Oh, aquellos tiempos en que quienes planteábamos esta posibilidad éramos tomado por delirantes por nuestros propios colegas!- se trataría de “entidades” de otros planos) ya que sus apariciones posteriores -algunas individuales, otras colectivas que han sido en buena medida el estímulo para que su culto se extendiera con tanta facilidad por todo el mundo- han estado asociado a fenómenos de “sanaciones” (respetando las creencias religiosas de quienes lean, permítanme recordar que las “sanaciones espirituales” tienen una fuerte hipótesis explicativa en el fenómeno parapsicológico de “psicokinesis” -que NO “telekinesis”-). Es demasiado obvio que si una “aparición de Tercer Tipo” ocurría en ese siglo XIV o comienzos del XV, en el pensamiento popular había sólo dos maneras de “entenderlo”: o como “aparición milagrosa” o como “aparición demoníaca”. Porqué  una u otra tiene que ver con paradigmas culturales (lo “bello” tiende a ser identificado como “bueno;  lo “feo”, como ”malo”) así como en la fuerte creencia preexistente en “Chaxiraxi”, “la que sostiene el firmamento”, pretendida “diosa” de la tierra guanche, cuyo origen se pierde en la noche de los tiempos (frase que nadie escribió nunca). Y aquí debemos detenernos un momento.

Porque Chaxiraxi no sólo es la versión local de “Pachamama” o “Tonantzin”. Porque también se relaciona con la Luna, el Sol… y la estrella Canopus. No sirio, no las Pléyades, específicamente Canopus. O, como se la llama más correctamente en el ambiente astronómico, Alfa Carinae, a 309 años – luz de distancia. Tiene múltiples interpretaciones o, podríamos decir, “advocaciones”… como la propia Isis. Hasta en la relación de ésta con Sirio. Y Canopus era la segunda estrella más reverenciada en Egipto luego de ésta.

Pero Chaxiraxi se llama como se llama porque se consideraba era la fuerza que mantenía el firmamento en su lugar. Y si recordamos el origen beréber de los guanches, debemos también recordar que en la tierra de donde provienen, donde se encuentra el monte Atlas, sus antepasados estaban convencidos que un titán -por quien esos montañas se llamaron así- sostenía la Tierra en su lugar. O sea, una “pareja cósmica”, una sosteniendo el firmamento, el otro la Tierra, con absoluta correspondencia geográfica con el origen étnico de los posteriores habitantes de las islas. Esto no puede ser casual.

Según muchos estudiosos, Chaxiraxi es, en cambio, la madre del dios – sol, Magec. Y recordemos que Isis es madre de Horus, dios del firmamento. Además, se afirma que en la cueva de Achbininco ya existía desde tiempos inmemoriales un santuario a Chaxiraxi, con lo cual la relocalización de la imagen de la Candelaria allí es, o bien un automatismo de sincretización, o las referencias a la imagen de la Virgen allá por 1392 -1401 en realidad eran de esa Chaxiraxi y sólo tardíamente aparece la imagen católica, a la que se refería Espinoza en 1594.

Antigua construcción en Gáldar, Gran Canarias
Antigua construcción en Gáldar, Gran Canarias

Es aquí donde debo acudir a la memoria del lector y recordarle que todos esos eventos ocurrieron alrededor o en proximidades de las pirámides de Güimar, sumamente polémicas y un enigma en sí mismo (leer «Islas Canarias, tierra de enigmas»). Lo menos que puede decirse es que ese conjunto de hechos (y muchos más que no agotaremos aquí, pues esta zona de Tenerife es conocida por la multiplicidad de casos OVNI en los cielos y “apariciones sobrenaturales” en los barrancos) es que de por sí podemos considerar al paraje una verdadera “ventana forteana”.

Al igual que en Fátima, estoy convencido que “lo” que se apareció en Canarias no es una “virgen” en el sentido teológico del catolicismo, sino una “entidad” -como en el caso de Fátima- asimilada al contexto cultural de ese entonces, con una Iglesia muy oportuna en fagocitar el hecho histórico (psicológicamente traumático para esas gentes sencillas) para regurgitarlo como instrumento de adoctrinamiento y alineación.


Nota: mi enorme agradecimiento a los queridos amigos Adriana Peralta Pedeferri y Josep González, los verdaderos y cálidos artífices de mi visita a Canarias.

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