Apareció casi de golpe, al doblar una curva en la senda peatonal del centro arqueológico de Xochitecatl. Me detuve, pasmado, y un hormigueo que hace tiempo no corría por mi columna vertebral volvió a decir «presente». Merecería ser un oopart1. Porque ese «trilito», ese tipo de monumento con forma de dintel y formado por una piedra horizontal montada sobre dos verticales, podemos encontrarlo en Europa, en Asia, pero… ¿en América? Quizás –mucho más enigmática, por cierto– rememore la Puerta del Sol, en Tiwanaku, Bolivia. Pero (otra vez), ¿en México?
Allí estaba. En lo alto de una pirámide. En puridad, de un «teocalli». No pude evitar gritar con infantil entusiasmo un «¡Allí está!» eufórico. Allí estaba. Había visto una foto que no le hacía ningún homenaje en Internet, mientras preparaba mi recorrido de esos días. Tlaxcala, Cacaxtla, Xochitecatl… mientras luchaba con mi lengua trabándose en tantas «x», no había asimilado la información de esta extraña conjunción. Dolmen + pirámide. Único. Fascinante. Inexplicable.
La visita al pequeño museo local me ilustró sobre la naturaleza femenina del culto llevado a cabo allí. Las mujeres; eran las mujeres las responsables de un culto extraño y asaz único. En un pequeño «cenote» –pozo– frente a la pirámide arrojaban su ofrenda de flores rojas y blancas. Ofrendas que, como documenta la foto, aún se realizan en el presente, evidencia de un culto que ha sobrevivido al paso del tiempo.
Reverenciando la feminidad, lo matriarcal… ¿Un culto a la Diosa en el Anahuac? Tonantzintlalli, la Madre Tierra. Recuerdo un artículo distribuido a mis lectores hace días y pregunto: ¿no es el culto a Tonantzin, a Pachamama, más genuinamente sucedáneo del culto a la Diosa ancestral que la aggiornada Virgen católica? A fin de cuentas, ¿sería el dolmen, con su eco europeo donde las sacerdotisas de ese culto fueron señoras que a su sombra reverenciaron su poder, un símbolo al futuro para recordarnos una liturgia extendida por todo el orbe en aquellos tiempos remotos?
Pero había aún más. Cuando ascendí a la pirámide, algunas grandes piedras semienterradas que se abrían en semicírculo alrededor del dolmen me mostraron que éste no era un monumento único. Que formó parte de una construcción mayor. Y no se necesita mucha imaginación para completar el semicírculo con la mirada e imaginar un cromlech, un círculo de piedras enhiestas y cubiertas con dinteles, también de piedra. Y de allí a visualizar un reducido Stonehenge local, sólo un paso.
Minutos antes, la experiencia, la vivencia espiritual del día. Son las pequeñas cosas que jalonan mi existencia y que alegran mi espíritu, pues no he perdido la capacidad de asombro y sorpresa, y aún río y me exalto como un niño cuando estas cosas me suceden. Ocurre que antes de ascender a la pirámide, prometiéndome dejar lo mejor para el final, observo a mi derecha un edificio de baja altura. Me lanzo a ascenderlo, sin ver, sin buscar, la infaltable estela explicativa. Una vez dentro de él (sobre él, en realidad) me encuentro con una tinaja de piedra de gran tamaño y dentro de ella, un monolito.
Me detengo a observarlo, y sentí un impulso visceral: ante el rostro de la imagen, desdibujado por el tiempo, tuve la necesidad de tomar mi botella con agua y derramar, en reverencial concentración, una buena cantidad sobre la misma. Para disimular, supongo, mi incomodidad por lo que pensé un acto irracional, simplemente agradecí a lo que fuera la oportunidad de estar allí. Y bajé de regreso.
Al descender la explanada, descubro, a un costado, la estela explicativa. Y leo, atónito, la explicación: que ese edificio era llamado «de la serpiente» (Coátl era, después de todo, la imagen de la batea de piedra) donde los ancestros concurrían a hacerle sus ofrendas de… agua.
Xochitecátl se encuentra muy cerca de Cacaxtla, donde bajo un techo protector se levantan las ruinas admirablemente bien preservadas de un centro ceremonial. Frisos impactantes, aún con sus colores originales. Y una vez más, soportar las explicaciones conformistas (para la historia académica) de los guías turísticos, con sus descripciones agotadas (y agotadoras) de sacrificios humanos y sed de sangre. Me costó retener el impulso de manifestar en voz alta mi disconformidad. Pero de eso he escrito en otro lugar.
(1) Oopart: Out of place artifact. «Artefacto fuera de lugar». Dícese de la aparición de objetos incoherentes con su naturaleza y el lugar y momento en la línea temporal que ocupan. Clavos de hierro en estratos de rocas de millones de años de antigüedad, baterías eléctricas en la antiquísima Bagdad, batracios vivos en geodas que cristalizaron hace centenares de miles de años…
Hola Gustavo. ¿Stonehenge o instrumento musical de piedra? Pienso en un juego de «trilitos» con la piedra horizontal de distintos tamaños en lo alto del resonador ideal: una pirámide. ¿Que efecto produciría la melodía inaudible?
Hola amigo. Idea interesante. Ahora, una pirámide sería resonador ideal si fuese hueca, ¿verdad? (que no es éste el caso). Abrazo
Escribí «resonador» un poco a la ligera, sonido lo sería sólo por analogía, al golpear la piedra en tensión provocarían una vibración perceptible con un sismógrafo, no con el oído (excepto por algún armónico). Seguramente la arquitectura en sillares de la pirámide vibraría y podría «resonar» a pesar de estar llena de tierra. Por cierto, hay pirámides mexicanas construídas como muñecas rusas, ¿podría serlo también esta?. Gracias y un abrazo.