❝Todas las formas de psicoterapia y práctica religiosa pueden ser vistas psicológicamente como intentos de salvar la brecha entre nuestros cerebros antiguo y nuevo. Por ejemplo, en el análisis de sueños, los mensajes arquetípicos generados por nuestro cerebro de reptil son llevados a la conciencia e integrados por la razón y la comprensión neomamíferas. (Es interesante destacar que muchas formas simbólicas de la mitología son reptiles: la serpiente del Edén, la diosa Kundalini del hinduismo, los dragones de la alquimia cristiana, etc). De igual modo, cuando se emplean mantrams u oraciones durante la meditación, se están dirigiendo conscientemente los procesos neomamíferos hacia la repetición, funcionamiento psíquico que corresponde a nuestro más antiguo impulso de reptil.
Roland Fischer, un psicofarmacólogo erudito que se autodenomina «biólogo del instante fugaz y cartógrafo del espacio interior», sugiere que la experiencia de la unidad mística con uno mismo es, en el nivel biológico, una proyección del sincronismo interno entre los procesos corticales y subcorticales.❞
“La Alquimia del sistema nervioso”
Phil Lansky
A lo largo de numerosos artículos y libros, he defendido la postura de que lo que llamamos «fenómeno OVNI» y todas las manifestaciones de reales o supuestos «planos espirituales» no son más que dos caras de la misma moneda, en ambos casos racionalizados tal vez erróneamente por la percepción y la cultura humanas, pertenecientes ambos hechos a una dimensión, mundo o realidad paralela a la nuestra. Por supuesto, esto sin mácula en mi fuero íntimo de sospechar que parte de la fenomenología OVNI sí es de origen netamente extraterrestre. Remito al lector a esos trabajos para mayor información, si bien a título ilustrativo permítame recordarle mis anotaciones sobre «Simbología OVNI y sus implicancias».
Aquí, en tanto, me propongo abordar la reunión de evidencias desde otra óptica; señalando cómo ciertas técnicas históricamente aceptadas para desarrollar percepciones de orden superior pueden en realidad estar abriéndonos las puertas a esas dimensiones paralelas, así como su eventual aplicación en la investigación OVNI. Con todo el respeto que me merecen –y es mucho– la «investigación de campo» y la «investigación de escritorio» en esta disciplina, vamos a ensayar algunos tímidos pasos detrás de nuevas formas de acercarnos al fenómeno.
Toda teoría o hipótesis, más allá de su grado –o no– de verosimilitud, tiene generalmente en un hecho aislado un disparador. El mío fue repasar las instancias de uno de los casos que entiendo más interesantes pero menos estudiados de la casuística OVNI en mi país; Argentina: el incidente Peccinetti–Villegas , quienes el viernes 30 de agosto de 1968, poco después de abandonar su trabajo como empleados del Casino local, se dieron de narices con un objeto y cinco particulares tripulantes quienes, en el proceso, les extrajeron muestras de sangre, así como les exhibieron una especie de «pantalla» con diversas imágenes y trataron de comunicar telepáticamente con los azorados testigos.
Debo haber leído decenas de veces el relato de estos hombres pero sólo recientemente me detuve en una línea más tiempo del necesario. Es cuando Peccinetti, para describir el proceso de observación de las entidades señala que, pese a saber que no tenía miedo, sentía que estaba como paralizado, y que en ningún momento pudo mirarle directamente al rostro. Era como que «algo» le hacía desviar la mirada levemente a un lado e inclusive, cuando los seres salieron de su campo visual, debió seguir el desarrollo de los hechos con el rabillo del ojo. Rabillo sumamente eficiente, deberíamos decir, porque la cosa fue para largo.
Me quedé pensando. ¿A qué me hacía acordar esto?. Pronto lo supe. A los relatos bíblicos donde los testigos de apariciones sobrenaturales confiesan no poder mirar directamente la «faz resplandeciente» de las apariciones (no por exceso de luminosidad; ya que en otros párrafos hacen explícitas referencias a ello, sino, otra vez, porque algo (¿tal vez el simple miedo o sumisión?) les obliga a desviar la mirada. Y en cuanto a mirar con el «rabillo del ojo» (técnicamente: visión periférica) desde tiempos remotos es una eficiente técnica de las disciplinas orientales para desarrollar en primera instancia atisbos de clarividencia.
Pero había algo más. Creía recordar –y les propongo a ustedes la misma experiencia– que en los sueños, nuestros sueños, no solemos mirar directamente a los ojos de las personas, conocidas o no, que en ellos aparecen. Pensando en principio que podría tratarse simplemente de timidez de mi inconsciente, consulté con muchos conocidos. Lógicamente, encontré el obstáculo de que, por lo general, el común de la gente no suele prestar mucha atención a sus sueños y menos aún a detalles tan nimios de éstos como la forma en que observan en los mismos, pero un poco de perseverancia y bastante de insistencia de mi parte me permitió recoger fragmentos de recuerdos y relatos donde, efectivamente, muchos, si no todos los consultados, reconocían esta particularidad. Entonces inicié una segunda etapa de comprobación donde, a lo largo de varias semanas, fui llevando detalladas notas de mis propias ensoñaciones al despertarme, hasta que generé un cierto «biofeedback» que me permitía dormirme con la convicción de recordar las imágenes claramente a la mañana siguiente. Programación de sueños, que le dicen, si bien en este caso no me interesaba tanto recordar qué soñaría sino cómo lo haría. Y nuevamente la constante: en la generalidad de los casos, aunque sabemos claramente quién es nuestro interlocutor onírico y podríamos describir su rostro, este reconocimiento es más una «impresión», una certeza intuitiva; siempre, en el mundo de los sueños, la mirada se desvía a un lado o permanece fija en otra dirección, cayendo el rostro del ser soñado hacia un lado del campo visual. Sabemos quién es, aun cuando sabemos que no lo miramos. Esta relación entre «mirada desplazada», visión periférica, mundo de los sueños y testimonios OVNI –porque el que he citado es sólo un ejemplo de los muchos que podrían encontrarse en la casuística internacional– no podía ser casual.
El problema del no-tiempo
Percibo –si bien, justamente, lo que estamos poniendo en duda en este artículo es la validez de nuestras percepciones– que aquello que llamamos «tiempo» (o lo que entendemos como tal) es el árbol que nos oculta el bosque, lo que nos impide una visión global y más profunda del problema. Por ejemplo, sospecho que el abstruso concepto de «paso a otra dimensión» se nos haría mucho más asequible si no estuviera complicado por el «factor tiempo». Hasta el problema probatorio y filosófico de la reencarnación (contra la cual la Iglesia Católica parece oponerse tanto, no comprendiendo cuánto le convendría defenderla o, cuanto menos, explorarla, pues es lo único que le da sentido a la idea del «pecado original») se resolvería sencillamente si aceptamos que tal vez exista un «tiempo negativo», donde los hechos ocurridos «antes» tienen «causas» en los hechos del «después», de forma tal que –para decirlo simplonamente, gente «buena» tendría encarnaciones «peores» porque, en realidad –en la realidaddel no-tiempo o tiempo negativo– gente «buena» se ha transformado en «mala».
Pero convivimos con una riquísima casuística que nos hace dudar de que nuestro concepto del tiempo sea el más acabado, o, cuanto menos, de nuestra inexorable dependencia de él. En Miami, hace años, ocurrió un célebre episodio donde el doctor Henry Bravo puso a la doctora Silvia Bustamante en hipnosis y le hizo regresar dos años atrás, cuando aún estudiaba Biología en la Universidad Autónoma de Madrid y vivía en una pensión para estudiantes. Mientras le interrogaba sobre lo que veía a su alrededor y le preguntaba si había alguien en la habitación, ella naturalmente dijo que no, pero repentinamente gritó: «¡Oiga!. ¡¿Y usted qué hace aquí?!».
Sorprendido, Bravo comprendió por la pregunta que él se había «materializado» en la pensión. Ella: «¿Cómo ha entrado usted aquí?. ¿Cómo le han dejado pasar a la residencia si está prohibido?».
Entonces Silvia oyó cómo Bravo (un desconocido en esa época) le decía con afabilidad: «Mi nombre es Henry Bravo, soy doctor en Psicología. Dentro de dos años tú me vas a encontrar muy lejos de aquí, vas a trabajar conmigo, serás mi alumna y colaboradora». Ella le respondió que seguramente estaba loco y otra vez de dónde había salido (era evidente que, en el trance, Silvia no reconoció a su hipnoterapeuta, pues estaba mentalmente ubicada en «aquella» época, donde Bravo era un desconocido). Pero Bravo simplemente se dio vuelta y desapareció por el pasillo.
Nada se comentó al terminar una sesión de la que Silvia emergió sin recordar nada. Tampoco lo había hecho cuando meses antes conoció a Bravo: era lógico, en ese momento, Bravo era un desconocido, pues sólo después él –o su proyección– viajaron en el tiempo –cuanto menos mental, de Silvia– y pasó a formar parte de su propio pasado. Tiempo después, Silvia Bustamante comentaba con terceros de la manera más natural cómo se parecía el doctor Bravo a un desconocido que con el mismo apellido se había apersonado en su pensión estudiantil. Aquí ya no se trataba de la clásica situación de los relatos de ciencia ficción donde el protagonista enfrenta dos o más «futuros probables». Aquí se trata de haber cambiado de carril entre dos «pasados probables».
Esta discusión respecto del «tiempo negativo» me lleva ladinamente a recordar ciertas polémicas alrededor de la posible existencia de un universo de antimateria donde el tiempo, obviamente, sería un «antitiempo». Ese universo de antimateria lógicamente no podría estar contenido en el nuestro, ni siquiera en inconcebiblemente lejanas regiones cósmicas, porque la obvia zona de límites estaría en permanente cataclismo. Pero tal vez ese antiuniverso sí podría existir en un «plano» distinto al de este universo, coexistentes y sin embargo intocables entre sí.
Por otro lado, reflexionar más que en un «tiempo negativo» haciéndolo en un «no tiempo» plantea opciones interesantes: por ejemplo, asumir que el paso del tiempo es una creación sólo de nuestra mente conciente. Es mi conciencia la que percibe que al día le sigue la noche, a la primavera el verano, la entropía del envejecimiento de mi cuerpo, el movimiento de las manecillas del reloj… es ella la que se da cuenta del paso del tiempo. De hecho, empleamos en forma similar las expresiones «darse cuenta» y «tomar conciencia». Yo me doy cuenta de que el tiempo pasa.
Yo tomo conciencia de que el tiempo pasa. Ergo, si no tuviera conciencia, no percibiría el paso del tiempo; para mí, todo sería un eterno presente. Y me pregunto si poder desprendernos de la cárcel del tiempo será una forma de acceder, mediante un aún infuso salto, a otros planos paralelos.
Desplazando nuestro paradigma cerebral
Sabemos hasta el hartazgo que la mayoría de las funciones de raciocinio, pensamiento lógico y habla son de lateralidad izquierda, es decir, radican en zonas de la corteza cerebral izquierda, mientras que nuestra capacidad creativa, artística, nuestra percepción extrasensorial, parecen trabajar a través del hemisferio cerebral derecho. Por supuesto, desde que sabemos que las neuronas no son las pobres células incapaces de regenerarse que creíamos hasta hace unos pocos años sino que en realidad pueden reconstituirse (claro que mucho más lentamente) que cualquier otro conjunto celular orgánico (impresión equivocada devenida de que un proceso cualquiera de deterioro cerebral, por ejemplo mediante la ingesta excesiva de alcohol, destruye neuronas con más rapidez de la que éstas emplean para regenerarse, dando la errónea sensación de que su número está limitado desde el nacimiento) y desde que se ha demostrado que muchas funciones orgánicas privativas de una zona específica del neocórtex pueden ser desplazadas a otras (según resultados obtenidos después de prolongadas rehabilitaciones de accidentados) se acrecienta la certeza de que no toda la mente es una función del cerebro. Seguramente sí lo que llamamos «mente conciente» depende de la corteza cerebral; seguramente no aquella que llamamos «mente inconsciente». Percibo al cerebro más como un «sintonizador», un «transductor» de fenómenos (que manifestados en nosotros racionalizamos como mentales) que como un órgano «productor» de los mismos. La memoria es un claro ejemplo.
Memoria: el archivo del universo
En el mundo de la ciencia, la unidad de información es llamada «bit». Podemos representarlo con dos dígitos: el cero y el uno. Un alfabeto de cuatro letras podríamos representarlo con cuatro bits. Veamos: A= 00; B= 01; C= 10; D= 11. Nuestras 27 letras del alfabeto pueden representarse con 5 bits. Así, por ejemplo, la letra T correspondería al 10101.
De este modo podemos analizar cualquier configuración que exista en el universo, dividiéndola en unidades bit. La estructura de una estrella, una bella pintura de Goya o una deliciosa melodía de Mozart tocada al piano. Nos sería fácil, por ejemplo, dictar por teléfono a un amigo que reside en Montevideo la imagen de nuestro retrato. No tendríamos que hacer más que ampliarlo a gran tamaño, cuadricularlo con una red de líneas rectas y del mismo modo que jugábamos a la «batalla naval» en nuestros años escolares, definir cuadrito por cuadrito mediante dos bits (blanco, negro, gris claro, gris oscuro) cuatro letras para cada punto fotográfico que nos llevaría varias horas… y una abultada cuenta en la factura telefónica en base a dictar cientos de miles de ceros y de unos. Eso es exactamente lo que hace la TV cuando nos envía treinta imágenes por segundo.
Usted puede estar plácidamente sentado ante su televisor en una tarde de domingo viendo el fútbol. Mientras apura una cerveza, y en una hora, recibirá a través de la retina de sus ojos 10 a la 11 bits (igual a 1 seguido de 11 ceros, cien mil millones de bits) que podrán ser almacenados en su cerebro. Habría que sumarle los 300.000 bits que representan las palabras pronunciadas. Toda esa información equivale a una gran biblioteca de 15.000 volúmenes.
Durante nuestro período vigil y, aunque en menor escala, en el curso de nuestro sueño, penetra a través de nuestros sentidos una ingente masa de datos. El aroma de la ropa recién planchada y el ácido sabor de una mandarina se mezclan con las docenas de sensaciones térmicas, táctiles, de presión que experimentan nuestras áreas epidérmicas. Y todas ellas pueden medirse en unidades bits.
Se ha calculado que a cada segundo el conjunto de nuestros sentidos recibe 10 a la 10 bits (diez mil millones). Eso implicaría que durante toda la vida de un hombre, un promedio de setenta y cinco años, el total de información recibida, si sumamos los millones de escenas vistas, olores y sabores percibidos, ruidos y palabras escuchadas, alcanzaría un volumen de unos 10 a la 19 bits (diez trillones).
Esto crea un grave problema. Sabemos que nuestro cerebro es una tupida red de fibras nerviosas, cada una de las cuales conecta entre sí con varios miles de esas células llamadas «neuronas». Se ha calculado que el total de conexiones (cada una representando un bit) es de 10 a la 15 (mil billones). Aun en el impreciso caso de que todas ellas se utilizaran para archivar (memorizar), cosa que dista de ser cierta, no cierran los números. De modo que uno estaría tentado a decir que la teoría «pantomnésica», según la cual retenemos en nuestro inconsciente todas las percepciones de nuestra vida, carecería de fundamento ya que no habría suficientes «receptáculos cerebrales». Sin embargo, esa teoría es una realidad: el psicoanálisis, la hipnosis, la guestalt y el análisis transaccional, así como muchos otros abordajes clínicos han demostrado que realmente sí conservamos todo en la mente. Entonces, ¿dónde lo alojamos?.
Por otra parte, los neurofisiólogos han estudiado punto por punto la intrincada textura del cerebro, buscando los núcleos nerviosos o las áreas corticales donde puede radicar ese maravilloso mecanismo que es la memoria. Si un tumor o una grave lesión afecta al lóbulo temporal, podemos quedar «ciegos» para siempre. Una destrucción del «área de Brocca» en el lóbulo frontal nos impide hablar. Esos accidentes traumáticos o patológicos nos permiten trazar una especie de mapa cerebral, constatando la función específica de cada zona encefálica. Pero, ¿dónde ubicar la memoria?. Pueden lesionarse miles de puntos corticales o nucleares sin que se afecte la facultad de recordar. Esto, sumado a lo señalado líneas arriba con respecto a la «capacidad de almacenaje» del cerebro, sólo puede decir una cosa: la memoria está en otro lado.
La mente cósmica
Rattray Gordon Taylor, en su apasionante libro «El Cerebro y la mente», refiere el hecho, obvio pero poco tenido en cuenta, de que la memoria no es la capacidad de recordar algo (en el sentido de «retenerlo» en la mente) sino, por el contrario, de olvidarlo momentáneamente hasta el momento en que lo precisemos.
Ilustraremos esto mejor con un ejemplo. Cuando en una conversación cualquiera estoy a punto de mencionar a alguien y sufro una «laguna» (solemos ponerlo de manifiesto con la típica frase «lo tengo en la punta de la lengua») suele ocurrir que por más esfuerzo que hagamos no podemos traer el dato a la consciencia. Pero más tarde, a veces días después, surge el recuerdo «perdido». Si la «mala memoria» fuese olvidar algo, en el sentido de «irse de la mente», no podría «regresar» espontáneamente. Si aparece, es porque nunca se fue. Y, en consecuencia, la mala memoria no pasa por «olvidar» sino por la incapacidad de «recuperar» lo que ya se sabe. Esto, además de abrir interesantísimas posibilidades para explorar el gran poder dormido en todos nosotros, nos dice que guardamos absolutamente todo lo que alguna vez conocimos. Si yo, por ejemplo, digo que nací un 29 de abril, sé que esta información no ocupa permanentemente lugar en mi mente consciente; no ando por la vida repitiendo constantemente «yo nací un 29 de abril». Eso se encuentra momentáneamente «olvidado» –es decir, desplazado de la consciencia– hasta que algún detonante (como la pregunta «¿cuándo es tu cumpleaños?») me la hace recuperar. Por lo tanto, llamo «memoria» a la función de retirar algo de la mente consciente hasta el momento en que lo necesite. La pregunta, entonces, es: ¿adónde va?. Evidentemente, no a ningún lugar particular del cerebro.
Los antiguos orientales sostenían que en el Universo existían lo que ellos llamaban «registros akhásicos», algo así como un gran banco de datos de todo lo que ocurrió desde que el Cosmos existe, y al que «conecta» la mente inconsciente del hombre por procesos a los que hemos dado diversos nombres: intuición, corazonada, expansión de la consciencia. De alguna manera, esto siempre se ha sospechado: Sócrates, por caso, decía que sus reflexiones no eran en realidad producto de su intelecto, sino que le eran dictadas por una «entidad» acompañante, una especie de guía a la que él llamaba su «daimon». O las inspiraciones geniales de tantos artistas o científicos. El alcance de esta suposición es realmente alucinante, pues significa que hasta el más común de los mortales, explorando estas posibilidades y abriendo sus canales para conectarse con esa especie de dimensión paralela (registros akhásicos, mente cósmica o «memoria», lo mismo da) puede acceder a las más maravillosas obras que pueda concebir el espíritu humano sin resignarse a una cuestión de pautas culturales, educación o disposición congénita genética.
Como la memoria, muchas otras funciones en realidad «inhiben» las manifestaciones psíquicas. Entre ellas, creo, las espirituales, místicas o iluministas. ¿Son el producto de psicopatologías, como quiere hacernos creer la Psicología ortodoxa?. No lo creo. La naturaleza se caracteriza por su eficiencia y el grado de economía de sus sistemas. En ella, nada es superfluo. Todo cumple una función o está subordinado a cubrir una necesidad. Esto es general para la naturaleza global y para la particular, como el ser humano. Y en él, su psiquis. En ella nada será, entonces, superfluo, si deviene natural. Y es natural la necesidad religiosa, la búsqueda de Lo Trascendente. Por lo tanto, como ya he escrito en otro lugar, si el hombre tiene necesidad de lo trascendente, es porque en algún lugar hay algo que lo satisface. Pero lo espiritual es por definición y objeto, lo no material. Por consiguiente, la necesidad espiritual del hombre debe ser vehiculizada por mecanismos que establezcan un puente entre su percepción material (muchas veces puesta al servicio de lo espiritual) y su esencia espiritual. Aquí recupera su credibilidad la centenaria afirmación del Ocultismo en el sentido de que el ser humano tiene una mente intelectual y una mente espiritual. A la primera reduciríamos lo que llamamos generalmente Conciente e Inconsciente, nuestros procesos lógicos y no lógicos, nuestros deseos y voluntades, nuestras vivencias y represiones. A la segunda, se subordinarían experiencias, percepciones, sensaciones, conocimientos espontáneamente adquiridos (o percibidos) del mundo no físico. Resta ahora descubrir cuál es el mecanismo cerebral que hace la «sintonización» a la que tantas referencias hiciéramos.
¿Será la famosa glándula pineal?. No lo creo. Es cierto que milenariamente se la conoce como «el tercer ojo». Es cierto que en su constitución entran células fotosensibles, lo que la hacen casi un bosquejo de órgano ocular. Pero sabiendo de nuestro remoto pasado reptiloide, pienso en ella más como un fotorreceptor infrarrojo involucionado (o aún no evolucionado), similar al de tantos reptiles que les permite identificar la presencia por emisión de calor de la presa. Un órgano que sin duda nos daría con su desarrollo no un sentido paranormal, sino un hipersentido. Como herederos tercermilenaristas de Lobsang Rampa, activando la glándula pineal podríamos, además de ver a nuestros congéneres, «escanearlos» de manera infrarroja. Es posible que así como producimos un cierto campo electromagnético, la masa calórica percibida por ese «tercer ojo» presente variaciones de temperatura percibibles como diferencias de «color», que un adecuado entrenamiento nos permitiría identificar como enfermedades físicas, pensamientos íntimos o actitudes morales, y le llamaríamos «aura». Pero aún no es lo espiritual, no en el sentido que estoy hablando. Seguirían siendo energías y fuerzas físicas, muy sutiles y de una importancia extraordinaria en su comprensión, pero no lo espiritual.
Cuando un testigo ve un OVNI que no es visto por sus acompañantes; cuando la entidad que se manifiesta junto a él (o que dice proceder de él) parece tener connotaciones más hagiográficas que extraterrestres, cuando –tal vez lo más importante– la experiencia OVNI tiene un impacto conmocionador en la cosmovisión del testigo impulsándolo en nuevos caminos (que si desembocan en la plena realización humana o en la locura parece tener que ver más con la matriz psicológica que recibe la experiencia que con la experiencia en sí), cuando todo eso es parte de una realidad inaprensible hasta ahora en modelos matemáticos, en rastreos astronómicos y militares, es hora que nos preguntemos si una buena parte de nuestros «visitantes» no vendrán de «aquí al lado» en términos espaciales, pero de muy lejos en términos de naturalezas. Tal vez sea hora de anexar a la Ovnilogía conocimientos emanados del campo de la Neurobiología, a la búsqueda de la sintonía, la transducción, en fin, la famosa puerta a otros planos que tanto hemos buscado en los confines del espacio exterior y aguardaría, eclipsada por la fascinación tecnológica muy propia de nuestra Era, en el fondo de nosotros mismos.
Me he enterado de este artículo en tu Facebook. ¿Cómo puedes hacerles esto a tus lectores?. Facebook es para pulsar «me gusta» a un título (sencillito) o a una imagen. En cambio esto hay que leerlo con atención, y en mi caso más de una vez. Es buenísimo, pero claro, hay que leerlo… Yo lo he hecho, y lo he disfrutado, porque soy un despistado que todavía no me he enterado de que estamos en 2013 y el mundo se terminó el año pasado.
Los escritos de moda son los que nos ahorran esto de pensar. Pero el tuyo provoca mas bien una lluvia de ideas. Ahí van algunas, no en el núcleo de tu exposición, sino en la periferia:
1ºLo de no mirar de frente me recuerda a los exorcistas, que evitan, por encima de todo, mirar a los ojos al poseído ¿a los ojos del diablo?.
2ºEl tiempo lineal. Es una limitación a la que estamos sometidos, pero en nuestra soberbia proyectamos esta limitación a todo lo demás (a la Otra Vida, incluso a Dios). Es como si yo, que soy tartamudo, imaginara una ley del «tartamudeo universal». Más bien tendríamos que preguntarnos por la razón, por el motivo de esta limitación. ¿Es para protegernos de algo, o para que aprendamos a superarlo? Cuando seamos capaces de responder (no intelectualmente, sino con todo nuestro ser), posiblemente nos encontraremos viajando libremente por el tiempo.
3º-Lo tendré que aplazar, para que no se atasque el comentario por demasdiado largo… Tiene que ver con experiencias y sugerencias sobre el tiempo en el trance hipnótico. Si a alguno le interesa, que lo diga y lo escribiré en un comentario aparte.
Gracias Gustavo por este magnífico artículo. Ah, y «me gusta», Josep
Entrañable amigo nuestro: conste que también se notificó por la lista AFR….. 😀 Y demando YA tus otras reflexiones, seguro que, como siempre, no tendránd esperdicio posible. Un abrazo.
Amigo Gustavo, me temo que el correo funciona de forma tan impecable como la política, y los boletines muchas veces llegan por duplicado, otras se pierden…
Al artículo. Has encontrado una cosa importantísima: la relación conciencia-tiempo. Si bastara con dejar de ser consciente para acceder a otros planos paralelos, las moscas y los langostinos estarían viajando continuamente. Pienso que se trata de ser consciente, pero «de otra manera». Los mayas y otras civilizaciones «perdían el tiempo» calculando ciclos de miles de años, elaborando calendarios minuciosos… ¿para qué? ¿para que sus requetetataratataranietos supiéramos cuando terminaría un ciclo y empezaría otro? ¿o para «cambiar de conciencia» y viajar a…?
Pero creemos que nosotros sí que somos conscientes, científicos, sabios… ¿A cuantos civilizados les muestras la estrella de la mañana, otro día la estrella de la tarde, y no entienden que sea la misma -ni les importa-? Algunos trabajais la astrología muy en serio. Pero ¿seríais capaces de inventarla de cero, como hicieron varias veces estas civilizaciones?
A esta «conciencia diferente» es a la que me refiero. Pienso que tiene que ver con el hemisferio derecho del cerebro trabajando a pleno rendimiento.
«La Dama Azul» de Javier Sierra habla de estos viajes imposibles, logrados por un estado de conciencia obtenido gracias a cierta música y al misticismo. Muchos chamanes viajan al «mundo de los muertos» con drogas, música y danza…
Pero el hipnotismo parece ser mucho menos peligroso (bien hecho, claro), y permite resultados curiosos. André Malby contaba que participó en una regresión hipnótica; el sujeto «estaba» en una calle 20 años antes (creo, quizá más.) Le pidieron que se fijara en el periódico que llevaba en la mano un transeunte, para fijar la fecha exacta. Además leyó el nombre del periódico y parte de los titulares. Cuando más tarde lo consultaron en una hemeroteca vieron que era completamente exacto. ¿Cual es la explicación más sencilla? 1-Super memoria con millones de neuronas listísimas, 2-Registros Akáshicos desplegados desde La Tierra hasta las Pléyades, o 3-Viaje en el Tiempo. Personalmente prefiero la 3.
En cuanto al «cambio de carril entre dos pasados probables» de que hablabas antes, fue completamente subjetivo para la doctora Silvia Bustamante. Si yo hubiera estado en la piel del doctor Henry Bravo, habría tratado de convencer a Silvia hipnotizada aportando alguna prueba, como mostrarle el celular moderno. ¿Imaginas descubrir que antes de la fecha del experimento Silvia hubiera comentado con algún amigo sobre el «desconocido que (…) se había apersonado en su pensión estudiantil» CON UN CELULAR RARÍSIMO?
Ya me dice mi mujer que tengo ideas de bombero…
Un abrazo, y recuerdos a Mariela, Josep
Y tus reflexiones me han sumido en otras. Por ejemplo, ¿sabías que en una d elas famosas «cartas UMMO» de los 60 consta que en el planeta de origen de esos seres ya existía la internet?. No con ese nombre, claro. ¿Premonición, evidencia de origen extraterrestre, salto en el tiempo?. Y ya que estamos, ¿si la internet no fuera de este mundo?. Cada vez más la «Nube» me recuerda a «Tron». Un abrazo y me saludas a tu esposa.
Posiblemente no sabemos lo que es el tiempo. Es una limitación, una cárcel, y podemos entenderlo tan poco como una rata puede entender la naturaleza real de la ratonera que la tiene atrapada. Citando de memoria (de muy mala memoria) a P D Ouspensky en «Tertium Organum»: «En el concepto tiempo incluimos todo lo que no comprendemos, como las dimensiones más allá de las tres habituales».
Me gusta pensar que las premoniciones y saltos en el tiempo son como los aleteos de un polluelo en el nido, preparándonos para emprender el vuelo.
Recuerdo que los ordenadores ummitas se interconectaban instantáneamente por lo que ahora llamamos «entrelazamiento cuántico». Esto unido a que ellos mismos eran telépatas, convierte a nuestra internet en ridícula al lado de la suya.
Ignacio Darnaude Rojas Marcos hizo un magnífico trabajo organizando las cartas ummitas y subiéndolas a internet. ¡Pero se las borraron!. Los seguidores de tu blog interesados en UMMO pueden encontrar buenas cartas en esta web:
http://www.ummo-ciencias.org/Cartas%20originales/
Recomiendo que las descarguen antes de que también las borren.
Un abrazo, Josep
Espectacular artículo, por demás interesante y para varias relecturas. El tema de viajar al pasado o, algo similar, que te encuentres en el presente con uno de tus posibles «futuros» que te advierte de algo, está magistralmente expuesto (en forma de novela, claro) en el libro «UNO», de Richard Bach. Recomiendo su lectura, es para un serio análisis.
Me apasionan estos temas!
Pato
Y otro comentario, aparte del que ya envié: Eso de la memoria es fácil de comprender si lo comparas con el ordenador (computadora) que tiene una capacidad limitada de almacenamiento en el disco; entonces recurrimos a «hosting´s» o espacios virtuales para almacenar archivos en… el éter? (jeje). y cuando los necesitas te conectas y dispones de ellos (en lo cósmico, esto es comparable a los registros akásicos).
Ahora, si dañas la parte del ordenador que se conecta con el disco virtual… ahí sería el caso de la gente que padece de amnesia; no dañó una parte de su cerebro sino la «conexión» que le permitía el acceso a lo archivado en forma virtual.
Cariños
PAto
Hola Gustavo. Como siempre, muy interesante tu punto de vista y tus conclusiones. De verdad que el concepto del tiempo es muy complejo. Mire que hasta San Agustín trató de entenderlo o explicarlo sin ningún éxito. Leyendo tu artículo, me acorde´que en mi infancia, me gustaba mucho leer las aventuras de Supermán y había un personaje de un nombre muy extraño, de barbas (no recuerdo su nombre- problema de la memoria?), que si se pronunciaba cierta frase (como una especie de código), inmediatamente aparecía proveniente de otra dimensión y era todo un lío el volverlo a su sitio de origen (aparte de que era nuy travieso), pues debía él mismo, pronunciar su nombre al revés para volver a su dimensión. Esto también me llevó a recordar una serie de libros que se publicaron en la década de los 80 (entre ellos «Un caso Perfecto» de don Antonio Rivera y Rafael Farriols) que se llamaban «Realismo Fantástico». En esos libros siempre aparecía la frase: «Hay otros mundos, pero están éste». Lo anterior, para concluir que muchas veces buscamos muy lejos, lo que puede estar muy cerca. Quizás a un paso, a una frase (un código vibratorio como en el caso del personaje de Supermán) que nos abre «puertas de ingreso» a otras realidades, mundos, dimensiones o como lo quieran llamar, o al contacto con otros «visitantes». Un abrazo.
Que tal Gustavo, te escribo desde Chile por primera vez, no lo había hecho hasta ahora pero este artículo me animó a hacerlo.
Las reflexiones que vuelcas en este artículo me han hecho pensar en cómo entender la ley de atracción y correspondencia de cómo logro identificar su accionar en mi vida.
Para ello cito una idea que me marcó de uno de tus podcast aquel en el que hablas de tarot. Recuerdo que dices que el tarot funciona como un traductor de mensajes que vienen del inconsciente, “quien” mediante sicoquinesis y movimientos inconscientes ordena las cartas para que sean dispuestas de manera tal que el mensaje resultante sea coherente. De la misma manera que al usar el péndulo en radiestesia, según leí en un libro, el mismo Inconsciente imprime un movimiento involuntario que a través de un código preestablecido nos entrega respuesta a diversas preguntas.
Lo que acabo de describir es conocido por cualquiera interesado en estos temas, no obstante resalto que el mensaje así obtenido puede referirse tanto al presente, al pasado o futuro, y es ahí donde rescato la principal idea que me quedó del podcast, que es que nuestro Inconsciente, dentro de su plano de acción está sometido a otras reglas de temporalidad y por lo tanto conoce cosas o ve cosas que nosotros dentro de nuestro plano material no podemos reconocer.
Con esa idea de base tomo el ejemplo citado de la mujer hipnotizada en quien se imprimió una idea o un recuerdo que modificó su pasado subjetivo, ya que entendiendo que el hipnotizador apareció en sus recuerdos, y no que modificó la los hechos objetivos pasados, es decir que Henry Bravo no estuvo en realidad en la habitación en ese momento si no que algo de él, imprimió un reflejo de si mismo en la memoria de Silvia, ese algo me atrevo a decir es el Inconsciente, el mismo que manipula el tarot, el péndulo y otros muchos.
Si nuestro Inconsciente puede, o tiene la capacidad de imprimir realidades subjetivas pasadas (o futuras) en otras personas, y si concebimos que puede existir una intencionalidad en esas impresiones entonces, mi hipótesis es que la forma en que se manifiesta la ley de atracción cuando nos referimos a eventos presentes se debe a que nuestro Inconsciente tiene la capacidad de planificar e influir dentro de Su entorno para obtener resultados en otros planos por correspondencia, de ahí que se puede entender que nada es casualidad. Además puedo seguir especulando al decir que esa capacidad de influencia en el pasado y futuro inconsciente debe tener un límite temporal y de magnitud. Así, no podemos (nuestro Inconsciente) modificar el pasado subjetivo de un siglo atrás para que la cadena de acontecimientos nos traiga una consecuencia hasta nuestros días, pero si podemos (nuestro Inconsciente) influir en la señora de la verdulería para que esta mañana en particular vea la realidad de una manera tal que en la experiencia e interacción con ella nos regale una manzana si es que esto es funcional a nuestro objetivo.
Bueno, eso sería.
Que estén muy bien!