Ya en el año 2006 alertamos sobre la sospecha (luego certeza) que teníamos sobre un hecho que, enunciado fríamente, parece más propio de la literatura fantástica: afirmar que al pie del cerro Uritorco había prosperado una desconocida y poderosa civilización megalítica parecía, seguramente, un delirio propio de alguien que tratara de aumentar gratuitamente el pretendido misterio del lugar. Sin embargo y ya en ese momento, las primeras evidencias que, casi tímidamente, comenzamos a compartir llamaron la atención de espíritus inquietos. ¿Y si, después de todo, fuese cierta esa posibilidad?
No se me ha escapado nunca que el escepticismo tiene aquí raíces dobles. Por un lado, la región no tiene, según la “historia oficial”, registro de culturas avanzadas -mucho menos dedicadas a las construcciones megalíticas-, los incas y sus pueblos sometidos (como los diaguitas, que sí tenían emprendimientos de esa naturaleza) no llegaron tan al sur y, mucho menos, esa presunción podía ser previa a las etnias académicamente aceptadas en la región, como “comechingones” (“henia y kamiare”) y “sanavirones” (tardíamente, se reconoce hoy la presencia de la cultura Ayampitín, peor no se conoce a esta urbanizaciones en piedra de importancia).
Y a esta afirmación “escandalosa”, se sumaría la localización: Capilla del Monte. Uritorco. ¡Qué casualidad! ¿”Justo” en esta tierra de “ovnis” y “duendes” es que ahora venimos a proponer la huella de una civilización desconocida?. Inevitablemente, somos conscientes también como -convencidos como estamos de la presencia de este aún ignoto horizonte civilizatorio- involuntario e inevitablemente podemos ser funcionales a tanto “contactado” y “canalizador” que se apoyará en este descubrimiento para reivindicar credenciales “científicas” a sus afirmaciones intraterrenas.
Pero, por otra parte, ¿qué podemos hacer nosotros, si las evidencias están allí? ¿Callarlas?
Así es que, primero en artículos en nuestro portal “Al Filo de la Realidad” (un abundante listado de los mismos se encuentra al pie de esta nota: sugerimos al lector fuertemente motivado por su interés a dedicarle el tiempo necesario a su lectura, para evitarnos aquí ser redundantes sobre esos hallazgos). Y pasaron estos años, y seguimos esporádicamente (porque por motivos obvios no nos dedicamos a una investigación a tiempo completo) hallando otras pistas. Siguieron podcasts, videopodcasts e incluso, la mención en la primera edición de mi libro digital “La saga del Uritorco: crónicas de un Portal” (2012). Enhorabuena, este ”solipsismo” divulgativo se quebró en este 2023 cuando el psicólogo y estudioso de los pueblos originarios Juan Acevedo Peinado (miembro de la Universidad Nacional de La Plata, la “Fundación Mesa Verde” y el colectivo Otorongo Wasi, además de autor de libros de profundo interés) y un equipo de investigadores reveló estar tras esta misma hipótesis trabajando en evidencias que ya habíamos señalado (como el llamado “pucará del Uritorco”, que obviamente no es estrictamente un “pucará” en sentido defensivo sino más bien un “centro ceremonial”, como explicamos en los artículos citados). El aporte de Juan Acevedo, que trae a este terreno la idoneidad de un grupo científico acreditado no hace más que fortalecer la prosecución de toda indagación (y de hecho, ambos grupos, el suyo y el nuestro, están ya en contacto para compartir hallazgos y elaborar aportes en común).
Por supuesto, respetando la independencia de criterio, con el “equipo Acevedo” estamos conversando algunas interpretaciones -que respetuosamente no tienen porqué ser coincidentes- Por ejemplo: Juan supone que dicho “centro ceremonial” estaría asociado calendáricamente a tiempos de cosechas. Nosotros creemos que su función era otra, quizás religiosa: los cultivos de esas etnias (mistol, algarroba) ni eran tan extensas ni tan complejas como para, simplemente, no reconocer el momento de cosecha simplemente tomando un fruto y probándolo.
Por otro lado y como veremos, la extensión, complejidad y dimensiones de estas construcciones requieren algo más que la mínima organización social de los clanes de entonces, donde había un jefe tribal, un “chamán” (posiblemente) y el resto del colectivo -generalmente, grupos emparentados de 30 – 40 individuos- Aquí necesitamos una sociedad compleja, estratificada y jerarquizada, con clara distribución de tareas, pues siendo un observatorio astronómico (como indican las hipótesis), debe haber habido personas que dedicaron mucho tiempo simplemente a hacer y llevar la cuenta de observaciones, mientras otros subvenían a sus necesidades. Asimismo, iniciadas las tareas de construcción, esto no se resuelve por voluntarismo colectivista, sino por una jerarquía y por especializaciones de tareas. Y como entendemos no tenían animales de carga, números muy importantes de participantes para mover grandes cantidades de rocas mientras otros tallan y en cuanto otros más siguen encargados de la logística paralela pero indispensable (comida, seguridad, acarreo de agua, ya que esa sociedad debía seguir adelante con su diario devenir aún más allá de esa obra en particular).
Señalamos todo esto en ocasión de hablar del “pucará”: las dimensiones de algunas de esas rocas (para no remitirnos a “misterios tecnológicos”, como el de los orificios en “zigzag” o “en sifón” dentro de la roca, inexplicables aún técnicamente) requieren una masa humana importante comprometida en su erección. No hablemos de la elaboración de las siete terrazas laterales de dicho centro; en todos los casos se requieren conocimientos, experticia, mano de obra abundante, jerarquías y logística de apoyo. Esto no lo hace una aldea seminómade con cultivos de supervivencia, recolección y caza.
Entonces llegamos al meollo del artículo de hoy, y que busca compartir ciertos hallazgos hechos a partir de la última incursión grupal que “Proyecto Zona Uritorco” (en este caso con la asistencia de Marcelo Metayer, Emanuel Giúdice, Alberto Marzo y quien escribe, y el apoyo de Adrián Varela, además de la asistencia en el terreno de Fabio Cepeda) hiciera en el lugar.
Comprobaciones
La “cabeza de Cóndor” de la ladera del Uritorco podría ser una “pareidolia”, finalmente. Como se observa en la ilustración, lo que es una inobjetable cabeza de ave de un lado, desde otras perspectivas es un agrupamiento incluso desarticulado de piedras. Sin embargo, nos reservamos aquí hacer esta observación: ¿y si una cultura con suficiente nivel de abstracción simbólica se valiera también de las pareidolias para señalizar o marcar en el terreno puntos de importancia? Si admitimos (como el “pucará” parece demostrarlo, y otras evidencias que presentaremos también) que en muchas ocasiones “intervinieron” en el terreno, aprovechando la predisposición morfológica de rocas y superficies para adosar construcciones artificiales o para “acentuar” determinados rasgos, ese paradigma artístico también podría haber visto en las pareidolias “señales” (más fuertes aún en la medida que vivían y sentían en absoluta proximidad con la Naturaleza) y asignarles importancia. Y asignada esa importancia, organizar otros puntos artificialmente precisamente a partir de esas pareidolias. Y esto no es una simple especulación: obsérvense estas dos imágenes, parte de los videos registrados con el dron. Son ángulos desde la derecha de la “cabeza” que entonces -como se señala- pierde la homogeneidad visual de “cabeza de cóndor”. Pero desde este ángulo, obsérvese la roca que sobresale como “pico”: en cierta manera, es casi “antinatural” y me pregunto si no pudo haber sido insertada allí “ex profeso” para acentuar la impresión pareidólica.
La “Cabeza de Tres Ojos”
Cuando nos aproximábamos a la famosa “Piedra Bola” -a la que se le sospecha (Acevedo dixit) utilización referencial astronómica, observamos una extraña y colosal piedra erguida. Personalmente, recuerdo que en ese momento dije que parecía la “cabeza de un faraón” o de un “patesi” sumerio. Bromeando, dijimos que incluso parecía tener abierto un “tercer ojo” sobre los dos naturales. Y de la broma pasamos a la seriedad; ya en ese momento, su forma, ese triángulo de círculos en su superficie y su ubicación comenzaron a tener cada vez menos parecido con una formación natural.
Pero eso no es todo. Comencemos a hablar de “alineamientos” (aquí, en algunos casos, hay una pequeña “deriva” de las orientaciones consideradas cardinalmente “absolutas” o perfectas, tolerancia que debe concedérsele a esta cultura dentro de su propia monumentalidad. Por ejemplo: la “Cabeza de Tres Ojos”, la ya mencionada “Piedra Bola” y la “Cara del Indio” (que no debemos confundir ni con el “paso del Indio” -todo ello en el paraje Los Mogotes, ni con tantas “caras de indio” que la geografía cordobesa muestra por allí), tres puntos significativamente próximos, se encuentran perfectamente alineados en dirección NO – SE. No es sólo el interés de 3 puntos formando una línea recta; es la proximidad espacial de los mismos lo que lo hace evidentemente resultado de su trabajo ex profeso.
La “Piedra Bola” se la supuso -nosotros mismos entre otros- durante muchos años alineada con “el sillón”, particular roca que adopta ese aspecto en la cima del “pucará”. Si bien es cierto que recostados en dicho “sillón” y separando la punta de los pies la Piedra Bola parece estar, a la distancia, entre los mismos y bien encuadrada, en el terreno ese alineamiento entre Piedra Bola – sillón del pucará – Este cardinal, no es exacto. Aunque aún debemos revisar la posibilidad que ciertas fechas del año sí coincida la salida (o puesta) del sol con la línea sillón – piedra bola.
¿Y si “El Zapato” no fuera un zapato?
Nosotros descubrimos este último alineamiento mencionado, pero no nos corresponde haber sido los primeros en llamar la atención sobre esto: El Zapato no es natural.
En efecto, tendemos a creer que este punto turístico (el más popular, meta turística de visitantes desde fines del siglo XIX por lo menos, como demuestran algunas imágenes que acompañan, tomadas precisamente en aquellas épocas) es una curiosidad geológica que adopta la forma de un calzado. Durante décadas, miles de parejas en luna de miel y turistas de toda laya se han fotografiado al pie del mismo. Lo que sí de lo que muchos nos dimos cuenta -sólo con observar con atención- es que la roca que parece un “zapato” es ajena a la que le sirve de base. Este “monolito” parece haber sido aplanado para colocar esa otra sobre su superficie. Acevedo postula que a través del “arco del pie” puede verse la salida del Sol por sobre el Uritorco en ciertas fechas significativas -lo que está en vías de comprobar- Independientemente de ello (y el fuerte rumor que, incluso, en décadas pasadas s ele ha “retocado”, agregándole por ejemplo un suplemento de concreto para fijarlo a la base) hay también un extraña pero sugestiva interpretación alternativa.
Pues parece la diosa egipcia Tueris.
Es cierto que parece una insensatez. La hipótesis me la comentó el amigo Alex Chionetti, quien la había escuchado de boca del investigador y arqueólogo peruano Daniel Ruzo, descubridor de la meseta de Marcahuasi. Allí también tenemos todo otro tema: el academicismo sostiene que las figuras de Marcahuasi son naturales y sus interpretaciones, pareidolias. Ruzo sostenía la existencia de una cultura, que llamó “masma”, que habría intervenido (¿a qué les suena?) el paisaje para acentuar los rasgos de ciertas figuras. Esto mismo llevó a otro nivel años después, cuando se radicara en México, más precisamente en el pueblo de Tepoztlán, atraído por las particularidades (geológicas, místicas, tradicionales) del lugar. Bien, Ruzo -que no conocía Argentina- se había cruzado con imágenes de El Zapato y le insistía a Chionetti que se trataba de la dicha diosa egipcia, la diosa hipopótamo. Debo decirlo: ya no puedo mirar a esta roca sin ver, efectivamente, a dicha deidad egipcia.
Ahora bien, es “imposible” en términos de la historia “oficial”. Pero me permito sospechar de una sabiduría, una civilización antiquísima, extendida por todo el orbe, con profundas imágenes impregnadas en el inconsciente colectivo, que emergen por preservarse en las geografías más disímiles. Y -como ilustraremos en nuevas aportaciones- esa “universalidad” puede tener más credibilidad de la que se cree. Y convengamos que este alineamiento del que participa aumenta su índice de extrañeza.
Alineaciones y formas significativas en la meseta de El “Zapato”
Si lo que sólo por comodidad seguiremos llamando “el Zapato” fuera la única curiosidad del lugar, se reducirían sus probabilidades de ser una “anomalía histórica”. Pero no. En la propia meseta que se extiende a espaldas de la misma, abundan conformaciones extrañas. Sin embargo, considerarlas todas ellas como otras evidencias de esa cultura es por ahora complicado, ya que en el lugar, a principios del siglo XX, se explotó una cantera -para comercializar esa roca en la construcción- con lo cual ciertas “extrañezas” que no son naturales, pueden deberse a ese momento próximo en la línea de tiempo. Empero, aparecen también otros alineamientos. Por ejemplo, el grupo de figuras que conocemos como “cabeza de lagarto”, “cabeza de tortuga”, “el altar” y “el búnker”.
Bien, la “cabeza de lagarto”, “el altar” y casi con exactitud también “el búnker” se encuentran casi correctamente alineados en sentido Oeste – Este con la “cabeza de cóndor”, ya citada, en las laderas del Uritorco. Si falta algo para vincular estos puntos: tanto la “cabeza de lagarto” como la “cabeza de cóndor” miran perfectamente hacia el Norte. Y (permítanme sumar misterios colaterales) el pico de la “cabeza de cóndor” señala con exactitud el valle en Los Terrones don Ángel Acoglanis -dicen sus seguidores- abría el “portal de Erks”… (no estoy necesariamente avalando esa historia con esta observación; sólo señalando el hecho físico de esa orientación).
No dudo que deben hallarse aún otros alineamientos y correspondencias; sirva este informe sólo como complemento de los anteriores y prolegómeno de los que vendrán.
Quiero cerrar este trabajo regresando una vez más sobre una reflexión que ya aportara en su momento. A aquellos que (como mencioné en algún momento en el texto) les parece jocoso suponer que “justamente” al pie del Uritorco aparezcan evidencias de una civilización desconocida, permítanme reformularlo así: ¿y si, justamente, fuera el recuerdo ancestral de la presencia de esa enigmática y desconocida cultura superior lo que sentó las bases de la mitogénesis capillense?
Y un desafío para muy pronto: ¿y si esa cultura no fuera -aún siendo desconocida- una “anomalía” local sino que también dejara huellas en otros puntos del territorio?. Sobre ello, regresaremos.