Es innegable cómo ciertas lecturas en nuestra adolescencia pueden matizar nuestras inquietudes intelectuales de por vida. Ya he escrito, por ejemplo, sobre el impacto que en mí tuvieron Thor Heyerdahl y Erich Von Däniken. Permítanme agregar ahora otros dos prohombres literarios: Louis Pauwels y Jacques Bergier. Sí, claro, con “El retorno de los brujos” (seguido por “La rebelión de los brujos” y otros). En esa saga, pocas cosas estimularon tanto mi temprana imaginación como la revisión (o reversión) esotérica del hecho político y bélico de los nazis y la Segunda Guerra Mundial. Más allá de ideologías personales, hablaban con propiedad: Bergier mismo fue un activo cuadro de la Resistencia francesa durante la ocupación nazi. De modo que ese postulado casi “borderliner” afirmando que ”el nazismo no era sólo una ideología partidista: era una civilización no humana tratando de imponerse en el planeta” dispararía una particular fascinación, para nada errática ya que no se cebaba en la fantasía sino en el costado explícitamente ocultista de esa nefasta ideología.
Haber dedicado varios años a profundizar la misma te ubica en oscuros inframundos: como dije, uno observa la fascinación que el tema produce casi hipnóticamente pero debe estar muy alerta a que ese interés -en ocasiones, pasión intelectual- no se transforme involuntariamente en una exégesis o un panegírico de lo que personalmente sigo considerando execrable, pero que indudablemente ha arrastrado a muchos a sentir una peligrosa simpatía por esa ideología. No me cabe ninguna duda, incluso, que cierta “intelligentsia” nazi se ha valido de ese interés casi morboso para cooptar nuevas voluntades, y estoy aún más convencido que círculos internos de la “magia nazi” (para explicar el uso aquí del término “magia” acudo a mi propia definición: la Magia es al Esoterismo lo que la Técnica es a la Ciencia), absolutamente conscientes de esto, han acudido y acuden a la imposición de cierta simbología (costumbre que ya se inicia cuando el NSDAP adopta la swástika) para encandilar mentalidades. Por supuesto, también me disgusta la crítica opuesta: que manifestar interés intelectual por el Esoterismo Nazi es una forma de apología de los mismos. Y esto se desarticula fácilmente, simplemente con tener presente cómo la contrainteligencia, cuando menos, necesita conocer en intimidad al enemigo si de vencerlo se trata.
El interés distante por el tema se ha visto en mi caso potenciado por el hecho que mi país, Argentina, tiene una dudosa historia de simpatías con aquellos. Y aún más, cuando tanto fue el destino final de algunos submarinos alemanes tiempo después de finalizada la guerra como su proximidad a otra gran saga nazi: la de Nueva Suabia, el ¿proyecto? De instalar en la Antártida una base, o una serie de bases, que sirviera de punto de partida a un pretendido Cuarto Reich. Las informaciones que apuntan en ese sentido, sumado a los claroscuros de la extraña expedición del almirante Byrd a la misma, dan pábulo a esas versiones (como he tratado en nuestro podcast Finalmente: ¿Hay evidencia de bases NAZIS en la Antártida?), además con el “addenda” no menos jugoso de los “ovnis nazis” (leer Una reflexión sobre “OVNIs Nazis” y Los OVNIs Nazis) y, como, “der Glocke” o “La Campana”, un pretendido experimento fronterizo con la ciencia ficción (Podcast AFR Nº 67: La “Campana” nazi).
Quiero detenerme aquí un momento para reafirmar el porqué del especial interés que, para mí, tiene el tema de los “submarinos nazis fantasma” en la Patagonia. Porque, indirectamente, sirve de refuerzo a la hipótesis de la Nueva Suabia, ya que es dable esperar que -de haberse intentado instalar la misma- la cercana Patagonia, con su extensión, soledad, innúmeros atracaderos discretos y la existencia en ese país de fuertes capitales alemanes y un segmento de la población filonazi sería el soporte más estratégico para viabilizar la expansión, con centro en el entonces aún más ignoto continente antártico, de un nuevo Reich.
Operación Eslabón Perdido
Con este nombre se conoce en su momento a las operaciones alemanas por poner fuera del radar de los Aliados a muchos de sus submarinos, por motivos que permanecen inciertos pero que en las especulaciones abarcan un amplísimo espectro, desde esconder en distintas partes del mundo ingentes tesoros hasta evacuar a Hitler del círculo con que le estaban rodeando. En el caso concreto de Argentina, se basa en hechos reales: dos submarinos se rindieron en nuestras costas a las autoridades, además de sumar decenas las observaciones de otros hipotéticos frente a las costas de la provincia de Buenos Aires, Río Negro, Chubut y hasta Santa Cruz. El asunto se extendió tanto (en el tiempo y en la gente) que, reales o no, se reportaron observaciones hasta un momento tan avanzado como 1950, y de hecho la Armada Argentina emitió una orden en 1949 de alertar y -en caso de no haber respuesta- atacar con cargas de profundidad toda “intrusión”. Tardíamente, a la vuelta de los años, las apariciones nuevamente de “submarinos fantasma” en 1960 y 1962 alimentaron la especulación que la Armada sabía y estaba tomando medidas ante OSNIs (Objetos Submarinos No Identificados).
Brevemente, recordemos la historia de los dos submarinos rendidos abiertamente. Se trata del U-530, al mando del comandante Otto Wermuth, que en la mañana del 10 de julio de 1945 emergió frente al puerto de Mar del Plata, con su tripulación de 54 hombres. Oxidado, con áreas de difícil habitabilidad por pérdidas de combustible. Y el 17 de agosto, el U-977, bajo el mando del “Oberleutenant” Hans Schaeffer y sus 31 hombres hizo lo mismo. En este caso, con curiosidades: estaba en estado realmente impecable, con sus tanques de combustible completos pero con el faltante de piezas clave de su equipo, entre otros, el cañón de cubierta. Ambas tripulaciones fueron sometidas a exhaustivos interrogatorios por las autoridades argentinas -a los que no se permitió el acceso de funcionarios norteamericanos y británicos, con molestia de sus respectivos gobiernos-aunque días después de los mismos fueron entregados a los Aliados, quienes los trasladaron para nuevos interrogatorios a Estados Unidos y, en setiembre, devueltos a Argentina para que, quienes así lo desearan, fueran repatriados a Alemania (cerca de la mitad de los hombres prefirió quedarse en Argentina). Siempre resultó extraño (y no se dieron explicaciones) por qué esa “triangulación” en la repatriación, cuando los mismos norteamericanos, como ejército de ocupación, tenía acceso directo a Alemania. Finalmente, a principios de 1946, ambos submarinos, en virtud de acuerdos preexistentes, fueron trasladados a aguas del Atlántico Norte y hundidos.
Durante décadas, numerosos investigadores de todo el mundo y principalmente dos argentinos (el ya fallecido Jorge Camerasa y Abel Basti, éste último quizás el más activo con varios libros publicados sobre la presencia nazi en nuestro país y, particularmente, sus fuertes evidencias que Hitler también habría huido hacia estas tierras) investigaron en archivos y en el terreno tras más huellas que los nazis habrían desembarcado no solamente equipos y recursos sino bastante personal jerárquico (el Führer entre ellos). En varias oportunidades se creyó haber encontrado evidencias de hundimientos, seguramente provocados para eliminar pruebas, frente a nuestras costas, y hasta años recientes vivían aún lugareños que recordaban, en algunos casos por observación directa, la llegada de alemanes de manera subrepticia a la Patagonia. Ahora, se suma este nuevo caso, donde la moderna tecnología (de la que no se disponía décadas atrás) nos pone sugestivamente cerca de responder el interrogante: ¿hubo más submarinos nazis ilegalmente atracados en tierras argentinas?
En su oportunidad se descubrió un extraño “pecio” (como se designa a los restos de un naufragio en el mar) a casi dos millas náuticas frente al paraje Costa Bonita, a unos tres kilómetros de la ciudad bonaerense de Necochea. El mismo Basti es el incansable impulsor de su investigación, siendo el factótum de un grupo de trabajo llamado “Eslabón Perdido” (recuperando la terminología con que es los ’40 se identificaba esa operación marina alemana) y la novedad es que este grupo, junto con la Prefectura Naval Argentina, han logrado 8 horas de videograbaciones de los restos del naufragio.
El primer hecho extraño es que no hay registro del mismo previamente. Como en casi todo el mundo, sea por los organismos oficiales o las compañías aseguradoras, casi todos los naufragios de tiempos modernos se encuentran catalogados y censados (incluso los de guerra). Éste no. Pero además, las imágenes, a 30 metros de profundidad, obtenidas con el avanzado equipo del Guardacostas PNA GC-68 “Río Paraguay”, el Guardacostas de Salvamento PNA SB-15 “Tango” y un ROV de alta tecnología, así como la asistencia de buzos tácticos, muestran un navío de 80 metros de eslora y 15 de manga máxima, sin cubiertas, cabrestantes ni otras características de los buques comunes, y claramente una escotilla de ”hombre muerto”, propia de submarinos para rápidas evacuaciones.
Basti está en estos momentos insistiendo ante las autoridades navales argentinas con la importancia del avance de la investigación y (sospecho) con la premura de adelantarse al aceitado mecanismo de censura que sobre estos temas primó desde 1945. En efecto, comete un grosero error quien crea que el nazismo es “cosa del pasado”, no solamente por la siempre efervescente actividad de grupos neonazis en todo el mundo sino -como justamente señalé en el comienzo de este artículo- por círculos intelectuales y filosóficos (en muchos casos integrados por personajes prominentes de la economía, la política o la cultura) encolumnados detrás de la filosofía esotérica indistinguible de ese movimiento. Sólo recuérdese con qué intensidad cuajó en Argentina las mentiras del filonazi Guillermo Terrera (que hemos señalado en el artículo “Templarios en América: la mentira filonazi de Terrera”) así como la fascinación de esa ideología por determinados parajes de nuestra geografía (“Nazis a la caza del Grial en Argentina”).
Seguiremos, obviamente, muy de cerca el progreso de este evento en particular. Y sumando nuevas piezas a un oscuro (pero enigmático) rompecabezas.