No puedo precisar con certeza cuándo comenzó mi pasión por Egipto, aunque sin duda fue de la mano de aquellas lecturas infantiles en la revista “Billiken” que llegaba a la casa paterna todos los sábados por la mañana. Le siguieron otras lecturas más extensas y profundas en la adolescencia. Llegó luego Erich Von Däniken y “Recuerdos del Futuro”, y su propuesta de la intervención extraterrestre en las megalíticas construcciones.
Pero no fue hasta allá por 1977, cuando mi ingreso en la Orden Hermética y Pitagórica, cuando comencé a escuchar, primero con racionalista escepticismo y luego con el corazón, sobre las claves esotéricas que el maestro Pitágoras había recibido en ese Egipto tan cercano entonces (siglo VI A.C.) a su propia ancestralidad, cuando aún la colonización
helénica no había matizado y ensombrecido los evos arcanos. A partir de entonces, certezas y suposiciones, conceptos anotados unos, practicados otros, hasta que el fluir de la vida me permitiera comenzar –porque todo es un eterno comienzo- a revisar las fuentes en el terreno. De ese andar habla este artículo, siendo el objetivo introducirles en el Esoterismo Egipcio. Pero, ¿cómo compartir, sin violar la discreción de un Conocimiento que –como desde siempre se enseña- debe ser dado a quien se decida a buscarlo?.
Decidí, entonces, compartir algunas grageas, algunas píldoras de esta Sabiduría. Presentando unas breves, otras más extensas, unas imbricadas con otras, algunas aisladas.
Los secretos del corazón son los bienes más preciados para actuar en inteligencia con la armonía del mundo. Ése es el metalenguaje del “juicio al corazón” expresado en el Libro de los Muertos, alimentando la convicción que si el mundo visible no cae en el caos o la inercia y se destruye, es gracias a su conexión con la fuente invisible de la vida.
El Cristianismo toma de la sabiduría egipcia las ideas de un Santo Sepulcro, la Divina Concepción, la Pasión y la Virgen.
El error de los materialistas es creer que lo sagrado es una fase en la historia de la conciencia, sin comprender que es un elemento en la estructura de la conciencia. El acto simbólico es creador de identidad..
Horus pierde un ojo en su lucha contra Seth, pues éste se lo hace estallar en sesenta y cuatro fragmentos. Precisamente, sesenta y cuatro, como hexagramas tiene el I Ching.
El “ojo” es protector por su significado simbólico, que significa que sólo sirve (es decir, se activa) para quien conoce ese significado. En términos jeroglíficos, “ojo” (“Udjat”) corresponde al verbo “ver”, pero también, “crear”. Para crear, hay que “ver” qué se desea crear, y sólo quien tiene la “visión” de ver lo que aún no existe pero creará, tiene el “poder” de estar protegido del mal, ya que éste, siendo oscuridad, es sólo la ausencia de la luz. Si somos víctimas del mal, es que hay zonas en nuestra vida aún no iluminadas por la luz de nuestra voluntad creadora. La voluntad –conciente, concreta, manifestable; no como mera expresión de deseos o de un ego sobrevalorado- protege del mal porque ante ella aquél retrocede. Cuando los judíos, en el Antiguo Testamento –deudores del aprendizaje de sus sabios durante su período de sometimiento en el Nilo- redactaron el comienzo del Génesis como un acto voluntario de creación de la deidad, conservaron la idea simbólica que la Luz se “hace” como manifestación de ese acto, llamando (llamándonos) a recordar el potencial de nuestra Luz Interior. Ésa es nuestro “Aj”, durmiendo en nuestro “Dwat” (Cielo Interior). Porque el Dwat es como símbolo el “cielo” de las deidades, pero expresión macrocósmica del “Dwat” microcósmico en cada uno de nosotros, donde, otra vez, duerme la Luz, el Aj, a la espera de despertar.
El miedo y la angustia existencial, como vacío interno, sólo pueden ser superados por quien es capaz de vencer a la adversidad en su propio terreno. Gracias a la imaginación activa, nutrida con lo simbólico, el ser humano inspirado por Toth (es decir, por la Sabiduría) se sitúa en el centro de la contradicción, en el centro de los opuestos, y los hace complementarios.
Por eso, la práctica de la magia tradicional no busca efectos o milagros, sino establecer una correspondencia, una relación de simpatía entre las partes y el todo para que interactúen en armonía. Se trata, finalmente, de procurar y mantener la armonía entre la Tierra y el Cielo. Eso implica un gran trabajo interior para conocerse, dominarse y transformarse en un auténtico canal de las leyes que dirigen el Cosmos.
Hoy, en este siglo XXI, diríamos que ese proceso de Autococimiento puede tener distintas vías: trabajar operativamente en una Orden Iniciática, terapia, psicoanálisis, meditaciones… pero es indubitable que el cambio, como Transformación (en un sentido alquímico: pasar de algo inferior a algo de orden superior) no es posible mientras que el Autococimiento no sea una cotidianeidad palpable y objetiva. Y quien, estando o sintiéndose aún en una fase “inferior”, “argumente” porqué el cambio no depende de eso sino seguramente de otros factores, haría bien en mirar con ecuanimidad cómo está su vida, luego cómo está la vida de quienes hacen esta propuesta, y sacar algunas conclusiones…
La entrega de ofrendas son también la expresión material de un simbolismo. Cuando se ofrenda trozos de lapizlázuli, por ejemplo, se representaba la reconstrucción del Ojo Perdido de Horus. En ese acto, el ofrendante expresaba su intención de reconstruir aquellas cosas perturbadas o desgastadas por el mal o por el paso del tiempo. Cuando ofrendaba plumas, éstas significaban la liviandad del peso del alma y, como ofrenda a Maat, diosa de la Justicia, expresaba con ellas el ofrendante hacerse cargo de lo que habitaba su espíritu, aceptando las consecuencias de ello, es decir, haciéndose responsable –diríamos hoy- de su Karma. Porque sólo quien se hace cargo de su Karma tiene la posibilidad de transmutarlo.
La práctica de ofrendas grupales expresa otra idea: la de que una sociedad sin vivir lo “sagrado” no es más que un conjunto de individuos que vivirán juntos, pero jamás reunidos (es decir, re-unidos)
Todo hombre es un Osiris en potencia, por eso enfrenta a lo largo de su vida múlñtiples oportunidades de “osirificarse”, es decir, de llegar al estado de héroe que acepta el combate para renacer. Si lo evade a lo largo de la vida, indefectiblemente tendrá que enfrentarlo en el más allá; pero los numerosos combates contra Seth –simbolizado por las numerosas batallas de Horus contra Seth- serán cada vez más duras.
No podía hacer este viaje sin acercarme a una palabra muy popular en los ámbitos seudo espiritualistas de Occidente: la palabra Merkaba, Mer – Ka – Ba o Mer – Kha – Bha, como gustan escribir algunos, seguramente porque eso de ponerle unas cuantas «h» en el medio suena más sesudamente intelectual. Lo cierto es que la última traducción medianamente confiable que tenía era la expresión «vehículo ascensorial de luz». Esto había llevado a que en el terreno de la Geometría Sagrada, las canalizaciones y otras cosas se discutiera si era tanto una nave espacial etérea como una técnica de meditación. Y en Egipto, las veces que chequeé la expresión, con más o menos extrañeza, la respuesta fue siempre la misma: «el cuerpo, como receptáculo del alma y la mente»·
Pero –siempre hay un pero- no el cuerpo de cualquiera, sino el cuerpo del hierofante. Que es como decir, el Sacerdote Iniciado. Y en Karnak, me señalaron el jeroglífico, muy poco común, casi muy extraño, que lo representa: esa especie de triángulo de lados curvos, con un vértice apuntando hacia los cielos…
La profunda fuerza del culto a Isis
Isis no sólo pervivió a través de los siglos transformándose en la Virgen como expresión de la Fuerza Femenina. Lo fue también por la riqueza de su simbología. En las representaciones antiguas se ve siempre detrás de Osiris, no refugiándose ni delegándose a un segundo plano, sino protegiendo su espalda. Según los egipcios, el fluido vital de cada ser recorre la columna vertebral (el “shushuna” de la India, con su Kundalini en ascenso), lo que hace de la espalda el lugar más expuesto a peligros. Cuando presenta alas, es porque activa, aleteando, esa vitalidad. Y su “culto” implica tres pasos:
- “Reconstituir el cuerpo de Osiris desmembrado por Seth”, que significa reunir en un Todo armónico las fuerzas de nuestra vida dispersadas por las experiencias contradictorias.
- “Clasificar e inventariar todo lo que contiene la Casa de la Vida y el sarcófago”, es decir, analizar y poner en orden nuestra mente, nuestros sentimientos y nuestro espíritu, disciplinando nuestra inteligencia.
- “Adorar los misterios del Cielo”, es decir, comprender y respetar las enseñanzas que se reciben, y aplicarlas de manera conciente y sostenida.
La actitud hacia el Mal, cuando aparece en la vida, debe ser de Transmutación. Es decir, de emplearlo para catalizar –en el sentido químico de la expresión, “una sustancia que acelera la transformación de otra”-. Y eso se logra comprendiendo que lo “bueno” del Mal es que aquello que éste no destruye con su acción, será inmortal. Eso se simboliza con las “pruebas” que supera Osiris.
Mudras
En lo personal me fascina seguir descubriendo como trozos de Sabiduría Universal se repiten (no podía ser de otra forma) en distintas geografías y épocas. Por caso, los “mudras” aquellos gestos y posturas que simbólica y energéticamente son herramientas para manifestar un proceso conciente de transformación. Ya escribí en su momento cuando los encontré –obviamente con otro nombre- entre los Toltecas, en el actual México. También estaban presentes en los antiguos egipcios.
Por ejemplo, esa postura de todo faraón de presentarse con la pierna izquierda adelantada. Eso era porque era la más cercana al corazón. Expresaba que el faraón pondría todo su sentimiento, todo su amor, toda su pasión en buscar el “adelanto” (el paso al frente) de los suyos. Por ello, también, era una “postura mágica”; se enseñaba al Adepto que adoptar la postura de pie izquierdo adelante como rutina en la vida facilitaba dirigir sus energías emocionales a favor de su prosperidad.
O la postura llamada “ka” –sí, como el Ka, el cuerpo energético diríamos hoy, de ambos brazos levantados a ambos lados de la cabeza: postura para “ser uno con el Todo”.
“Deret” era el gesto de “bendición” –para llevar paz a terceros- luego perpetuado a través –nuevamente- de los cristianos.
Mientras tanto, “Nini”, era una reverencia con las manos como cuenco al frente; simbolizaba a la diosa Hathor dejando fluir de sus manos las generosas aguas del Nilo, y garantizaba la prosperidad, bajo el concepto que lo que tenemos es, en puridad, lo que nos es devuelto multiplicado por lo que entregamos al Universo.
O caminar hacia atrás un trecho, moviendo frente a sí los brazos de manera ondulante: significaba a quien barre una habitación saliendo de ella, expresando que el lugar estará de nuevo “puro e incorruptible”, es decir, favorecer nuestra Regeneración.
Respetaban los ciclos cósmicos como vivos, por lo cual entendían que debían “dormir”. Ése era el sentido de los “días epagómenos”, o “Días Olvidados”, los último cinco del calendario de 365 que ya tenían, donde las actividades se reducían al mínimo indispensable para que nuestras energías vitales (nuevamente, reflejo microcósmico de lo Macrocósmico) tomaran nuevo impulso. Además y por esa misma razón, son días peligrosos, en los que deben extremarse los cuidados. La existencia de estos días (y por ende, este calendario) es, cosa interesante, de los conocimientos más antiguos que se han conservado, ya que forman parte de los afamados “Textos de las Pirámides” y aparecen en Heliópolis citados en un calendario fechado… ¡en el 4.241 antes de nuestra era!.
Pero de lo que no se habla es de lo que deberíamos hablar: descubrir que uno de los rituales más antiguos era el de la “piel – cuna”: mucho, muchísimo antes, milenios antes que comenzara a practicarse la momificación se celebraba con los difuntos este rito. En contra de la opinión instalada, que la elaborada momificación en la “Casa de los Muertos” es la evolución de la simple momificación natural por exposición a los elementos (el Sol, la arena, la sequedad ambiental de Egipto), ésta deviene de la costumbre mortuoria de colocar a los difuntos dentro de la piel de un animal –generalmente un chacal- para que Anubis lo llevar a Sirio, ya que la primitiva religión egipcia era un religión estelar, donde el “más allá” era, concretamente, la continuidad de la vida del cuerpo astral –el Ba– sobre otro cuerpo planetario.
En la vida –enseñaba el visir Ptahhotep- “debemos renacer permanentemente y no estancarnos bajo ningún concepto. Debemos aspirar a ser “unen nefer”, “el-perpetuamente-renovado” (“Máximas d ela palabra cumplida, papiro del 3.000 A.C.)
Cada obstáculo de la existencia es una prueba, jamás una barrera. Ella contiene la energía y el poder que debemos integrar en nosotros mismos, y para ello debemos “romper su cascarón” y alimentarnos: eso pasa cuando superamos la prueba. En sus “Máximas”, Ptahhotep enseña:
- “Quién no escucha es ignorante y agitado, quien entiende y comprende, establece e inspira confianza”
- “La energía creadora se encuentra en todas partes, tanto en lo animado como en lo no animado. El sabio debe aprender a servirse de ella, sabiendo que nunca será su dueño”
- “No provocar en los demás acciones de furor u hostilidad, pues éstas perturban nuestra energía”
- “Dar y no tomar. Así se actúa en compañía del Poder divino, confiere al actuante una fuerza auténtica”.
- El amor nutre la energía; ella nutre al amor”
- “Lavar el vientre y purificar el corazón para no contaminar la enseñanza”.
- “El ser perpetuamente descontento de todo es una desgracia para su entorno”.
- “Una condición del éxito: siempre proponerse llevar a cabo cosas elevadas”.
- “Quien sigue a un hombre mediocre, deviene mediocre”.
Entre los secretos egipcios, está la doble función de las palabras. Veamos una: “Heka”, significa “magia” pero también el uso conciente (mágico) de un cierto instrumento. Heka se compone de “he”, nudo y “ka”, energía. Y remite al hecho que hay gente que sabe “hacer el nudo” pero no pone vida y energía. Otrtos saben proyectar su energía, pero su acción es dispersa y confusa. Por eso, Ptahhotep enseña: “Sumergir el corazón y ordenar la boca” (hace runa instrospección para verter los pensamientos adecuados a través del Verbo, que es energía creadora).
Cenotafios y parapsicología
Los egipcios crean el “cenotafio”, tumba sin cuerpo, que es la tumba para el alma. Pero su naturaleza no era la de un simple monumento “recordatorio”, sino un instrumento para ser impregnado de una esencia. La esencia del individuo que trascendía su unicidad, y que me da pie a esta teoría.
Más allá de lo que los papás de uno pensaban cuando por sobre la cuna miraban a ese rozagante bebé que años después se transformaría en quien esto escribe, todo se complota en convencerme que nacemos con ciertos destinos prefijados. Que aunque, por ejemplo, uno sueñe con ser un intelectual más del montón, razonablemente tolerado por sus congéneres, las cosas ocurren para demostrarnos que ni siquiera somos dueños de nuestras ideas. Es el tipo de cosas que suelen pasarme: no puedo evitar la compulsión, a lo largo de los años, de volcarme a actividades o proponer cuestiones que despierten el sarcasmo, la burla escéptica o el escándalo. Me pasó cuando decidí ser parapsicólogo, me volvió a ocurrir cuando, en vez de apoltronarme en la comodidad conceptual de una parapsicología científica, opté por volcarme al Ocultismo, o cuando viajé en busca de extraterrestres en el pasado argentino por toda nuestra dilatada geografía, o cuando no tuve mejor idea que irme de paseo a hacer experiencias parapsicológicas a la cumbre del Aconcagua, o cuando fui en busca de extraños seres en la Caverna de las Brujas, o cuando tras una improbable, gigantesca serpiente acuática hice decenas de kilómetros en una temblorosa piragua por el río Pilcomayo, o las noches cuya cuenta he perdido en cementerios a la caza de fantasmas, o….
O cuando, como ahora, mientras leía atrasados artículos sobre los últimos experimentos sobre clonación, una idea se filtró en mi mente y, aún en contra de mi voluntad, creció hasta convertirse en una teoría. Una teoría que, debo reconocerlo, empieza a gustarme. Y que me parece absolutamente dictada “desde afuera”. Es feo eso de sentirse un instrumento pero, en fin, si el destino es ser canal de algún metafísico registro akhásico, no será un servidor quien se resista. Así que con la tranquilidad que da creerse entonces poco responsable de lo que uno dice, aquí va esta propuesta.
Que consiste básicamente en repasar –y concatenar- tres instancias: una biológica y genética –la clonación– otra esotérica –la reencarnación- y una parapsicológica –el así llamado “punto de anclaje”-. Y, si me apuran, una cuarta: lo extraterrestre –a través del conocimiento legado por visitantes en la antigüedad-. Repasemos algunos conceptos y aclaremos posturas frente a los mismos.
De la clonación no hay mucho interesantemente nuevo que pueda decir –perdón, escribir-. En mayor o menor grado, todos han escuchado de ese sistema novedoso –o no tanto, ya que sus fundamentos figuran en manuales de divulgación científica de sesenta años atrás- que consiste en copiar seres vivos –incluso humanos- reproduciendo el patrón genético de un sujeto en células soporte de otro individuo. Sobre este apasionante campo se ha generado una discusión más filosófica que técnica y de una dudosa moralina. En efecto, las iglesias han cuestionado la ética de clonar seres humanos, por aquello de la biodiversidad y que cada fulano que camina sobre el planeta es único e irrepetible; considero, sin embargo, que no sólo se ha enfocado erróneamente la cuestión, sino que incluso se ha informado malamente a la población, acudiendo a cuestionables golpes bajos emocionales (¿”qué pasaría si se clonaran muchos Hitler”?, es la tontera más habitual) para responder a oscuros intereses. Y nunca mejor empleado lo de “oscuros”. Lamentablemente, por estrechez mental o por maquiavélicas razones, muchas de las religiones dominantes hoy en día se han opuesto durante siglos al avance del conocimiento en todas sus formas. Antes, se quemaba a sus responsables. Hoy, se les cubre de ridículo, lo que es todavía peor, ya que el ridículo jamás ha creado mártires. Aún más, se les sindica de amorales, y la razón es sencilla: sólo se domina a la gente a través del miedo, y el miedo es hijo dilecto de lam ignorancia. Para controlar a las masas, no hay que dejarles pensar ni informarse sanamente. De donde podríamos inferir lo que vamos a llamar (si les parece bien) la Primera Ley de Fernández: “Toda estructura religiosa o pseudorreligiosa necesitada de bienes y recursos materiales y apoyo político crece numéricamente de manera inversamente proporcional a la masa de información y del buen uso que del raciocinio hagan sus feligreses”.
Porque si se hace un clon de Hitler tendremos un tipo bajito, de cabello chuzo y bigote cortito, gesticulante y pocaspulgas, pero lo realmente importante, es decir, todo lo demás, lo que es mentalmente, espiritualmente, emocionalmente, moralmente, no es producto de la clonación: no existe –eso los científicos lo saben muy bien- un gen del crimen. El ser humano es más que la suma de sus partes biológicas. Los factores ambientales, familiares, culturales, modelan la personalidad, sus virtudes y defectos. No cometamos el error de hablar de una moral de la clonación que necesariamente, para contradicción de las iglesias, sólo es defendible si se niega el espíritu; que no está en el ADN. Mil fulanos fotocopiados físicamente van a ser muy distintos psicológicamente, y esa es la única biodiversidad que cuenta.
¿Hablamos de reencarnación?. No es necesario: si usted está leyendo estas líneas es porque, crea o no en ella, la conoce. Si no, ¿no se habrá equivocado de publicación?.
Pero sí dediquemos algunas líneas a un concepto parapsicológico ni siquiera muy difundido entre los especialistas: el “punto de anclaje”. Llámase “punto de anclaje” a un lugar, objeto o persona que, por la intensidad emocional que conlleva, resulta la única referencia cognoscible para un “paquete de memoria”. Este término (“paquete de memoria”) fue propuesto por el biólogo francés Jean Jacques Delpasse para definir a lo que vulgarmente se denomina “fantasma”, es decir, el residuo psíquico superviviente de una persona fallecida.
El “paquete de memoria”, luego de la destrucción biológica del cuerpo que le contuvo, tiende a “adherirse” a aquello que más significado emocional tuvo durante su vida física. En el estado pseudosonambúlico y desconcertante que atraviesa post mortem, el “paquete de memoria”, quizás no comprendiendo su nueva situación y condición, busca desesperadamente –si en vida ha carecido de la evolución espiritual necesaria para comprender lo que le ocurre y evolucionar a planos superiores de manifestación, “despegándose” así de esta realidad- aquella referencia que le es conocida.
Como está privado de medios sensoriales, su forma de orientarse es el sentir, ya que sólo puede valerse de lo único que tiene porque es lo único que es: psiquismo residual y emocionalidad. Y así como cuando nos perdemos en una ciudad desconocida buscamos puntos de referencia conocidos –una iglesia, el hotel donde nos alojamos, una plaza central o la terminal de ómnibus- el “paquete de memoria” se “fija” –se “ancla”- a lo más importante que jalonó su vida: sus seres queridos, su casa, un objeto muy apreciado o ambicionado, sus propios restos mortales. Ello se transforma, entonces, en el “punto de anclaje”. Los puntos de anclaje explican las viviendas con “presencias”, por ejemplo. Los objetos “malditos”, o las entidades detectadas en cementerios, también.
Bien. Supongamos por un momento que los antiguos egipcios conocieran el efecto “punto de anclaje”, lo que no es extraño, por otra parte, a su religión. Desde que se inició en las tinieblas de la prehistoria, sus prácticas rituales obligan a conservar no sólo el cuerpo, momificado, de sus difuntos, sino sus vísceras en vasijas ad hoc, además de sus tesoros (un buen motivo para “aferrarse” en esta vida), efectos personales de todo tipo y, en ciertas épocas, seres queridos que eran sepultados junto a ellos en sucesivas generaciones. Ellos mismos, en textos de todo tipo, papiros y petroglifos especialmente, señalan la importancia de estas prácticas para que, mientras el espíritu del difunto pueda ascender a los cielos, el “ka”, o doble astral, diríamos ahora, permanezca “vigilante” junto a los restos. De hecho, ellos entendían que la naturaleza humana se dividía en tres planos: “ba”, o cuerpo astral, “ka” o psiquismo, y “aj” o espíritu, como una versión microcósmica y adelantada en siglos al judeocristianismo de una Trinidad a escala humana.
Siempre me he preguntado el porqué de esa obsesión en querer conservar la materia carnal en las mejores condiciones el mayor tiempo posible. La suposición de la ortodoxia arqueológica en el sentido que lo hacían porque, en su ingenuidad supersticiosa, creían que en el futuro “resucitarían” carnalmente, me parece cuando menos una ofensa a la inteligencia que a los propios egipcios le atribuimos considerando sin ir más lejos su arquitectura, su astronomía o su arte plástico. Por otro lado, me parece mucho menos supersticioso que las creencias cristianas contemporáneas que esperan esa misma resurrección “en cuerpo y alma” aún cuando el paso de los siglos, qué digo, de los milenios, reduce a inveterado polvo hasta el más resistente de los huesos. Pero a esto hoy le llamamos, displicentemente, “devoción” y “fe”, y convivimos culturalmente con esa creencia que tantos –universitarios, políticos, intelectuales- consideran lógica. En cambio, cuando suponemos que los egipcios conservaban la materia para que los “dioses” en el futuro le devolvieran la vida al ser, sonreímos sardónicamente y nos reímos de su “ignorancia”. En fin, si eso no es soberbia vana, no sé qué lo es.
Así que mi teoría es simple. Aceptemos una presencia extraterrestre en el antiguo Egipto. Aceptemos que esa presencia fue intelectualizada como “dioses” por el primitivo pueblo violentamente arrancado de su oscurantismo y proyectado como la nación más poderosa de la Tierra en pocos años. Aceptemos que algunos egipcios, particularmente inteligentes, fueron iniciados en los “misterios” de la ciencia extraterrestre. Aceptemos que esos extraterrestres conocían y manejaban la clonación. Y así aceptaremos, entonces, la transmisión, generación tras generación, del dato fundamental que cuando más del cuerpo –especialmente de alguien dominante- se conservara en las mejores condiciones, podría ser clonado –reproducido, revivido- en algún momento futuro.
¿Y qué tiene que ver el “ka”, el “paquete de memoria”, el “punto de anclaje” y toda esa parrafada con esto, dirán ustedes?. Simplemente, que se me ocurre que, aunando ambas posibilidades, los antiguos faraones, los antiguos sacerdotes, nobles y jerarcas militares, conocedores, directa o indirectamente de los grandes secretos científicos traídos por los extraterrestres, sabían como resucitar no sólo en cuerpo, sino también en alma: si el “paquete de memoria” era obligado a permanecer junto a los restos mortales, y si de esos restos podía, en algún momento del futuro, obtenerse un “duplicado”, sólo bastara que el “paquete de memoria”, “anclado” en la tumba, ingresara en el nuevo individuo (el clonado, digo) mediante posesión para que, tres, cuatro o cinco mil años después, Ramsés II, Tuth-Ankh-Amón, Nefertari, Menes o el que fuera regresara a la vida (¿necesito repetirlo?) completamente en cuerpo y alma.
Se me ocurre una –una de tantas, quizás- objeciones que harán ustedes. Pero si el paquete de memoria está “anclado” en la tumba, ¿cómo hará para encontrar ye incorporarse (poseer) su nuevo cuerpo?. Podría decir que, simplemente, a un paquete de memoria la ubicuidad en el tiempo y el espacio no le afecta como a nosotros, prisioneros de la carne, con lo cual tal vez le sería fácil encontrar, deambulando sobre la faz de la Tierra, su nuevo receptáculo. Pero se me ocurre algo más simple y, si se quiere, obvio. Supongamos que algún día los científicos perfeccionan in extremis el arte de la clonación. Supongamos que ceden a la tentación –y la curiosidad- de clonar seres humanos completando las cadenas genéticas, necesariamente deterioradas, de hombres muertos milenios atrás. Supongamos que uno de esos experimentos se hace con tejido de la momia de un faraón, admirablemente conservado. ¿Hace falta mucha imaginación para suponer que el individuo, así clonado y quizás en algún momento consciente de su origen, no podría evitar la tentación de visitar la tumba y los restos de quien, en definitiva, sería su “padre”?. Si cualquiera de ustedes descubrieran que son clones del Tuth-Ankh-Amón, ¿resistirían la tentación suprema de viajar a Egipto para visitar su tumba?. Y allí, esperando, estaría el paquete de memoria…
Es muy personal este comentario, pero debe ser sincero: entre considerarse que los egipcios eran históricamente una masa de cretinos hábiles para obras de ingeniería que nosotros no podríamos reproducir pero imbéciles que creían en una mágica resurrección de tejidos deteriorados a los cuales, por otra parte, deben haber rastreado durante sus milenios de historia ajenos a cualquier resucitación vaticinada, y aceptar una teoría que nos muestre maestros extraterrestres preparando a los habitantes del Nilo en un plan cósmico cuyas consecuencias últimas hoy también nos siguen evadiendo, me quedo con esto último.
Oh, pero no nos preocupemos. Todo esto –seguramente alguien dirá- es sólo el delirio de una mente febril. Quizás.
Lo dicho hasta aquí, después de todo, no es más que levantar, un poco más aún de lo que ya ha sido hecho en los siglos pasados, el velo de Isis.
Continuará
Tercera parte: El Egipto Desconocido (3): El sendero Templario
…. lo sigo leyendo, amigo Fernandez y ya octogenario me hace feliz recordar mi viaje a Egipto, -cuando era mas joven y estaba mas «dormido»… con la entrada a la piramide y el «sarcofago» y Luxor y el valle de los reyes y un escarabajo que me regalaron, autentico, que todavia tengo y su jeroglifico dice «Met hank mir»… y me ha acompañado en mis viajes y locas busquedas… Porque asi es simplemente la vida en el planeta… Despues de haberme armado un «sistema» creible, finalmente estoy llegando a la conclusion de que «solo se que no se nada»… Para colmo con la campaña que está haciendo el amigo «Sergio MONOR»… quedamos offside!
Me consuelo: si tengo que regresar al planeta alguna vez, ya cumpli una estapa informativa muy importante, y sigo abierto para seguir aprendiendo indefinidamente…
Mentalmente lo acompaño tambien en su viaje a Mejico, ya que anduve por alli vagando por Yucatan entre piramides e intrigado ante la lapida del «astronauta» en la tumba de Pacal…
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que tenga mucho exito y pueda seguir comunicandos sus «intuiciones» y descubrimientos…. Atte. PK
En la imagen del «Mudra de la Bendición», parece que la mano grabada tiene seis dedos. ¿Es algún tipo de indicación?
Referente a lo que dices: «¿resistirían la tentación suprema de viajar a Egipto para visitar su tumba?. Y allí, esperando, estaría el paquete de memoria…» Pienso que quizás es mas sencillo. El plano en que «viven» los paquetes de memoria, ¿por qué tienen que estar regidas por las mismas leyes de distancias y duraciones que el nuestro? ¿Y si «allí» no cuentan los kilómetros ni los años? Puede que los viajes sean instantáneos, mientras dispongan de una referencia de adonde ir, una «baliza». ¿Y qué mejor baliza que el ADN del clon revivido?