Una cultura está gravemente enferma cuando –entre tantas otras cosas- acepta pasivamente que sus poderosos dioses arquetípicos queden reducidos a meras enfermedades mentales. Cuando el individuo pierde la capacidad de simbolizar, de expresar ideas abstractas con riqueza de concepto y de lenguaje. Cuando psicologiza y “medicaliza” a la Sombra, al Bufón, al Héroe Solar, al Sabio y al Guerrero. Cuando el territorio de los sueños deja de ser la geografía de terrores y maravillas de una realidad paralela donde hacer noche a noche nuestro propio camino iniciático para convertirse en la tabla rasa de una relajación psicofísica somniferizada. ¡Ah, si el lector pudiera recordar, ahora, aquella vez primera, solo en su cama de niño, en que temblando por la certera presencia del fantasma en el ropero o bajo la cama, pestañeando para que las lágrimas del miedo no le nublaran la vista tomó fuerza de su gladiador interno y de golpe, sin dudarlo, abrió la puerta del armario o se inclinó bajo la cama derrotando, de un solo y glorioso gesto, a las huestes malignas de los cuentos infantiles o las monsergas estúpidamente atemorizantes de la madre, el padre o la abuela!. Momento épico en que el Cuco y el Hombre de la Bolsa se supieron vencidos para siempre. ¿Qué son las gestas de los rebeldes de la humanidad sino la repetición consensuada de ese sublime acto de valentía?. ¿Puede recordarlo el lector?. Bendito aquél o aquella que sí puede, que sí puede pero de verdad porque, si así es, hoy irá a dormir con una sonrisa. Hoy despertó al Héroe de su sueño de décadas.