La globalización es irreversible, quizás porque el tiempo se mueve sólo en una dirección y el concepto de “nación” pase a la historia como pasó a la historia el condado feudal. Entonces, encerrarse en sí mismos y “vivir con lo nuestro” no solo es impracticable en términos económicos; lo es más en términos del devenir histórico.
Lo peligroso de la globalización, para el individuo, no es la misma sino esa etapa primigenia de toda nueva organización social: antes de las democracias, del pueblo expresándose y ejerciendo sus derechos –el no menor la elección de sus representantes- hubo caciques, reyezuelos, señores de la guerra, emperadores y el camino no pasó por destruir la nación sino cambiar la forma de gobierno.
Por ende, esta globalización tiene organizaciones que ya actúan como embriones de un Poder Ejecutivo, un Poder Legislativo y un Poder Judicial mundiales. Entonces, el peligro está en que esas organizaciones sean autoritarias, dictatoriales, aristocráticas. Imperiales.
Por ello no se trata de oponerse a la globalización, ni la reacción infantil y anárquica de renegar de la mera existencia de esas instituciones, como no puede renegarse de la existencia de formas de gobierno. La simple anarquìa es ilusoria. Se trata de preparar a los individuos, a las sociedades, a saber de qué se trata, a prestar atención, a informarse y reflexionar objetivamente, a buscar los caminos de llegar a esos poderes para que las voces de los pueblos estén presentes. Para que en algún momento estas organizaciones elitistas y autoritarias devengan en más o menos democráticas.
Mientras existan las fronteras (y les aseguro que las habrá aún por mucho tiempo) arrojar piedras en las reuniones del G – 20 sólo da más poder a lo que se detesta. Buscar los caminos para que las voces alternativas sean escuchadas en ese G – 20 sería una propuesta. No me digan que “no será nunca posible; no lo permitirán”. Es seguramente lo que les habrán dicho, en tiempos de reyes y señores feudales, a quienes soñaban con un ascenso social participativo en el gobierno. Recuerden a Gandhi.
Me dirán que fue una excepción; replicaré que fue un hecho histórico. Me dirán que las circunstancias eran distintas; replicaré que eran peores (a fin de cuentas no tuvo Internet, Facebook ni Twitter, entre otras cosas no menos importantes, porque si algún lector considera las mismas “poco importantes” no tiene la menor idea del momento histórico en que está parado y el verdadero poder de la información canalizada por allí). Me dirán que la idiosincrasia de su gente era muy particular; replicaré que era un mosaico increíble de razas, religiones e idiomas. Me dirán que era un “espíritu grande”. Y allí no podré replicar nada, porque será irrefutablemente cierto.
Por todo esto y más, la ola que vaticinamos (porque la pregunta no es “si” vendrá; sino “cuándo”) será tanto más lenta o acelerada en proporción a la maduración política de las personas. Cuando seamos globalmente capaces de debatir con hechos y datos, no con pulsiones emocionales. Cuando comprendamos primero, para modificar después, cuántos congéneres llaman “opinión política” a la repetición de románticas consignas adolescentes que suenen a música pero luego son impracticables o insostenibles. Cuando tanto político y periodista deje de ser “mediáticamente correcto” y hable de los hechos sin sesgo de conveniencia. Cuando yo y el otro comprendamos que partimos de paradigmas personales de creencias. Me dirán que es una utopía. Y sólo sonreiré.
Por ello, el advenimiento de Trump al escenario mundial tendrá un posterior efecto positivo. Porque desnuda lo más básico del mirarse el ombligo, de la negación a la globalización, del deseo irrealizable de un retroceso feudal. Es cuestión de tiempo que los mismos desaguisados sirvan de educación y recordatorio al resto del planeta. Aprender que el “terrorista que atenta contra nuestro civilizado, moderno y occidental modo de vida”, comete diez veces más atentados en sus propios territorios, y veinte veces más víctimas, que los que lleva a Niza, París, Berlín. Y que usted no lo sepa, demuestra hasta qué punto lo “mediáticamente correcto” es, periodísticamente hablando, anteponer las “víctimas de primera” a las “víctimas de segunda”, aunque la distancia que hay desde su casa a París sea la misma que hay hasta Alepo.
Y así como en otros horizontes, el nuestro por ejemplo, se cree “progresista” al paternalismo estatal, inmadura concepción de la dinámica mundial con más base en la psicológica carencia de afectos y necesidad de soluciones mágicas que reflexión sobre los propios procesos de crecimiento (individual y social) sin observar que, paradójicamente, ese “progresismo” deviene recesionista, en el futuro la misma franja que votó al millonario desde su simpleza aprenderá que las soluciones mágicas no existen y que en el ombligo sólo hay pelusa. Como, lentamente, va aprendiendo la humanidad toda.
Más nos vale.
Ya estamos en camino de un nuevo feudalismo.- Una moneda comun:el oro, un valor comun de la hora del obrero, del profesional, un valor comun de las mercancias, en todo el mundo.-
El pueblo ya no tendra mas poder, solo trabajar para subsistir, o subsistir con el subisidio.- El poder economico global maneja el mundo.- HOY TENDREMOS UN SOLO SEÑOR FEUDAL DUEÑO DEL MUNDO, y es quien tiene en sus manos el poder FINANCIERO del señor dinero.- Lo demas es circo.-
¿La respuesta sería que el poder se repartiera entre unos cuantos?. El oro sólo tiene el poder que la dinámica social, a la que pertenecemos todos, le asigne. Y más allá de las «consignas emocionales2, las gráficas históricas señalan que nunca «el pueblo» (palabra linda, pero de múltiples posibles interpretaciones. ¿Quién es el pueblo?. ¿El obrero?=. ¿Entonces el profesional universitario no lo es?) tuvo el espacio de expresión que tiene ahora. Cuidado, porque el «circo» tambnién puede ser de consignas muy emocionales pero no basadas en hechos.