De la mayoría de mis lectores es conocida mi dedicación intensa, en los últimos catorce años, al camino de la Toltequidad y la práctica, difusión y enseñanza de la Ceremonia de Temazcal. Dedicación que excede la de un simple apasionamiento y tiene que ver con el compromiso. Empero, esa entrega no solamente no ha sido obstáculo para que mis diversos intereses e inquietudes intelectuales sigan expandiéndose en otros campos (más afines al Esoterismo, la Parapsicología, la Ufología) sino que muy especialmente ha acentuado mi interés en conocer con mayor profundidad otras culturas originarias, sin ir más lejos, para re-descubrir la Sabiduría Universal omnipresente en todas ellas. Un sendero que implica ratificar que no se trata de esferas culturales aisladas e ignorantes unas de otras sino que compartieron conocimientos, intercambios comerciales y de sangre. Uno progresa en la comprensión holística del legado de estos pueblos cuando encuentra cómo van imbricándose unos con otros.
De manera que era inevitable que, tarde o temprano, tuviera que orientar mis esfuerzos al conocimiento y comprensión de la Sabiduría del pueblo Maya. No solamente por su proximidad geográfica con los Toltecas, sino por el nutrido intercambio entre unos y otros y la réplica de verdaderos descubrimientos y avances que ambas civilizaciones retroalimentaron mutuamente. Por supuesto, si aún con estos años intensamente dedicados al legado Tolteca soy consciente que apenas araño la superficie de los mismos, mi mucho más reciente dedicación a los Mayas necesariamente deberá ser, si se quiere, aún más superficial, cuando menos en mi comprensión personal del acervo a descubrir de los mismos, independientemente de cómo parezca mi información al resto de los no iniciados en el mismo. Hago esta necesaria salvedad porque si hay un campo donde abundan los “expertos” (sea por formación, autodidactismo o “canalizaciones”) es en el terreno del Mayismo. La popularidad del tema, aceptémoslo, tiene más que ver con las mal llamadas “profecías del 2012” y el hipotético “fin del mundo” que obviamente no sucedió, y la propia espectacularidad asombrosa del saber maya culmina siendo la caja de resonancia que instala en el Inconsciente Colectivo la percepción de estar frente a sabios que trascendieron las limitaciones de este mundo. Luego aparecen los libros de Argüelles, los “documentales” de History Channel, los cursos acelerados de Astrología Maya, las Pléyades como hipotético exilio metafísico de las desaparecidas generaciones de mayas y los verdaderos misterios mayas terminan así obnubilados por una cortina de confusiones. De manera tal que en este artículo (sin duda, primero de muchos) y como claramente lo señala el título, me enfocaré a reflexionar, ni siquiera a ponderar como hallazgo personal, sobre algunos de estos enigmas, expresando mi humilde opinión con el ánimo de comenzar a clarificar conceptos en mis seguidores interesados.
Lo expresé ya hace años en artículos y podcasts, pero nunca está de más volver sobre el particular; especialmente cuando, a la hora de hablar sobre “misterios mayas”, los escépticos traen a colación el fallido “fin del mundo” ya citado como evidencia de la poca fiabilidad de este Conocimiento. Y entonces, una vez más, debemos recordar que una cosa es lo que los Mayas transmitieron y otra, muy distinto, el usufructo –si comercial, antojadizo, delirante o imprudente, cada quien sabrá cómo llamarlo– que otros hicieron del mismo. Porque los Mayas nunca fijaron el fin del mundo para el 20 de diciembre de 2012. Ni siquiera postularon conceptos tan etéricos como que se trataba de un “cambio de frecuencia cósmica”, o una “mutación de paradigmas”: y esto, porque nunca existieron las “profecías mayas”. Sólo existió un matemático y asombrosamente exacto calendario astronómico que finalizaba en esa fecha.
Sin entrar –hoy– en tecnicismos, relatemos esto: los Mayas tenían cinco calendarios distintos, los dos más conocidos, el “Tzolkin” y el “Haab”, que conocemos como “Cuenta Corta” y “Cuenta Larga” (el primero, por demás conocido por quienes se dedican a la Astrología Maya y aquí debemos ser puntillosos: la Astrología Maya que se practica comúnmente hoy en día es una interpretación de José Argüelles, según él mismo lo admitió, por “mensajes telepáticos” recibidos desde las Pléyades. Cada quien sabrá qué credibilidad dará a estas afirmaciones, pero que quede en claro que no es en absoluto conocimiento arqueológico lícitamente consensuado). Ellos fijaron el comienzo de su Calendario en la fecha gregoriana 13 de agosto de 3114 correspondiente en su cuenta al 13.0.0.0.0 4 ahau 8 cemhu. Volveré luego sobre esta fecha porque tiene otros significados pero permítaseme señalar esto: que fijaran el comienzo del Calendario en esa fecha no significa que “antes” no hubiera nada (en el sentido de la “creación del mundo”. De hecho, en distintas “estelas” grabadas (por ejemplo las de Quirigüá) se fijan con exactitud asombrosa fechas tan anteriores como… 64, 90 y 400 millones de años. Para que se tenga una idea clara de lo que esto significa: es como que yo tuviera un método, hoy, lunes 21 de octubre de 2019 en que estoy escribiendo este artículo, de determinar el día de la “semana”, “mes” y número de este mismo día, cuatrocientos millones de años atrás. En otras palabras: su calendario comenzaba en aquella fecha, pero no significaba que no supieran –y de hecho para objetivos precisos, calcularan– fechas anteriores. Y si esto lo hacían “hacia atrás”, también lo hacían “hacia delante”: su calendario (el período de “este” Baktun) finalizaba el 20 de diciembre de 2012, pero no significaba que no pudieran comenzar nuevos “baktunes” con posterioridad a ése.
En la misma dirección, debemos desmitificar el mito de la “desaparición” de los mayas. Éste está muy instalado: se dice comúnmente que unos 600 años antes de la llegada de los españoles millones de mayas “desaparecieron”. Y aquí pujan todas las teorías posibles, desde un genocidio militar, exterminio por hambrunas hasta –cómo no– abducciones extraterrestres, migraciones al interior de la Tierra Hueca o teletransportación a –¿adivinen dónde?– las Pléyades. La noticia es ésta: los mayas no desaparecieron. En realidad, sus grandes centros poblados comenzaron a despoblarse pero ni siquiera esta verdad histórica es literal: no lo hicieron de “la noche a la mañana”, sino que fue un proceso gradual, tal vez vinculado a sequías, escasez de tierras cultivables y recursos renovables. Es más, ciertas ciudadelas, como Chichén Itzá, fueron abandonadas en el 900 DC y vueltas a ocupar en el 1200 DC. Otras, aún en 1521 cuando los españoles toman por primera vez contacto con los mayas, seguían habitadas aunque en forma francamente decadente: Cobá, Zamá (Tulum), Kinichná, El Meko, Dzibanché son claros ejemplos. Y finalmente el maya sigue existiendo aún hoy, mestizado en buena medida no solamente con españoles y descendientes de españoles sino con otras etnias cercanas porque, justamente, en su proceso de decadencia y migraciones lo hicieron hacia regiones dominadas por otros pueblos (mexhicas, por caso) con quienes se fusionaron. Hoy en día en numerosas aldeas de Quintana Roo, Yucatán y otros estados profundos la “lengua de cuna” es el maya, de biotipos absolutamente orgullosos de su ascendencia y su cultura, además de su sangre. Entonces, “profecías del fin de mundo” y “desaparición masiva de millones de mayas” son dos mentiras contemporáneas que es necesario exponer si de verdaderos enigmas queremos continuar hablando.
Dije anteriormente que en varias estelas –hablo de lo descubierto hasta ahora; decenas de ciudadelas recientemente descubiertas en forma de prospección remota en selvas de México, Honduras o Guatemala revelarán, no lo dudo, aún más y numerosas maravillas– figuran unas pocas fechas monstruosamente anteriores (y monstruosamente exactas) calculadas, indudablemente, por alguna razón que permanece en las sombras. Fijan fechas en tiempos espantosamente remotos. Los he citado: 64, 90 y 400 millones de años.
¿Por qué necesitarían los mayas datar “hechos” tan arcaicos? Una explicación falaz, improvisada y discriminatoria de algunos académicos sostiene que lo fueron para darle “contexto” a sus elucubraciones metafísicas, teológicas, buscando fijar fechas tan antiguas que dieran contundencia a sus construcciones demiúrgicas. Me resulta cuando menos irritante esta actitud seudo racionalista e incongruente de reconocer a los mayas la capacidad racional y matemática capaz de elaborar cálculos que les permitieran una comprensión de su tiempo y al mismo tiempo profundamente ingenuos y supersticiosos para sostener las cosmovisiones que se les atribuyen, desde toda mirada, francamente infantiles. Pero dejaremos ese debate para otra ocasión.
Lo que aquí quiero significar es que si fijaron esas fechas, es porque eran muy importantes para ellos. No tengo idea por qué respecto a la de 90 o la de 400 millones de años, pero puedo arriesgar una suposición sobre la de 64 millones.
Esa fecha es el 1.1.11.19.9.3.11.2.0.2 2 Ahau 13 Ceh, el día que el “Cocodrilo Celeste” descendió del Cielo y redefinió al mundo. ¿Por qué digo “redefinió” y no simplemente “creó”? Porque tanto si leen el Popol Vuh como el Chilam Balam (textos sagrados de estos pueblos, aunque los que nos llegaron fueron reescritos con posterioridad a la Conquista y cabría preguntarse si ya en ese momento no estaban “contaminados” con perspectivas cristianas) el Universo preexistía a esa fecha, y como lo conocemos, comienza entonces. Se presenta aquí toda una discusión filosófica comparable, por ejemplo, al debate sobre las primeras líneas del Génesis bíblico. Cuando comienza diciendo que “todo era oscuridad y el espíritu de Yahvé flotaba sobre las aguas”, ¿no está acaso reconociendo que ya existía “algo” antes del momento en que el susodicho dijo aquello de “Hágase la luz”?.
Por cierto, recordemos que existen sobradas evidencias de que, cuando menos ya en el 35 AC, los mayas conocían y aplicaban perfectamente el concepto del “cero”, es decir, la expresión dual matemática que tanto remite a la “nada” como multiplica (dependiendo de su posición numeral), por lo cual el concepto abstracto de la “nada cósmica” no les sería lejano. Y, aun así, no postularon para “antes” del 1.1.11.19.9.3.11.2.02 2 Ahau 13 Ceh una “Nada” sino que aceptaron –y calcularon– un “tiempo antes del tiempo”. De “su” tiempo, debemos aclarar.
Como dije, la fecha de 64 millones de años atrás es altamente sugestiva. Porque coincide con el estimado desde la extinción de los dinosaurios por un presunto meteorito que cayera justamente… frente a la península de Yucatán, una extinción de reptiles sin la cual la expansión de los mamíferos (nosotros) no habría ocurrido.
En el artículo «El mito del diluvio en las ceremonias de entronización de los gobernantes mayas. Agentes responsables de la decapitación del saurio y nuevas fundaciones» puede encontrarse las pruebas de esta afirmación: los dioses fundan un “nuevo orden” sobre el llamado “cocodrilo decapitado”, y hay que recordar que “cipactli” (“cocodrilo”) inicia la veintena del Tonalamatl o Calendario mexhica-tolteca, y la fecha de inicio del Calendario maya se representa con el “cocodrilo celeste”.
¿Qué es lo que insinúo? Que los mayas supieron de la extinción de grandes reptiles que dominaban el mundo y el ecoespacio vital de una manera tal que la prosperidad de los mamíferos hubiera sido imposible. Que sabían que su espacio geográfico había sido epicentro de ese cataclismo extrañamente oportuno. Y doblaré la apuesta: tengo la sospecha de que, meteorito u “otra cosa”, fue producto de tecnología inteligente extraterrestre que buscaba evitar que en este planeta las especies sáuricas dominantes evolucionaran hacia formas inteligentes y reptiloides. El caso del “Trodon” es emblemático; una subespecie que, según los paleobiólogos, podría haber mutado en esa dirección. Es cuando me pregunto si las “teorías reptilianas” de buena parte de cierta Ufología contemporánea no tendrán su origen en la percepción de la posibilidad de que en otros planetas hubieran, precisamente, prosperado especies inteligentes reptiloides y que esto también podría haber ocurrido en el nuestro. Si así fuera, especulo sobre una raza no humana que, para evitarlo, provoca un evento apocalíptico (desvío y colisión programada de un gran meteorito, por caso) para que otra especie homínida fuera la que tomara control de este mundo.
Dije que esto era una especulación, pero me contradigo y afirmo que es una hipótesis de trabajo. Porque existen fundamentos para construirla; sin ir más lejos, las numerosas evidencias de civilizaciones en tiempos remotísimos, casi insultantes para la historia oficial. “Ooparts”, huellas de pies humanos junto a la de dinosaurios, restos megalíticos que desafían las cronologías… no es tema de este espacio, hoy y aquí, pero el lector interesado encontrará sobrada documentación con algunas búsquedas. Y, en consecuencia, si hubo una “historia antes de la historia”, si hubo una o más humanidades millones de años antes que nuestra humanidad, entonces toda extrapolación especulativa tiene su asidero. Incluso, la de una catástrofe global (discutamos si natural o provocada) que borra a esas humanidades para que surja una más… ¿acorde a otros intereses cósmicos? Nosotros. Y allí está el omnipresente mito del Diluvio en todos los pueblos. También entre los mayas.
En ese sentido, traigo a colación la omnipresencia reptiloide en todas las Antiguas Tradiciones, desde China a América, y en el caso específico que aquí tratamos, ese “acto fundacional” que significó la “decapitación” del primigenio Cocodrilo Celeste en el inicio del “mundo maya”.
Porque las crónicas del Chilam Balam dicen que en esa fecha citada, los “dioses” pisaron el lomo del gran Cocodrilo y lo decapitaron, dejando en su cuerpo impresos sus pies. Luego, el cuerpo del animal fue elevado sobre cuatro pilares y sobre él surgió el mundo de los hombres… una poética metáfora, si se quiere, de una historia cosmogónica que puede ser interpretada en múltiples sentidos. Es importante que en mayab (idioma maya) “pisar” es sinónimo de “fundar”, de “iniciar” (una ciudad, un sitio ceremonial), “tomar posesión”, y en diversas partes del México precolombino hallamos tallados en la roca indicando pisadas humanas. La interpretación popular dice que fueron los pies de tal o cual gran hombre que se asentó allí, pero criptográficamente es una “señal” que indica un sitio o acto fundacional. Así que el relato de los “dioses” pisando al cocodrilo para decapitarlo puede interpretarse también como “dioses” (¿extraterrestres?) eliminando una especie reptiloide y fundando el mundo de los hombres mamíferos.
Sin incursionar en umbrosos horizontes hagiográficos y semiológicos, digamos que el “tiempo sagrado”, es decir, el “tiempo mítico” no es lineal como el “tiempo profano”, humano. Subyace en los impulsos y arquetipos inconscientes y por eso es un tiempo del No Tiempo, cíclico, recurrente y “paralelo”, y por ello simultáneo, al tiempo físico. Eso lleva a los “medidores del tiempo” maya a “re-crear” calendáricamente los hechos fundacionales de su mundo que es también éste, nuestro mundo. Es la razón por la cual la fecha en que se decide y acepta en el mundo maya iniciar el calendario reproduce simbólicamente un hecho ¿mítico? Ancestral. Un hecho increíblemente remoto pero donde la agudeza intelectual de los mayas les permitió fijarlo en fechas. Comprendiendo y calculando el Tiempo antes del Tiempo.
Chichén Itzá
En idioma maya, Chichén Itzá significa «boca del pozo de los itzaes», haciendo referencia al Cenote Sagrado, el gran pozo natural que los habitantes de la región consideraban una de las entradas principales al inframundo, sede de importantes dioses, como los de la lluvia. Además, el nombre del sitio alude a los itzaes, poderosos señores mítico-históricos de la ciudad durante la época de su crecimiento y apogeo.
Su nombre deriva de las palabras mayas chi ‘boca’, che’en ‘pozo’, itz ‘mago o brujo’ y há ‘agua’. Al unir las palabras se obtiene ‘la boca del pozo de los brujos del agua’ o ‘en la orilla del pozo de los brujos de agua’. O bien del huasteco ch’iich’en ‘en estado/apariencia de pájaro’, o también del huasteco itzam ‘serpiente’, ‘serpiente emplumada’.
Recordemos que en el horizonte maya tiene absoluta preponderancia el recuerdo mítico de “Kukulkán”, la poderosa “serpiente emplumada”. Cierto errado academicismo establece un paralelismo con el “Quetzalcoatl” mexhica, y digo “errado” porque esto deviene de traducir “quetzalcoatl” también como “serpiente emplumada” cuando en realidad, de acuerdo al empleo coloquial de la lengua náhuatl, significa más bien “serpiente preciosa”. Cabe aclarar aquí que aunque se conoce mucho del idioma maya –que tiene distintas y acentuadas variantes regionales además de las dadas por el paso del tiempo– se desconocen muchos términos o se ignora el significado de otros. Un ejemplo: cuando el visitante recorre Chichén-Itzá, se le habla del “Tzompantli”, una plataforma donde (se presume) en estacas eran clavados y expuestos los cráneos de enemigos decapitados. Fuera del debate si realmente ése era su uso, el hecho de que aún los locales mayaparlantes le digan “Tzompantli” (término absolutamente náhuatl, no maya) demuestra que se ignora su denominación original. Y, muy posiblemente también, su naturaleza y función: de servir como expositorio de cráneos tenemos solamente el relato de los primeros españoles llegados al lugar, aún más, en tiempos en que Chichén-Itzá había vuelto a ser abandonado.
¿Quiénes habrán sido esos dioses fundacionales a que hago referencia más arriba? Hablemos de uno de ellos: Ah Mulcenkaab, el “dios abeja”. Su imagen la vi en “El Castillo”, interesante edificación en Tulum (originalmente, “Zamá”, “tierra desde donde amanece”, ya que se trataba de un sitio ceremonial y habitacional frente al mar desde donde, previsiblemente, se tenía día tras día un fantástico amanecer, ya que “tulum” significa “fortaleza” –por la naturaleza amurallada del lugar– siendo una denominación muy tardía). Digo que es una edificación muy interesante porque se tiene constancia y recuerdo generacional de que en él los sacerdotes practicaban retiros con ayunos intensivos y consumían alucinógenos de manera de ser éste, con exclusividad, un recinto para trascender estados de consciencia. Pero hay mucho más: los primeros españoles –otra vez– tenían un temor supersticioso al lugar, porque sostenían que “algunos entraban allí y desaparecían”, o que quienes entraban en su interior, pequeño y vacío, “materializaban” todo tipo de objetos. Casi, casi, tentados estamos de considerar que el recinto ocultaba un portal a otras dimensiones. Y como si esta curiosidad no bastare, fue el lugar donde, durante la “guerra de las castas”, se ubicaron y reverenciaron “cruces parlantes”.
El misterio de las “cruces parlantes”
La “guerra de castas” fue un prolongado conflicto civil (desde 1847 hasta 1901) en que los mayas de toda la península se levantaron en armas contra sus opresores. Algunos historiadores proponen que se trató de una guerra de “pobres contra ricos”, otros dicen que lo fue de “indígenas contra blancos”, pero el tema es mucho más complejo, y podemos decir que en puridad fue de identidad cultural: de mayas “puros” (en lo que pudieran serlo para mediados del siglo XIX) contra “los demás”, ya que se peleó contra otros indígenas “aculturalizados”, e independientemente de su situación económica. Creo hasta donde pude indagar, que el conflicto fue de identidades ya que se trató de quienes preferían ser mayaparlantes sobre todos los demás, tanto ignoraran el idioma como lo hubieran despreciado. Obviamente, a esto se sumaron, según el lugar y el momento, motivaciones territoriales, políticas, financieras, de explotación, etc. Y fue muy cruenta y raramente sesgada: de 1847 a 1885 murieron más de 250.000 personas, en su enorme mayoría, blancos. De ese año a 1901, otras 50.000 y aquí, en su enorme mayoría, indígenas. El conflicto atravesó instancias tan agudas como llegar a intentar crear una república independiente a México, iniciativa que llegó a concitar el interés de Gran Bretaña, dispuesta a apoyar material y económicamente a los independentistas, y que no prosperó porque éstos, finalmente, no aceptaron las condiciones que Londres quería imponer.
A la sombra de ese conflicto creció el aún presente “culto de las cruces parlantes”, inicialmente en el poblado de Chan Santacruz. En el mismo, supuestamente, unas “cruces” de madera “hablaban” de manera audible, dando no solamente consejos de tipo personal y comunal sino, en el punto álgido del conflicto, recomendaciones estratégicas para las batallas a sus generales devotos, indicaciones sobre el manejo de la economía local, instrucciones políticas… a tal punto que, aún hoy, los devotos del culto se dividen en jerarquías según grados militares: general, capitán, sargento…
Se ha señalado que en algún momento todo comenzó –en tiempos de guerra lo mágico parece revitalizarse– cuando un par de hábiles ventrílocuos usaron su técnica para “hacerse pasar” por las divinidades (es un extraño sincretismo: los devotos creen en Jesús y a la par en los antiguos “dioses” que hablan por las mismas) hasta que fueron descubiertos por el pueblo y linchados. Pero la creencia persistió aunque, desde entonces, las “cruces” no hablan de manera audible para las masas sino a ciertos “confesores” que reciben su mensaje y lo retransmiten a los asistentes.
Pues bien, en este bizarro escenario y como decíamos, Zamá (Tulum) fue elegido como centro de peregrinación de algunas de estas cruces. Y de todos los edificios del lugar, “El Castillo” (sí, el de las materializaciones y desapariciones) fue el elegido.
En el frontispicio del mismo, entonces, aún puede verse claramente el símbolo del “dios abeja”, también conocido como “el dios descendente”, por su postura. La tradición dice que el Castillo fue erigido por ser el lugar donde, en tiempos remotos, descendiera ese “dios” (quizás, por el mismo portal donde la gente desaparecía y las cosas aparecían).
Otra versión dice que el Castillo fue construido sobre los fundamentos de una edificación antiquísima que el “dios abeja”, Ah Mulcenkaab, ocupaba como vivienda cuando allí descendía de los cielos y permanecía entre los hombres. Una vez más tenemos aquí la constante de tantos pueblos de la antigüedad, donde los “dioses” parecen más humanos que sobrenaturales y necesitan, cuando menos, un lugar donde hospedarse físicamente cuando están entre nosotros. Pero lo que es interesante para mí es que posiblemente la traducción del nombre del dios sea equivocada. Efectivamente, Kaab (recuerden que su nombre es Ah Mulcenkaab) significa en mayab “miel”, por lo que se le considera el “dios abeja” (acentuado por la apariencia dada al mismo, y creyéndole, desde ese lugar, la deidad de las colmenas, siendo la miel un elemento no solamente importante en la dieta cotidiana del maya antiguo sino también fundamental elemento de comercio con otras naciones). Pero “kaab” también significa “mundo”, con lo cual, pasa a ser el “dios-de-este-mundo” y su aspecto de “abeja” puede ser una metáfora creativa, ingeniosa y poética basada en el doble sentido de la expresión. Es, entonces, el dios creador de este mundo, del mundo maya. El que descendió de la cúpula celeste y habitó físicamente en este planeta en tiempos de exterminio de los reptiles…
Regresando a Tulum, tanto los académicos como los locales lo consideran un “puerto”, basados sobre todo en relatos de la Conquista que hablan de grandes canoas amarradas frente al sitio y enorme acopio de mercaderías dentro de sus muros. Permítaseme disentir desde el sentido común y la experiencia: en todos los tiempos se ha buscado para “puertos” zonas protegidas del mar: profundas bahías, caletas, penínsulas pronunciadas que ofrecían alguna clase de protección ante el embate de fuertes vientos y temporales marinos. Nada de eso existe en Zamá. Aun sabiendo que el mar ha subido 90 metros desde los últimos 10.000 años (lo que me lleva a preguntarme cuántos secretos habrá a pocos metros de la costa hoy, sepultados por la arena, a lo largo de un litoral tan dilatado) no existe nada de eso en las proximidades. Algunas o muchas canoas avistadas por los españoles no basta para considerarle “puerto”, y en cuanto a la gran cantidad de mercancías en su interior, puede suponerse más un centro de logística y distribución (y quizás de bendición de la mercancía antes de su distribución, habida cuenta del carácter sagrado del lugar) lo que sólo demuestra cómo muchas afirmaciones que se dan por sentadas sobre esta cultura son apenas meras opiniones.
No lejos de allí, en un cenote, fueron descubiertos los restos de la “Eva de Naharon”, una mujer de unos 35 años al morir, catorce mil años atrás. Hallada en el fondo de un cenote pero recordemos que, como dije y en ese entonces, el nivel del mar era 90 metros más bajo, por lo que ese cenote se encontraba libre de agua y era, de hecho, una cueva subterránea. Su enorme antigüedad pone de manifiesto que si el hallazgo de un solo esqueleto permite datar presencia humana tan antigua, en la selva y en el mar pueden hallarse restos que retrotraigan la presencia humana decenas o centenas de miles de años atrás.
Manejando energías mayas
El investigador Richard D. Hansen, director del grupo de estudio arqueológico de El Mirador, afirma que la ciudad de El Mirador, donde actualmente se halla la gigantesca edificación (pirámide Danta, El Petén, Guatemala), fue la capital del legendario Reino de Kaan (Reino de la Serpiente, aunque el término, en mayab, remite también a la “semilla”. Que ambos significados se emparenten con el mismo fonema –como ya hemos visto con la palabra “kaab”– permite especular sobre los significados metafóricos, en el sentido de que las “serpientes” –reptiles– fueron “generadores” –semilla– de algo.
La pirámide más alta (y voluminosa) del mundo no es la de Keops, como generalmente se cree. Ni siquiera la de Cholula (Puebla, México), con sus 70 metros de alto y 400 m de lado. Lo es la de Danta (en realidad, todo un centro ceremonial) en Guatemala, de origen maya, con… 170 metros de altura y 470 metros de lado, aún casi completamente inexplorada. No está muy claro quién ni cuándo ordenó su erección (como dije, aún hoy está literalmente cubierta por la jungla, así como toda la ciudad a su alrededor en una de las selvas más difíciles del mundo. Sólo de pensar en los enigmas que contendrá se me eriza la piel.
Aquí quiero detenerme porque suele decírseme cuál es la razón por la cual no se “excava”, simplemente, en ése y tantos otros lugares. Quien lo diga, desde su buena fe, seguramente jamás ha asistido o participado en una somera excavación arqueológica. En primer lugar, se necesitan enormes recursos financieros: no se entra en el lugar simplemente con “bulldozers” sino se exige un paciente trabajo delicado durante años. Y la Arqueología no es una “ciencia aplicada”, no entrega resultados de inmediato aprovechamiento financiero, tecnológico, bélico, político. Es el saber por el placer de saber, nada más (y nada menos). En el orden de los presupuestos nacionales, seguramente está detrás, lejos, del fútbol o la fiesta del chorizo colorado.
Además, es mucho más difícil trabajar en la selva –y cuidando el impacto ambiental, de paso– que en la montaña o en el desierto. Una anécdota: en Quintana Roo y Yucatán las autopistas, aún en proximidades de los grandes hoteles “all inclusive”, tienen señales claramente visibles que advierten sobre el peligro de felinos salvajes que pueden acechar al desprevenido que pare a un costado de la ruta para orinar. Uno pensaría que los jaguares se encontrarían casi extintos, pero no; allí, tan cerca de los centros urbanos, proliferan y acechan. Imaginen entonces las dificultades en el corazón de la selva virgen.
Y, finalmente, pero “last but not least”, como gustaba decir el ínclito Antonio Ribera, está el hecho de que muchos descubrimientos arqueológicos recientes y aceptados ya están obligando a reescribir los libros de historia. Sólo puedo imaginar el estrés intelectual y el colapso académico que sucedería si muchos de los “otros secretos” de la antigüedad se develaran.
Tomemos por ejemplo, éste. Hace apenas cuatro meses atrás –del momento en que estoy escribiendo esto– que se ha descubierto que la “pirámide Kukulkán”, en Chichén Itzá, se encuentra construida sobre un “cenote”, esto es, un pozo subterráneo de agua dulce. Aclaremos que la península de Yucatán se encuentra plagada de cenotes, en muchos de los cuales el techo ha colapsado y se presentan como enormes ojos de agua –donde se realizaban ofrendas y se abastecían del vital elemento, ya que en la región no existen ríos– aunque se sabe de la existencia de muchos más que aún están aislados de la superficie por su techo rocoso. Pues bien, sobre uno de ellos se ha construido esta “pirámide”. Pirámide donde en los equinoccios se produce el interesante fenómeno óptico del “descenso de la serpiente” al atardecer, con un juego de sombras que semejan un gigantesco reptil deslizándose escalinatas abajo, y el curioso fenómeno auditivo de aplaudir frente al templo y sentir como el eco regresa, no como aplauso, sino como el claro graznido del quetzal, el pájaro sagrado.
Fuera del hecho de que en su construcción los arquitectos tuvieron que determinar que el techo del cenote sobre el que construían no cediera al peso de la pirámide (más bien de las “pirámides”, porque como “matriushkas” rusas se ha descubierto que son tres, una construida sobre otra), se ha descubierto también que en dirección a los cuatro rumbos cardinales hay otros cuatro cenotes conectados por ríos subterráneos con ese central sobre el cual está el templo. Y esto no es casualidad, toda vez que el mismo “detalle” se redescubre en muchos otros sitios arqueológicos. Yo mismo he inspeccionado en Zamá (Tulum) el cenote que está debajo de El Observatorio, emblemática construcción del lugar. Y, como si no bastara, en otro horizonte cultural, el tolteca, encontramos que la característica se repite: en Teotihuacán, tanto la “pirámide de la Luna”, la de Sol y el “palacio de Quetzalcoatl” tienen sendas cavernas subterráneas, debajo de sus estructuras principales (en el caso tolteca, accesibles a través de largos pasadizos).
Tal vez a algunos de ustedes les parecerá un detalle de significado menor, propio de las creencias locales. Es bueno entonces recordar que esto se repite en numerosos sitios “sagrados” en todo el mundo. Bajo la Gran Pirámide de Keops, por ejemplo, se encuentra la “cámara del Caos”, de carácter iniciático, hoy cerrada al público (tuve oportunidad de observar el pasadizo que lleva a ella durante mi visita a la misma) y el mismo fenómeno lo he encontrado en el “teocalli” de Monte Albán, Oaxaca, México. Comentario aparte (pero ilustrativo): ustedes saben bien que en la cámara subterránea del palacio de Quetzalcoatl en Teotihuacán, el más estudiado hasta ahora, se han encontrado abundantes rastros de mercurio. Se le supone simplemente una “ofrenda”. Bien, permítanme cruzarles información. Aunque no se ha accedido aún a ella, se sabe fehacientemente que en la tumba (bajo un montículo piramidal, por cierto) del gran emperador chino Qin Shi Huang (220 AC) corren (o habría corrido) un “río y un lago” de mercurio. ¿Es sólo “casualidad”?
Regresando a lo que nos ocupa, esas cavidades bajo los templos tienen otras implicancias, más cercanas a los descubrimientos casi contemporáneos del polémico y audaz Willhem Reich y su “energía orgónica”. Según las mismas, y tal como lo expliqué en mi libro “El Correcto Uso del Péndulo y la Pirámide” (Editorial 7 Llaves, Buenos Aires, 1999) ciertos cuerpos acumulan, por su geometría y orientación, una manifestación particular de una “energía universal”, asimilable al concepto de “ki”, “chi” o “präna” (lo que Reich, justamente, llamara “orgón”) e inmediatamente por debajo de las mismas –en realidad, por la proyección espacial invertida de esa forma– se manifiesta con la misma intensidad pero de valor contrario, lo que, en el caso de las pirámides –cuando menos aquellas que son a escala de la de Keops– se conoce como “antipirámide”. Y así como a un tercio de la altura de las mismas tomada desde la base, allí donde en Keops se encuentra la “cámara del rey” se halla la mayor intensidad energética, llamémosle “positiva”, su inversa se encuentra a igual distancia de la base, pero hacia abajo. De hecho, la “cámara del Caos” en Giza sería, por su “violencia energética”, un lugar de prueba final para los aspirantes a hierofantes. Cuál sería el uso que mayas y toltecas le dieran a ese espacio –en el caso que la naturaleza del mismo fuera equivalente a la de Keops– es interrogante aún sin respuesta, pero la correspondencia de ambos casos no puede ser negada.
Actualmente, me encuentro en proceso de experimentación con el agua del cenote Ix Kill (“lugar de los vientos”, al norte de Chichén Itzá, uno de los conectados subterráneamente con el que se encuentra bajo la “pirámide de Kukulkán” a fin de observar eventuales características interesantes, dentro de un programa de investigaciones en el terreno más amplio que en futuros trabajos iré compartiendo.