Con una antigüedad que se pierde en la niebla de los Tiempos Arcanos, numeras naciones de la Amazonia sudamericana (los tulumayos y los kitus entre otros, pero aún aparece, tardíamente, entre pueblos costeros de lo que hoy es Perú y Bolivia, como los aymaras, seguramente por intercambio comercial) se encuentra la presencia del llamado “palo de lluvia” , o “ideófono”, instrumento pretendidamente musical que, básicamente, consiste en un tubo (bambú u otro tipo de palmera de fácil horadación, de distintos largos y diámetros) en el cual se ha clavado una serie de espinas de distinto largo y grosor transversalmente (en ocasiones, empleando en lugar de ellas la misma estructura interna del vegetal, si es que esta es más compleja), introducido un buen puñado de semillas, de distinto tipo, incluso algunos pequeños guijarros, y cerrado por ambos extremos, que al moverse en diagonal, en una dirección y otra, semeja el sonido de la lluvia al caer.
Hoy en día es bastante popular como “souvenir”, y los amantes de la música étnica lo incluyen como instrumento de percusión, usándose, generalmente, como una “sonaja”, “maraca” o “shaker”, sacudiéndolo, con movimientos más o menos amplios, rápidos y repetitivos, al compás de la música.
Sin embargo, y como tantas otras “herramientas espirituales” que se sumaron lúdicamente al “mundo profano” (desde el ajedrez, el Juego de la Oca, el Tarot, etc.) cuanto más retrocedemos en el Tiempo más descubrimos que este elemento, también, supo ser, en principio, una herramienta chamánica. ¿Razón de ser?: inducir estados de trance. En ocasiones acompañando el batir rítmico de un tambor y (o) el golpeteo del pie sobre el suelo, se emplea de dos formas: o bien, tomándolo con ambas manos, se balancea de un lado al otro, lentamente (es cuestión de práctica encontrar el “ritmo de lluvia” adecuado, recordándose que cuanto más brusco sea el movimiento más breve será el efecto), o bien de la misma forma pero rotándolo, también lentamente. Los chamanes solían destinarlo a sus aprendices, instándoles a permanecer en tiempos prolongados, en ocasiones varias horas, sólo realizando esos movimientos con los ojos cerrados (ciertos maestros sugieren hacerlo con los ojos abiertos y fijos –pestañeando, claro- en un “atrapasueños”). El hermano de tradición Charrúa Ciro Chonik, incidentalmente, me hizo conocer –y emplear- el llamado “arco de Tacumbé” (que describiré en otra ocasión) y años después lo he visto en tierras del Brasil combinado con el “palo de lluvia” por ejecutantes simultáneos. El efecto, ciertamente, es “mágico”.
Todo “palo de lluvia”, para ser así usado en espacios sagrados chamánicos, debe ser “presentado” al Universo con respeto. Así, frente a un fuego nocturno, y en Luna Creciente, se pasa sobre un humito de hierbas medicinales y se “presenta” (con ambas manos) al Abuelo Fuego, la Luna y nuestro propio Corazón, respectivamente. Luego se fuma tabaco u otra hierba, echándole el humo, mientras se entrega de espíritu a la custodia y guía de los Ancestros. Es interesante no solamente la sencillez de su naturaleza sino también de su uso: al igual que los cuencos tibetanos y el didgjeridoo, evidentemente su sonido actúa sobre las frecuencias cerebrales de quien lo ejecuta y quien lo escucha, induciendo estados Alfa.