Amanecer en Tepoztlán
El Sol de la mañana es doloroso. El del mediodía puede perturbar la vista, el de la tarde trae melancolía. Pero en la mañana, duele. Aún así, el paisaje arrebata la imaginación y uno tiene la extraña sensación de que eso de los portales dimensionales, si pueden ser posibles en algún lugar, en algún momento, será este ahora y este aquí.
Hacía apenas horas que habíamos descendido del avión y con el “jet lag” haciendo sentir su presencia, apurábamos un mate y algunos emparedados en la paradisíaca comunidad de Huehuetlcoytl, próxima a Tepoztlán. Con Jorge Badillo, el amigo entrañable y omnipresente, ajustamos detalles de la jornada y partimos. Yo, a mi tercer ascenso a Tepozteco. Mariela, mi mujer, aprontándose a su experiencia inaugural. Ella, dispuesta a aprender –y bien que lo hizo- los elementos básicos de la ancestral técnica de desprendimiento astral que hacía años en ese mismo lugar yo había aprendido y luego repetido en otros “teocallis” y recintos ancestrales sagrados. Pero todos, una vez más, dispuestos a sentir la magia del lugar.
Será ésta, entonces, la oportunidad en que revelaré la técnica que me fuera enseñada. Recomiendo practicarla acompañado de alguien con cierta experiencia y, sobre todo, no dejarse llevar por el fárrago de impresiones que pueden ser muy fuertes.
Es innecesario decir que Tepoztlán es quizás un lugar iniciático para esta experiencia. Ya el arqueólogo Daniel Ruzo llamó la atención sobre muchos de sus cerros, siempre considerados naturales pero en algunos casos con reminiscencias artificiosas que hacen pensar en una verdadera “remodelación del paisaje” por ancestrales culturas, más allá, mas remotas de lo que la memoria del hombre quiere –o soporta- imaginar. Sobre ello regresaré en otra ocasión. Sirva, ahora, sólo como marco –eso sí, majestuoso, irreal- para la experiencia que narraré, con el oculto deseo de incentivar a otros a imitarla.
Estamos en el Tepozcalli, el templo que el Señor de Tepoz mandó construir en la cima del cerro. Sé que la vivencia puede repetirse en otros sitios: sólo me remitiré a este lugar, porque es donde la hemos experimentado y donde, supongo, las características del lugar parecen amplificar los resultados.
Se trata de ubicarse a un costado del templo, los pies juntos, separados por unos treinta centímetros del muro. Apoyar ambas palmas de las manos sobre aquél, cerrar los ojos y lentamente, muy lentamente, de forma exasperadamente lenta, avanzar con la cabeza buscando que el entrecejo toque la fría pared. Pasan los segundos, pasan los minutos y uno siente que el cuerpo sigue desplazándose hacia delante… pero el muro no llega jamás. En un momento, uno percibe que las manos ya parecen en realidad estar por detrás de la cabeza, pero, si eso fuera posible, es que no habría muro allí. Sorprendido, podemos abrir los ojos, y descubrir que nuestra testa, físicamente, aún está lejos de la pared. Pero entonces, ¿porqué creíamos percibir que la misma estaba mucho más adelantada?.
De modo que nos reacomodamos y repetimos la experiencia. Avanzamos, un poco más, un poco más. Nuevamente, la cabeza está “ahí” adelante, y las manos quedaron “ahí” atrás. Y otra vez abrimos los ojos. Y volvemos a comprobar que no, que no la hemos adelantado como sentíamos. Hasta que comprendemos la explicación ancestral: lo que se “adelanta” es el desprendimiento de nuestro cuerpo astral. Él es el que percibe estar “más adelante”, donde el cuerpo aún no ha llegado y donde, de hacerlo, no podría penetrar. Hemos comenzado tímidamente a prender el desdoblamiento astral controlado.
Amanecer en Taxco
Colonial. De ensueño. Arrancado de las páginas de Humboldt. Como quieran describirle, Taxco es el lugar donde queríamos estar. Recorrer sus adoquinadas callejuelas, la iglesia de “Santa Prisca” donde la fatuidad megalomaníaca de un adinerado le permitió construir un templo para que el hijo sacerdote tuviera donde oficiar, eso sí, con su altar y todos sus retablos tapizados en oro. Sin misterios arcaicos pero oportuno para la reflexión ya que allí se percibe en el aire la omnipotencia del conquistador explotando en las minas insalubres la vida de miles de indígenas. Una maravilla quizás construida sobre las osamentas de los pueblos originarios. Con guiños de Geometría Sagrada para el ojo atento.
A un lateral de la iglesia, ese esqueleto en una entrada secundaria. Un críptico mensaje, quizás esotérico, cuyo significado se nos ha perdido. No estaba sólo allí. En la catedral de Cuernavaca, observamos con perplejidad que sobre su frontispicio dos tibias cruzadas con una calavera, pirateica representación que se repetía en otros sitios, recibía a los viandantes. No sé si es el metamensaje que nos recuerda a los sufrientes autóctonos, expoliados de sus bienes, su cultura y finalmente de sus vidas, que en el proceso, bajo el látigo ora físico ora ideológico del opresor fueron obligados a pintar en los muros la “versión heroica” de una conquista que de heroica tuvo poco. Ante la inevitabilidad de la Muerte, cómo no comprender la absorción cultural que de la Santa Muerte tuvieron que hacer los naturales…
Fue recorrer esas calles en nuestro segundo amanecer de este viaje a México. La saga de asombros, afectos, aprendizajes, recién comenzaba.
(Créditos de fotografías 4 a 9 inclusive: sr Jorge Badillo )
Si alguien busca ver fuera de nuestra atmosfera por medios particulares, podra ver que de continuo, dia y noche… junto al resplandor y el sol pasan y transitan NAVES EXTRATERRESTRES, POR MILES Y MILLONES, esto es continuo y diario.
Hoy somos exclavos y rehenes de nuestro no conocer, de haber padecido engaño y muerte, hecho este daño por SERES INHUMANOS que han vivido con nosotros, pero siempre conocieron la verdad LIBRE E ILIMITADA y la ocultaron por maldad.
Resulta fascinante leer estas experiencias, escritas y difundidas con la generosidad que te caracteriza, Gustavo. Gracias.
Gracias a vos, amiga, por tu eterna calidez y buena onda. Abrazote.