Campea en el mundillo ufológico la sospecha, expresada por distintos autores, que la Iglesia Católica en general y el Vaticano en particular –como entidad política que es– ha ocultado sistemáticamente casuística, investigaciones propias o de terceros, análisis y quizás, incluso, evidencias físicas. Una de esas presunciones me es propia: que saben que detrás de todo el “dossier” reunido, consciente o inconscientemente por investigadores de todo el mundo, surgen pruebas de un conocimiento perdido del que el Vaticano quiere erigirse como único poseedor (y que ya resumí en el artículo OVNIs: ¿Qué oculta la Iglesia Católica?).
Empero bien puede haber otras razones, y a una de ellas dedicaremos nuestro encuentro hoy aquí. Una razón de importancia vital no solamente para el Catolicismo sino para el Cristianismo todo, pues implicaría sencillamente la desaparición del más fuerte de los argumentos sobre el cual construyeron durante dos mil años su poder espiritual, político y económico. Porque, en principio, debemos atender que entre los líderes de todos los aspectos posibles (católicos romanos, ortodoxos, evangélicos, bautistas, mormones, testigos de Jehová, anabaptistas, luteranos, pentecostales y un larguísimo etcétera) las motivaciones son diversas: las hay económicas, claro que sí, políticas (no siempre divorciadas de las anteriores y especialmente en las esferas próximas al poder mundano) pero también ideológicas, en ocasiones casi fanáticas. Cualquiera que sea la “confesión”, cualquiera que sea la motivación, perderían todo si se demostrara la existencia de inteligencias extraterrestres.
¿Por qué? Porque su poder acumulado, la dominación que han impuesto, muchas veces violentamente, en todas las geografías, la confianza que le siguen depositando sus fieles (dirán que un tanto alicaída en los últimos tiempos, pero no se engañen: en muchos países –lo he observado en Colombia, Ecuador, México y España, por caso, donde la “fe” incluso modela y condiciona el marco de “pensamiento crítico” que les queda por ejercer– y que le otorga esa licencia política, educativa, económica, tiene una sola piedra fundamental, una que, si cae, derrumba todo el edificio: su convicción que Jesús es el Hijo de Dios.
Ustedes se preguntarán: pero, ¿de qué manera la “cuestión Jesucristo” se complica con la “cuestión extraterrestre”. Es por los propios argumentos y sofismas que teólogos y otros intelectuales han construido a través de los tiempos. Si Jesús es “hijo de Dios” y, según enseña su catecismo, es unigénito, encarnado una sola vez, y sigo el Catecismo. No hay diferencia entre la naturaleza humana y la naturaleza Divina del mismo, ¿qué pasa con la redención de miles o millones de otras razas alienígenas? La llegada del Cristo –sigo el Catecismo– ocurrió una sola vez y es universal. Eso significaría que, por su aparición aquí en la Tierra, los alienígenas quedaron ipso facto redimidos, sin necesidad de haber conocido a Jesús, recibido Su palabra o conocido el Evangelio, lo que es extraño: ¿por qué Jesús encarnó aquí y no en Alfa Centauri? Y más aún: ¿qué diferencia habría con los indígenas de tantas tierras conquistadas por los europeos para –decían– “llevar la palabra de Cristo” a sus “almas pecadoras e inferiores”? ¿Llamaríamos “inferiores” a unos visitantes cósmicos sólo por el hecho de no haber oído hablar nunca de Jesús?
Pero hay un giro más: si por imposibilidad fáctica ni ellos ni nosotros pudiéramos atravesar las distancias interestelares, es decir, si “ellos” estuvieran allí pero no pudiéramos contactarles, y si la encarnación de Jesús en la Tierra hubiera sido la única, entonces esos millones de civilizaciones –aún suponiendo, como dijimos, la excepcionalidad de la hipotética predilección del Cristo por esta Tierra– jamás recibirían el Evangelio y, por ende, la posibilidad de la Redención, lo cual sería una pobre referencia a la sabiduría y justicia divinas.
La otra posibilidad es que el Cristo hubiera encarnado en múltiples “Jesús” a lo largo y ancho del Universo, pero eso sería una imposibilidad teológica. El Dogma señala claramente que esa única encarnación fue en una persona orgánica. Y, claro, una persona orgánica puede ser “una”, no repetidas. Es decir, si hubiera 10 x 10 a la 18 posibles planetas habitados en el Universo, significaría un número igual de Llegadas divinas. Algún día podemos recibir imágenes de algún planeta habitado alrededor de la estrella Sirio b y, ¿qué pasaría si nos hablaran de un Cristo, su Cristo, un ser artrópodo, de piel verrugosa y azulada, ocho patas y tentáculos en la quijada? Si eso ocurriera, sería tan correcto adorar a “este” Cristo humano como a ese Cristo extraterrestre. Pero esto sería incurrir en una herejía sancionada por el Vaticano: el Docetismo.
La herejía extraterrerstre
La palabra “Docetismo” proviene del griego “Doketai”, que significa “ilusión” y fue dado por el obispo Serapión de Alejandría a una secta de primitivos cristianos (estamos hablando del siglo II de nuestra era) que afirmaban que el cuerpo físico de Jesús era sólo la forma que Dios eligió para manifestarse (es decir, una “ilusión”) y no su verdadera naturaleza. El Docetismo plantea para el Cristianismo otro conflicto: si el cuerpo físico de Jesús no era el Cristo, la Sagrada Misa, donde la Transustanciación convierte el vino y el pan en la sangre y la carne de Cristo, es apenas un hecho meramente simbólico (como, justamente lo es para los heréticos calvinistas aun en la actualidad) y, en consecuencia, deja de ser un Sagrado Sacramento con todo el poder (místico o cuando menos, psicológico) que se le atribuye.
Y aún más: si todas las encarnaciones de Cristo son divinas en ese ejemplo hipotético (¿cuántas? ¿Unas 3.400.000.000 de encarnaciones posibles?) entonces es absolutamente lícito adorar, reverenciar y ofrendar a cualesquiera de ellas, todas divinidades por igual, y el Cristianismo se estaría así convirtiendo en Politeísmo.
Quizás supondrá algún lector que la Iglesia puede “evolucionar”, es decir, adaptar su discurso a lo políticamente correcto y desdecirse de estos callejones sin salida, negando la condición de Unigénito del Hijo de Dios, por ejemplo. Pero el problema es insalvable: esas afirmaciones son “dogma de fe”, es decir –siguiendo con el discurso eclesiástico– “inspiradas por el Espíritu Santo” y dado que el Hijo, el Padre y el Espíritu Santo son Uno, inspiradas directamente por Dios. Si en un momento la Iglesia dijera que no es así, significaría que literalmente Dios mintió (ya saben ustedes que todo “dogma de fe”, aun los más contemporáneos, tienen entre otras una característica: “profundizan la iluminación del Espíritu Santo sobre las profundidades de la presencia Divina y nunca contradicen dogmas de fe anteriores”) y si Dios ha mentido en Su perfección, no es distinto a otro Mentiroso absoluto y también “perfecto”: Satanás.
Si ustedes son agnósticos o ateos todo este debate –nunca mejor dicho, “bizantino”– les parecerá una tontería. Pero en ese caso, además de pecado de soberbia, cometerían el error de no medir los alcances de semejante conflicto. Evalúen las relaciones de las iglesias con el Poder, el peso de la formación (cristiana, católica) en muchos altos mandos militares, en las inversiones financieras del Vaticano en todo el mundo y, no menos, en el impacto emocional en miles de millones de creyentes. Esto explica que un teólogo como el cardenal Roland Puccetti, en la década del ´60 del siglo pasado, escribiera que “lo mejor que pueden hacer los verdaderos creyentes es desentenderse de los extraterrestres”. De allí es lícito deducir que esos poderes, directa o indirectamente comprometidos con el poder del Vaticano, harán lo indecible para ocultar el conocimiento de civilizaciones extraterrestres. Creo que no es ajeno a ello desde la posición ultramontana de tantos curas y “pastores” que consideran a los OVNI como “manifestaciones diabólicas”, hasta la opinión que se sabe ha comenzado a crecer dentro de algunos oficiales del Pentágono (en un país donde el protestantismo extremo es bastante común) en la misma dirección. Súmenle a ello la pauperización del pensamiento crítico en las nuevas generaciones a través de la idiotización del uso pasatista de lo tecnológico y la decadencia de los sistemas educativos y vemos que todo ello articula favorablemente con tantos otros intereses políticos donde la estulticia en las masas es buen negocio. También en el terreno ufológico.