Para ahorrar ansiedades al lector, comienzo resumiendo lo que expondré en este artículo: ciertos “objetos de culto” de naturaleza inmemorial no aparecieron como tales desde su origen, sino simbolizan, representan o replican (que no es lo mismo) objetos de “uso tecnológico”, diseñados ya sea por avanzadas civilizaciones hoy desaparecidas, ya sea por legado o herencia de tecnología de eventuales visitantes extraterrestres en esa misma, innominada antigüedad. Y fueron las Órdenes y Sociedades Iniciáticas, paralelamente a las Iglesias (más allá de cultos y religiones, que tampoco es lo mismo) las que les conservaron, pero mientras las últimas olvidaron su uso primigenio –o lo limitaron a una élite- las primeras sostuvieron transversalmente entre sus miembros, cuando menos a partir de ciertos Grados, ese Conocimiento.
Antes de avanzar, lo expuesto me obliga a sincerar una convicción personal: cierta Sabiduría no es, aún hoy, para cualquiera. Pero otra cierta Sabiduría sí lo es, y se le está negando al común de los mortales. Apliquemos este argumento a lo expuesto en el párrafo anterior. Un Hermano de grados inferiores de una Orden cualquiera puede estar leyendo en este momento estas líneas y diciéndose, sinceramente, “lo que soy yo, no tengo la menor idea sobre el origen de tales herramientas” (un Iniciado no les llamaría “objetos de culto” excepto en una charla con profanos). Y eso será así, precisamente, porque en su grado aún no ha llegado (para sus superiores) el momento que lo sepa En cambio, un Hermano de grados superiores estará leyendo esto y preguntándose dónde quedó mi sensatez al divulgarlo. Bien, mi sensatez se construye sobre esto: no es este momento histórico, con sus luces y sus sombras, el siglo XVIII, o el siglo VI A.C., también con sus luces, también con sus sombras. El advenimiento de la Era de Acuario, el despertar de las corrientes de la Nueva Era, el tan mentado “salto cuántico” de consciencia, el crecimiento de las democracias, la educación, esta Internet; todo señala que esta humanidad está más madura (no vengan a mencionarme los criminales de siempre, precisamente, porque siempre los hubo) para abrirse a nuevas Sabidurías. Así, muchas cosas que debieron estar ocultas en el pasado hoy ya no ameritan estarlo. Y las Órdenes y Sociedades Iniciáticas deben comprenderlo: si en el siglo XXI se empecinan en mantener secretos inmutablemente como hacían hace doscientos o dos mil años, les guste o no eso significa que dejaron de ser Órdenes y Sociedades Iniciáticas y degeneraron en cultos, seudo religiones, meras creencias e iglesias ersatz. Porque la Esencia de la Iniciación es que el Ritual es absoluto pero el Conocimiento relativo y dinámico. Cualquier otra cosa es disfrazar de sociedad esotérica una actitud sectaria. Y una sociedad tal, hoy en día, debe tener la inteligencia de discernir qué reservarse y de qué ser legítimo y pionero vocero. La decadencia palpable de muchas logias conservadoras subyace en la insufrible pedantería de sus miembros de creerse especiales sólo por membresía. La fuerza arrolladora y transmutadora de otras alienta en el espíritu de transformación de sus miembros.
Dicho lo cual, enfrentamos el desafío del título del artículo. Aquello que en Esoterismo se llama tanto “herramientas” como “armas” –quizás en esas denominaciones esté implícita mi suposición- como “objetos de culto” u “objetos sagrados” por parte de las religiones, tuvieron en el origen otra razón de ser.
Ciertas asociaciones de pensamiento pueden hasta parecer ingenuas, pero son a su vez aleccionadoras. Fue el propio Erich Von Däniken, no recuerdo en cuál de sus libros, que sugirió que este inciensario enorme (casi un metro de altura) que yo mismo he estudiado en el Museo de Cuernavaca, México (que ocupa lo que fuera la hacienda de Hernán Cortés en la aldea de Cuauhnáhuac –luego devenido en “Cuernavaca”-) era enormemente parecido a las toberas de un cohete.
Es “obvio” que las tres toberas mexicas fungen de patas del inciensario. Tan obvio, dirá alguno, como que la gran semejanza es sólo eso: semejanza, no identidad. De acuerdo, peor convengamos que es llamativo.
O como los ooparts (“out of place artifacts”: “artefactos fuera de lugar”), esos objetos que no corresponden al contexto temporal en que fueron hallados, como el martillo hallado en una mina de carbón en Austria, en un estrato geológico de treinta millones de años de antigüedad.
O la “computadora” astronómica hallada en el mar, frente a la isla griega de Anthykitera (reconstrucción).
Desde la perspectiva que propongo aquí, entonces, los “objetos de culto”, entonces, serían “ooparts sacralizados”. Y en beneficio de minimizar la extensión de esta nota, voy a centrarme en uno: el pilar místico egipcio o “Djed”.
El Djed
Se trata de un pilar, que, según el academicismo ortodoxo “puede” representar la estabilidad del reinado, o “quizás” la columna vertebral de Osiris. Los textos arqueológicos están repletos de esos “supuestos” lo que, al parecer, no les inhibe de presentarse como “explicaciones científicas”. Lo cierto, lo concreto, es que nada se sabe con certeza de su finalidad. Ya presente en épocas de reyes tinitas, se supone que es sobreviviente de un “culto prehistórico”, lo que sólo habla de su innominada antigüedad.
Con respecto a ésta, he estado compilando de distintos textos hasta dónde se remonta la historia “censada” de Egipto, es decir, aquella a la que hacen referencia historiadores de la antigüedad egipcia, griegos y romanos, bajo la premisa de que si se anota tan meticulosamente el número de años, es que, aunque más no fuere por transmisión oral –ya que se supone esos tiempos se sumergen en épocas en que no existía aún la escritura jeroglífica, mucho antes de las Pirámides- es que esos tiempos sí existieron y con una importancia tal en el recuerdo que valió la pena conservar esa cronología.
Así, convirtiéndolos en años gregorianos, y admitiendo que se trata de cifras que nuevos descubrimientos pueden volver a modificarlas, tenemos, en orden a los reinados (conocidos históricamente o “mitológicos”, que e suna forma perversa de llamar a la memoria de los ancestros transmitidas por las Tradiciones):
Menes I, llamado “El Tinita” (por ser oriundo de la conocida pero aún no hallada ciudad de Tinis) reinó hasta el 3100 AC. Antes, fue el período de los Shemshu Hor, los “Seguidores de Horus”, durante 5.813 años. Previamente hubo diez reyes de Tis durante 350 años. Fueron anticipados por treinta reyes de Menfis durante 1790 años. Se habla de “unos reyes” (?) otros 1817 años, antes de los cuales los “Héroes” gobernaron durante 1.255 años.
¿Y antes?
Los “Dioses” caminaron sobre la Tierra, y gobernaron a la incipiente raza egipcia. Y dejaron de hacerlo según esta cronología en el 14.125 AC.
Es decir, hace más de dieciséis mil años.
Volviendo a nuestro tema, el Djed, entonces tiene, como mínimo, cinco mil años. Y seguramente muchos más. No es extraño entonces que se haya extraviado su sentido de uso original. Y perdido el mismo, y a sabiendas que la civilización, cultura, tecnología egipcia han involucionado, y no evolucionado con el tiempo, es esperable que lo que una vez fuera una “herramienta” terminara siendo un “objeto mágico” y, como tal, absorbido por los cultos que conservaron su continente ignorantes de su contenido.
Aún en frisos antiquísimos, como el de la “bombilla de Shakkarah”, se observa que si bien en el mismo queda reducido a ser un simple apoyo o soporte de ese tan extraño artilugio (que muestra dentro de lo que parece una cubierta transparente una “serpiente luminosa”) es precisamente ese empleo como tal el que le resta significado sacro y lo transforma en “instrumento”. Acompañamos aquí el friso original y una representación artística, quizás un tanto exagerada, aunque vaya uno a saber…
De todos modos, otros “pilares” (como el “hombre inoxidable” de Alemania, de que hay registros ya a principios del siglo XVI pero ciertos estudios de restos orgánicos en su entorno hacen suponer que está allí desde el 400 AC, “casualmente”, la misma antigüedad provisoria que se le adjudica al “obelisco inoxidable” de hierro de Qoubt Minar, en Delhi, India y que, como el anterior, aunque el indio tiene unos veinte metros de altura y el “hombre de hierro” sólo 1,20 mts, ambos están enterrados prácticamente otros iguales treinta metros bajo el suelo) seguramente han tenido un empleo más allá de lo simbólico y religioso. De hecho y extrapolando, es posible que aún los mismos obeliscos egipcios fueran gigantescas “agujas de acupuntura” ubicadas ya sea sobre puntos geopatógenos, ya sobre “líneas Hartmann” (a propósito; creo que está faltando un buen relevamiento radiestésico de los ”sitios sagrados” o “sitios de poder”, y su relación causal. Cito, como modesto antecedente, el que yo mismo he hecho, aquí, en la gruta del Padre Pío frente a la estancia “La Aurora”, en la República del Uruguay.
En consecuencia y para continuar con esta línea de aproximación, proponemos tres pasos:
- Asumir el compromiso, durante los próximos meses y de acuerdo a un trabajo conjunto del Instituto Planificador de Encuentros Cercanos (IPEC) y el Centro de Armonización Integral (CAI) de Argentina, de construir réplicas de “djeds” y experimentar desde un paradigma radiónico, informando los eventuales resultados.
- Invitar a quienes deseen colaborar a crear un “banco de datos” virtual de “objetos de poder”, “objetos sagrados” o “herramientas mágicas”, accesible libremente, para servir de fuente de futuras experimentaciones.
- Invitar a las Órdenes y Sociedades Iniciáticas que se sientan en libertad de compartir con profanos algo de sus Conocimientos, especialmente los relativos al significado, uso y contextos de los “objetos de poder”, de haberlos y que formen parte de su tradición, sea ésta centenaria y milenaria.
Piriápolis
Ya en otros espacios, me he extendido en las claves esotéricas y alquímicas de la ciudad de Piriápolis, otra vez, en la República del Uruguay. Allí, su fundador, el millonario, alquimista y miembro prominente de diversas sociedades, como la Hermandad de Heliópolis, don Francisco Piria, ordenó que las edificaciones originales, trazado del puyeblo, etc., respondieran a precisas pautas simbólicas. De ellas, hemos ya escrito, pero permítaseme aquí llamar la atención sobre los “obeliscos” que se encuentran en la Rambla, sobre el mar, sobre cuyo diseño y características siempre guardó silencio pero cuidó que puntillosamente se respetaran. Ante ellos, es imposible no ver, antes que un elemento decorativo o seudo religioso, un aparato.
Para finalizar, simplemente una referencia tangencial a otro conocidísimo “objeto sagrado”: la cruz ansada, o “ankh”. Es fácil encontrar googleando mil y un comentarios sobre su valor como amuleto o talismán (que no son sinónimos), las inscripciones “mágicas” que deben acompañarle y es, de hecho, un “objeto de poder” sumamente popular entre muchas Sociedades Esotéricas, al punto de figurar entre las “armas” o “herramientas” de muchas de ellas. Bien, sobre lo que deseo llamar aquí la atención, es en la forma original de empuñarla, que no es la forma en que se la luce habitualmente. En efecto, sería casi natural tomarla de la espiga o tallo. Sin embargo y como vemos en este friso, se le empuñaba desde el aro. Imposible no verle como una llave, una herramienta. Que es, justamente, lo que queremos proponer.