Muerte desde el más allá

Dos primas desnudas en una bañera. Muertas. Los cadáveres presentan descomposición propia de un mes. Pero sólo llevaban allí menos de 48 horas. Muchas investigaciones, ninguna conclusión. Sólo una posibilidad: ¿explicación paranormal?

Dedicado a Enrique Sdrech, sobre cuya investigación se reconstruyó este caso, buen periodista, mejor amigo, In Memoriam.

El hecho, por sus especiales características, golpeó muy fuerte a los vecinos de aquella vivienda de la localidad de Florida, en el partido de Vicente López, al norte del Gran Buenos Aires. Dos primas, muertas en una bañera, con un grado insólito de descomposición luego de apenas dos dias de no haber sido vistas. Sí, sólo dos días. Se sabe que la mayor estaba preocupada por su prima, menor de edad, tenía fiebre. Se sabe que llamó a un médico, que el doctor fue hasta la vivienda, en calle Melo, que recetó un potente analgésico, y nada más. Dos días más tarde, tras una denuncia de los vecinos de la cuadra que sentían un olor nauseabundo, los cuerpos de las dos chicas aparecieron en la bañera de la casa que alquilaban. Nunca pudo saberse porqué los cadáveres presentaban un grado extremo de descomposición, inusual para tan poco tiempo transcurrido.

“Los peritos han terminado su trabajo y tenemos la certeza de que no fue un accidente, que no aspiraron monóxido de carbono y que no actuó ningún veneno conocido”, declaró a dos meses de la aparición de los cuerpos el juez Raúl Casas. Frente a los periodistas, el subcomisario Raúl Torres –encargado de la búsqueda de pistas- aún no se animaba a descartar ninguna hipótesis. ¿Doble homicidio?. ¿Pacto suicida?. ¿Accidente?. Todo podía ser, pero no se podía probar ninguna de las corazonadas policiales. “Con la sangre de los corazones de las chicas podríamos haber llevado a cabo una pericia fundamental para saberlo”, afirmaba Torres. Pero no fue posible llevarla a cabo; alguien había entrado en la morgue y había robado los órganos. Desde entonces, el misterioso “caso de las primas muertas en la bañera” permanece irresuelto. Y su asesino –si es que realmente fueron asesinadas- sigue estando prófugo. Tenebroso. Inexplicable.

No quizás por esas dos muertes descubiertas aquella mañana del 18 de abril de 1988, sino por los matices que aparecían rodeando esas muertes. Tanto es así que hasta hoy, a pesar de los años transcurridos, evocar aquél suceso no es otra cosa que una invitación al escalofrío, al miedo y al horror, con el agravante de saber que el autor –si es que hay uno en este mundo, en este plano de la realidad- de aquél macabro suceso también sigue libre.

En aquella casa vivía Nilda Santamarina. La había alquilado a principios de abril de 1987, es decir, un año antes. Vivía sola y llevaba una vida ejemplar. De veinticinco años y muy buena presencia, trabajaba como secretaria en un estudio jurídico, donde gozaba de las mejores referencias.

Dos días antes del siniestro suceso, había recibido la visita de su prima, Leonor Mancusso, de dieciséis años, algo que ocurría habitualmente, sobre todo los fines de semana. La adolescente, una verdadera artesana en la confección de souvenires, se quedaba a dormir en lo de su prima aprovechando sábados y domingos para, entre las dos, preparar una buena producción que Leonor, a primera hora del lunes, colocaba en locales comerciales del barrio del Once cuyos propietarios, como suele ser habitual, atribuían a exóticos y lejanos países la procedencia de tales artesanías.

Lo que no podían imaginar ambas mujeres es que para ellas ya no habría más lunes de entregas y, menos aún, la sórdida muerte que les estaba aguardando.

La mañana del lunes, una vecina, Antonia Nicora, propietaria además de la casa que alquilaban las primas, recibió el llamado preocupado de varios vecinos que le avisaban que la policía estaba frente a la vivienda en cuestión, dispuestos a, con la presencia de personal judicial, echar la puerta abajo. No era para menos: un olor nauseabundo provenía del interior y los vecinos, inquietos al ver que nadie en la casa respondía a sus reclamos, habían dado parte a la comisaría más cercana. Preocupada que algo les hubiera ocurrido a las chicas, doña Antonia partió rápidamente con un duplicado de la llave de acceso que entregó al comisario que, personalmente, estaba al frente de la indagación, rumoreando con sus hombres sus más sombrías especulaciones. Y el uniformado no se equivocó.

Vale la pena recordar que la modesta vivienda que se convirtió en el escenario del espanto que pasaremos a relatar era de una sola planta, como la mayoría de las edificadas en ese barrio y compuesta por un “hall” de entrada que comunicaba con un pequeño living y un dormitorio. La cocina y el baño eran de reducidas dimensiones, si bien el último contaba con la comodidad de una anticuada pero amplia bañera.

La llave duplicada que Antonia había llevaba le fue prácticamente arrebatada de las manos y los policías, bomberos y dos médicos forenses presentes ingresaron en tropel a la casa. Una primera mirada sirvió para comprobar que no existían señales visibles de desorden ni violencia; sin embargo, adentro, el mal olor que se percibía en toda la zona se hacía intolerable. Pero, ¿cuál era la causa?. Todas las miradas se dirigieron al baño, cuya puerta estaba totalmente abierta. Al acceder al mismo, el espectáculo jamás se borraría de sus recuerdos mientras viviesen.

Desprovistos de ropa, sentados en la bañera que aún conservaba agua, estaban los cuerpos de las que alguna vez habían sido dos agradables mujeres. Eran realmente dos monstruos. Una putrefacción espantosa se había cebado en las dos primas.

El más rudimentario manual de Medicina Legal le dedica páginas enteras a lo que se conoce como Química de la Putrefacción, que invariablemente se inicia en el recto anal por estar repleto de abundante flora microbiana. Los gases, que en todo cadáver se desarrollan también en el tejido subcutáneo, hinchan enormemente los labios, párpados, cuello; aumentan en ocasiones hasta tres veces el volumen del cuerpo y levantan la epidermis formando grandes ampollas que se desprenden y forman impresionantes colgajos.

Todos estos síntomas y muchos otros más estaban allí, en ese modesto baño de esa no menos modesta vivienda de Vicente López. El olor y el espectáculo obligaron al forzoso recambio de policías, bomberos y empleados judiciales, incluyendo al juez de turno de San Isidro, doctor Raúl Casas, presente en el lugar desde minutos de iniciado el allanamiento.

Los bomberos, que en ningún momento se despojaron de sus mascarillas, retiraron finalmente los cadáveres, no sin grandes precauciones y mediante la utilización de unas lonas especiales ya que aquellos cuerpos se deshacían al menor intento de levantarlos.

Fueron llevados a la morgue judicial para intentar vanamente, luego de una semana de permanecer en refrigeración extrema, procurar determinar la causal de las muertes. Antes que nada, cabe recordar que el juez se fijó como meta principal establecer algo que en Medicina Legal se conoce como “cronotanatología”, es decir, cuánto tiempo llevaban de muertas las víctimas.

Este detalle pareció adquirir, al menos en el caso de “las primas muertas en la bañera” –como quedó registrado no sólo por el periodismo sino también en la jerga policíaca- una importancia trascendente, casi superior a la de poder establecer las causas del deceso.

¿Cómo entender esa prioridad?. Muy sencillo. O muy macabro. En un primer momento se coincidió, teniendo en cuenta no sólo la fauna y flora cadavérica, sino también las livideces, fluidificación y espasmo cadavérico, que la muerte de ambas jóvenes databa, por lo menos, de dos meses. ¿Pero cómo era ello posible si apenas dos días antes de la irrupción de la policía muchos vecinos testificaron no sólo haber visto con vida a las chicas sino haber dialogado con ellas?. Más aún; una de las vecinas relató que Nilda le había pedido usar su teléfono manifestando que su prima tenía unas líneas de fiebre y querer solicitar un turno médico en el hospital de Vicente López. Pero las interconsultas de prestigiosos académicos no dejaban duda alguna que el óbito se había producido en forma casi simultánea en las dos, por lo menos dos meses antes, teniendo en cuenta los fenómenos llamados “conservadores”, aireación y las inusualmente altas temperaturas de esos últimos días para esa época del año (31º de máxima el 17 de abril).

¿Cómo explicar semejante contradicción?. ¿Cómo explicar que el día 16 de abril ambas estaban bien de salud y el día 18, ante sus cadáveres increíblemente descompuestos, la ciencia médica afirmara que el tiempo de muerte databa, por lo menos, de dos meses?.

El juez Raúl Casas no perdió tiempo. Envió un exhorto al hospital para que informara si en la noche del 16 de abril había enviado, a requisitoria de una de las fallecidas, un médico en ambulancia al escenario de aquél macabro episodio. La respuesta fue afirmativa. Y el médico Agustín Brescia no tuvo inconveniente en declarar, bajo juramento y en sede oficial, que fue enviado a ese domicilio donde la más joven de las mujeres presentaba un cuadro febril sin importancia ante el cual recetó “Multín” –un antifebril-, un comprimido cada ocho horas y que, como para entonces eran las doce y media de la noche, les recomendó esperar hasta la mañana siguiente para ir a una farmacia. Esta declaración anodina, empero, agregaba una cuota más de misterio a la causa.

Bañera donde ocurriò la tragedia (archivos policiales).

Cuando aquella mañana del 18 de abril la policía ingresó a la vivienda, encontraron sobre la heladera, en la cocina, un envase de Multín (marca comercial de un antifebril y antipirético). Era evidente que estaba recién comprado. De su contenido faltaban dos comprimidos, lo que indicaría, si se compró luego de las ocho de la mañana, que por lo menos hasta las 16 horas o algo más del domingo 17, todo era normal en la vivienda. ¿Entonces?.

Comenzaron a surgir entonces desesperados –y vanos- intentos explicativos. Un perito en cuestiones de electricidad llegó a opinar, basándose en un cable eléctrico con cierto deterioro que se encontraba en el baño, que se estaba en presencia de la formación de un “arco voltaico espontáneo” que había electrificado el agua de la bañera, donde quizás las dos jóvenes en una actitud cuando menos poco usual, habían elegido bañarse juntas. Ello habría electrificado el agua de la bañera produciendo ambas muertes por electrocución.

Única imagen que se ha podido obtener de las víctimas.

La teoría no resistió el menor análisis. A pesar de la avanzada descomposición de ambos cadáveres no se advertían marcas de quemaduras y tampoco hubiera “acelerado” el proceso putrefactorio. Lo que tampoco explicaba la otra teoría elegida desde el primer día, al advertirse una deficiente combustión del calefón de la casa, en el sentido que las muertes se habrían producido por inhalación de monóxido de carbono. De todos modos, y tanto para cumplir con todos los pasos legales, un exhaustivo estudio del lugar así como un minucioso estudio espectrográfico de la sangre, terminaron por desechar la teoría del monóxido de carbono.

Fue en esos momentos en que intervino en la investigación el comisario Raúl Alfil. Pertenecía a la Policía de la Provincia de Buenos Aires y en aquél momento ocupaba la titularidad del SEIT (Servicios Especiales de Investigaciones Técnicas). Experto en Criminalística, Criminología, Balística y lectura de manchas hemáticas, el comisario Alfil se había destacado en la investigación de casos resonantes. Su teoría: el agente había sido el veneno de la mortal serpiente sudafricana mamba negra.

No era éste un dato caprichoso, sino producto de las conclusiones provisorias de dos de los médicos legistas que habían intervenido desde el primer momento en la investigación de las dos muertes. Uno de ellos, el doctor Andrés Barrionuevo, perteneciente al cuerpo de Medicina Legal de la Policía Federal Argentina, en un amplio y detallado informe elevado al juez Casas, puntualizaba las numerosas consultas hechas a la policía de casi todo el mundo y el haber recabado información sobre tres episodios casi idénticos, uno en Montreal, otro en Ottawa y el tercero en Roma, donde los asesinos inyectaron a las víctimas veneno de víbora mamba. En estos casos se habría producido la descomposición cadavérica a una velocidad impresionante, ya que la sustancia ponzoñosa tiene enzimas que actúan fuera de la combinación clásica. Ciertamente, cualquiera que haya tenido la desagradable oportunidad de observar la evolución de la mordedura de una serpiente venenosa habrá constatado que se produce una necropsia de los tejidos que, generalizada, toma el aspecto de una descomposición cadavérica normal.

Una investigación paralela, además, habría demostrado que la mayor de las mujeres mantenía una relación sentimental con un joven técnico del Instituto Malbrán, que cuenta con un serpentario –allí se produce la totalidad de los antídotos para serpientes venenosas que se elabora en el país- y que éste instituto alguna vez había contado en su inventario con víboras mamba. Empero, este joven fue citado en varias ocasiones y no se encontraron evidencias que, siquiera, mantuvieran sobre el un dedo acusador. Ocurre sin embargo que la ansiedad por resolver un caso tan extraño y cierto veleidismo periodístico provocaron durante años que la sombra de la sospecha planeara sobre el mismo, e inclusive hubo una fuerte presión judicial sobre los mecanismos policiales para avanzar las indagaciones en este sentido, pero la no existencia de ninguna semi plena prueba y el irreductible principio de inocencia hasta que se demuestre lo contrario, han exonerado al hombre de toda responsabilidad hasta hoy. La bizarra y nefasta coincidencia que trabajara en un serpentario y que la muerte de las jóvenes pudiera ser atribuible a un veneno tan letal y particular despierta intriga y suspicacia, que duda cabe, pero no basta para condenar a una persona.

El tiempo, a su vez, se encargó de agregar nuevas dosis de truculentos misterios. En el mes de julio el juez Casas, a quien el caso le había quitado el sueño, resolvió volver al escenario del suceso que seguía interdicto aún y sin ser restituido a su legítima propietaria. En su despacho guardaba un juego de llaves de la vivienda y se dirigió al lugar. Al entrar con el personal que le acompañaba, un frío glacial recorrió a los presentes. Pese a todas las tareas de limpieza que personal especializado había llevado a cabo, percibieron el mismo desagradable olor que aquella mañana del allanamiento había herido sus olfatos. Como en aquél día, los olores parecían provenir del baño y hacia él se encaminaron. Quedaron paralizados. La bañera estaba llena de agua, oscura de fauna cadavérica que se observaba claramente. El juez recordó que una de las tareas de los bomberos había sido drenar la bañera y limpiarla, luego de hechos los peritajes, prolijamente. ¿Entonces qué había ocurrido?.  Asqueado e intrigado, el juez regresó al juzgado y ordenó una serie de diligencias tendientes a establecer por qué se había producido el inquietante fenómeno. La opinión de los especialistas no hizo más que incrementar las incógnitas. Dos de ellos sostenían que un “tapón” de grasa –producido por la fuga de lípidos de los cuerpos sin vida en el agua- había obturado la cañería en algún rincón de su recorrido, la fauna cadavérica habría quedado en las cañerías y el goteo incesante del grifo de la bañera hizo el resto. Esta teoría fue derribada por un técnico de las empresa de aguas (en aquél entonces, Obras Sanitarias de la Nación) quien señaló que el goteo era insignificante; en los tres meses transcurridos y aceptando la teoría del “tapón”, la altura del agua en la bañera no habría superado los tres o cuatro centímetros. A lo que nosotros agregamos que parece olvidarse el hecho que (a) la misma tarea de limpieza de los bomberos, drenando abundante agua durante todo el proceso, habrían hecho rebasar el ducto si realmente hubiera un “tapón”, y (b) en esas tareas de limpieza y desinfección se emplean fuertes ácidos y líquidos especiales cuya función, precisamente, es eliminar todo detritus que pudiera quedar acumulado. Simultáneamente, renació entre los investigadores la oposición a aceptar la teoría del veneno de víbora, basándose en que era prácticamente imposible demostrarlo, ya que la variada gama de productos químicos impide la investigación de posibles ponzoñas, como en el caso que nos ocupa, no así de venenos metálicos y metaloides. La investigación volvió a estancarse, hasta que el comisario Alfil convenció al juez de la causa que asumiera una decisión vital: a los fines de una comprobación toxicológica más precisa, Casas autorizó a retirar de la morgue de la ciudad de La Plata, donde habían sido trasladas las vísceras, los corazones de las víctimas. Si bien no se había tenido la precaución de congelarlos, se encontraban en frascos con formol, siendo la idea llevar a cabo un último y definitivo análisis de sangre. No resultaría exagerado afirmar que el país todo detuvo su pulso esperando esa prueba. Una prueba que, desgraciadamente, no se pudo realizar, simplemente porque los corazones de Nilda y de Leonor habían desaparecido. ¿Robo?. ¿Desidia?. Nunca se sabrá. Sólo, que un nuevo misterio se agregó a una lista ya de por sí impresionante…

Podemos experimentar una espontánea necesidad de explicar este caso de manera circunstancialmente esperable. Sí, el asesino “fue” el novio y se trataría solamente de ineptitud de los investigadores el no haber podido hallar pistas suficientes que encaminaran a imputarle el doblo homicidio. Pero también podemos razonar a la inversa y sostener que tal “evidencia circunstancial” es violatoria del principio éticamente fundamental de la jurisprudencia en el sentido que toda persona es inocente hasta que se demuestre lo contrario, inocente incluso de la mojigatería social, la suspicacia y la calumnia, o por lo menos, debería serlo. Las mambas ya no existían en el serpenterario y si bien había dosis cuidadosamente especificadas de veneno extraído de las mismas y congelado para su estudio, el mismo estaba intacto. Los policías buscaban afanosamente sumergir al joven sospechado en contradicciones y se presume que habría sido incluso víctima de interrogatorios donde se habrían violado códigos psicológicos para obligarle a confesar, cosa que no hizo. Además, ninguna de esta hipótesis explica la reaparición de la bañera con fauna cadavérica tanto tiempo después de haber sido limpiada. La desaparición de los corazones alimenta naturalmente la especulación que un joven técnico bioquímico bien puede tener algún conocido en el plantel médico profesional de la morgue de La Plata, o sobornado a alguien, para que desaparecieran los corazones, pero también es cierto que no es la primera vez que evidencia forense desaparece simplemente por descuido. O, poniéndolo de otra forma, es posible que los corazones sí hayan sido robados, pero no porque su análisis condujera a la ex pareja de la joven muerta sino quizás a descubrir otro culpable. Pero, ¿cuál?.

¿Especulamos?. 

La hipótesis paranormal

Antes de continuar y para evitar que esta hipótesis que ahora presentaremos parezca por demás peregrina –por lo menos, no tanto- seguramente le convendría al lector repasar las líneas generales del caso de “las primas muertas en la bañera”. Porque para avanzar en este terreno –y conste que lo hacemos porque., tantos años y ríos de tinta después, no existe una sola contrahipótesis no digo ya demostrable, sino simplemente coherente a la hora de explicar los morbosos incidentes de referencia- es necesario tener presente dos instancias: una, que más allá de la comodidad intelectual de señalar un culpable, no sólo no existe ninguna evidencia que implique al novio de la prima mayor sino, que por el contrario, todas las investigaciones a trasvés de los años refuerzan la credibilidad de su inocencia. Pero más allá de esta observación, hay elementos científicamente más concluyentes: es fácil arriesgar la hipótesis que se trataba del veneno de una serpiente mas, ¿cómo llegó el mismo a los organismos?. ¿Por mordedura?. No hay evidencia de la existencia de una mamba en Argentina en aquellas fechas. ¿Por inoculación?. Nunca se descubrió huella alguna de la hipotética presencia de una tercera persona en la vivienda. ¿Por ingestión?. Fuera de que se sabe muy poco del efecto tóxico vía estomacal, hay otro hecho más importante: el veneno de la mamba para actuar eficazmente debe pasar de la glándula de ponzoña al torrente sanguíneo vía el sistema linfático inmediatamente. Así, las enzimas tóxicas pasan a los músculos y se ubican en el punto en que los nervios conectan con los músculos, inhibiendo los neurotransmisores. Poco a poco, el cuerpo comienza a caer en una parálisis muscular que culmina con un paro cardiorrespiratorio. Pero el efecto no es instantáneo. Se preanuncia con una comezón y cosquilleo en la punta de los dedos, en los labios y en la frente, y de allí comienza a extenderse por todo el organismo. Luego, si la víctima sobrevive, a las doce horas las toxinas comienza a ser expulsadas del cuerpo y comienza una lenta recuperación. Y las dos primas habían caído como “fulminadas”, cuando se sabe que los intensos dolores provocados por el veneno de la mamba aunado a ese preanuncio hace que la víctima se desplace y pida ayuda. No fue éste el caso. Los dos cuerpos desnudos –en realidad, semidesnudos, ya que evidentemente Nilda estaba en ropa interior al momento de la muerte- alimentaron el morbo aura de una relación lésbica, cuando lo que posiblemente ocurrió es que la prima menor sí se estaba bañando y al ocurrir algo Nilda, en paños menores y posiblemente fuera del baño, corrió a auxiliarla, siendo entonces ella víctima también de ese algo. Es aquí donde quizás deberíamos plantearnos regresar a la hipótesis del “arco voltaico”. Una prima se electrocuta dentro del agua, grita desesperadamente, la otra corre a auxiliarla y al tomar contacto con el agua para extraerla se electrocuta también. Y en segundo lugar y seguramente mucho más importante, que tal vez la imposibilidad explicativa subyace en que erróneamente se trató, siempre, de vincular las causas de las muertes con los procesos de descomposición antinaturales. Quiero detenerme en profundizar este punto, que considero de vital importancia. Hipótesis de muerte hubo muchas: la descarga eléctrica, el monóxido de carbono del calefón, drogas o medicación incorrecta, etc. El problema era que por un lado ninguna de esas causas tenía como consecuencia necesaria esa descomposición cadavérica aceleradísima, putrefacción que seguramente borró o cuando menos alteró muchas pruebas de esas mismas causas. Así que nuestra opción parte de no relacionar “muerte” y “descomposición” –y, especialmente, la “descomposición en segunda fase”, aquella que el juez y su gente encontraron al reingresar a la vivienda cerrada tanto tiempo después-. Es decir, preguntarnos si el deceso no se produjo por un accidente cualquiera –por caso, cualquiera de los arriba mencionados- y las descomposiciones aceleradas –y cíclicas- fueron provocados por otra causa. Bien, pero, ¿cuál?. Nuestras disciplinas alternativas tienen dos sugerencias para hacer. Una, lo que podríamos llamar “rulo del tiempo” o “aparición espectral”. Esta hipótesis contempla la idea que la descomposición de dos meses que presentaban los cadáveres en apenas cuarenta y ocho horas, puede deberse –existe amplia evidencia paranormal al respecto, que no detallaremos por no extendernos innecesariamente aquí- a una “contracción localizada” del tiempo y el espacio. ¿Es necesario que recuerde las decenas de episodios, muchos parte ya del folklore de distintos países, donde un joven se echa a descansar en un claro de un bosque reputado “encantado” por un par de horas para que, al regresar a su aldea, descubra que han pasado decenas de años?. En el caso que nos ocupa, procedería exactamente al revés: una anomalía temporal localizada quizás sólo en esa vivienda, quizás sólo en ese baño -una anomalía que tal vez provocara las muertes- y que hace que en un contexto limitado espacial dos días terrestres “comunes” se transformen en realidad en casi dos meses. Pero esa distorsión del tiempo, ese “bucle” del mismo puede rizar otro rizo y volver a aparecer. Es lo que ocurre, en el campo de la “fantasmogénesis” con los “espectros”, que no debemos confundir con “paquetes de memoria”. Lo segundo, recordemos, es lo que vulgarmente el público llama “fantasmas”, “espíritus”, es decir, el residuo psíquico, a estar de la célebre definición del biólogo francés Jean – Jacques Delpasse, de personas fallecidas. Lo primero, en cambio, es como una “ventana” que permite por segundos o minutos volver a presenciar o protagonizar hechos ocurridos hace minutos, años o siglos. Para que el concepto sea más fácilmente comprensible, es como ver una y otra y otra vez el mismo pasaje de la misma película. La diferencia entre “paquete de memoria” y “espectro” es bastante sencilla de discernir: el paquete de memoria ejecutará distintas acciones en los diversos encuentros e inclusive puede interactuar con el o los testigos; el espectro es –como las imágenes de esa película del ejemplo- ajeno a nosotros, repitiendo siempre la misma acción. Pero la “aparición espectral” no es sólo una “visión”, no es, para decirlo con más precisión, una “retrocognición dramatizada” del testigo. A todos los efectos, ocurre “allí”, frente a nosotros e, inclusive, puede ubicarnos en su epicentro. Y si podemos “estar” en la “aparición espectral”, es decir, ser introducidos o contenidos momentáneamente por la distorsión temporal, entonces es “material”, “real” mientras ocurre. Por eso, el juez se encontró tiempo después con una fauna cadavérica en la bañera que vino de “antes” sin pasar por los “tiempos intermedios” (uf, las limitaciones del lenguaje para estas fronteras del conocimiento…). Por cierto, nadie volvió a habitar esa casa por mucho, muchísimo tiempo y de hecho no se sabe al día de hoy si ha ocurrido algún otro hecho extraño, porque estos “episodios temporales” nunca vienen solos. Generalmente, ciertas particularidades del lugar son las que los producen, y sería interesante saber si algo paranormal ha ocurrido en años posteriores. La otra teoría que podemos proponer desde lo paranormal se reduce apenas a recordar ciertos episodios bien documentados de “agresiones psíquicas”, donde la supuesta presencia de un “egrégoro” (ver “Al Filo de la Realidad” número 32) hostil es preanunciada por olores nauseabundos, especialmente aquellos que los testigos describen como “flores o carne en descomposición”. Ciertamente no tenemos la menor idea aún porqué esos olores y no otros, pero cabe preguntarse si de alguna manera la percepción olfativa es simplemente el emergente, la punta del iceberg de una naturaleza que implica procesos putrefactorios que, en el caso de “las primas en la bañera” se materializaron en la realidad. Deberemos profundizar en otro trabajo –cosa que prometo- el concepto de las naturalezas astrales de estas entidades, pero permítaseme recordar que todas las antiguas culturas señalaban que la “sustancia primordial” del Univero era el Akasha, plano astral, en el cual se “moldeaba” el “cuerpo fundamental” de los seres vivos, de materia astral y conocido como linga sharira. Por ende, las entidades astrales son “pre existentes” a las carnales y la perseverancia de las “formas” –por transmisión genética, por sensaciones fantasmagóricas de miembros amputados, en la persistencia microcósmica y macrocósmica de los fractales, en la tenacidad de las “estructuras disipativas” de  Ylia Prigonine, en el “campo morfogenético” de Ruppert Sheldrake- se explica cuando esa “matriz astral” interpenetra y “moldea” la materia física a su imagen y semejanza. Pero si la naturaleza –o intencionalidad- de esa “matriz astral” es destructiva, destruirá –descompondrá- dicha materia física… De todas formas, no es la primera vez que sucesos putrefactorios aparecen asociados a fenómenos paranormales. Como leerán a continuación en líneas cuya autoría es de nuestro amigo y colaborador Scott Corrales, las descomposiciones aceleradas tienen precisos antecedentes. Una primera lectura tendería a asociar este episodio a una “mutilación humana” dentro del genérico campo de las mismas, o, cuando menos, vinculado a un episodio OVNI. Pero como mal que nos pese igualmente la naturaleza última de los OVNI nos es especulativa, licítame podemos preguntarnos si el bien documentado caso protagonizado por Joao Prestes en 1949 en el estado de Minas Gerais no podría adscribirse a una descomposición espontánea con coincidencias con el episodio que venimos tratando. De ser así, brindaría incómodas precisiones respecto a su mecánica operatoria. “…Era martes de carnaval de ese año y Prestes, junto a un cuñado, se habían dirigido a un riachuelo cercano a su paupérrimo poblado con el fin de pescar. Regresaron cuando estaba oscureciendo, y se separaron en una senda que discurría por el matorral, cada uno en dirección a su vivienda. Cuando Joao llega a la propia, descubre que su familia no se encuentra –presume que habrían ido de visita a casa de un familiar próximo– y rodea la vivienda buscando una ventana con problemas de cerradura para tratar de penetrar en el interior. Es cuando se encuentra en esta tarea cuando de un espeso y achaparrado monte cercano parte un poderosísimo haz de luz que le impacta de lleno, arrojándole al piso del temor y la sorpresa y desvaneciéndose. Joao se levanta, presa de pánico, pánico que aumenta al observar que se encuentra completamente solo en la desolada vecindad y nadie ha sido testigo de su extraña experiencia. Inmediatamente comienza a experimentar un calor abrasador que le recorre el cuerpo, echando a correr a casa de un pariente a donde llega minutos después, jadeando, sudando copiosamente y terriblemente asustado. Allí, precisamente, se encontraba el resto de su familia, quienes, tras escuchar su entrecortado relato, lo tranquilizan, empapan su ardoroso rostro y le sugieren recostar a descansar. Pasan así algunos minutos; mientras la familia conversa en la sala principal las extrañas visicitudes relatadas por Joao, éste, aparentemente, se ha tranquilizado y está en el dormitorio descansando. Pero, de pronto, un espantoso alarido galvaniza a los presentes: procede del dormitorio. Hacia allí se atropellan todos, para ser espectadores de un cuadro horripilante. Extendido en la cama cuan largo era, Prestes, incrédulo, observa cómo de sus piernas, sus brazos, su rostro, se va desprendiendo, en colgajos, la carne, los músculos, venas y arterias resecas. Durante los siguientes, caóticos minutos, mientras las mujeres gritan y se desmayan y algunos hombres corren a buscar algún medio de transporte (no había en ese entonces vehículos a motor en la localidad y el hospital más próximo estaba a cuarenta kilómetros), Joao continúa hablando con sus espantados asistentes; refiere que no experimenta dolor alguno, siente el cuerpo totalmente insensibilizado y sí sobrevive, como único estímulo perceptible, una sensación de calor intenso. Media hora después, su cuerpo era una sola gran llaga lacerada; en algunos puntos comienzan a ser visibles los huesos, y como última etapa comienza a descomponerse su rostro. Hasta aquí, Joao no siente dolor, está consciente –aunque comprensible y terriblemente aterrorizado– y responde las preguntas de sus interlocutores. Cuahndo son los labios y la lengua los que se angostan con esta «lepra fulminante» y caen, aún seguirá moviendo la cabeza y los ojos para responder a las preguntas. Se ha conseguido una carreta tirada por bueyes y sobre ella cargan a Joao Prestes y parten rumbo al hospital. Dos horas después, cuando llegan al mismo, sólo un cadáver irreconocible es lo que queda del infortunado protagonista….”. Existe abundantísima casuística que relata cómo es posible que se abran “ventanas” no sólo hacia otros espacios sino también hacia otros tiempos, o, quizás debería escribir mejor: en ocasiones el tiempo puede enroscarse sobre así mismo y poner en contactos dos puntos habitualmente alejados entre sí de la banda que lo constituye: por un momento, hoy nos asomamos al pasado. Si esto es verdad, entonces nada impide aplicar un razonamiento parecido en la trágica historia de este relato, donde la única –gran- diferencia es que las primas, quizás ya muertas, quizás aún con vida, no miraron ese “rizo del tiempo” desde este lado de la ventana sino desde aquél, desde el otro. Así, el breve lapso en nuestro tiempo entre el óbito y el hallazgo de los cuerpos descompuestos fueron dos meses en el otro tiempo; un rizo que vuelve a producirse después, cuando el juez y sus hombres ingresan en la vivienda y encuentran la bañera repleta de inmundos desechos putrefactos. Quizás, nuevamente, un instante del antes saltó nuevamente al ahora.

6 comentarios de “Muerte desde el más allá

  1. Norberto dice:

    Impactante relato; y sobretodo mucha otra biografia similar en otros lugares. Tendra mucho que ver la forma en que se manifiesta esa energia; o estos seres humanos vinieron fallados de fabrica y habra que ejecutar la garantia.

    Saludos.

  2. Luis Camiletti dice:

    Desgraciadamente no se que paso pero me borraron mi comentario anterior, cuando estaba por narrar algo no tan parecido, pero igualmente extraño con la presencia en el ambiente de olor nauseabundo cadavérico. En otra les voy a contar cómo se produjo. Gracias a tí Gustavo por traer este artículo fantástico de aquel buen periodista Sdrech que yo también conocí. Un abrazo de Luis.

  3. LUIS CAMILETTI (@LUCAMILETTI) dice:

    Hay personas que en ciertas circunstancias de esta vida perciben manifestaciones de otra dimensión como en mi caso cuando en determinado momento en un almuerzo familiar yo al no poder contener el alimento de una fuente y se cae sobre el dueño de casa sobre su vientre y al poco tiempo sufre de enfermedad, no por supuesto, de haberse manchado su ropa con la comida con salsa, sino porque marcaba el lugar donde sería operado por un tumor cancerígeno, que diría en mi caso, ¿una señal premonitoria, en este caso de otro plano de existencia?. Te saluda atentamente Luis.

  4. Pingback: En busca de crímenes paranormales

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *