Lo sencillo de manipular a las masas

Se dirá que es un tema anecdótico y menor, pero como para muestra alcanza un botón (frase que, obviamente, nadie dijo nunca) es un buen ejemplo de la conclusión a que quiero llevarles. Hablo del «golpecito de puños» que ha reemplazado como saludo al apretón de manos, el abrazo y no digamos ya, al beso. Se me dirá que por prevención; les recuerdo -a quienes así extremen sus cuidados- que tocas picaportes, superficies, papeles y luego (si te parece) te frotas con el gel, mas, ¿por qué la mano del otro ha de ser diferente?. Veo a los grandes popes del mundo haciéndolo también ante cámaras, y no puedo dejar de intuir que hay algo sospechosamente «sobreactuado» en ese gesto.

Insisto: se me dirá que es algo intrascendente. Quien lo diga, desconoce la sutileza manipulatoria de la Ingeniería Social que trabaja con eficiencia en lo simbólico, así como desconoce cómo nuestras conductas más nimias, que «creemos» (esa es la idea) tener bajo nuestra absoluta elección, en realidad están programadas.

¿Y qué es tan importante? Dirán ustedes. La «abreacción» afectiva, la «esterilidad energética» (permítaseme el eufemismo), el distanciamiento emocional de un gesto respecto de otros trabaja sobre las estructuras más primitivas de nuestro Inconsciente. Lo que «creemos» (emocionalmente) determina el curso de lo que «pensamos» (¿racionalmente?). Así, como una casa se construye ladrillo a ladrillo, la reprogramación de las masas se consolida símbolo a símbolo, gesto a gesto.

Porque todos corremos el riesgo de sufrir el «síndrome del sapo hervido», a gusto de los «Poderes en las Sombras».

Siendo así, ¿qué hacer?. Yo, por mi parte y todos los días, mi «pequeña resistencia»: extiendo mi mano franca, abierta, y el otro elige. La estrecha, o que me salude con un agitar de mano a la distancia.

Da ternura sólo observar el rostro de la otra persona, su momento de leve confusión y la inevitable, imparable sonrisa…


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