No. No será éste un artículo dedicado a promocionar las bondades (muy ciertas, por otra parte) de la Autodefensa Psíquica como estrategia de protección ante las agresiones provenientes de los planos sutiles. Ni será un panegírico seudo moralista sobre el pecado, la condenación y el Karma. Apenas, algunas reflexiones nacidas quizás de la experiencia de observar durante décadas a mis consultantes, alumnos y relaciones; y de cuestionarme que si existen las infecciones físicas, si las hay psíquicas (qué duda cabe) por ley de Correspondencia debería haberlas también en el plano del espíritu. Y seguramente serán muchas más que aquellas cuya sintomatología enunciaré hoy, aquí. Pero sirvan estas líneas, simplemente, de motivación para la propia reflexión de mis lectores. Para llevarles, finalmente, a un lugar que sí existe: el Infierno.
(Risas burlonas. Miradas perplejas ante este fundamentalismo inopinado. ¿Oscurantismo intelectual?).
Déjenme comenzar por la Desconfianza.
La cultura y civilización se construyeron sobre la premisa de la Verdad. A priori, aceptamos que «el otro» dice la verdad. Si así no fuere, no confiaríamos que los horarios de los trenes sean ciertos, que se nos prometa amor, que se nos haya perdonado. Sin la Premisa de la Verdad, nos confiaríamos que mañana regresaría el cliente, o el profesor a dar sus clases. Que cuando nos aseguran que el Sol volverá a salir, así será. Que el libro que escribo hoy será leído mañana. Luego, claro, vienen mentiras, decepciones, traiciones. Pero la Premisa de la Verdad debería sobrevivir, para construir la confianza en un mañana mejor.
De pronto, comienza a ocurrir que ser desconfiado es sinónimo de pragmatismo o inteligencia. Que es igualmente posible o, peor aún, que es más posible que «el otro» mienta a que me esté diciendo la verdad. Y si los hechos no demuestran que efectivamente lo hacía, siempre es culpa del dinero que compra los silencios o la justicia que es siempre corrupta, ya se sabe. Porque «uno sabe» que el otro miente. Y ya sea que el otro hable de sus intenciones políticas o de su encuentro con un OVNI, «mentiroso», «corrupto» y «borracho» son palabras que afluirán más fácilmente a nuestros labios que «idealista», «sincero» y «honesto». La estupidez disfrazada de sabiduría popular dice «piensa mal y acertarás», y así crecemos. Somos «piolas», «vivos», astutos, pícaros. Hacemos un culto de la desconfianza. Ya la Palabra no tiene valor. La culpa es de los demás, claro, y nosotros sólo desconfiamos «por las dudas»…. como si eso fuera correcto. Así le va al mundo.
¿Más del vademécum de enfermedades espirituales?. La Patologización de la Ética. Hay una tendencia dominante a explicar el «mal», la inmoralidad, la transgresión mal entendida, la injusticia en términos fisiológicos, hormonales, genéticos. Desde que el DSM-IV (la «biblia» de los tratamientos psiquiátricos definiò la natural rebeldía de niños y adolescentes como «Síndrome de Trastorno Oposicionista Desafiante» (¡no es broma!) y prescribiò un antipsicótico atípico para su «tratamiento», el gran negocio de las multinacionales farmacéuticas crece manipulando con informes y estudios seudo científicos a médicos de buena voluntad y una crédula opinión pública convenciendo que todo es tratable con medicamentos. Luego discutiremos si el Albedrío es tan «libre» como el término parece indicar. Pero entre la actitud permisiva de una sociedad que ve como la autoridad natural de padres y maestros es carcomida por teorías psicosociologistas y ciertos «derechos humanos» que favorecen más a quien daña que a quien es dañado, estamos confundiendo «comprender» con «justificar».
¿Continuamos?. Sigamos con la compulsión por la Seguridad. Sí, esa «ventaja» del sistema que está matando al Héroe dormido en cada uno de nosotros. El confort, la comodidad burguesa, el temor al riesgo… En muchos países del «Primer Mundo», por ejemplo, para llevar a caminar por el parque a unos escolares la maestra debe efectuar primero un recorrido y completar un formulario que contempla la presencia de andamios, carteles a baja altura, semáforos descompuestos. En algunas escuelas para colocar un simple aviso en una pared hay que pedirle al personal de maestranza que abra con su llave vitrinas especialmente habilitadas, porque se considera que esos papeles pegados en las paredes pueden iniciar un incendio. Como la inseguridad «allá afuera» (donde parece que hay más que la Verdad de Fox Mulder) aumenta, la ansiedad de Seguridad lleva a quitar de la mente desde las pequeñas aventuras hasta las grandes epopeyas. Ya ni pensamos en recorrer los caminos mochila a la espalda. Ya no permitimos que nuestros hijos rueden calle abajo en un carrito de madera con cuatro rulemanes como ruedas y el pie como freno. Si uno de nuestros pequeños se lastima en la escuela la maestra es posible que le deje seguir sangrando porque, si le toca, corre riesgo de un juicio doble: los padres por presunción de violencia y los médicos por intrusionismo profesional. Ya los chicos no regresan de jugar totalmente embarrados porque, claro, virus hay por todas partes. Creciò la tecnología y atrás crecieron nuestros miedos. Ya no nos arriesgamos con el cuerpo, la mente y el corazón, con esa feliz inconsciencia que llevó a la humanidad a derribar límites. Conformes con el sueldo, la obra social, el seguro médico, ya perdimos el placer de vivir peligrosamente…
También (cómo no) es patológico olvidar que los planos sutiles de nuestra naturaleza tienen, por su misma definición, capacidad de percepción, lo que nos pone en una muy vulnerable situación: la del onanismo espiritual. Que el otro, el físico no es enfermedad (ni psíquica ni física) qué duda cabe. Empero, me late que éste sí..Así, los “sentidos sutiles” son a esos planos lo que los cinco sentidos físicos al cuerpo denso. En consecuencia, cuando comenzamos a trabajar en el campo de la Espiritualidad, es inevitable (y no está mal que así sea) que esos sentidos sutiles se afinen aún más y perciban –ya que ésa es su función- los estímulos que les proveemos desde esos ámbitos más allá de la materia. El problema es confundir la gratificación que esas percepciones producen en nuestro plano sutil con crecimiento o evolución espiritual. Esa “distracción”, como toda situación cómoda, tenderá a frenar precisamente ese crecimiento ya que nuestra aún imperfecta naturaleza, obviamente, querrá fijarse en el goce de la nueva condición. No está nada mal disfrutar las bondades de la percepción sutil; sólo cuidémonos de creer que son en sí la meta. Perderse en la melopea de mantrams y música celta relajante mientras suenan los cuencos y nos hacen Reiki ajenos a la realidad sufriente del “ahí afuera” no se distingue de una autogratificación erótica.
Y finalmente, el Poder. No el deseo de poder que se manifiesta como un arquetipo inmanente de la naturaleza humana y que no es ni bueno ni malo en sí mismo, si no caemos en la simpleza de entender el “poder” sólo como la ambición desmedida del político, del avaro ávido de control de riquezas y de gentes. Hablo como normal de aquél poder que nos lleva a progresar, a proponernos nuevas metas, a incrementar nuestro patrimonio, nuestro conocimiento, nuestros afectos. Pero, con mayúscula, al escribir del Poder lo hago sobre aquella metástasis del espíritu que lleva al multimillonario, al para ese momento inhumano presidente de una multinacional, al político que ha olvidado que el arte de lo posible naciò para mejorar la calidad de vida del pueblo, en fin, a esa cohorte de inteligentes depravados que aún nadando en sus fortunas o con la vida y la muerte, ya sea por orden directa, ya como resultado de sus decisiones de alguna parte del prójimo, siguen buscando acumular aún más poder, aún más dinero (que no es más que la excrecencia infectocontagiosa que multiplica el poder, porque, como ya saben, unos pocos leucocitos blancos nos protegen pero demasiados, nos enferman).
Entonces, dirán ustedes, dicho esto: ¿cuál es la prevención?. ¿Cuál, la terapéutica?. ¿Cuál es el manual de primeros auxilios de la espiritualidad?. Podemos comenzar por la regla mnemotécnica de la fortaleza espiritual tal como yo la entiendo: VEPP: Voluntad, Espiritualidad, Pensamiento Positivo.
¿Para qué profundizar en la Espiritualidad?. Sabemos que muchos de nuestros fracasos, sueños «inalcanzables», sentimientos ante las pérdidas nacen de los miedos. El miedo, a su vez, es hijo de la ignorancia. Cuando conocemos, reflexionamos y vivenciamos nuestra Espiritualidad descubrimos respuestas que al combatir la ignorancia hacen desaparecer al miedo. Paradójica e irónicamente, cuanto más «hilamos fino» el vasto campo de nuestra Espiritualidad más recursos se despiertan al colocar bajo nuestro control consciente el finito territorio de nuestra Cotidianeidad. Pero cuidado: ¡Hay que abrir el corazón!. Pero no a costa de cerrar el cerebro.
La Voluntad todo lo puede dentro del marco de nuestro albedrío. Y todos tenemos toda la voluntad que podamos necesitar. De modo que si estás pensando en alguna dialéctica de sofisticada intelectualidad para expresar porqué no puedes, detente y pregúntate si no se tratará, simplemente, de simple pereza volitiva. Entender que caer está permitido y levantarse, obligatorio. Aceptar que en toda situación de la vida, quien huye cobardemente, vive miserablemente. Ver que hoy es el primer día del resto de nuestras vidas, y todo puede hacerse.
En cuanto al poder del Pensamiento Positivo… Cuenta el cuentito que cierto día un ciempiés aseaba muy orondo por el campo, disfrutando el sol. Acierta a cruzarse con una hormiga, quien le mira sombrada:
-Buen día, señora hormiga -saluda cortésmente el ciempiés.
– Buen día, señor Ciempiés -le responde la hormiguita. Y agrega- Señor Ciempiés: ¡qué garbo, qué prestancia al caminar, la suya!.
Y el cienpiés, orgulloso, sigue avanzando moviendo sus decenas de patitas.
La hormiguita corre, corre, se ubica al frente del ciempiés y le insiste:
– ¡Qué elegancia!. ¡Qué coordinación!.
– Gracias, gracias -responde el ciempiés, continuando su camino.
La hormiguita vuelve a correr para adelantarse al bicho y le espeta:
-Maravilloso!. ¡Maravilloso!. Dígame, señor Ciempiés: ¿cómo hace?.
Y el ciempiés le responde:
– Es muy sencillo, señora Hormiga. Mire: primero adelanto el primer pie derecho y el décimo izquierdo… Perdón: primero el octavo izquierdo y enseguida el decimocuarto dere… No, no, a ver… el quinto y sexto de la derecha y enseguida….. er…. no era así…..
Dice la leyenda que el cienpiés ya nunca pudo volver a caminar.
Y dice la leyenda, también, que la hormiguita se llamaba María Duda.
De modo que si el lector se siente identificado con algun síntoma de os burdamente aquí planteados, recuerde que, ante todo, toda sanación implica una sana acción.
Existe un Mal, eso es indudable, y el que anida en el hombre es mucho más terrorífico que aquél mal satánico que ciertas iglesias (palabra que viene del griego ekklesía: “reunión de hombres”) trataron de vendernos: en efecto, ¿qué son los tormentos infernales, según se los describe, al lado de las crueldades del género humano, muchas de ellas cometidas en nombre de intereses tan sagrados como la Patria, la propia Humanidad o el mismo Dios?. ¿Qué son los círculos infernales que el Dante describía trémulo de pavor junto a Hiroshima, Biafra, Mi Lai, El Salvador, Ruanda, Bosnia o, simplemente, la imagen de un pequeño muerto de hambre a pocos kilómetros de una “city” financiera?. La imagen del “diablo” con sus cuernos, sus patas de macho cabrío y su pene erecto (todas imágenes de cultos regionales del norte europeo que fueron asociados con lo demoníaco por los primitivos cristianos para desacreditar tales religiones simbolizantes de la fertilidad, ante el avance del cristianismo), esa imagen, decía, provoca apenas una sonrisa ingenua ante algunas, sólo algunas, de las fotografías que aparecen en los periódicos de todos los días.
Y el Mal es también, dejarse arrastrar por la Ley de Entropía. No luchar por el Bien –que no es propiedad exclusiva de los creyentes-, por construir, por ayudar, por sonreír, por empujar juntos para que este viejo y querido mundo ruede en su órbita algunos millones de años más. Pues lo verdaderamente demoníaco es el olvido, el caos, la quietud paralizante, la oscuridad. En síntesis, la Nada. ¿Qué puede ser más terrible que pensar que nada habrá después de la muerte?. ¿Qué seremos rápidamente olvidados por nuestros seres queridos, nuestra tumba derruída y nuestras pertenencias extraviadas?. ¿Qué es más terrible que sospechar que, en algún momento, pudiéramos no haber sido?. ¿Qué da lo mismo haber pasado o no por esta vida?. Ese es el verdadero horror. Aún el inframundo encierra alguna esperanza…
Si ante el avance del militarismo que sólo multiplicará rencores para las generaciones futuras oponemos la defensa activa del pacifismo, es posible que nos prometan el infierno. Si ante la prédica dogmática y sentenciosa de los clérigos elevamos la cabeza y esbozamos cierta sonrisa de escepticismo, es probable, también, que nos prometan el infierno. Si ante la palmada cómplice del político enarcamos una ceja con disgusto, sí, nos prometerán el infierno. Pero si por encendernos en el “patrioterismo” (que no es “patriotismo”) del brillo de los fusiles, la emoción supersticiosa de las iglesias o la dádiva demagógica del político, dejamos adormecer aún más nuestras neuronas, poco o mucho tiempo después, no importa cuándo, nuestro cuerpo sólo, o el planeta todo, estarán reducidos a polvo y sumidos en el olvido. Seremos parte de la Nada.
Y ese es el verdadero infierno.
las enfermedades espirituales están de moda, los lideres espirituales verdaderos son escasos y por eso cada quien sin conocimiento ritualiza lo que charlatanes les dicen, cayendo postrados en falsas creencias, imaginarias y fantasiosas, desarrollando enfermedades psicosomaticas y llegar hasta a la locura. Debemos tener mucho cuidado en estos temas y solo recibir instrucción de verdaderos iniciados, muchos son los llamados y pocos los escogidos, pensamos que miramos hacia arriba y lo estamos haciendo hacia abajo! Ademas hay que tener en cuenta el cuidado de nuestro cuerpo emocional y mental, como cuidarlos y purificarlos es nuestro deber. Abrazos!
Gracias gustavo. usted es un gran faro.