Comentaba en mi artículo anterior ( “La Saga de Rapa Nui (I): Hechos y Presunciones” ) que la percepción que lo único, o lo más, interesante en la isla son sus moai es absolutamente errónea. Este hallazgo (la palabra “descubrimiento” me queda grande) que realicé poco antes de regresar lo pone de manifiesto.
Al referirme a “mundo subterráneo”, no hablaré, aquí y ahora, de las innúmeras cavernas, muchas de ellas completamente inexploradas, que recorren isla de Pascua como un queso “gruyère”. Dirán ustedes porqué me privé de investigarlo. Los motivos son la falta de tiempo en este primer (pero no último, seguramente) viaje, los recursos económicos para una investigación en serio y, fundamentalmente, porque las posibilidades de efectuar libremente investigaciones y exploraciones está fuertemente restringida. En efecto, mi intención original, recordarán ustedes, de hacer una “prospección radiestésica” en la mayor extensión posible se vio impedida porque casi todos los sitios que hubieran sido de interés están, o absolutamente controlados y vedados para un libre acceso y desplazamiento –salvo que ustedes “investiguen” literalmente a buena distancia física- o peor aún, fueron reconstruidos, siendo evidente, por lo menos para mí, que esas “reconstrucciones” perdieron fidelidad, en forma y orientación, por el camino. Y el hecho que pasaré a relatar es un buen ejemplo de ello.
Por cierto, las agencias de turismo ofrecen excursiones (con un mínimo de doscientos noventa dólares por persona) a algunas cuevas. Las más conocidas, transitadas, habilitadas al viandante y, por esas mismas razones, absolutamente sin otro interés que el estético para la selfie. Sin ir más lejos, yo mismo me permití “ir por las mías” en la excursión en solitario que emprendí a cero costo y con idéntico resultado visual, si eso fuera un fin en sí mismo.
Empero, mi “hallazgo” sí se relaciona con cierta concepción del mundo subterráneo. Y paso a relatarlo.
Tenía especial interés en fotografiar el único moai con cuatro brazos que se conoce hasta el día de hoy. Es muy interesante destacar que la estatuaria de Rapa Nui no se limita a los moai o a petroglifos. Existen, además de maravillas como “El Gigante”, ese moai tallado (pero nunca extraído) de su cantera en Rano Raraku, el volcán que servía para la cincelación de los mismos, de veintidós metros de altura (o de largo, ya que yace horizontal), efigies que rompen con toda lógica, como el moai arrodillado y barbado de ese mismo lugar u otro, de dos metros y medio de altura, hoy a las puertas de la Estación de Bomberos, con un extraño rostro barbado ladeado y en una contorsionada postura física, más con reminiscencias griegas o asiáticas que pascuenses.
Bien, contaba entonces de mi interés de llegarme a ese moai con cuatro brazos, ubicado en lo que se conoce como “Ahu Te’peu”. Recordemos que la palabra “ahu” define a toda plataforma ceremonial, aquellas sobre las cuales se erigían los moai. El mismo se encuentra dentro de la reserva homónima, y averiguado que hube que no tenía excursión alguna grupal que se llegara al mismo, me planteé la posibilidad de hacer la travesía a pie. En el querible hostal donde nos alojábamos, me dijeron que estaba a unos tres kilómetros, una distancia nada significativa para un caminante contumaz como un servidor. De modo que temprano en una mañana, la última de nuestra estadía, me preparé con mi sombrero, agua en buena cantidad, el indispensable bloqueador solar (la isla recibe la mayor proporción de radiación ultravioleta del Pacífico), dejé a Mariela, mi mujer, descansando y partí hacia aquella.
No soy en absoluto afecto al fútbol; por ello, sirva esto de silencioso homenaje a Maradona y Messi, ya que al llegar –tres kilómetros de calurosa caminata después- al acceso a la reserva y dar mis datos al controlador del lugar (y descubrir que había dejado en el alojamiento el indispensable ticket oficial para acceder a los sitios arqueológicos de Te Pito O Te Henúa) fue mi condición de argentino y la invocación de los santos nombres de Maradona y Messi lo que llevó al agente gubernamental, fanático de ese deporte, a hacer un gesto displicente y darme vía libre (en nombre de esos, que eran sus ídolos) paso al parque natural.
Entré con la alegre irresponsabilidad de no haber repreguntado a qué distancia se encontraba el moai. Tarde descubriría que los “tres kilómetros” de la amable propietaria del hostal no eran hasta el moai sino hasta la entrada a la reserva, y el maldito se encontraba seis o siete kilómetros más allá. Me enteré horas más tarde y de labios de un rapanui que cansinamente a lomos de su caballo pasara por allí, y nunca llegué a él. Pero ese “error” fue parte de lo que me llevó al hallazgo que describiré.
Así que allí estaba yo, completamente solo. Una hora hacía que había dejado atrás el acceso a la reserva y el camino atravesaba un páramo absolutamente desolado. No digo ya un ser humano; ningún animal siquiera rompía la monotonía del paisaje, montaña a lo lejos (el volcán Rano Aroi), acantilados sobre la mar cerca. El camino, con curva tras curva entre rocas, azotado por un viento creciente. Cuando me di cuenta que el moai no aparecía lo recorrido se había prolongado mucho. Pero, taurino al fin, y haciendo mías las palabras de aquél relato ancestral mexica, “okachi okachinepa” (“Un poco más. Un poco más, aún”) y consecuente con siempre exigirme “un poco más”, iba de tramo de camino en tramo, hasta la siguiente curva. Y allí ocurrió.
Estaba pensando si relatar el fenómeno de aparición paranormal que anticipé junto con la descripción del hallazgo no haría que los escépticos y racionalistas rechacen el segundo a causa del primero; luego, me di cuenta que la opinión de tales personas me importa, hoy, lo mismo que antes de viajar, es decir, nada. De manera que, hecha la salvedad, prosigo.
El punto es que levanto en un momento la vista del sendero al salir de una curva y alcanzo a divisar, tras la roca que unos treinta metros más allá indicaba la siguiente en sentido opuesto, la amplia, volátil falda de una mujer, que pensé era un “pareo” celeste y su espigada figura, cubierta por una sombrilla o parasol de color crema en el instante fugaz
que quedaba oculta de mi vista por la roca. “Una turista” –pensé. Quizás supiera darme una pista del moai perdido. Y como tengo buen paso, supuse que pronto la alcanzaría. Aceleré la marcha (huelga aclararlo; no estaba insolado ni deshidratado, y además de muy buen talante), rebasé esa curva siguiente, y la otra, y entré en un tramo recto del camino. En diagonal, a mi izquierda, y a una distancia no superior a sesenta o setenta metros, veo otra vez a la mujer. Acompañada de un perro de talla mediana, color marrón claro, su falda al viento (ahora, más que un “pareo” lo identifiqué como una volátil falda de muselina), una blusa color bordó, sin mangas. Delgada, alta, con ese parasol o sombrilla claramente de caña, de copa plana y tela, dije, color crema. Caminaba lánguidamente, presumiblemente quizás por algún sendero por ella conocido que atravesaba el pedregal (no se engañen por las fotos, las praderas de Rapa Nui no son campos de golf; el suelo está literalmente cubierto por filosa roca volcánica de todo tipo y tamaño donde crece aquí y allá briznas de hierba. Al caminar hay que estar atento dónde y cómo se pisa pues la caída siempre acecha). De modo que, como aún me parecía impropio comenzar a los gritos desde la distancia con mis preguntas, decidí buscar ese sendero para acercarme y consultarle.
Pero fue en vano. Avancé por el camino, teniéndola todavía a la vista, pero el sendero que supuestamente había tomado no existía. Y era imposible cortar camino a campo traviesa con ese desplazarse (tanto ella como su mascota) tan relajado, como flotando. Pero corría el riesgo de perderla, pues se alejaba prontamente, de modo que allá fui, caminando sobre piedra más piedra más piedra, en zigzag, mirando atentamente el suelo para no tropezar, avanzando en lo que presumía su dirección con toda la velocidad –que era poca- que el accidentado terreno me permitía. Levanté la vista una vez y estaba aún allá adelante, evidentemente ignorante de mi presencia, ya más alejada; estimé que próxima a los acantilados. Seguí caminando y al volver a buscarla con la mirada, había desaparecido.
Confundido, advertí a mi derecha un pequeño promontorio rocoso de fácil acceso. Trepé a él, con la esperanza de poder divisar a la mujer. Tenía una excelente visión de 360º, pero no hubo caso. Se había esfumado.
Fue allí, de pie en la soledad del páramo, que sentí por primera vez que no se trataba de una circunstancia “normal”. Durante un par de minutos traté de volver a encontrarla visualmente, a ella o al can, pero no hubo caso. Entonces, con cierta frustración, debí asumir que se había esfumado también la posibilidad de encontrar al moai y plantearme la decisión de regresar.
Es entonces cuando hecho una mirada panorámica a mi alrededor y me quedo paralizado de sorpresa. Allí, frente a mí, a una distancia no superior a unos treinta metros, había un “ahu” abandonado. Recuerden, la plataforma sobre la cual se levantaban los moai. Sólo podía verlo desde ese lugar. O, para decirlo de otra forma, no era visible desde el camino. Si no me hubiera desviado en persecución de la mujer, jamás lo habría visto.
Ahora bien. Debe saberse que los “ahu” son tan sagrados hoy como en el pasado. No se permite en absoluto tocar un moai o treparse a un “ahu” a nadie, y si alguien trata de hacerlo, escuchará no una, sino varias voces airadas exigiéndole que se retire. Todos los rapanui son, en defensa de esos sitios, una sola voz, y cualesquiera de ellos toma a su cargo la responsabilidad de preservar el “tabú” (tapu, en rapanui). Los funcionarios dicen que es para preservarlos por razones arqueológicas (si cada turista se llevara un trocito de roca, en décadas estarían desguazados). Sin duda es una razón, pero hay otra: se los considera peligrosos. Son el asiento del “Mana”, ese poder espiritual al que nos hemos referido y que los rapanui respetan tanto ayer como hoy.
Así que allí tenía yo, a mi disposición, un “ahu”. Sin moai, derruido, donde el prolijo superponer de capas de piedra que habíamos visto reconstruidos en otras aquí casi se reducía a un más o menos informe montón de rocas. Pero “ahu” al fin. Una cosa era cierta: la mujer, vamos, la “aparición”, me había llevado hasta allí.
Sorprendido y entusiasmado, descendí del promontorio y me acerqué al “ahu”. No había nadie, absolutamente nadie, en kilómetros a la redonda, pero no me aprovecharía de esa situación para violar el “tabú” (aunque admito que por un momento la idea cruzó mi cabeza), por respeto a esa ancestralidad a la que yo mismo en distintos contextos y tiempos, tanto me debo. De modo que tomé una buena cantidad de fotos (eso sí, insólitamente próximas) y lo rodeé por detrás. Me acerqué primero al borde mismo del acantilado, para ver si no existía, qué se yo, alguna escalerilla por donde la mujer (aún me resistía a considerarla “aparición” en toda la regla) hubiera descendido. Nada de nada. Entonces, sí, comencé a recorrer, observar y fotografiar el “ahu” por detrás.
Y ocurriò el hallazgo.
Porque, como muestra la imagen, muy cerca de uno de sus extremos se abría la boca de una caverna que penetraba en las profundidades y hacia dentro y hacia abajo del mismísimo “ahu”. Si quieren comprender mi conmoción de entonces, piensen en estos dos hechos. Uno, que en ningún otro “ahu”, no solamente no aparece el acceso a ninguna cámara subterránea sino que no existe antecedente alguno, oral o escrito, que deje constancia que las hubiera. Aquí había uno. Y si hay uno en un “ahu” fuera de los circuitos turísticos una cámara subterránea, abandonado, donde muy poca gente pasa y eso generalmente por el camino (razón de más para que nadie lo haya advertido o, si alguien lo hizo, no lo considerara relevante) es lícito suponer que debe haber habido en otros. El porqué, entonces, se ocultan, es otra cosa, pero en sintonía con una presunción que conversábamos con mi mujer y que creciò en días previos: mucha gente rapanui sabe más de lo que cuenta.
Dos; a ustedes no se les escapará que muchísimos sitios ceremoniales de todas las culturas y todos los tiempos comparten esta particularidad: una secreta cámara subterránea bajo el visible sitio ceremonial. Lo esotérico bajo lo exotérico. Bajo Teotihuacán existe una ciudad subterránea. Bajo los templos de Teotihuacán una tercera parte de los mismos se abre a una cámara subterránea. En el Esoterismo milenario se enseña que el perfecto “occultum”, o lugar de prácticas mágicas, debe ser una construcción troncocónica con una tercera parte de su altura bajo el nivel del suelo (en tiempos modernos, sólo se sabe que Alesteir Crowley, en su abadía “Thelema”, tenía uno que respetaba esa indicación). Bajo Silsbury, bajo Delphos, los sitios oraculares tenían un área frente a la cual asistía el pueblo lego y una cámara subterránea. Bajo Chavín de Huántar (donde encaminaré mis pasos en pocos meses para hilvanar más investigaciones). La propia “Cámara del Caos” bajo la pirámide de Khufu (Keops) con un pasillo de acceso independiente y labrada enla roca viva a una profundidad igual a la altura sobre el nivel del suelo que se encuentra la Cámara del Rey. Las “chinkanas” inkas bajo el Coricancha, en Cusco… los ejemplos son interminables. Esto habla, cuando menos, de una Sabiduría Universal que hasta en aspectos pragmáticos, funcionales, operativos, es compartida en horizontes culturales tan distantes en el Tiempo y el Espacio.
Hubo de pasar un rato muy largo hasta que emprendí el regreso. ¿Bajé a la cámara?. El estado era ruinoso e inestable, la boca de acceso reducida y rozar el cuerpo con las piedras de la entrada podía desencadenar un derrumbe. Estaba solo, recuerden, y si me pasaba algo podrían transcurrir días hasta que me hallaran. Por rápido que mi mujer avisara a la Policía, ¿en qué parte de la inmensa reserva habría estado?. ¿Por dónde buscar?. Hasta que alguien se le ocurriera acercarse al “ahu” y quizás rodearlo… Era el último día de mi estadía en la isla, y no tengan dudas que retornar será lo primero que haré –supongo que con bastante compañía- cuando regrese. Pero algunos de ustedes, mis amigos, me conocen. Así que alllí me deslicé (sospecho que si Mariela lee este artículo voy a estar en problemas…). Pidiendo el necesario y respetuoso permiso de la Pachamama. No hasta el final, no. Sólo los primeros tres o cuatro metros; a la luz del «flash» (no había llevado linterna porque lo espeleológico no entraba en el plan del día) vi que a unos tres o cuatro metros más un derrumbe cerraba el paso. Si era el final artificial de la cámara o esta continuaba y eso era, justamente, un derrumbe, no pude saberlo. Me tomé el tiempo para comprobar que la misma estaba totalmente vacía, y salí.
Y ya de camino de regreso, me di ese gusto, el de conocer una de las cuevas de la isla. La “Cueva de las Dos Ventanas”, llamada así porque el serpenteante trazo de chimenea se bifurca para abrirse en dos aberturas sobre el abismo del mar, la misma que, para visitarla, los “gringos” pagan buenas sumas en dólares. Sólo el placer momentáneo, que es más placer cuando cuesta nada. O si costó algo: como también la encontré «de casualidad» y penetré sin iluminación y sin casco (ya preguntarán ustedes por la seguridad: aquí, cuando menos, descansaba fuera un grupo de turistas en caso de emergencia), el reptar a tientas en la oscuridad absoluta -algunos de ustedes sabrán de qué oscuridad espeleológica hablo- hasta llegar a la luz terminó con un simpático y sangrante corte en mi semicalva testa.
Quedará para otros artículos extenderme en otros enigmas. Sirva éste para entusiasmar a futuros visitantes a repetir mi caminata y generar las propias, reflexionar sobre esta correspondencia de sitios ceremoniales con cámaras subterráneas asociadas mientras el viento azote sus rostros como el mío cuando, tras cruzarme con el primer ser humano –ese hombre a caballo que me auguró muchos kilómetros más de caminata al moai que nunca llegué pero, claro, ya poco importaba- emprendía el regreso a Hanga Roa.
BUENO ES POCO.
¿»Bueno es poco» o «bueno, es poco» ? 😀 😀 😀 Un abrazo
Muy bueno, tiene de todo pero igual queda gusto a poco porque uno quiere saber más. El misterio de la mujer me recuerda a un reportaje o algo así que se hizo en Chile, llevaron a algunas personas que son medium, o bien que tienen un desarrollo extrasensorial superior y tuvieron experiencias bastante fuertes.
¡Paciencia, amiga!. Ésta es apenas la segunda nota. Vienen más… 🙂 Saludos cordiales
Me hubiera gustado compartir la aventura. Quizás la próxima….
Hola Gustavo. Pensar que te hablé del moai con cuatro manos, de las que no encontré ninguna buena foto, intentando mantenerte fuera del mundo subterráneo de Pascua, porque me daba «mal rollo»… Y buscándolo te metes en un agujero semiderrumbado, recorres una cueva a oscuras…
¿Preguntaste quién podía ser la mujer de la aparición, que recorría con su perro el terreno pedregoso, y a pleno día? Detrás tiene que haber una historia muy romántica, digna de un cuento estilo Horace Walpole.
En las fotos del apu y «su caverna», ¿se identifican bien sus coordenadas GPS? Lo digo para facilitar tu siguiente excursioncita a este tu último descubrimiento. Es que visitar un lugar como Pascua en un par de días y en plena temporada turística… Naturalmente que tienes que volver, sin prisa y sin turistas, con mal tiempo, cuando los pascuences se aburren y tienen tiempo para hacer nuevos amigos, como un argentino muy simpático… Y contarle parte de lo que decías, que: «-Mucha gente rapanui sabe más de lo que cuenta».
Gracias por tu apasionante relato, por las fotos… Y queremos mas, mas, mas…
Hola querido amigo!. Es difícil que no haya «temporada de turistas2 allá. Estuvimos 10 días, bastante bien para esa primera aproximación. Y no te sientas culpable con el tema de la caverna, ya sabes que tengo una especie de obsesión de roedor con ciertos lugares. Respecto a la «aparición», ¿a quién preguntarle?. La soledad de ese páramo es literal, digno de «Cumbres Borrascosas»… pero respecto a re encontrar el lugar, no te preocupes, no me será nada difícil, salvo que para cuando pueda volver haya pasado el tiempo suficiente para que «el alemán» me de alcance. Fuerte abrazo.
Él Moai con las cuatro manos , que no cuatro brazos no está en el Ahu Tepeu sino en el Ahu Huri a Urenga. En la Costa hacia el Ahu Tepeu hay decenas de lugares donde una o un grupo de personas , aparentemente pueden «desaparecer» y en realidad están disfrutando de un rico asado a salvo de miradas indiscretas. Si en su imaginación se cree haber descubierto un Ahu «con cueva» a nada que se lea el catálogo de sitios arqueológicos se llevará una decepción. Como relato de ficción es entretenido de leer.
Si tu perspectiva objetiva se limita a leer «catálogos» estamos en problemas. Y la «cueva» está ahí, sólo con darte una vuelta podrìas cotejarlo. Pero, claro, es más cómodo opinar desde la distancia por internet. Y por cierto, cualquiera que haya estado sabe que es mentira que haya decenas d elugares donde la gente pueda «desaparecer» y menos, un rico asado, primero porque el mismo no es parte de su gastronomía y luego porque en la reserva de Ahu Te’Peu está prohibido encender fuego.
Mi perspectiva es la de quién le responde desde la isla, ha residido en ella, la ha visitado por largos periodos en más de 13 ocasiones, posee una amplia colección bibliográfica y fotográfica y conoce personalmente a casi todos los guías locales y a muchos de los más reputados arqueólogos e historiadores. Este su blog tiene un claro propósito sensacionalista y muy poco o ningún rigor en sus afirmaciones. No hay ningún Moai de » cuatro brazos » en el Ahu Tepeu. El Ahu y la cueva que Vd describe está catalogado y descrito ya en el libro de Englert. Hay varias cavidades naturales en esa zona de la Costa donde es habitual irse «de campo», esto es llevarse unas carpas y pasar un par de días pescando y comiendo «asado» esto es parrilla o barbacoa en argentino, parece que en sus pocos días de estancia en la isla conoció poco las costumbres Pascuenses. Yo he estado en varias ocasiones con la familia en algunas de ellas pescando y pasando el día . Su dama de falda volátil con perro, solo es misteriosa en su mente.»Su cueva» misteriosa y que cree haber descubierto lamento decepcionarle pero es una de las más conocidas del sector. Es de agradecer que Vd escriba sobre la isla, pero no es necesario recurrir a sensacionalismos baratos, la isla ya ha sufrido demasiados. Por favor no más extraterrestres ni Incas aburridos de vacaciones removiendoles las piedras y los Ahu a los Rapanui. Un saludo.
Primero la cueva no existía y ahora parece que sí 🙂 (cueva que, por cierto y lo aclaré, no me describo con otro mérito que el señalarlo). Conozco el «curanto» (por cierto también, parece que para alguien que dice haber «residido» allí, se le olvidó el nombre) y en nada es comparable a un asado (cuando quiera me invita y le preparo uno; me acerqué lo suficiente a las costumbres para que una de las familias me invitara y enseñara cómo lo preparan, capa por capa y, lo que es más importante, su significado espiritual más allá de lo gastronómico). Y finalmente y también por cierto, hasta aquí, no es más improbable mi visión de la dama de falda volátil que la afirmación gratuita de alguien que dice haber residido y visitado la isla en 13 ocasiones (¿en qué quedamos?. ¿Residió o visitó?) y no presenta otra prueba que la palabra «moai» en su dirección de correo electrónico.
Dicho esto, tengo que ser coherente: es posible (sólo posible) que usted sea quien dice ser y haya hecho lo que dice haber hecho, aunque no presente ninguna prueba al respecto, porque la ausencia de evidencias no es evidencia de la ausencia. Lo que quise demostrar con esto que el debate en posts de blog es poco más que una riña de gallos seudo intelectual. Usted tiene el derecho a expresar su opinión; yo, la mía. Lo que le niego y le negaré, es derecho a la crítica «ad hominem», a la falta de respeto, a suponer y prejuzgar la falsía o patología del otro desde su «establishment». Si usted cree que ese talante le da más fuerza a sus argumentos, lamento informarle que opera en forma totalmente contraria. Sin duda éste es (y será) un blog «sensacionalista» para su acrisolado parecer y no volveremos a verle por aquí; pero eso, insisto, no quita el respeto y educación que no puede enmascararse de pretendida reivindicación de la verdad. Por lo demás, gracias por su opinión y que esté bien.