Estas reflexiones no apuntan tanto al paciente potencial y quizás ni siquiera al profesional individual, sino a los gestores de políticas para la salud. No propone estrategias de profilaxis social sino a generar en un amplio espectro de responsables (desde prestadores de servicios médicos hasta funcionarios encargados de estrategias técnicas, tributarias, culturales, jurídicas) una oportunidad para la reflexión.
La expansión y transición de la Fisiología a la Psicología y Psicoanálisis significó una ampliación del Paradigma de la Salud. Que no implica descartar el anterior, sino incluirlo y trascenderlo. Hubo toda una secuencia de fases de transformación: una naciente Psicología Conductista o Behavourista casi excluyente, donde los fenómenos psicológicos eran considerados una mera extensión de la “máquina biológica” que se consideraba al ser humano, necesitó décadas para ceder campo –sin perder algunos de sus propios méritos- a otra formas más dialécticas de Psicología, como la Gestáltica, Transpersonal, Compleja, etc. Esa misma evolución tuvo el Psicoanálisis genéricamente freudiano a estamentos lacanianos, adlerianos, etc.
De la misma forma, estamos en el momento de otra transición de Paradigma: de la Psicología y el Psicoanálisis a la Espiritualidad. Que tampoco significa obviar aquellas, sino incluirlas y trascenderlas, comprendiendo que existe un «campo emocional e intelectual» y otro «moral y espiritual» no reductible al primero. Y querer convencer -o aceptar sin debate- que la Espiritualidad es campo propio de las Religiones de forma excluyente es como afirmar que los fenómenos psíquicos sólo son campo de los médicos.
Es llamativo observar que la actitud y resistencia de los psicólogos más ortodoxos frente a estas formas de Espiritualidad es indistinguible de la actitud de los médicos de principios del siglo XX frente al Psicoanálisis. El mismo tratamiento, en ocasiones despectivo, con que mediáticamente se manejan en ámbitos de la comunicación social, cargando el mensaje de adjetivos y sustantivos peyorativos (“supersticiones”, “pensamiento mágico”, “credulidad”, “carencia de pensamiento analítico”, “curanderismo”, “falta de evidencias científicas”, etc.) son exactamente los mismos con que en aquellos tiempos –y aún otros más recientes- los referentes de la Medicina como una “ciencia dura”, conductistas y epistemólogos se referían a los practicantes de esas verdaderas “curas por la palabra”. (ver, por ejemplo, “Psicoanálisis y Pseudociencias”, Mario Bunge, Alianza Editorial, 1985). Por la misma razón que –espistemológica, empírica y hasta legalmente- no puede (no debe) hablarse de una “ciencia del curar” (por lo que el título de algunas facultades de “Ciencias Médicas” es más una expresión de deseos –cuando no de soberbia- que satisface el ideario colectivo de certeza terapéutica que una afirmación científica) sino de un “arte de curar”, éste debe aceptar su propia naturaleza Trascendente: no habrá salud si este concepto no incluye los planos sutiles, inasibles para el materialismo, de la dimensión humana. Y negarlos es aplicar, otra vez, un reduccionismo que comienza a volverse contra las mismas “ciencias psicológicas”. Y en tanto el destinatario integre en su Realidad la aceptación de esos planos sutiles, esa integración debe ser respetada pero, fundamentalmente, considerada e incluida terapéuticamente. Despreciar el propio paradigma del individuo en su auto lectura es mucho más que simple discriminación: es mutilar por un pretendido fin terapéutico su naturaleza.
Incidentalmente, esta integración de la propia cosmovisión del individuo lleva a trascender la palabra “paciente”, a la que se resignan funcionalmente los mismos destinatarios. Porque la palabra “paciente” remite, en primer lugar, a quien debe adoptar una actitud “pasiva” frente a la terapia. Y en segundo lugar, a quien debe tener “paciencia”. Esperar. Esperar más allá de temores, dolor o angustias, tanto propias como de sus seres queridos. Una palabra que por definición retira del individuo su derecho a ser parte activa –e inmediata- de su propio proceso de sanación.
Porque –una vez más- debemos distinguir entre “curar” y “sanar”. Ya que mientras “curamos”, quizás nos alejemos de las oportunidades de “sanación”. Existe una gran diferencia entre curar y sanar. Para sanar, debemos estar dispuestos a bucear en nuestras profundidades y allí vamos a encontrar la causa de por qué nos enfermamos; mientras que la cura es un factor de índole siempre externo a nosotros.
Todo lo que somos es el resultado de lo que hemos pensado. Todo lo que padecemos es el resultado de lo que hemos temido. Por esta razón, Parapsicólogos y Terapeutas Holísticos somos una nueva forma de profesionales de un nuevo paradigma de la salud, tan necesarios y tan resistidos por el viejo Sistema como lo eran los discípulos de Freud o Jung en las primeras décadas del siglo XX
En Colombia a los administradores de la salud se les llama EPS (entidad prestadora de salud). En la EPS que estoy inscrito si existe lo que definen como Medicina Alternativa. Pero el factor que desestima la salud en Colombia es otra y quizás enfermedad: La Corrupción, el dinero de sus afiliados que es captado por las EPS se desaparece, luego las EPS no tienen dinero para pagarle a los hospitales y así sucesivamente se viene abajo todo como un castillo de naipes.
Un cuadro que se repite en unos cuantos países de Latinoamérica, incluido el nuestro, estimado amigo.