La espiritualidad tolteca

La espiritualidad tolteca

En numerosos artículos así como en conferencias, he hecho especial hincapié en que no debe confundirse la Sabiduría práctica Tolteca (que se llamaba “Toltecayotl” -con el significado de: “el corazón del artista sabio” y hoy se ha hispanizado como “Toltequidad”) y su espiritualidad expresada como “religión”, la que recibía el nombre de “Inkantonatl” (“la energía que está aquí y en todas partes”). No voy a extenderme (ya lo he hecho numerosas veces) en recordar el inmenso saber, en parte perdido, de los toltecas, sino simplemente recordarles los dos grandes debates académicos: uno, más cercano a la “historia oficial”, que los señala como un “pueblo” antecesor a los mexicas luego extendidos en el valle de Texcoco, y otra mirada, más próxima al pensamiento del “México profundo”, que los reconoce como una organización de sabios (eso significa “tolteca”: “sabio artista”) que coexistió con distintos horizontes culturales, apareciendo desde miles de años antes de nuestra era entre Olmecas y luego Mayas, hasta la contemporaneidad de la llegada de los españoles. Esa Sabiduría tuvo dos “capitales”, Teotihuacán, la primera, y luego, Tula. Pero también centros de “poder”, en un sentido cultural y espiritual, aparentemente más secundarios, pero no menos importantes. Uno de ellos, donde hemos vuelto a profundizar en sus recovecos ancestrales -recorriéndolo con un grupo de amigos y la inefable guía del querido amigo Julio Víctores y sus hijos, Fernando y Santiago- , los alrededores del cerro de Tecutzingo y el “rey – poeta” de nombre difícil para los extranjeros: Netzahualcoyotl.

Ya he desarrollado en estos artículos y podcasts ( “Netzahualcoyotl: el Da Vinci americano”“El rito de Renacimiento del Guerrero”“Una “muralla china” prehispánica”“Asomándonos al inframundo”) la trascendencia (no debidamente reconocida) de este personaje histórico. Un tolteca, a fin de cuentas. Eso de “rey – poeta” es parcialmente justo e injusto: justo, porque era gobernante y poeta, sí. Injusto, porque era “Tlatoani”, que no “rey” -algo mus diferente- y porque imaginar un soberano dedicado a la poesía genera cierta distancia porque los poetas, ya sabemos, están un poco chiflados y si son reyes, más aún. Pero Netzahualcoyotl era médico, botánico, ingeniero, astrónomo, matemático… y sumo sacerdote de esa espiritualidad, que podemos llamar “religión” por tratarse de una estructura organizada de transmisión de enseñanzas, sin las cortapisas de las iglesias.

Hablemos un poco, entonces, de esa religión.

Como ya se ha señalado, los toltecas no eran politeístas (ahórrenme volver sobre el punto: los “múltiples dioses”, malinterpretado -quizás ex profeso- por los frailes de la Conquista y persistido el error -tal vez por indolencia o eurocentrismo- en los siglos posteriores, eran en realidad “energías”, “emanaciones de la divinidad” (la palabra “teotl” no significa “dios”, sino “semilla cósmica”). Su creencia era que existía una sola Divinidad Universal, a la que llamaban Ipalnemouani, que significa “aquello por lo que existimos”. Ipalnemouani era Increado e Inmanifestado, de modo que para manifestarse y “hacer la Realidad”, se desdoblaba en dos “semillas cósmicas”: “Ometeotl” (“ome” es el numeral “dos” en idioma Náhuatl, y “teotl”, como ya señalé, “semilla cósmica”. Y luego, Ometeotl se sigue “desdoblando” en otras “semillas” (Quretzalcoatl, Tezcatlipoca, Huitzilopochtli, Xipec Totec, Ehécatl, Tonantzin, Tlazolteotl, etc., las cuales se alojan en el espíritu humano como potencialidades pero, como semillas, necesitan ser “regadas y abonadas” para despertar.

Detengámonos en Ipalnemouani. No es gratuito que el emblema – símbolo de Teotihuacán sea una estrella de cinco puntas en un círculo (esa “estrella de cinco puntas nos hace repensar, porqué no, el pentáculo de otras geografías y tiempos históricos) porque cinco son las personas que habitan en Ipalnemouani: Yo – Tú – Todos – El Universo y el mismo Ipalnomuani. Es una fuerza sin forma, no – representada por el último “piso no visible” de los teocalli (mal llamada “pirámide”). Se sabe que el “lugar de adoración” era ese habitáculo construido en la cima de los basamentos (insisto; lo que tantos llaman, erróneamente, “pirámide”). Pero el “verdadero espacio” ritual era un espacio “vacío” inmediatamente por arriba de ese habitáculo, el cual estaba pintado de negro por fuera y recubierto de oro por dentro… pero completamente vacío. Al llegar, el sacerdote entendía que lo pasado había muerto y que él mismo haría su propio porvenir espiritual. Y que ese vacío no era “vacío” porque representaba todas las infinitas posibilidades de la existencia: la vacuidad sólo existe cuando la consciencia se retira, y la Consciencia del Todo no puede retirarse de Nada. Esa habitación vacía, con los infinitos reflejos que la luz proveniente del exterior provocaba sobre el oro y la pedrería preciosa engastada en las paredes, representaba el tejido vivo de energías (“tonal”) invisibles del Universo. Y “por encima” de ello, en la “nada” del aire, en realidad flotaba la certeza de Ipalnemouani, con lo cual donde el neófito creía que no había ya nada… por ello estaba el Todo. El No- Dios, No – Visto, No – Conocido, No – Simbolizado, pero que nos contiene y contiene todo, era honrado con cuatro meditaciones diarias en ese cuarto.

Netzahualcoyol, Gran Sacerdote de este culto, llevó a la realidad en numerosas obras su creencia. No se trataba simplemente de hacer construir nuevos centros ceremoniales: hizo de su señorío un lugar casi paradisíaco, pletórico de jardines botánicos, milpas para cultivos del pueblo, “calmécac” o casas de estudio. Construyó un dique de veinte kilómetros para ganar tierras cultivables para el pueblo, y esas tierras eran de libre y comunitario uso y tanta bonhomía y riqueza acumuló que tuvo que cercar (con el ya mencionado “muro de Huexotla”) las áreas vulnerables de su territorio para protegerlo de la rapiña de vecinos no tan considerados.

La historia dejó de él y sus sacerdotes, en la forma de “Huehuetlatolli” (“Palabra de los Abuelos”) su saber:

“Comenzaban a enseñarles
Cómo han de vivir.
Cómo han de respetar a las personas.
Cómo se han de entregar a lo conveniente y recto.
Han de evitar lo malo,
Huyendo con fuerza de la maldad, La perversión y la avidez”

Para saber más sobre Toltecayotl, ver este artículo: La profunda filosofía tolteca: La tendenciosa “interpretación” histórica.

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