
Hace algún tiempo que he aceptado la manera quizás un tanto egoísta que algunos “hermanos” (o hermanas” de Camino miran mis investigaciones, artículos de difusión y Formaciones presenciales en el terreno del Chamanismo en general, la Toltequidad en particular y, si se quiere, sobre Temazcales de una forma mucho más específica. Como he señalado en más de una ocasión entre muchas otras cosas estoy convencido de dos: que el Conocimiento que elige no ser dinámico sino por el contrario se pontifica a sí mismo como absoluto, inmutable y no perfectible está condenado irremediablemente a desaparecer.
El Conocimiento es Vida y, como tal, debe mutar, adaptarse, evolucionar, ser flexible y comprensivo de las circunstancias si quiere sobrevivir.
La otra cosa de la que estoy convencido es que hay tantos maestritos como libritos; demando, entonces, igual “nicho” de expresión y consideración para todas las voces, y que cada uno, cada una, tome aquello que le resuene.
Pero debería agregar que hay una tercera que no sólo es una certeza sino que se impone por su propia naturaleza: cuántos “maestros” que difunden estas Sabidurías con, digámoslo con cuidado, una carencia de información, de reflexión y de confirmación de ciertos postulados que, por aceptarse como tales de manera monolítica, violan el precepto arriba señalado y, aún en el afán de multiplicar públicos, contribuyen involuntariamente a una rigidización inútil porque, como ya es sabido, hasta el camino del infierno está sembrado de buenas intenciones. ¿quieren que lo diga más claramente?. Bien: muchos “maestros” cuentan historias propias como “tradiciones de Abuelos”, se sacan de la galera “niveles de experticia” supuestamente ancestrales o, simplemente, emiten opiniones que sus discípulos tomarán de plena buena fe sin otro fundamento que esa, precisamente, su opinión. Valga un ejemplo: esa infinidad de talleres, cursos, retiros sobre “formación de sahumadores”, “Munay”, “chamanismo akhásico” y tantos etcéteras sólo reflejan el parecer particular de quienes lo dictan. Lo que es absolutamente respetable y seguramente fuente de nuevas viviencias y aprendizajes; el problema es cuando tratan de presentárnoslos como “conocimiento ancestral transmitido por los Abuelos”.
Lo comprendo aunque no lo justifique: cierto público se siente atraído cuando supone que es “cosa de los ancestros” y no sencillo producto del propio camino del maestro al que accede.

Y voy a dar, aquí, una evidencia de lo que afirmo.
Pero antes, agrego: hay aún otro punto del que estoy plenamente convencido: la manipulación, casi subliminal, al vincular a ciertas corrientes ideológicas, políticas y partidarias, como si de una natural afinidad se tratara, al Conocimiento Ancestral. No me referiré a ello en extenso porque amerita un análisis por sí mismo, aunque éste es un típico ejemplo que de las cosas que no hablamos son de las que realmente deberíamos hablar.
Ya imaginarán que en estos años de viajar por el mundo formando temazcaleros encontré las dudas
que con franqueza algunos de mis propios hermanitos de formación me formulaban, en el sentido que creían o “les habían dicho” eso de que para correr temazcales se necesitan años de experiencia junto a un temazcalero, que no es para cualquiera, que había que ser o haber sido Danzante de Sol, haber realizado cuando menos cuatro Búsquedas de Visión y un largo rosario de obstáculos. No seré redundante aquí lo que ya expuse en varios artículos, especialmente “Fundamentalismo temazcalero”, “Qué se necesita para ser temazcalero”, “La forma del Temazcal y la pedantería” y, especialmente, “El “bullying” del Camino Rojo”, lo que me permite decir que cualquiera que busque ser crítico de mis afirmaciones debo suponer las ha leído. Y si no, habla desde su opinión personal, respetable pero ignorante de los parámetros de la discusión.
Hablaré (o, mejor dicho, escribiré) aquí de ciertas reflexiones que demuestran la objetividad que debería primar en estos espacios. Y no lo hace. Si esto me gana más enojo de otros “maestros” –porque desnuda su desconocimiento- ya no es problema mío.
Y voy a hablar de la Tradición que atribuimos a los Abuelos, a la “transmisión oral”, incorrupta e ininterrumpida por más de cinco siglos. Bien, deben saber, por ejemplo, que la práctica de la Toltecayotl, los temascales, etc., no sólo estuvo prohibida por las autoridades coloniales en América –especialmente en México- y por la Inquisición local, sino severamente penalizada, incluso con la muerte. A ese destino fueron condenados aún en el siglo XVI miles de Abuelos y Abuelas, “temachtianis” y otros transmisores. Pueden suponer ustedes que en pequeñas aldeas perdidas en las montañas, en el secreto y clandestinidad, el Saber se transmitió. Es posible, y es seguro que, de haber sido así, por el número severamente restringido de transmisores y espacios de transmisión, ha tenido numerosos matices, desvíos y mutilaciones. No existió continuidad histórica de las Danzas del Sol ni de la práctica temazcalera; como señalé, durante más de doscientos años la Inqusición entregaba al brazo secular para su castigo a quienes capturaba en estos”ejercicios obras del Diablo”. Luego, hasta bien entrado el siglo XIX, la pena, de las autoridades civiles, era la cárcel. Y una vez que se despenalizaron, el repudio y exclusión social era “castigo” suficiente.

Recordemos entretanto que las “Danzas del Sol” son tradición lakota, no mexhica (y dado que mexhicas practicaron temazcales desde épocas ancestrales, que lo uno sea condición sine qua non para lo otro es una intoxicación y confusión tardía). Pero, como apunté, prohibida y perseguida. ¿Saben desde cuándo se realizan las Danzas?. Pregunto esto y mis discípulos suelen aventurar cifras de entre seiscientos a dos mil años. Lo siento: a la fecha, sólo 58 años, siendo Leonardo Crow Dog, aceptado líder de la nación Lakota, quien comenzó a recuperarlas en 1962. En Estados Unidos estuvo penalizada con varios años de cárcel hasta 1904, y siguió siendo ilegal en muchos estados hasta que se despenalizaran bajo el gobierno de Jimmy Carter. Y el mismo Tlakaélel, quien fuera un referente internacionalmente aceptado de la Toltequidad, fue iniciado por el mismo Crow Dog en 1970, siendo recién en 1982 que comenzara a celebrarlas en México (siendo entonces y después, sólo después, que otros kalpulli iniciaron las propias). Esto no es especulación, es historia, y está documentado en el único libro que escribiera (en
parte con la colaboración de sus allegados más inmediatos) el propio Tlakaélel, llamado “Nahui Mitl” (“Cuatro Flechas”) de cuya segunda edición tengo un ejemplar.
De manera que cuando algún “maestro” invoca una “Tradición transmitida por los Ancestros” (y que se supone, por ello, transmitida sin interrupciones hasta el presente) eso, sencillamente, no es verdad. Lo que se ha hecho (y se sigue haciendo) es reconstruir el Conocimiento. Reuniendo relatos generacionales, revisando los pocos códices recuperados, realizando etnografía y antropología comparada, traduciendo grifos en templos y estelas ceremoniales. Todos los otros huecos se han llenado con opiniones y pareceres personales. Una vez más: no está mal, y es hasta encomiable, pero no es, porque no existe, una Tradición Ancestral Impoluta e Impertérrita.
Entiendo que esto molestará a muchos. Unos pocos, porque mantienen su negocio en la medida que la gente de buena fe los suponer herederos de un saber milenario. Otros muchos, porque sinceramente han creído, necesitaban creer, en una Tradición casi iniciática, hermética y probacionista de prosapia remota. Pero esto no es así y la mejor prueba es que nadie, más allá de sus decires, ha podido hasta hoy documentar lo contrario. Que este Conocimiento que con enorme esfuerzo estudiosos y maestros de Sabiduríaasí como practicantes están recuperando se condiga con el saber ancestral es a lo que se aspira. Por consiguiente –como me ha ocurrido—que algunos me escriban diciéndome cómo deben transmitirse estos saberes porque “sobre eso ya hay hasta Estatutos (¡¡??) y una Tradición de los Abuelos” es, siendo condescendiente, sólo una ilusión.
Si algún lector, alguna lectura de este trabajo decide encogerse de hombros y seguir creyendo que lo que su maestro le ha dicho sobre la “continuidad milenaria” es lo correcto, está en su derecho. Y será sólo eso: una creencia más del supermarket espiritual de esta época. O puede no aceptar mi palabra, y dedicarse a investigar.
El Abuelo Tlakaélel, en ese sentido también fue un visionario. Cuando me instaba que multiplicara temascales, encendiera Fuegos y compartiera esta Medicina, sin tantas formalidades, sin atarme a tanto “verticalismo” pero –sobre todo- dogmas, es porque conocedor de estos antecedentes sabía que la subsistencia de estas filosofías dependía del dinamismo que le imprimiéramos (lo que no obsta con el debido respeto a la memoria de los Ancestros, la Madre Tierra y el Abuelo Fuego). Pienso a veces que tantos hermanitos de buen corazón que prefieren encerrarse en la obsesión de la “pureza ininterrumpida” lo hacen porque, en el fondo, les asusta la infinita perspectiva de ser, no herederos, sino descubridores de un territorio espiritual.
Una pena. Porque pierden de vista la posición privilegiada en que ello nos ubica: no ser tanto hijos de una Tradición, sino padres de la que contribuimos a perpetuar.