Hernandarias: el paraíso de Charles Fort

Charles Fort
Charles Fort

Inevitablemente algunos lectores no tendrán idea quién fue Charles Fort y podríamos resolver el punto remitiéndoles a San Google, pero sería casi una descortesía de nuestra parte. Así que resumamos diciendo que este caballero neoyorquino tuvo la audacia, allá en las tres primeras décadas del siglo pasado, de escribir libros donde volcaba un ingente archivo de hechos enigmáticos y extraños recopilados en prolijas cajas de zapatos a través de los años: luces extrañas en el cielo, criaturas agitándose en la espesura o bajo las aguas, apariciones diabólicas, lluvias de sangre, de ranas, de peces en días despejados, trompetas en la noche, talentos desconocidos del ser humano… todo lo que chocaba con el conocimiento aceptado (y aceptable), todo lo que tenía la entrada prohibida al academicismo, fue objeto de su curiosidad y meticulosa colección y organización. Su libro más conocido es “El Libro de los Condenados”, pero también creó otras obras como “¡Lo!” o “Talentos Salvajes”. Murió en 1932, pero su esfuerzo y trabajo no cayó en el olvido: se creó (en base a sus archivos) una organización ya centenaria: la Sociedad Forteana. Mejor aún, su ejemplo dio origen a generaciones de “insolitólogos” (“ufólogos”, “criptozoólogos” y “parapsicólogos”, les guste o no, deben reconocerse como herederos naturales y forzosos) y también terminología específica de estos espacios, como la expresión “zona forteana”, para referirnos a un lugar físico acotado (un paraje, un pueblo) donde se multiplican numerosas y variadas manifestaciones fenomenológicas de toda índole pero siempre misteriosa, extraña, aparentemente ajena a la Realidad.

Video tomado en Hernandarias (10/11/2018)

En este sentido, se comprenderá el porqué de nuestra persistencia en considerar al pueblo de Hernandarias, en la argentina provincia de Entre Ríos, como una típica y -aún más- paradigmática “zona forteana”. Una persistencia que se extiende a reclamar la atención, si no “pública” cuando menos del universo de sinceros interesados en estas temáticas.

Dos hechos puntuales convocaron nuestra atención, reflejada en notas y podcasts: la teleportación de un jovencito en esa localidad y el fenómeno histórico (más de sesenta o setenta  años de ocurrencia) y con centenares de testigos conocido como “la luz del Correntoso”.

Inevitablemente, debemos sumarle (aunque el fenómeno, en puridad, también fue en esos días observado en una amplia franja geográfica que incluía desde Mendoza a la república del Uruguay) a la quincena de avistajes diarios que hemos descripto aquí:

Debo admitir que, hasta ese punto, esta correspondencia me resultaba sólo atractiva en términos de buscarle una interpretación quizás vinculante. Pero -inevitablemente- el trabajo que continuamos llevando adelante terminaría por abrir unos horizontes inesperados (en primer lugar y como motor fundamental, nuestro amigo Emanuel Giúdice como responsable, secundado por el activo Rodolfo Tenorio, ambos residentes en el pueblo) luego amplificado, junto a ”Quique” Marzo en el terreno de las investigaciones para “Al Filo de la Realidad” y finalmente, con el aporte de los otros amigos con quienes también conformamos el “Proyecto Zona Uritorco”: Marcelo Metayer y Adrián Varela. Junto a la colaboración entusiasta de dos amigos locales, Néstor Santana y Oscar González seguimos avanzando todos juntos y, rápidamente (y no puedo obviar aquí la abierta y cálida cooperación de muchos habitantes del pueblo que concurrieron y concurren a asistirnos) la casuística, no necesariamente inclasificable pero sí descriptiva de los más variopintos matices de lo extraño y misterioso comenzaron a multiplicarse, siempre en un espacio geográfico tan limitado como el que nos ocupa. Para que se comprenda: apariciones de OVNIs, manifestaciones de “entidades” más cercanas a lo paranormal, “duendes”, su propio “Bastón de Mando”, episodios de “tiempo perdido”… comenzaron a multiplicarse los casos -muchos de ellos protagonizados por numerosos habitantes del pueblo y recordados por una mayoría) en una concentración y multiplicidad asaz extraña, más aún en localidades pequeñas del interior del país donde (por el contrario y como efectivamente solemos comprobar en numerosos casos) por el contrario los vecinos tratan de disimular los hechos, mirando con cierta desconfianza a los “forasteros” y, temiendo el ridículo y la sorna, negando los hechos. Nada de ello ocurre en Hernandarias. Se comprenderá, entonces, porque le considero el paraíso con el que Charles Fort hubiera soñado. Amén de historias entre épicas y deliciosas, rigurosamente ciertas, aunque no tengan componentes paranormales pero que merecen ser conocidas como esta:

De manera que -sólo para el registro- pasaré a continuación a presentar la casuística que hasta ahora hemos recogido, “censado”, ocurrida en el pueblo. Hoy, aquí, ni profundizaré en el análisis de las mismas ni me extenderé en consideraciones críticas ni conclusiones: el objetivo de esta nota es meramente descriptivo de los hechos. De forma que, teniendo en mente teleportación, luz del Correntoso y Bastón de Mando, continúen sumando estos hechos.

El pelotón alienígena

En pleno pueblo, ya sobre una barranca que da directamente al caudaloso río Paraná y en la curva de una calle que recorre la costa, languidece, abandonada, una casa que supo conocer tiempos mejores. Una vista imponente al río, un predio amplio con mucha arboleda y una piscina era el hogar que rentaba Juan Carlos Marega allá por principios del 2000. Una noche el ladrido de los perros llama su atención, casi como si trataran de atacar algo o a alguien, por lo que, suponiendo la presencia de un intruso, sale al exterior prontamente. Nunca hubiera anticipado lo que vería: desde el fondo de la propiedad, desplazándose en diagonal a su propia posición y en dirección a la barranca, ve una pareja de seres extraños, muy extraños. Casi simultáneamente, llama su atención una luz intensa a su izquierda que literalmente percibe con el rabillo del ojo, y al girar la cabeza se encuentra con una “cosa” alargada, enorme, luminosa y con “muchas otras luces” literalmente sobre casi su vertical y en dirección al río. Atónito y asustado, mira nuevamente hacia las figuras (a las que en ningún momento definiera como “extraterrestres” o similar, refiriéndolos simplemente como “esos tipos”, y ve que los dos seres se encaminan hacia un sendero improvisado que bajaba hacia el río donde desaparecen, a la par que una tercer entidad -que por lo visto no había distinguido hasta entonces- pasa a un lado, por frente de la casa. Los describe como seres de muy baja estatura, sumamente delgados, miembros muy largos y rostro alargado y con ojos sumamente pronunciados. Parecían estar cubiertos de una malla (él lo describía como un “can can”) luminosa, y caminaban de manera exageradamente bamboleante. Uno de ellos, incluso, gira en un momento la cabeza para observar al testigo, pero no altera en nada su recorrido ni parece darle importancia. Juan Carlos decide entonces regresar a la seguridad de la casa (aunque admite que en ningún momento de la experiencia sintió realmente miedo; es más, estaba fascinado por la belleza de los colores de la “cosa” algunos de los cuales les resultaban indescriptibles); sólo días después, sorpresivamente, regresó el temor -quizás cuando hubo tomado distancia psicológica del evento- Incidentalmente, es interesante recordar aquí qué común es, en la casuística ufológica, lo que llamamos “suspensión de la extrañeza”: durante el episodio, él o los testigos asumen con total naturalidad lo que están viviendo o contemplando, y sólo a posteriori caen en la cuenta de lo insólito del mismo.

Su regreso al interior de la vivienda es tal vez la razón por la que nunca recordó cómo es que seres y “cosa” en el aire desaparecieron; no puede decir que la vio partir velozmente, o que se “apagó”. Sencillamente, entidades y objetos ya no estaban allí.

Recreación gráfica del caso
Recreación gráfica del caso

Marega demoró varios años en contar a terceros lo ocurridos (aunque tenía la sospecha que otros también lo habían visto: mientras estaba parado fuera, contemplando a los seres, escuchó, de un bosquecillo habitual de paseos que colinda con la propiedad, voces que decían algo como “¡Qué es eso!”. Para cuando lo hace y uno de nuestros amigos, Rodolfo Tenorio, logra entrevistarle en extensión, quizás era demasiado tarde; Juan Carlos fallecía pocos días después.

Para escuchar el caso con más detalles:


Huellas en la escuela

Huellas en la escuela
Dibujo realizado por uno de los protagonistas

La escuela número 68 “Hernando Arias de Saavedra” se encuentra en plena planta urbana. Una mañana -en algún momento del año 1999, muchos recuerdan el hecho aunque no pueden precisar la fecha- es que en el patio exterior de recreos aparece una huella, de la noche a la mañana. En realidad, eran tres: circulares de aproximadamente un metro de diámetro, en perfecto triángulo equilátero de unos tres metros de arista, el césped aparecía como quemado. Además, dentro de la misma se encontraron una gran cantidad de hormigas de un tamaño extraño para la región. Estamos hablando de insectos de unos dos centímetros de largo que, insistimos, son desconocidos para el lugar. Numerosas personas se acercaron a verlas y fotografiarlas y una familia de apellido Rodríguez, que vivía calle de por medio con la escuela (junto al Anfiteatro) reportó la noche previa “extrañas luces” por fuera de su vivienda. Estamos investigando para acumular mayor información.

Un ojo en el cielo

Fue en 1982 y lo observó mucha gente del pueblo, por la hora y por ocurrir en el centro del mismo. Algunas personas, apenas caída la noche, advierten que en el cielo, a no demasiada altura en grados, apareció un circulo plano, luminoso. No una esfera, no un “platillo”. Algo plano, con un centro rojizo y una periferia rutilante de colores intermitentes y cambiantes pero especialmente rojo y azules. Los testigos salen a las puertas de sus casas, los viandantes se detienen unos momentos a observar pero como el fenómeno permanece, silencioso e impertérrito, continúan camino o regresan después de un largo tiempo de observación, a sus viviendas. Algunos alcanzan sin embargo a observar el fin del caso, que es cuando atenuando su luminosidad y lentamente, el “círculo” comienza a desplazarse alejándose de esa posición y del ángulo visual de los numerosos testigos.

Un “tubo fluorescente” en las nubes

El protagonista es Raúl Monzón, el lugareño que hallara, como ya hemos descripto, el “toqui lítico”. Al igual que prácticamente todos los habitantes de Hernandarias Raúl gusta de pescar, en parte porque el pescado es fundamental en las costumbres gastronómicas del lugar, en parte por simple entretenimiento. Cierta noche, nublada, baja al río a efectuar su faena y ve, volando sobre el río, lo que describe como un “tubo vertical luminoso” que pasa casi sobre él con una evidente trayectoria Oeste – Este y se dirige hacia el pueblo hasta donde le pierde de vista. Blanco, fluorescente, silencioso y a no gran altura -por debajo o entre la capa nubosa que cubría la región. Es interesante acotar que cruzando los comentarios de pobladores, todo parece indicar que esto habría ocurrido si no la inmediata noche previa, por lo menos muy cerca de la aparición de las ya explicadas huellas en la escuela.

Un fantasma buscando ayuda

A fines de noviembre de 2021, Emanuel Giúdice y su esposa Ayelén se encontraban en ruta, a unos 50 km al norte de Hernandarias, viajando por la Ruta Nacional 12 en dirección a la ciudad de Santa Elena. Unos kilómetros antes de llegar al cruce “El Quebracho“ -donde empalma el acceso a Santa Elena- ya era de noche y sorpresivamente, Emanuel ve un hombre caminando en el medio de la carretera, en dirección a él, casi erráticamente como un borracho. Pasa muy cerca a su lado esquivándole, y alcanza a mirar por el espejo retrovisor viéndole alejarse, y supone a un beodo, temiendo que otros vehículos que venían detrás de él lo atropellaran, pero aparecen un par de camiones y en ningún momento bajaron la velocidad. Es como si no hubieran encontrado ningún obstáculo en su camino. Los testigos lo describen como un hombre alto, corpulento, de camisa blanca. Y el misterio no termina allí.

Horas después, están de regreso a Hernandarias, obviamente viajando en sentido contrario. Y en el mismo lugar aparece otra vez el hombre, esta vez, caminando en sentido contrario. Otra vez de un golpe al volante lo esquivan, y lo ven perderse en la bruma.

Ya son numerosos los testimonios de quienes lo han visto así como, en algunos casos, ver a dos “chicos” jugando a la vera de la ruta en momentos y horarios tan extraños como los descriptos. Y este dato es fundamental. En ese lugar, el 7 de diciembre del año 2006, ocurrió un hecho luctuoso: un poblador local y sus dos hijos hacen “autostop” en la ruta y son subidos a una camioneta que pocos segundos después, es arrollada por un bus. Fallecieron todos los ocupantes del primer vehículo, y la suposición generalizada es que el espectro del padre vaga por el lugar buscando ayuda para sus hijos.

Para escuchar el caso narrado por uno de los protagonistas:

La “juntada” interrumpida

Los argentinos somos, por naturaleza, muy “amigueros”. Y una de las costumbres más masivas es lo que llamamos la “juntada”, la reunión con amigos, con cualquier excusa: un asado, un partido amistoso de fútbol o ninguna excusa, directamente. Así que esa “juntada” que Horacio Tentor (actual presidente de la Cooperativa de Provisión de Agua Potable y Otros Servicios Públicos Ltda. de Hernandarias y otros amigos tenían a principios de los ’80 en esa casa – quinta sobre la ruta 8 era parte de un ritual cotidiano en estos lares. Lo que no resultó cotidiano es lo ocurrido cuando entró la noche: sorpresivamente, observan una esfera fuertemente luminosa provenir del lado del río y pasar en silencio sobre sus cabezas, mientras apreciaban una cierta trayectoria descendente. Esto llevó a Tentor (quien lleva adelante el relato; varios de los que estaban en el momento y lugar hoy están fallecidos) a subirse a una camioneta y a través de caminos vecinales tratar de seguir su vuelo. En pocos minutos, advierten que la “esfera” a descendido en un campo. Estacionan a un lado y se acercan a la alambrada y desde allí la ven, inmóvil y luminosa, mientras a su alrededor se mueven figuras humanoides, aparentemente “normales”, aunque advierten extremadamente delgadas. El propietario del vehículo se asusta y decide volverse, de manera que el resto -que sólo contaba con esa opción para movilizarse- tienen, algunos a regañadientes, que aceptar y montarse en la misma. Mientras se alejan, siguen observando la esfera, aunque ya sin las figuras indeterminadas caminando a su alrededor.

OVNI sobre fútbol infantil

A principios de este 2023, durante un entrenamiento de un grupo de la conocida escuela de fútbol infantil que existe en Hernandarias, un grupo de padres acompaña desde fuera, compartiendo mate y charlas. Comenzaba a caer la tarde y, sorpresivamente, los adultos observan que bruscamente los niños detienen el juego y levantan sus miradas hacia el cielo. Ellos hacen lo mismo, pero no ven nada. Los niños parecen dudar apenas unos segundos; retoman rápidamente el juego. Y cuando finaliza el partido y son consultados sobre lo que ocurrió, describen lo mismo: algo llama su atención desde lo alto, un “flash” o destello, que no parecía avión ni nada similar, que apenas se sostuvo un breve lapso de tiempo y desapareció. Recordemos: los padres no vieron nada, los niños lo vieron todos. Es innecesario señalar la extrañeza del hecho: si sólo hubiera sido un pequeño que hubiera reaccionado a un “falso estímulo”, la anécdota carecería de relevancia. Es esa simultaneidad en las reacciones (y la uniformidad del grupo etario que “ve” algo raro) lo que permanece como inexplicable.

El duende insoportable

Mucha gente en Hernandarias conocía la historia de Don Kloster y su duende. El hombre falleció ya hace unos años; sus anécdotas no se perdieron con él. Resulta que Kloster, un señor ya mayor habitante de la localidad, no sólo afirmaba que en su casa “vivía un duende”; comentaba que era molesto como pocos. Gustaba de romper todo lo que fuera de vidrio, cerámica o loza, y de hecho, arrojar a su propietario cualquier elemento eventual, por lo que Kloster había decidido usar sólo utensilios y elementos de plástico. Y ya era sabido que unas pocas personas que habían concurrido a compartir alguna velada en esa casa habían observado hechos extraños.

Este relato en particular es parte de lo que vivió un grupo de cuatro o cinco amigos, entre ellos Emanuel Giúdice cuando, curiosos, lo invitan a compartir un asado para que relate los hechos. Kloster hace algo más; después de comer, les invita a ir a su casa, a ver si, eventualmente, los entusiastas pueden comprobar algo, y así van.

La vivienda era pequeña, con un living comedor y cocina en planta baja y, subiendo una escalera del lado derecho, un entrepiso que fungía como dormitorio. Los muchachos recorren rápidamente el lugar. La ventana del piso superior no sólo se encontraba cerrada sino tapiada con maderas, y sólo cubiertas éstas por una cortina que colgaba. No había otras entradas, de modo que se reúnen en la cocina a conversar un rato.

Pasados unos minutos, sienten pasos débiles en el piso superior. Kloster dice que es el duende, que seguramente ya estaba haciendo de las suyas. A propósito; el dueño de casa lo había visto, y lo describía como “muy pequeño”, con una altura no mayor a una botella de refrescos grande, muy arrugado, el típico duende de tantas historias y leyendas. El punto es que los curiosos suben en tropel la escalera, y no solamente no encuentran a nadie, sino que hallan aquella cortina que había frente a la ventana hecho un bolo enmarañado y enroscado en la varilla que le servía de soporte…. Y atada con alambre. No sólo nadie pudo explicar de dónde salió el alambre. Mucho más importante, ¿quién y cómo lo hizo? Nadie podía subir al lugar sin ser directamente observado por el grupo, y definitivamente ni había otros accesos ni lugares previos donde alguien pudiera estar escondido.

Los negritos de la “Piedra Mora“

Esto no es exactamente Hernandarias; de hecho, y por el río, unos 20 kilómetros más al norte, pero lo referenciamos porque, después de todo, no es una distancia excesiva para una “zona forteana” y porque muy cerca hay otra zona, silvestre y asaz extraña, conocida como la Laguna Blanca. De ésta última podemos decir que desde hace muchísimas décadas pasa la leyenda que cazadores que penetran en sus márgenes suelen encontrar un antiguo cofre, presumiblemente con riquezas o bienes muy antiguos por su aspecto y peso. Se señala claramente el lugar, se regresa en busca de ayudantes y equipo para moverlo pero en el lugar quedan las señales, y ningún rastro del citado cofre.

Bien, en el río, sobresale un peñón rocoso que se conoce como “la Piedra Mora” (por su color oscuro). Muchos la suponen de origen meteorítico, seguramente por su aspecto ajeno a la geología del lugar. Permítasenos aquí señalar que se trata de algo imposible. Si un meteorito (más, de ese tamaño o aún mayor, tomando en cuenta lo que se hubiera desintegrado al ingreso a la atmósfera y el impacto sobre el suelo) cayó allí, estaría -como todo otro meteorito- a una enorme profundidad en el suelo arcilloso. Sólo si se hubiera depositado suavemente podría sobresalir así. Pero más allá de esa suposición popular (que tal vez tiene su origen en la perpetuación de la ancestral extrañeza cuasi mágica, atribuyéndole origen cósmico) lo cierto es que es ajena a las características, como dijimos, del lugar. Tal vez se trate de un estrato de roca expuesto a través d ellos milenios por la erosión natural del material sedimentario circundante.

Pues el lugar tiene su propia historia legendaria: la presencia de “los negritos”. Seres pequeños, de tez oscura, que se dice habitan o se detienen en la roca y que si son molestados por intrusos, hacen volcar sus canoas y perder sus aparejos, cuando no la vida.

La "piedra mora"
La «piedra mora»

El Pozo del Diablo

Extremadamente cerca de donde fuera hallado el “toqui lítico” (recordar nota correspondiente) se encuentra en el río, muy cerca de la costa, un “remanso” con este nombre. Se le llama así porque en el mismo -donde abruptamente el fondo cae a una profundidad monstruosa, ajena a todo lo circundante- los pescadores portan que cuando arrojan allí sus líneas de pesca suele ocurrir que de pronto sienten que son jaladas hacia abajo violentamente. Si bien hay peces de muy buen tamaño, incluso los aparejos más robustos quedan a punto de romperse. Y al recobrarse los anzuelos, en contra de toda previsión obvia de tratarse de peces, las carnadas y cebos se encuentran intactos en su lugar. Se refiere que en el lugar se han ahogado personas (o que lamentablemente no es raro en ese río) cuyos cuerpos jamás volvieron a aparecer (lo cuál sí es más extraño).

El auto fantasma

Ex puente del arroyo Hernandarias
Ex puente del arroyo Hernandarias

Otro hecho vivido por numerosas personas no vinculadas entre sí y a través de los años es este episodio. Al norte de la villa, a unos tres kilómetros, se encuentra el arroyo homónimo, que divide el departamento Paraná del departamento La Paz, esto por Ruta Provincial 3. Antes de llegar al arroyo hay un “codo”, o desvío del camino, que luego lleva al acceso al puente que cruza aquél. Cuentan los testigos que de noche se observan dos “luces” (por esto se habla de “auto”) que parecen avanzar a través del puente, de manera que los conductores, al salir de ese “codo”, se echan a un lado para dejarle paso más cómodo. Pero nada aparece, como si ese “vehículo” se hubiera esfumado en los instantes del desvío apuntado.

Estancia “La Palmera“

Antiguo casco de la Estancia

Si el lector llegó a este punto sin tener una idea aproximada de esta estancia, es que no ha leído nuestro relato “El cañonazo que entró por la ventana”. Pues de esa finca se trata. Posiblemente construida a fines del siglo XVIII ha pasado por ahí mucha historia, y evidentemente fue levantada en zona de historia más remota aún. Sus habitantes (es área privada, no fue nunca protegida culturalmente y de hecho está en avanzado estado de deterioro. Sus actuales propietarios son poco amigables con permitir investigaciones en el lugar) han encontrado a través del tiempo vestigios de asentamientos originarios: restos de vasijas y, luego de lluvias intensas que “lavan” el terreno, inclusor estos óseos de sus primitivos habitantes. Se relatan numerosas historias clásicas de lo paranormal: la familia cenando en la planta inferior y escuchar ruido de voces, pasos e incluso música proveniente de la planta superior (donde obviamente no hay nadie), o sueños interrumpidos por manos invisibles que jalan cabellos y ropa de cama.

La dama de blanco

Alrededor de 1988 una familia estaba merendando cerca del puerto de la localidad, cuando un grupo de niños decide hace runa travesura. Sobre la barranca al río había allí una ermita con una virgen. Los niños deciden acercarse escalando la barranca y a mitad de su ascenso, al mirar hacia arriba, todos ven una mujer extraña. Vestida de blanco (alguno lo vieron celeste con blanco), de pie -pero no parecía estar apoyada en el suelo, aunque podía ser un error de percepción por el ángulo de visión) junto a la ermita. Brazos extendidos al cielo, cabellera flotando al viento, suplicándole a los niños que “no subieran a ese lugar”, en un tono pacífico y suave. Una y otra vez, hasta que sorpresivamente desapareció. Un par de niños deciden retornarse pero el resto continúa y al llegar justo a la posición de la entidad se da de bruces con un enjambre de feroces abejas que lo ataca, a la par que el niño, al tratar de escapar, se cae repetida veces lastimándose severamente.

Al revuelo generado por los mayores que acudieron a socorrer a los niños, se sumó una familia que vivía directamente enfrente de la ermita, los que estaban viendo a los niños y manifestaron que no dejarlo de hacerlo en ningún momento y no vieron absolutamente a nadie.

Lugar donde sucedió el hecho. Actualmente esta estatua no existe.
Lugar donde sucedió el hecho. Actualmente esta estatua no existe.

Algo rozó a los nadadores

El 3 de febrero de 2023 se desarrollaba la carrera natatoria de aguas abiertas Piedras Blancas – Hernandarias. Llegando casi a la meta, ya en el puerto de esta última localidad, varios nadadores sienten que algo pasa bajo el agua, rozándoles. Al salir del agua, presentan ampollas, zonas enrojecidas como quemaduras e irritaciones, como si algún animal desconocido (pues ninguno de los que son conocidos produce esos efectos) les hubiera rozado sus cuerpos. Hasta aquí, una rápida sinopsis de hechos extraños que ocurren en Hernandarias y se suma a aquellos otros sobre los que hemos compartido largamente. Sirva este listado de guía introductoria a estudios más detallados y profundos sobre cada caso en particular, de llamador del reporte de otros sucesos que no han llegado hasta ahora a nuestro conocimiento y de motivador a quienes sigan su entusiasmo y se permitan acercarse al lugar.

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