Ya hemos desarrollado en otras ocasiones (Reaparece la “Luz del Correntoso” y La “Luz del Correntoso” y avances en la investigación de la “teleportación”) el fenómeno que da título a esta nota. Sin embargo, recordémoslo brevemente. Desde hace décadas, en proximidades de un pequeño y bello pueblito conocido como Villa Hernandarias, en la argentina provincia de Entre Ríos, los lugareños (muchos) han observado una extraña y pequeña luz que parece surgir en cercanías de un brazo del caudaloso río Paraná conocido como “el Correntoso”. Esta luz se aproxima a las embarcaciones de pescadores así como ha sido observada a la distancias incluso por viandantes en el pueblo, así como cazadores y transeúntes en zonas aledañas.
La “luz” en ocasiones se acerca mucho, en otras no, y vuelve a desaparecer y toldo esto ocurre en un segmento limitado geográficamente hablando, al punto que puede decirse que es exclusivamente sintomático de Hernandarias. En tiempos más cercanos gracias a la proliferación de dispositivos se le ha fotografiado y filmado y nosotros mismos, en ocasión de nuestra primera investigación orgánica en la zona, lo vimos y registramos. Esto último no es meramente anecdótico y me introduce en un comentario que puede desilusionar a los lectores: en esta ocasión no vimos nada. Aclaremos para no crear falsas expectativas, aceptando que aquella primera investigación en el terreno nos puso la vara muy alta y que la investigación en terreno es así: de diez salidas al campo, quizás traigas resultados en una o dos. Y salvo que se sea un bendecido por los dioses, quien afirme obtener evidencias en cada ocasión que trabaja en exteriores o las inventa o se deja confundir por fenómenos que simplemente tienen otras explicaciones. Algunos seguidores suelen escribirme entusiasmados por los “resultados” que solemos presentar, y me sonrío pensando en la cantidad de excursiones (con la consabida inversión de tiempo, esfuerzo y dinero del propio bolsillo) de la que no publicamos nada porque, al fin del día, sólo resultó en un agradable paseo con amigos.
Y quizás y en consecuencia nada escribiría en esta oportunidad si no fuera que -pese a la falta de resultados testimoniales- la “movida” sirvió para organizar la información de una teoría que aproximamos aquí. Teoría que nos obliga a remitirnos a otra investigación alrededor de un caso espectacular que ocurriera en el mismo pueblo: la teleportación de un jovencito.
En esa oportunidad, señalé un hecho que creo relevante: el protagonista afirmaba que instantes antes de “desaparecer” del lugar en que se encontraba (para reaparecer lejos) alcanza a ver una “esfera de luz” abajo a su derecha. Y en esa ocasión yo reflexionaba si esa “luz”, puesta en otro contexto (por ejemplo, a altura sobre el río) no pasaba a ser, en definitiva, la “luz del Correntoso”.
En líneas con esas especulaciones, comenzamos a evaluar si, más que un fenómeno ufológico, no estaríamos ante un fenómeno parapsicológico. Efectivamente, sólo la ultra especialización en cuestiones ufológicas (para no ser cruel y escribir la “ignorancia de otros temas”) puede llevar a algunos colegas a desconocer o minimizar el hecho que bilocaciones y teleportaciones son eventos de lo que la literatura parapsicológica acreditada da debida cuenta histórica. Y a ese sesgo le sumamos la historia que queremos resumir aquí: la monstruosa saga de “el caníbal del Paraná”.
Una historia escalofriante
Corre el año de 1936 y una madre desesperada se presenta ante la policía de la localidad de Cayastá, provincia de Santa Fe (sobre la margen opuesta del río Paraná) para denunciar la desaparición de su pequeño, Eusebio Lugones, de 12 años de edad. Las investigaciones de las autoridades que comienzan como la simple búsqueda de un niño quizás perdido, van siendo caja de resonancia de rumores y versiones que corren entre la gente que habita en esa zona de islas fluviales y llevan a la detención de un tal “Aparicio Garay”, un sujeto de origen brasileño dedicado a la pesca y caza que habitaba un “rancho” (“choza”) en un islote hoy desaparecido, llamado Racine, pero con “ranchadas” (es decir, establecimientos provisorios) en otros puntos, por ejemplo y también, inmediatamente frente a la zona donde desapareciera el muchacho.
Cuando los policías, haciéndose pasa por pescadores en apuros, se allegan donde estaba este tal Garay, descubren con horror que el mismo estaba alimentándose de restos humanos, y que éstos resultaron ser del pequeño Eusebio. Los detalles, escalofriantes y escabrosos, reproducidos por una ávida prensa de entonces, tanto local como nacional, describe cómo tras violarlo lo había asesinado, descuartizado y ”preparado” distintas partes de cuerpo, ora hervidas, fritas o asadas…
Pero este “Aparicio” (o “Campomar”, o “Nazareno”, pues decía tener “tantos nombres como se quiera” y no había registro documental de él en ninguna parte) es sospechado también de la desaparición de otras criaturas. En el buen documental “El caníbal del Paraná” algunos familiares supérstites dan a entender que se trataría de cinco a siete niños de ambos sexos (la falta de denuncias certificadas en un tiempo y lugar de vivir bastante primitivo, explican que sólo se haya documentado un asesinato) y el propio asesino (atrozmente desequilibrado) llega a atribuirse cuarenta.
Este “Garay” (dudamos que sea realmente su nombre: tenía “ranchada” sobre el llamado “riacho Garay”, que se sitúa del lado santafecino en la orilla opuesta a la zona conocida como “La Piragua” que es donde es capturado Eusebio Lugones) y la zona se encuentra dentro de lo que en la provincia de Santa Fe se conoce como “departamento Garay”, por lo que es posible que este nombre haya llegado a sus oídos y lo haya adoptado, y no -como dice la versión popular- que aquél riacho se llame así porque a su vera vivía este sujeto) es enviado primero a la cárcel de Las Flores, en la misma provincia, y luego del juicio -.en que se le declara un psiquiátrico irrecuperable- al que luego sería el hospital neuropsiquiátrico “Borda”, en Buenos Aires. Allí, pocos años después, es nuevamente noticia por asesinar a un compañero de cuarto (porque le molestaba con sus ronquidos nocturnos) y nada vuelve a saberse jamás de él.
Entre la abundante documentación que hemos revisado sobre este sujeto llama anecdóticamente la atención su extraño sistema de “creencias”: decía responder a un dios llamado “El Horario” (textual: a un periodista que le pregunta por el mismo responde algo propio de la prosa surrealista de principios del siglo XX: “El Horario es el dueño del tiempo, y el tiempo está en las horas. El hombre debe obedecer al Horario” (casi bromeando, nos preguntamos si de pequeño habrá tenido madre muy exigente con el cumplimiento de sus horarios y el paso del tiempo -y su diagnosticada esquizofrenia- hizo el resto).
La hipótesis parapsicológica
Tomando como punto de partida la observación en relación a lo que el muchacho protagonista de la teleportación dice haber observado, nos planteamos dos posibilidades:
A) Que aquello que en Parapsicología conocemos como “paquete de memoria thanático” (el residuo psíquico de una persona fallecida traumáticamente), quizás d ellos pobres niños, se estaba manifestando, “anclada” al lugar donde sufrió su ordalía.
B) Que estuviéramos en presencia de un “egrégoro”, un ente creado a expensas del aporte psíquico, inconsciente e involuntario, de masas crecientes de personas que supieron, sostuvieron, transmitieron y temieron la cruel historia de este “caníbal”. Tanto en las poblaciones de Cayastá y Helvecia -del lado santafecino- como la propia Hernandarias, Piedras Blancas y más al sur, Pueblo Brugo (del lado entrerriano) se conoce profundamente esta historias, que se sigue repitiendo -a pesar del tiempo transcurrido- en las comunidades e, incluso, como una forma de asustar a los pequeños para desalentarles de andanzas en solitario.
En cualquiera de ambos casos, estas dos posibilidades signarán las vías de nuevas investigaciones que iremos realizando.
Durante la noche que permanecimos (en actitud de “observación”, como las habituales en “alertas OVNI”) también relevé radiestésicamente -con “dualrods” o varillas radiestésicas- el área donde nos encontramos, como se ve en las imágenes. Esta investigación contó con la participación de nuestro equipo completo, Emanuel Giúdice, Alberto “Quique” Marzo, Leandro Rosale y el transporte de Fabián Monzón (aunque sería una injusticia enorme no mencionar el aporte de Ayelén, esposa de Emanuel, quien cálidamente nos preparó un fantástico “catering” para hacer más amena la velada). Se presumía el lugar donde el tal Garay habría tenido “ranchada”, directamente enfrente de la zona donde desapareció su víctima Eusebio Lugones. Por cierto, la orografía del río ha variado enormemente en estos 85 años y donde debería haber estado está hoy ya bajo el agua. La idea del relevamiento era tratar de detectar “puntos de anclaje” o puntos de intensa negatividad, asociables a hechos de sangre, pero salvo las “líneas Hartmann” propias que corren en el lugar (que, como sabemos, se separan entre sí 2, 3 y 6 metros y repiten, de norte a sur) nada apareció, lo que refuerza la certeza que el punto de la citada “ranchada” se encuentra hoy bajo el agua.
También realizamos psicofonías en las proximidades, no obteniéndose nada relevante excepto sonidos propios de la fauna local (observamos víboras, yacarés, carpinchos -o “capibaras”- y escuchamos “zorritos de río”- Por cierto la ausencia de evidencia no señala que no ocurra fenomenología anómala en el sitio; sólo que no fue ésta ocasión de registrarla.
Como corolario, permítaseme señalar que la intención de este artículo es formular una hipótesis a seguir investigando, rendir cuenta a nuestros lectores del resultado parcial del trabajo de campo, pero, muy especialmente, insistir con esto: Hernandarias y “la luz del Correntoso” tiene el inmenso valor de ser un específico punto geográfico donde en tiempo real, al día de hoy, todo interesado tiene una alta probabilidad de observar y registrar un fenómeno aéreo no identificado, de manera recurrente. Eso solo ya justifica el esfuerzo de seguir investigando.