España y su Minotauro: Atlantes al ruedo

Comienzo esta nota con la reflexión con que la anticipara en las redes. ¿Puede soñarse un artículo literario?. Puede soñarse. Decía allí, la cornucopia del inconsciente es una fuente inagotable de hidromiel intelectual. Y fue en una de esas ensoñaciones nocturnas (sin “plantas sagradas», enteógenos, exceso de café -bueno, por lo menos, lo de siempre- ni comida pesada previa) en que un sueño vívido (y lúcido) me trajo reminiscencias quizás arquetípicas primero y susurros de volcarlo al papel (perdón, al teclado digital) después.

Extensión de Tartessos en la actual España.

Artículo que presumo aburrido (por lo que pido disculpas de antemano) al amplio espectro de mis lectores de aquellas latitudes a quien este tema, sin duda, le resulta conocido y trillado; y más disculpas a alguno que quizás le incordie que un nativo de ultramar venga a revisarle la Historia.

Que regresa sobre la presunción que en la tierra del manco de Lepanto (no tan “manco”, después de todo y a tenor de la crónica, pues sólo perdió Cervantes tres dedos de la mano derecha en esa batalla pero le alcanzó para el mote) se extendiera, en tierras del sur, una colonia sino la Atlántida misma. Hemos dejado mención en artículos y podcasts del enorme trabajo que Georgeos Díaz-Montexano (siempre tengo dudas sobre cómo pronunciar esa “x”. ¿Cómo el fonema español?. ¿Cómo “j” o “sh” según el dejo mexicano?) este oriundo de Cuba y residente en España desde 1994 sigue a través de investigaciones de campo y el estudio de fuentes primarias, la huella del mítico continente, buscándolo más o menos donde la crónica (o, según algunos, imaginación) platónica dice: en algún lugar del Atlántico, sea en área caribeña, sea en proximidades a la Península Ibérica. Ha sostenido -con buenos fundamentos- que la actual Andalucía y quizás buena parte de esta España fue colonia atlante, así como el norte de África y, sin duda, conjuntos isleños como las Canarias y Azores. Sobre éstas últimas se me dirá (y con razón) que estaban deshabitadas a la llegada de los portugueses, allá por el siglo XV, y que de ser “colonia” debería, cuando menos, tener una regresiva población autóctona. Déjenme especular: si las Azores -como buenas islas absolutamente volcánicas-  son el remanente de una gran isla originaria (o pequeño continente) hundido cataclísmicamente, no sólo es obvio que en ellas no habrían quedado sobrevivientes: los que hubieran podido salvarse, ya sea por estar en colonias alejadas o haber huido a tiempo, no tendrían interés generacional en regresar. Quien se quema con leche, cuando ve la vaca, llora.

Díaz – Montexano y otros han postulado que el sur de España en general y la civilización tartésica en particular deben haber sido colonias de la dicha Atlántida, sino la Atlántida misma. Teoría que me resulta fascinante: desde que comencé a interesarme en el continente desaparecido en mi adolescencia, también tenía en claro que la Gran Falla Atlántica empuja la deriva continental, ora hacia Occidente (América), ora a Oriente (Eurasia), de manera que la idea de un continente por pequeño que fuese “en medio” del Atlántico (sobre la citada falla) es imposible desde los tiempos de Pangea, cuando, justamente, el accionar de esa falla provocó la primera división de la gran masa terrestre y a posteriori la formación de los continentes, así que si en algún momento hubo posibilidad de surgir ese “gran continente perdido” en el centro del Atlántico, lo imagino como una espesa masa de magma elevándose sobre un mar sulfuroso e hirviente, derramándose como chocolate espeso otra vez a las profundidades… y si dicha gran isla llegó a formarse, fue al oeste o al este de dicha falla. Próxima al Caribe americano o a la península hispana o norte de África.

Parte del tesoro tartéssico hallado en el cerro El Carambolo, proximidades de Sevilla.

Sobre la primera posibilidad, ya he escrito un artículo que se titula «Evidencia Maya de la Atlántida» (ver artículo). Respecto a lo segundo, el podcast “¿Dónde estuvo realmente la Atlántida?” (escuchar). De forma que no me extenderé aquí, centrándome en lo que, curándome en salud, no tengo problema en referir como “especulación histórica”.

Y que remite al “culto al toro” en todo el Mediterráneo (Creta y Micenas, con su mitología minotáurica), norte de África, Grecia y España primitivas. Y lo soñado -recuerden que ése fue el disparador de este artículo- puedo formularlo así: ¿y si el ruedo, la “plaza de toros”, es la pervivencia de la leyenda o, mejor Tradición (lo digo en sentido iniciático) del Laberinto y la epopeya de Teseo matando al Minotauro?.

En este ímpetu de seguir ganándome amigos siento molestar a algunos fraternos lectores aficionados a la Tauromaquia que no tiene esta nota la menor intención de “justificar” lo que -por filosofía y vocación de vida- me parece una atrocidad. Me hablaran de “respeto a las costumbres” y por respeto (no a las costumbres, sino a las personas) no diré más aquí pero creo que quien haya leído mis argumentos en alguna ocasión para argumentar por qué opté por el vegetarianismo lo tendrán claro. Volviendo a lo nuestro, “comprender” no es “justificar”. Y es en afán de comprender que  voy por este lado.

Los laberintos han sido centros iniciáticos en muchos horizontes culturales pero muy especialmente en el micénico, heleno y quizás, atlante, si es que pensamos a la Atlántida no solo como enemiga en batalla campal en algún momento de los griegos sino nutriente cultural. Las guerras nunca escapan al mestizaje, los intercambios comerciales, la adopción de la cultura no sólo de los vencedores por los vencidos sino en justo karma, de los vencidos por los vencedores. Pero aún sin Atlántida en la ecuación -o pensando en esa “Atlántida micénica” que podría haber sido Santorini- intuyo tras la leyenda del Minotauro la versión vulgarizada y pauperizada de una enseñanza esotérica. O no tanto. Soy un convencido que las tendencias espirituales de los grandes momentos históricos están determinados por las Eras Astrológicas (Piscis para este Cristianismo con referencias permanentes ictícolas y más, ya que en tiempos primigenios -de este culto- no era la cruz sino el pez su distintivo), el Carnero, Aries, en tiempos de expansión judía (2.000 A.C. al año 0) y… Tauro, del 4.000 AC al 2.000 AC. Precisamente, tiempos de toros en el Mediterráneo, vacas sagradas en la India, buey Apis en Egipto… dioses de cornamentada testa que supieron de glorias y días de fiesta. Atiéndase que en esas devociones el culto no implicaba el sacrificio del animal (en Micenas y Creta el objetivo era saltar por sobre el toro al ataque, costumbre que sobrevive en el norte de Argentina, en el ruedo conocido como “toreo de la vincha”, en el pueblo de Cochinoca, provincia de Jujuy, los 15 de agosto. Allí es cuestión de arrebatarle al bravo animal una “vincha” o bandana de color rojo atada a los cuernos para hacer de ella luego ofrenda a la Virgen en la parroquia local.

Y, según la ilustración platónica, el culto al Toro y los juegos tauromáquicos eran sagrada costumbre en la Atlántida.

La única plaza de toros hexagonal.

Entonces, ¿qué, si la tradición torera de España fuera una perpetuación vulgarizada de aquella Tradición esotérica? Los laberintos cretenses, minoicos, eran circulares y concéntricos. Y allí tienen a la “plaza de toros”, circular y concéntrica. Más aún, con seis entradas que delimitan claramente una estrella de seis puntas, estrella de David o sello de Salomón. Y la única plaza de toros que he encontrado que no es circular, es hexagonal.

La idea no es mía, por cierto, sino, buscando bibliografía tras aquél sueño, la encuentro reflejada por el escritor Manuel Barrios en su “Proceso a la Historia” (Plaza & Janés, 1983). Brumas de leyenda en la noche de la historia… esa Sevilla andaluza que se vanagloria de ser fundada por el mismísimo Hércules, a su paso hacia la hoy isla (antes en buena parte mayor, por sumergida) Salmedina, donde el rey Gerión tuviera enormes… toros que fueron robados por el semihéroe como uno de sus doce “trabajos”, en camino al norte de África donde venciera al gigante Anteo. Trabajos que sabemos claramente refieren hechos simbólicos. Déjenme contarles como interpreto yo algunos de estos hechos.

Es sabido que en la Antigua (muy antigua) Grecia “Herakles” (latinizado “Hércules”) era un grado militar, de comandante de ejércitos. Cuando “Herakles” invade el norte de África y derrota al gigante Anteo para robar las manzanas de oro del Jardín de las Hespérides, lo hace, trabado en lucha, sosteniéndole en brazos en el aire hasta asfixiarlo porque había observado que cada vez que Anteo tocaba la Tierra recibía de Gea, su madre, fuerzas extra para mantener el combate. Veámoslo ahora así: un titán (no por enorme físicamente, sino por historia) al frente de un ejército que defiende su territorio es atacado por otro, invasor, dirigido por un “herakles”. Los cuales invasores definen la batalla cortando sus vías de suministro (de tropas y víveres) es decir, “aislándolo de la tierra” hasta, precisamente, estrangularlo. Herakles versus Anteo. Por cierto, cuando leemos que Nelson vence a Napoleón no imaginamos dos tipos aislados en el mar luchando entre sí, sino se personifica en ellos sus ingentes tropas. Véanlo aquí de esa misma manera, en el camino de “robar unas manzanas” que, en toda la historia de la tradición simbólica, representara (la manzana) el Conocimiento, las Artes y las Ciencias (“No comerás el fruto del Árbol de la Vida, las manzanas de la Ciencia del Bien y del Mal”).

Manzanas. Toros. Y el Sol, pues “domar al toro” es expresión iniciática milenaria para representar el aprovechar al máximo los secretos astrológicos de la posición de nuestro Sol en la Carta Natal. El que “domina a su Sol”, gana no sólo rédito en el mundo material; atrae la mirada, el respeto, devoción y aplauso, reúne seguidores y fieles -de toda laya- que necesitan ser “heliocéntricos”, “girar” alrededor de quien “domina su Sol” para recibir su calor y vida. Los “efluvios” de Mesmer, los “fluidos magnéticos” de Charcot, la “fuerza ódica” del Barón Von Reichenbach, el “orgón” de Willhem Reich, despiertan y emanan a instancias de la Voluntad de quien “domina su Sol”. Y ahí están los hierofantes egipcios, tan comprometidos con los aspectos trascendentes de un Ra que el vulgo reducía a la simpleza del Astro Rey, celebrando en secreto su “Rito de Centrado” para atraer la fuerza solar a sus vidas…

Me pregunto si la ominosa, cruel, innecesaria (no sólo por humanidad, sino por Tradición) muerte del toro en el ruedo no es la desvirtuación ex profeso de un culto ancestral que, justamente, adoraba al Toro como símbolo. Matando al Toro se grababa en el Inconsciente Colectivo el odio combativo contra esos extraños pueblos de remota memoria, quizás antiguos amos atlantes que dominaron esas cálidas tierras…

2 comentarios de “España y su Minotauro: Atlantes al ruedo

  1. josep bello pla dice:

    Una anécdota personal:
    Por 1983 trabajaba en Sevilla, y un día que había tenido turno de mañana, se me ocurrió pasar la tarde en el Museo Arqueológico. Tuve que comprobar dos veces el horario de apertura, porque yo era el único visitante. No sé si estarían reordenando, pero había a la vista menos piezas arqueológicas que las que se veían en “el Jueves”, el mercadillo de viejo que se montaba entonces en la Alameda de Hércules. Visto lo visto, busqué directamente el Tesoro del Carambolo, un verdadero tesoro… Al momento tuve detrás al vigilante del museo, diciéndome con urgencia que todo el oro se guardaba en Madrid, que lo que mostraban en el museo era una simple reproducción sin valor. Me verían pinta de atracador, temerían que me sacara de la manga una ametralladora Thompson, les robara el Tesoro y huyera subido al pescante de un Ford-T, ametrallando a troche y moche.

    Mary Renault (creo) describió las “corridas de toros” en Creta, habrían sido un espectáculo magnífico. Las realizaban un equipo de atletas, hombres y mujeres muy preparados físicamente. El espectáculo consistía en provocar la embestida del toro, saltar apoyando los pies en su testuz, y aprovechar la fuerza del animal para saltar hasta alturas y distancias increibles. El trabajo de sus compañeros consistía en mantener al toro ocupado para que no esperara el momento muy sensible del “aterrizaje” para embestir al torero.
    Se trataba, a fin de cuentas, de servirse de la fuerza del toro para “volar”. Posiblemente serían los romanos, con su afición sanguinaria al circo, que cambiarían el espectáculo.
    No sabía lo que cuentas del “toreo de la vincha”, sería interesante dar a conocer juegos tauromáticos en que no se maltraten animales. Quizá poco a poco nos iríamos civilizando…
    Gracias por tu estupendo artículo, amigo Gustavo. Un abrazo

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