El rito de apertura pitagórico

El rito de apertura pitagórico

El Pitagorismo permite comprender que la verdadera Magia es la capacidad de articular y sostener en el tiempo Voluntad, Amor e Imaginación. Este Rito es uno de esos ejemplos. Tal vez la Tradición más representativa de la Magia Pitagórica sea la celebración del llamado Rito de Apertura. El mismo recibe este nombre pues su objetivo es no solamente recrear la transmisión de un Conocimiento (de lo que hablaremos enseguida) sino, muy particularmente, propender a un resultado específico: la apertura del “Sensorium”.

¿Y qué es el “sensorium”? Simplemente, el Ojo Espiritual. Sea la capacidad extrasensorial conocida como PES (telepatía, clarividencia, premonición, retrocognición), o lo que ciertas Tradiciones conocen como “pindi” o “tilka”, lo cierto que este linaje de enseñanzas expresa la sensibilidad sutil. La percepción intuitiva del comportamiento del campo áurico, el “sexto sentido” de la intuición, cualquiera de esas explicaciones sólo expresan diferentes miradas de un concepto común y cierto: que puede educarse la sensibilidad de la percepción para captar metafísicamente (“más allá de lo físico”) la realidad que nos rodea.

Un Rito a través del cual, efectuado en grupo o solitario, el Practicante enfoca su atención, se “re-conoce” en los cinco sentidos físicos a través del contacto con un sonido, una fragancia, un sabor, una textura, una mirada. Los instrumentos de ese trabajo serán aquí una copa de vino, una vela encendida, un incensario, un par de pequeñas rocas y una campana de bronce o cristal, sobre un mantel verde. “Re-conocer” es no solo identificar, es “volver a conocerse”, es voltear la atención sobre uno mismo y, como dije, enfocar lo que damos por hecho y dado. Así, a través de la delicadeza en la manipulación de los arcaicos pasos rituales transmitidos por generaciones, vamos más allá de los cinco sentidos en busca, en ejercicio, efectivamente en “reconocimiento” de ese sexto que llamamos “sensorium”.

Pero también hay aquí una historia. Que dice que cuando Pitágoras regresa de Egipto a Samos, antes de fundar su primer “gymnastikós” (templo donde se cultivaba el cuerpo, la mente y el espíritu), visita al “tirano” (gobernante, la palabra no significaba entonces lo que le atribuimos hoy) de la isla, invitado por éste, pues la fama de su sabiduría se le había adelantado. Al final de la tertulia, y expresado su deseo de instituir su templo, el tirano, generosamente, le dice a Pitágoras que le pida lo que necesite, sin reparar en límites. Y el sabio le dice que lo único que precisa es un rincón apartado junto al mar y una jarra de vino. Intrigado, el gobernante le pregunta por qué solamente eso, y Pitágoras responde:

“Junto al mar, oliendo su fragancia he de esperar a los que tengan que llegar. Saboreando mi vino, único placer terrenal que me permito, sentado sobre la verde hierba, escuchando el tintineo de las piedrecillas llevadas y traídas por las olas. La luz de la curiosidad y la inquietud moverá las almas hacia mí, y entre todos, llegado el momento y con nuestro propio trabajo, ocuparemos esas piedras de la costa para levantar el recinto que necesitamos”.

Así, en el Rito de Apertura, el incienso representa la satisfacción que el olor de la mar producía en el sabio, la copa su propia jarra de vino, las piedrecillas, la Obra que levantaría y perpetuaría, la campana, aquellos sonidos ambientes y la vela, la mente inquieta de los Buscadores de la Verdad, todo sobre ese mantel verde, la hierba sobre la que el sabio supo sentarse a esperar.

De esta manera, cuando a través de generaciones de maestros a discípulos se sostiene un Rito, éste cuenta una historia y a la vez tiene en cada uno de sus pasos un efecto sensible manifestando -diríamos, por Ley de Correspondencia- un significado en lo denso y en lo sutil y es, por ello, realmente transmutador.

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