El niño y los OVNIs

por el Dr Florencio Escardó

Famosísimo pediatra argentino, académico (1904 – 1992)

Diario “La Nación” (1990)


L
os niños han tenido siempre la natural condición de plantear a los mayores preguntas que resultan embarazosas. Por lo común el embarazo no reside en la naturaleza de la pregunta, sino que obliga al adulto a enfrentar para dar respuesta, zonas de su juicio o prejuicio que a él le parecen vetadas para el pequeño, lo que supone que hay cosas que el niño no debe saber todavía. Se crean así, automáticamente, dos tiempos culturales: según la perspectiva adulta el pequeño ha de quedar a la espera del momento en que podrá acceder a la verdadera verdad; pero como toda inquisición entraña una urgencia situacional, el trance se resuelve en una evasiva, una fantasía una postergación.
  La pedagogía tradicional descarta el hecho de que el chico no queda satisfecho y que por poco inteligente que sea, busca saciar su sed en otras fuentes que aquellas que le son las naturales y correspondientes. La huida del adulto determina, de ese modo, una zona de clandestinidad y equívoco que, a veces, no se desvanece jamás, porque aunque en otro momento el niño acceda al recto conocimiento, siempre quedará en su ánimo el sentimiento de que fué engañado o eludido precisamente por aquellos de quienes esperaba la mayor lealtad y la mayor confianza. La actitud, soslaya, además el hecho capital de que la curiosidad es una función básica del ser, en la que radica la investigación científica de que tan orgullosa se muestra la cultura de Occidente. El paradigma de este proceso se ha planteado y se plantea todavía en lo que se comprende como información social.
  Es el ejemplo típico que dá el supuesto que el chico acuda en busca de conocimientos a alguien que los posee por la simple razón de ser mayor y que por serlo se siente con derecho a enmarcar y dirigir los conocimientos del menor según sus propios parámetros de oportunidad y nocividad, se presupone que por el sólo correr del tiempo el niño llegará de un modo espontáneo a integrarse al saber del adulto. No es preciso subrayar que este saber no atiende a determinado conocimiento formal sino a eso que de manera suficientemente expresiva se comprende en los términos de «cosas de la vida», que son precisamente las que de modo más sutil acucian el interés de los chicos.
  Este delineamiento responde a un marco que, vigente aún en la pedagogia familiar y escolar, ha perdido toda eficacia en el momento actual en el que adultos y niños reciben al mismo tiempo referencias y estilos inéditos desde situaciones no previstas, lo que les determina una obligatoria contemporaneidad; contemporaneidad que no han asumido debidamente la mayoría de los padres y la mayoría de los educadores, quienes frente a un ser infantil asomado al Cosmos mantienen una postura de una ranciedad que sería inexplicable sino supiésemos que se basa en las dos furezas más poderosas de la inercia cultural: el miedo y el misoneismo. «La gente (ha escrito hace siglos el Sufí El-Chazalí) se opone a las cosas porque las ignora», pero parece evidente que es la voluntaria ignorancia el escudo del miedo. La urgencia conque sobreviven los fenómenos es tal que grandes y pequeños se compelidos a asumirlos al mismo tiempo sin margen para la dilación o la postergación. Siempre ha sido muy grande la responsabilidad del adulto en lo que atañe a la orientación moral y cultural del niño, es decir, de la próxima generación, lo es mucho mayor en lo que se refiere a fenómenos nuevos o de nueva vigencia para los cuales el propio adulto no ha recibido preparación previa y suficiente. Todo retardo e incertidrumbre al respecto se traduce en las paradojas de una generación de enenos obligados a educar una generación de gigantes.
  Lo que sucede con los OVNIS es un ejemplo paradigmático. Todo autoriza a aceptar que interese complejos y oscuros traban la posibilidad de una actitud abierta y sana frente al fenómeno ovni y que no es por rigor científico que se pone en sistemática duda su naturaleza y origen; por el contrario, una copiosísima información científica (digo científica y no técnica) obliga a reconocer su presencia como un fenómeno constante desde las edades más remotas y todas las culturas han dejado documentos de la conciencia que el hombre ha tenido de astronautas y astronaves; aplicar un juicio actual al fenómeno equivale a suponer que los egipcios fueron más atrasados que nosotros porque no conocieron la licuadora.
La crónica periodística y la referencia testimonial (que puede obtener cualquiera que se lo proponga seriamente) registran que a menudo quienes se ven enfrentados con la proximidad de un OVNI o bien caen en trance de espanto y terror o bien callan su experiencia por temor a que se dude de sus facultades mentales.
  En uno y otro caso es el miedo el que determinó la respuesta. Tales modos de reacción deben ser analizados a fondo por toda persona responsable; en nuestra cultura el poder está regularmente unido a la capacidad de destrucción; la fuerza de un gobierno se mide en el consenso popular por misiles, por bombas atómicas o neutrónicas, por cantidad y «eficacia» de bombardeos y submarinos, etc. Quien tiene poder es como regla quien posee la capacidad de atacar y destruir.. ¿Cómo no ha de ser así para quienes aparecen en vehículos de una posibilidad extraordinaria de lanzamiento y maniobra?. Los que de ese modo se nos acercan no pueden venir sino a hacernos mal pues que cualquiera de los humanos que disfrutase de tales naves es seguro que las usaría, cuando menos, para amedrentar a quienes no la tienen.
  Los adultos, en su gran mayoría se ven compelidos a transmitir tales sentimientos a los niños o cuando menos, a comunicarles la incertidumbre que entre necia y escéptica le impone lo que, por llamarlo de algún modo, llamaremos el criterio oficial. El hombre de hoy, quiéralo o no, se ve asomado a la maravillosa totalidad del Cosmos y el niño, que es el hombre del mañana, ha de ser preparado, con total decisión, para una actitud correspondiente. Los fenómenos extraterrestres no deben serle ofrecidos como creaciones de ciencia-ficción, sino como realidades absolutas de su mundo circundante que ha de enfocar con espíritu integrativo y confraternal.
  En lo correctamente pedagógico pienso que los docentes están obligados a exponer a sus alumnos una ordenada documentación de los testimonios que reposan en escritos y monumentos y que, hasta el momento, no tienen el menor lugar en los planes docentes, el camino más corto es llevar regularmente a los estudiantes al cine a ver y analizar películas documentales como «Recuerdos del futuro» y otras no documentales pero que abordan con alto espíritu, problemas de relación del hombre con el Cosmos y de su destino en la Tierra si se sigue cultivando el actual estilo de destrucción ecológica; sería también adecuado hacerles comentar párrafos de libros como los de Daniken, Berlitz, Hansen o Berger para no citar sino unos pocos y accesibles. Pero ello será vana labor si al mismo tiempo no se infunde al niño y al joven un abierto espíritu de hermandad cósmica y se le ofrece la idea de que quienes vienen o pueden venir en las naves no son ni invasores ni enemigos, sino hermanos más evolucionados en cumplimiento de altas y ncesarias misiones.
  No desconozco que tal propósito colinda con la idea políticamente infundida de que hay en la Tierra sistemas poderosos, dueños probables y potenciales de nuestros destinos mediatos e inmediatos, pero creo que la revisión de tal mito será un hecho salutífero fundamental para las nuevas generaciones ante las que es preciso desacreditar la guerra como trasfondo necesario de la cultura y como guardiana de la civilización. En último análisis tal política no es sino una instrumentación del miedo y los miedos. Los niños deben crecer sin tales terrores y mirando a los mensajeros extraterrestres (existan o no) como ángeles y no como destructores. 
Fué un alto espíritu científico, Pierre Teilhard de Chardin, quien escribió estas palabras que no me cansaré de citar: «la historia del mundo viviente consiste en la elaboración de unos ojos cada vez más perfectos en el seno del Cosmos, en el cual es posible discernir cada vez con mayor claridad».
  Pienso que es urgente dotar a los niños de esa capacidad de mirar y afirmo que nuestros niños están preparados para adquirirla. El sabio jesuita añade: «Dudo en verdad que existe para el ser pensante otro minuto más decisivo para él que aquel en que, caídas las vendas de sus ojos, descubre que no es de ninguna manera un elemento perdido en las sociedades Cósmicas, sino que existe una universal voluntad de vivir que converge y se hominiza en él». Los OVNI han de ser mostrados al niño como aventurados y venturosos compatriotas del Cosmos que vienen al hombre para integrarlo a ese Cosmos y no a funcionar como crueles aviadores de bombardeo que es a lo más que ha sabido llegar la técnica humana, por quienes se siguen creyendo el centro estético del mundo, y no «el eje y flecha de la evolución, lo que es mucho más bello». Presiento la objeción de quienes dirán que ello puede no ser cierto y no poseo argumentos racionales para contradecirlos, sino es un muy profundo convencimiento mental y espiritual; los mitos buenos ayudan a ordenar el alma; que los Reyes Magos no existieran físicamente no disminuye en nada la fuerza que han significado durante siglos como ordenadores de los sueños del hombre.

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