El Grial de la búsqueda

Desde la pequeña iglesia de un cura inopinadamente famoso por el Secreto que encontró (y guardó), a una bandada de simpáticas aves condenadas a un retiro monástico inesperado, desde la extraña tumba de un asesino de Cátaros a una larga ristra de “coincidencias significativas”: el camino suele estar constelado de sorpresas para el ojo avizor.

Como anticipo y necesaria introducción a este trabajo, sugerimos leer:

Inevitablemente, al regreso de cada viaje uno enfrenta –o, cuando menos, a mí me ocurre- la angustiante situación de intuir que por mucho esfuerzo literario que hagamos, lo que llegará a nuestros lectores será un pálido reflejo de lo vivido. Resignados que estamos a esta pauperización expresiva, se impone establecer algún orden, un criterio de prioridades, una minuta de conclusiones. Sírvase entonces el paciente lector ser el Teseo de su propio Laberinto, siguiendo el hilo de Ariadna de los artículos que vendrán.

Primera señal

¡Moveos!. ¡Moveos! –la imperativa demanda en la voz del amigo José Luis Giménez[1] nos arrastraba en tropel por las estrechas callejuelas del barrio gótico de Barcelona. Aún no hacía un día que con mi mujer Mariela habíamos desembarcado en la bella ciudad catalana y había bastado un almuerzo con los amigos locales del Centro de Armonización Integral para que surgieran varias ideas que agotarían nuestros pulmones y robarían horas a un innecesario descanso en los días por venir pero, qué va, para eso habíamos viajado a Europa.

Nuestro amigo estaba empeñado en que hiciéramos un meteórico tour esotérico por las mágicas callejuelas, aprovechando así para conocer cada lugar que podía ser de interés para mis reflexiones. Al otro día y con su cálida mujer, Maricarmen, seguiríamos corriendo, pero esta vez a más de cien kilómetros por hora tras el volante a lo ancho y largo del Languedoc. Esta vez, partimos de la Catedral de Barcelona, recorriendo el templo y su claustro monástico, con un atrio donde Saint Jordi (San Jorge) renueva la energetización de un agua que fluye de una corriente subterránea desde época inmemorial. Con respeto dejé que mi boca se aproximara al varias veces centenario grifo y bebiera de ese agua, más por empirismo que por devoción, más por sed de conocimientos que física. De reojo, todavía seguía la marcha cómica de las trece (sí, 13) ocas que desde el medioevo se crían y medran en ese claustro. Ah, sí. Porque esta es toda una historia. Desde tiempos medievales, nadie sabe a ciencia cierta por qué, en la Catedral de Barcelona, más bien en el monasterio adjunto, se crían trece ocas. Cuando alguna muere, los monjes ocultan a las demás el tiempo que sea necesario hasta que nazca una nueva, vuelvan a ser 13, y se las libere en el atrio. No van al mercado a comprar otra, no. Simplemente los animales “salen del plató” hasta que la natural procreación suma un nuevo ejemplar. Si esto es cierto, esos trece animales que yo miraba eran descendientes consanguíneos de múltiples generaciones condenadas al cómodo encierro entre esas paredes (y quizás víctimas de alguna cuidadosa selección genética que reducía la nefasta posibilidad que, en algún momento, sólo hubiera treces machos o trece hembras).

Las ocas.

Minutos después bajábamos a la cripta de Santa Eulalia, mártir cristiana local que es patrona de la ciudad, pero no puedo negar que mi mente seguía en otra cosa. Había aquí tres símbolos: oca, número 13 y consanguinidad.

Muchas veces me he preguntado porqué la significancia histórica del número 13. Si remitiera a Jesús y sus 12 apóstoles, pues debería ser un número de “buena suerte” (de “mala” porque luego de la Última Cena las cosas siguieron como siguieron es una contradicción: eso significaría que Jesús no tenía control y conocimiento de lo que vendría después. Y si –siempre y sólo siguiendo la tradición o leyenda cristiana- lo sabía y lo quería para que se completara su misión, pues bien, el número no podía ser más afortunado. Me “cerraba” mucho más la otra versión: la que remitía a un nefasto viernes 13 de octubre de 1307 cuando a través de toda Europa son capturados los Templarios, con el final por todos conocido. Si nos extraña que ese suceso arcaico haya quedado impregnado a tal punto en el Inconsciente Colectivo que por asociación aún hoy ve a todo “viernes 13” como teñido de malignidad, sólo deberíamos imaginar qué pasaría si hoy, en un solo día, por orden y mandato de algún alto poder todos los máximos empresarios, economistas e intelectuales del mundo fueran encarcelados a la vez… Por consiguiente, creo que toda referencia al 13 se vincula, necesariamente, con el final Templario. Y siendo un final abierto, entonces, señala con un dedo lo que vino después.

Antiguo juego de la oca.

La oca. Bichito simpático. Protagonista de un juego que parecería un frívolo divertimento si no admitiera otras lecturas. En efecto, el “Juego de la Oca” tiene aristas muy interesantes. Veamos algunas.

En primer lugar, es una espiral. Por lo tanto, evoca al Laberinto, Se sabe que era muy empleado entre los Masones primigenios así como los Templarios (otra vez) pues las vicisitudes de sus casilleros remitían a las pruebas que el Adepto debía afrontar a lo largo del camino de la Vida. En algunos casos, se lo ha empleado asociado a “postas” en el Camino de Santiago. El Destino –representado en el azar del dado- pende a lo largo del juego (de la vida) sobre nuestras cabezas, y si bien en ocasiones no podemos escapar a él, en otras podemos “elegir”.

La casilla de la Muerte no es la 13 –como se esperaría si se le vinculara al Tarot, lo cual, de todas maneras, sería una interpretación simplista: en Tarot la “Muerte” sólo es una brusca transformación a otro estado de cosas- sino la 58, números que sumados entre sí, lógicamente, dan 13. Lo que advierte al lector que es necesario la lectura numerológica –es decir, simbólica- de aquello donde se está jugando.

Encontraría la espiral nuevamente en otras instancias de este viaje, así que recuérdenla en los días por venir. Por ahora, y regresando al juego de la Oca, señalo que tiene 63 casillas pero, claro como un “viaje” no comienza de la nada sino siempre tiene un punto de partida, son 64 (63 + 1 “oculta”; en Numerología antigua, siempre se “restaba” un número en honor a Dios). Y 64 son los escaques del ajedrez (otro juego místico si los hay) y 64 los hexagramas del I Ching.

Pero volviendo a la espiral del Juego de la Oca, eso lo había visto en otro lado también y un esfuerzo de memoria lo trajo a mi mente: preparando este viaje, había visto y revisto el mapa de París, punto final de nuestro viaje, para memorizarlo en sus detalles generales. Y París –cuando menos, su “casco histórico”- es una reproducción geográfica del juego de la oca, a saber:

La espiral de París.

Templarios. París. ¿Es gratuito que el Louvre esté en el casillero 1 (perdón, en el “quarter” 1)?. Ignoro qué supo haber habido allí en el pasado, y experimentaba cierta decepción pues esperaba que la casilla 1 coincidiera más bien con Notre Dame –relegada a un modesto casillero 4- cuando recordé que si bien no sé en el pasado, pero en tiempos muy presentes el Louvre ha sido excusa para dejar grandes hitos esotéricos…. Me refiero a sus pirámides, la gran, famosa, de cristales, sobre la que supe escribir:

Pirámide del Louvre.

«SIEMPRE CREÍ QUE ERA UN MITO URBANO aquél que decía que la pirámide de cristal del Louvre tenía 666 cristales (emparentando esto con ciertas inclinaciones ocultas -u ocultistas- de François Miterrand (quien, a propósito, visitó Rennes-le-Chateau). Pero cuando estuvimos allí, los contamos: son 654. Si tomamos el área que hace de puerta de acceso, claramente caben otros 12 cristales, con lo que suman los benditos 666. ¿Cuál es la probabilidad matemática que «por azar» un número tan simbólico sea el necesario para cubrir esta estructura?»

En contra de lo que parece ser una errónea interpretación extendida, las otras pirámides significativas (no las tres pequeñas que acompañan a la mayor ya ilustrada) son la gran pirámide invertida de cristal, que no está debajo de la mostrada –acceso principal al museo- sino a unos setenta metros, sobre el centro comercial –no he contado sus cristales- y casi coincide con otra pequeña, de material, como se aprecia en esta foto:

Las autoridades siempre han restado importancia a estas extrañas construcciones, reduciendo todo a explicaciones “estéticas”. Cuesta aceptar que no hay otros motivos –cualquiera que haya estudiado Piramidología tendrá muy en claro el concepto de “antipirámide” y “pirámide refleja” al ver estas imágenes, más aún, cuando el propio François Miterrand, a la sazón presidente de Francia bajo cuyo mandato se realizaron las mismas, tenía aficiones esotéricas e, incluso, tuvo su tiempo para visitar Rennes le Chateau, su iglesia y su demonio Asmodeo.

La consanguinidad. El tercer mensaje del enigma de las ocas. Era importante, imprescindible, casi se diría que la presencia de aquellas en el claustro no tendria razón de ser sin esta condición. Y si lo hilvanamos con Templarios + París habla de una “razón de sangre” importante para la historia francesa… pero con el depositario del conocimiento en España….

Una cuestión de sangre. Donde los Templarios tenían que ver, así como el Camino de Santiago que comenzaba en París… Imposible describir mi estado de ánimo, ¡y sólo había pasado un día desde mi llegada!. Pero ya estaba detrás de algo grande. Si a través de la historia los “Guardianes de la Luz” habían logrado dejar estas “marcas” en distintos sitios y momentos para ojos atentos, ello significaba que aún podríamos rescatar buenas premisas para seguir mi investigación. Pedante y soberbio, en algún momento creí que no encontraría cosas más significativas que este “código animal” y podría dedicarme a descansar y disfrutar del paseo. Qué equivocado estaba…

(Continuará)


[1] Escritor, investigador y bellísima persona. Invocaremos su nombre (esperamos que no en vano) numerosas veces en éste y los trabajos por venir. Ver su blog.

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