Cuenta Carl Jung en “El hombre y sus símbolos”, que entre los años 1936 y 1938 le llamaba la atención el alto número de consultantes que acudían en busca de su consejo y que, en la dinámica de las entrevistas, relataban haber tenido “sueños apocalípticos”; fuego lloviendo del cielo, sombras avanzando desde el horizonte exterminando la vida, ciudades colapsadas. Más extrañeza le causó, al intercambiar con otros colegas, advertir que éstos también recibían el mismo tipo de relatos de sus propios pacientes. El 1º de setiembre de 1939 comenzó la Segunda Guerra Mundial y el Apocalipsis encontró su lugar en la Tierra. Esto llevó al insigne sabio suizo a consolidar su hipótesis del Inconsciente Colectivo, y la lectura que imágenes arquetípicas pueden presentarse de modo inconsciente en las personas, procediendo de los estratos más prpofundos de la vida psíquica y manifestándose colectivamente como -en ese caso- premoniciones lamentablemente correctas.
Pero no es sólo el mundo de los sueños donde se manifiesta el Inconsciente Colectivo; las propias conductas humanas, la conducta social en tanto masa es también terreno fértil para sus manifestaciones. Y es en esa dirección que propondré el ejercicio de repensar ciertos eventos psicosociales que estamos transitando.
En apenas un puñado de pocos años, y en algunos casos considerados apenas como anécdotas de color y en otros, conductas de grupos extremistas pero para nada representativos, asistimos a una serie de actitudes, algunas aparentemente conflictivas entre sí pero todas identificadas con un denominador común. Si tuviéramos que hacer un listado de las mismas, podríamos agrupar a:
- El movimiento “terraplanista”.
- En el marco de la pandemia o “plandemia” (ya nos hemos expresado al respecto) respuestas colectivas de:
a) oposición y desconfianza ante las vacunas (bajo el sesgo de aceptación de desconfiar de la ciencia y los gobiernos).
b) paranoia y credulidad absoluta en gobiernos y vacunas (la Ciencia es aquí la nueva “iglesia” que provee todas las respuestas). - Desconfianza y comportamientos discriminatorios y delatores ante el “extranjero” (la diáspora de inmigrantes desesperados en encontrar seguridad yu estabilidad que arriba a Europa y USA).
- Desconfianza y comportamientos discriminatorios y delatores ante el “forastero”, un connacional que regresa al país desde el exterior -lo que con humor un tanto oscuro yo llamo la “Stasi de balcón”- portador de “peligro”; una reverberación del odio al viajero, mercader o navegante que en la Edad Media llevó la plaga a Europa.
- En relación al anterior, la burla y diatribas contra los “varados”, personas que pilladas sorpresivamente por las restricciones de la situaciòn mundial quedaron lejos de sus hogares. Uno tiene el derecho de preguntarse (si lo planteáramos en términos morales) qué clase de persona puede “divertirse” o “disfrutar” por el sufrimiento o problemas del otro, y comprender que no es tanto un tema moral como psicológico: resentimiento y envidia que encuentran la situación justificatoria y políticamente correcta, sintiéndose respaldados por la opiniòn pública dominante, para canalizar sus represiones no elaboradas.
- Incredulidad ante logros de la investigación tecnológicas y científica (el ejemplo paradigmático es el escepticismo sobre la llegada a la Luna, que obliga a sus detractores a enredarse a “explicaciones” bizantinas que no resisten las contracríticas lógicas y basadas en hechos).
- El avance de grupos ultrarreligiosos, fundamentalistas, radicalizados o fanáticos, que no admiten otro paradigma que el propio (lo que es su derecho) y agreden a quien piense diferente (lo que no está en su derecho). En este grupo también podríamos agregar los colectivos que se retrotraen a los tiempos más elementales, fundamentalistas y sin elaboración teológica de sus propias creencias religiosas (el progreso del movimiento Carismático de la Iglesia Católica, los evangélicos, el “biblic belt” estadounidense, etc.).
- La “fragmentación ideológica”, el deslizarse a un pensamiento maniqueo donde “el otro” es un enemigo, donde “o estás conmigo o estás contra mí”, donde todo, cualquier tema, tiende a convertirse en una grieta donde se debe inevitablemente estar a un lado o el otro.
Anticipo que algunos lectores pueden sentirse incómodos al suponerse “reflejados” en alguno de éstos ítems, y argumentará que lo suyo es totalmente “fundamentado”. No es mi intención discutir argumentos porque lo inconsciente no necesita de ellos para manifestarse. Que una persona tenga “razones” no excluye que la emergencia del Inconsciente Colectivo en su conducta opere bajo presiones de las que (por definición) no puede ser consciente.
Estos ejemplos me llevan a pensar en lo que podríamos denominar, a nivel del Inconsciente Colectivo, el “Arquetipo del Medioevo”, un retroceso o mejor aún retrogradación psicológica de las masas humanas. Si esto es así, la siguiente pregunta debería ser porqué ocurre. Cabe la posibilidad que sea cíclicamente espontáneo y natural. Que el Inconsciente Colectivo “pulse” a través de los tiempos, se expanda y contraiga, y que a fases de expansiòn de la humanidad le alternen fases de retraimiento. También es posible, en términos de la Ingeniería Social, que sea “activado” (por muy conspiracionista que esto pueda parecer) y a través de manipulaciones simbólicas, emocionales, mediáticas, culturales, se obligue a ese Inconsciente Colectivo a comportarse de determinada forma porque, ya existiendo “en potencia” la capacidad de hacerlo, es sólo cuestión, nuevamente, de ingeniería social despertarlo.
Estaremos observando los hechos que, de continuar sucediéndose, ratificarían la presunción de estas líneas. Será entonces el momento de discutir estrategias colectivas e individuales.