Educación y Espiritualidad

Yo, al igual que tantos, he acudido, debo decir que con buenos resultados, en ocasiones a estas Terapias Holísticas. Tengo, casi como costumbre, buscar un equilibrio entre la medicina convencional y la complementaria, no tanto para mí -que, por caso, no visito un médico desde hace unos catorce años, con todo el pesimismo de los míos que sostienen que por mi edad tendría ya que estar con eso de los chequeos periódicos, exámenes del corazón, la próstata, el colesterol y qué se yo cuánto más- y sí en el caso, por ejemplo, de ellos. Entiendo para mí dos premisas: que los problemas de salud agudos son insustituibles de abordaje alopático, convencional, y que los crónicos, para cuando los tenga y si los tengo, buscaré remarlos con abordajes alternativos. Es mi salud y, por lo tanto, mi decisión que haré respetar a rajatabla, cuando menos mientras tenga uso de consciencia.

Pero aquí estamos nosotros, deambulando con afán divulgador en un ámbito donde muchos, muchas, se han «pasado de revoluciones” en el discurso espiritualista.  Y creo que ese «pasarse de revoluciones» en el paradigma intuitivo, ni siquiera, muchas veces, cuenta con la fuerza de la convicción, o de la fe. Conozco incontables casos de personas tan afines a lo alternativo como yo que, ante la gripe, la sinusitis, las náuseas, las migrañas, el dolor hepático, no pierden un segundo en pedir turno en la clínica que les cubra la obra social y allá van, pletóricos de análisis y radiografías, ahítos los brazos de ecografías y recetarios, acumulando con avaricia de un Ebenezer Scrooge alopático cajitas de todos los tamaños y dimensiones de cuanta droga, genérica o no, pulule en el mercado por recomendación casi revelatoria y salvatífera de su galeno de cabecera. Y me pregunto: ¿dónde quedó tanta confianza, tanta certeza en lo terapéutico alternativo si ante el menor síntoma son uno más en las estadísticas que alimentan a cierta mafia de guante blanco?.

Y de la mano, lo otro. Como ya hemos visto,  mucho estímulo a la intuición (que no está mal), mucha recomendación de «abrir el corazón» (que tampoco está mal) pero siempre en oposición al uso del raciocinio. Es casi un juego perverso: cuántas veces he escuchado aquello de «sos muy racional, tenés que abrir más el corazón». Bien, abramos el corazón pero, ¿por qué cerrar la mente?. Como ya he dicho alguna vez, uno de los sinos de mi vida es que suelo ser visto como un crédulo por los escépticos y un escéptico por los crédulos. En verdad, no me importa gran cosa. Pero como un quintacolumnista del Esoterismo, un francotirador de la New Age me digo, les digo: busquemos el equilibrio entre la intuición y la lógica. Sopesemos argumentos, dejemos fluir nuestras sensaciones que, allí donde se encuentren, seguramente nos pondrán en el camino correcto. La verdadera intuición no contradice a la razón, sino que ambas se multiplican entre sí.

Y esta delicada alquimia que en el ejemplo de marras aplico para lo médico, lo puedo extrapolar a todos los órdenes del conocimiento. Comprender, por ejemplo, que la formación universitaria y el papelito colgado en la pared -el diploma- no te hace ingresar, como creyeron ingenuamente nuestros abuelos y padres a lo largo del siglo XX, en el Parnaso de la omnipotencia del saber y el reaseguro confortable de por vida, sino que es, simplemente, una especialización, permitiendo saber más quizás que otros sobre cierto campo del devenir humano. Sólo sobre cierto campo. Y que -lo que está muy bueno- brinda una disciplina intelectual interesante. No generalicemos, desconfiando de todo o confiando en todo. Por sus hechos los conoceréis. Aceptemos que el método científico no es necesariamente el método académico, que muchas veces opera más de acuerdo al pensamiento mágico que los autodidactas. El estudiante que sostiene pedante la Verdad que le enseñaron en las aulas sólo porque así se lo dijo su profesor es más mágico que el chamán tribal que re- experimenta una y otra vez con las hierbas que su maestro le enseñara en la oscuridad de su choza. Permitámonos pensar que el Conocimiento Humano es sinérgicamente un mecanismo autorregulable, como la Wikipedia, donde cualquiera postea pero todos podemos intervenir y acotar o hacer correcciones y, tarde o temprano, la entrada de referencia se verá enriquecida con numerosos enlaces de donde podremos concluir con más amplitud de criterio que aceptando el dogma del Larousse Ilustrado. Las aguas siempre encuentran su nivel. Aceptemos que la Nueva Era ha sido y será usada muchas veces más como una forma de reunir dinerillos que para difundir un verdadero saber (por eso escribí alguna vez aquello de «la verdadera Nueva Era será revolucionaria, o no será») porque el Sistema sabe que la mejor manera de torpedear su naturaleza subversiva es absorberla en sí mismo, es decir, en el Sistema, contagiándole los modismos, tics y mecanismos que les son propios. Una Nueva Era elitista sólo apta para bolsillos abultados que se autojustifican con aquello de «por algo el Universo me permite hacerlo», «no será tu momento», «me lo merezco kármicamente» es funcional al sistema, y es cierto que muchos y muchas están cayendo en ello.

Pero, todos y todas, ¿saben qué?. Hay esperanzas. Aparecen más y más muchos, y muchas, que se están hartando de tanta pelotudez espiritualista, de tanto mirarse el ombligo buscando la autoascensión mientras alrededor la sociedad se desgarra en pedazos. Y en esos muchos y muchas comienza a brillar la mirada de una pícara duda. Sé que la gente entusiasta está comenzando a hartarse de tanto mercachifle metafísico y exigen más y más equilibirio y seriedad. En los últimos años se están inventando miles de bulos nuevaerísticos, y es una buena noticia. Porque si se están inventando tantos cursos de nombres extraños, tantos talleres acelerados para hacer en un fin de semana lo que a los sabios de todos los tiempos les llevó toda una vida, es porque el mercado se está estrangulando y los tenderos del Templo necesitan rematar sus últimos productos, enganchar los últimos clientes, garronear las monedas a costa de cualquier mentira. Y como las aguas siempre buscan su nivel, pronto llegará un momento en que la masa consumidora se aburrirá de tanta cosa espúrea y los fulanos ésos se dedicarán a otra cosa.

Semanas atrás conversaba con un amigo, hoy conocido especialista en estas disciplinas, y hablábamos, precisamente, de estos más de treinta años compartidos. Y nos detuvimos en comparar quiénes éramos los que, allá lejos y hace tiempo, nos dedicábamos a esto: habremos citado de memoria, en el ambiente local, menos de una docena de nombres. Y nos dimos cuenta que, salvo alguno que lamentablemente partió, hoy seguimos siendo el mismo puñado. En el camino, surgieron decenas de nombres. Todos esos, salvo honrosas excepciones, habían desaparecido del escenario. El paradigma se autorregula a sí mismo.

El problema, me temo, está en otro lado. En la pauperización de la educación. que hace que masas crecientes de personas busquen una solución no mágica, no espiritual, no esotérica, sino «milagrosa». Fíjense cómo crecen las iglesias pentecostales, el negocio de los templos electrónicos, el oligopolio de la Iglesia Universal del Señor (sí, la de los brasileros). Esa gente no trabaja, bien o mal, sobre su interior, como hacen todos los que, por ejemplo aquí, vuelcan sus afanes en el Reiki, la angeleología, el Autocontrol Mental, la Metafísica, etc. Estos últimos son conscientes que el poder está en uno, y se enfocan en sí mismos para mejorar. Quizás algunos y algunas, como dije antes, se olviden que hay un mundo ahí afuera que necesita una mano, sí. Pero son conscientes, insisto, de la importancia del trabajo interior.

Pero los pobres desvalidos de intelecto que acuden a esos grupos seudo evangélicos, en cambio, no buscan mejorar interiormente (hablo con conocimiento de causa, es un tema que he investigado por bastante tiempo): van detrás de soluciones inmediatas, indoloras y gratuitas, de ser posible, para sus problemas, dramas, deseos, ambiciones cotidianas. Ayer fueron a un templo umbandista; hoy van al templo pentecostal más cercano:  Quieren que otro, u Otro, haga el trabajo sucio por ellos. Ponen en Jesús o el pastor todas las expectativas y sólo comprometen su fidelidad, su fanatismo y sus magros ingresos. Curarse de su enfermedad, conseguir un trabajo, que el pibe deje la droga, que la bruja de la amante largue al marido…… Penosas y comprensibles, sus necesidades son proporcionales a su ignorancia, y en la desesperación hipotecan su espíritu y su ideología a favor de sujetos ante quienes el flaco judío barbudo de hace dos mil años no sólo optaría por esgrimir nuevamente el látigo, sino que con agrado les agregaría un par de ganchos metálicos en el extremo.

Por ello, ante la prédica preocupada de los escépticos que temen que un oscurantismo medieval sea renacido en estos tiempos por el «despertar espiritual», argumentemos que el Oscurantismo no llegará por el lado de lo esotérico, la Nueva Era, un corazón demasiado abierto. El Oscurantismo amenaza desde la puerilidad pedagógica en la infancia y adolescencia de las nuevas generaciones.

Un comentario de “Educación y Espiritualidad

  1. MARIA EUGENIA MAESTRO dice:

    Es cierto, todo lo que decís y me recuerda al «Mayo francés»… Que comenzó siendo una verdadera revolución en el pensamiento; pero como sabemos, fue absorbido por «el mercado» imponiéndose la moda hippie, pisoteando toda ideología anti consumo y naturalista…
    También creo que todas estas pseudo religiones en vez de unir, separan. El negocio es atraer cada vez más adeptos, desesperados y hacer que sus amistades, familia y demás también adhieran a estos ritos y conceptos. Claro que si no logran llevarlos, lamentablemente quedan excluidos de la presencia del miembro de dicha congregación, debido a que son abducidos por las distintas actividades que requieren la presencia insustituible de cada integrante y demandan una presencia que consagra todo tiempo que no se esté cumpliendo tareas laborales.
    Lo que me hace deducir que tienen en común, tanto los fanáticos de lo holístico como los fanáticos religiosos de este tipo de hermandad, es que en ambos casos la falta de equilibrio y sentido común es lo que se destaca en sus argumentos.

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