¿Cuántas veces nos hemos planteado si los pensamientos negativos de los demás hacia lo que hacemos, conseguimos o somos no incidirán perjudicialmente en nuestra naturaleza?. ¿Si lo que popularmente llamamos «envidia», puede afectarnos de alguna forma?.
La envidia es una forma de agresión psíquica. Mínima, velada, inconsciente; llámenla como quieran, pero su insistencia y persistencia puede poner algunos palos en los engranajes de nuestra vida..No se trata de asumir posiciones feéricas, no se trata de «creer», a ciegas, en la negatividad; se trata, como hemos intentado, de analizar si existe hasta cierto fisicicismo en estas perturbaciones. Tampoco se trata de suponer que bastará con el escepticismo o una alta autoestima para estar a cubierto. Porque precisamente no se trata de «creer», no es la creencia (como «profecía autocumplida») lo que nos hace vulnerables. Yo puedo no «creer» en la gravedad, quizás nunca haya escuchado hablar del señor Newton, pero si me asomo demasiado por el balcón de un quinto piso terminaré hecho trizas contra el suelo.
Tampoco la bondadosa pero ingenua actitud de «Dios no permitirá que el mal triunfe sobre mí». Si así fuera, Dios no permitiría los asesinatos, las violaciones, tanta muerte inocente… Pero como ya he escrito en algún lugar, jamás olvidemos que el don más sagrado que Dios le dio al ser humano es, precisamente, el libre albedrío, la capacidad de optar por el bien o el mal (y asumir las consecuencias). La visión de un Dios paternalista y sobreprotector flotando sobre las cabezas de los fieles puede ser muy consoladora pero, humildemente, creo que no condice en absoluto con la realidad de un Dios Cósmico.
Así que frente al psicópata, al violador, a la patota, (y el envidioso) estamos solos con nuestros propios recursos para defendernos. Y de eso trata la Alquimia Espiritual.
¿Cuál es la génesis de la envidia, entonces?. Básicamente, el envidioso es un mediocre que, no soportando el progreso –en el ámbito que fuere– de otro (porque ese progreso le recuerda aún más su propia mediocridad) necesita que desaparezca para evitar el evento que irrita su ya alicaída autoestima. El envidioso ama uniformar para abajo, compartir su mal con muchos. Porque son muchos los que envidian y los que generan esa carga de negatividad. De hecho, todos los no hacedores. He aquí una primera regla práctica, no sólo para no caer en esta categoría sino para reforzar nuestra personalidad (y, dada la naturaleza holística del ser humano, nuestro campo energético): transformarnos en «hacedores«. Se trata de una actitud ante la vida: pero son las actitudes las que, a fuerza de repetitivas, desarrollan el hábito de un carácter adaptado a las circunstancias del medio, creando sus propios mecanismos de defensa. Porque –como veremos enseguida– la mejor defensa es construir voluntaria, pacientemente, ciertas manifestaciones de nuestra personalidad. O reforzarlas, si son preexistentes. Básicamente, dos: fuerza de voluntad e intensidad de pensamiento dirigido.
Intensidad es calidad, no cantidad. El Pensamiento dirigido no consiste en pasar mucho tiempo pensando en algo –lo que solamente nos definiría como obsesivos– sino quizás concentrando sólo algunos minutos la atención, pero intensamente. No se trata –llevándolo al terreno de la envidia– que sea problema el que nos rodeen muchos envidiosos, porque 0 multiplicado por 500 siempre va a dar cero. El problema sería que el «tono» de nuestra psiquis no sea distinto al de ese entorno. Así que aprendamos, a fuerza de repetírnoslo diariamente, cómo tallar un perfil de hacedores en lugar de no hacedores.
Por supuesto, hay un segundo paso que usted deberá dar. La lectura de estas líneas puede dar comienzo a la alquimia sí, pero sólo un acto de Voluntad las plasmará en su realidad. Es decir, recordar estas reflexiones todos los días, aun en los peores momentos; cualquiera medita serenamente en la paz de los monasterios. El mérito estaría en poder hacerlo en el tráfago ruidoso de una city. Porque la verdadera magia es mental, y no hay ciencia más oculta y más esotérica que la ciencia de la Voluntad.
Y no se engañe: la Voluntad no es algo con lo que nacemos o no, un «don» al que nos hacemos acreedores por ignotas circunstancias o kármicos beneficios. La Voluntad es una función del carácter, y como tal puede ser entrenada y desarrollada. Nunca me cansaré de repetir esto lo suficiente, como tampoco me cansaré de repetir lo que he escrito en otro lugar: voluntad y deseos están hechos de la misma “materia” mental. La única diferencia es su disposición, su organización. Mientras que los deseos son la voluntad desorganizada, la voluntad está hecha de deseos organizados. Mucha gente dice no tener la «suficiente» voluntad para lograr los objetivos, mas, ¿negaría tener deseos?. Si los tiene, también tiene, en potencia, la voluntad para lograrlo.
Pero sobre ella, la Ciencia de la Voluntad, se han escrito decenas de libros, miles de horas de reflexiones y centenares de talleres de Autoayuda. Mientras tanto, Ella, La Envidia, sigue ahí afuera. Y como escribíamos líneas arriba, el Envidioso, percibiendo que el Envidiado tiene/hace/es lo que él no tiene/no hace/no es (porque no se envidia sólo las posesiones materiales sino, por definición, todo aquello que el Envidiosos quisiera –y no puede- del Envidiado: su carácter, su pareja, su personalidad…) y, percipiente también de su propia mediocridad, necesita lo que en Psicología llamamos “la destrucción del objeto de deseo”: como no tolero, no soporto que tú seas/tengas/hagas, necesito que te vaya mal, que pierdas/dejes de hacer/cambies para mal porque, en tanto continúes, más evidente será para mí mi carencia. Y aquí aplica la fábula de “la zorra y las uvas”, el impulso psicópata que lleva a algunos a destruir al ser amado, la obsesión perversa que hace que una persona siga haciendo girar su vida alrededor del pensamiento constante de otra.
Escribí hace poco que: “ (…)Vivimos en un océano de energías. Somos, básicamente, energía organizada. Quizás ni siquiera eso sino más bien «información» en el sentido cibernético de la expresión. La distinción entre «cuerpo», «mente», «campo bioenergético», «cuerpo astral», «espíritu» y cuantas subdivisiones se discute y se seguirá discutiendo, es ilusoria. Grados distintos de organización de una única «materia» universal. Concíbete entonces como lo que eres: un número de partículas de energía organizadas con un sentido de Trascendencia ilusoriamente percibidas como densas y vinculadas en un entramado de energías cósmicas con otros seres organizados de igual manera, y visualiza esa energía organizativa corriendo por la trama. Es así que Todos somos Uno, es así que influimos y somos influidos positiva o negativamente, es así que todo regresa a nosotros. (…)”. Ese entramado de energías, de líneas de energía que nos comunica, es por donde llega a nosotros la vibración nefasta del Envidioso. Porque con cada persona que conocemos, con la que estrechamos, aunque sea circunstancialmente, un vínculo (no necesariamente afectivo; aunque más no fuere, profesional, comercial, circunstancialmente vecinal) engrosa esa línea preexistente que vincula a todos los seres del Universo.
Llegados a este punto, algún lector se preguntará cómo, entonces, enfrentar la Envidia. Punto donde quizás le sea necesario releer estas líneas ya que en la hemos dado algunas pistas. Y, cómo no, profundizar el concepto de Autodefensa Psíquica. Todo concurre para ser funcional a esa verdadera alquimia Espiritual que puede transmutar la Envidia de otros en una energía útil a nuestra vida y así también, transmutar al otro con nuestra acción. Que no es poco.