Supongamos que ustedes y yo nos sometemos ahora a este ejercicio intelectual: suspendemos momentáneamente todo aquello que estamos haciendo, buscamos un oasis en el fárrago que nos rodea —aunque sea a costa de refugiarnos unos minutos en el baño— y nos preguntamos: “¿Para qué me interesa todo esto?”. Atención. No dije “por qué”. Dije —escribí— “para qué”. La característica sobresaliente de una inteligencia, toda inteligencia, es que además de una motivación tenga en cada acción una finalidad. El “para qué” de la pregunta es preguntarse cuál es la finalidad, el sentido último de nuestro interés esotérico o espiritualista. ¿Ser más eficientes al ayudar a los demás?. Vale. ¿Alcanzar el conocimiento profundo de las causas primeras del Universo?. Bueno. ¿Adquirir técnicas y herramientas que nos permitan cristalizar más satisfactoriamente nuestros objetivos?. Está bien. ¿Todo ello a la vez?. Ajá, ¿y por qué no?. Es perfectamente posible todo ello. Pero no es fácil ni inmediato. Y la causa que muchos de ustedes aún no lo hayan logrado y quizás ni estén seguros de estar encaminados (en el sentido de “haber encontrado el camino”) es posiblemente el tiempo y energía perdidos en recetas mágicas, cursillos “hágalo usted mismo” y libros de esos que-prometen-todas-las-respuestas. Pérdida relativa y hasta rentable si, cuando menos, sirvieron para reconocerlas como lo que son. Pero si nada sumaron, si nada resolvieron, si apenas dieron alivio momentáneo a nuestros pesares, soluciones sostenidas con cinta adhesiva sobre las resbaladizas paredes de nuestras preocupaciones, sepamos que todavía tenemos dentro de nosotros mecanismos intactos a la espera de ser aprovechados. Aquí les pido, humildemente, la oportunidad de explorar, juntos, nuestra Psicomitología Personal.
A mí, cuando menos, me ha significado un control psicológico y espiritual sobre mí mismo que trasciende y hace soslayable el ansia de control sobre el “afuera”. Y eso no es poco. Porque en el arduo camino de la vida, muchas veces, en el fútil intento de modificar el mundo, de cambiar la realidad de los demás en su relación con nosotros, creemos descubrir que llegamos a ciertos puntos en que ello es imposible y sólo nos aguarda la “resignación”. La exploración de nuestra Psicomitología transmuta esa “resignación” (siempre pesarosa, resentida, doliente, que en verdad nunca se resigna a nada) en “Aceptación”, que significa una relación positiva y constructiva con aquello que no hemos de cambiar: el afuera. Pero así también, el trabajar nuestra Psicomitología permite potenciar los aspectos de nuestro dividido Yo en una interacción eficiente a los fines que nos hemos propuesto. Cada esfera del ser tiende a una esfera más elevada y tiene de ella ya revelaciones y presentimientos. El ideal, bajo todas sus formas, es la anticipación, la visión profética de esa existencia superior a la suya, a la que cada ser aspira siempre. Esa existencia superior en dignidad es más interior por su naturaleza, es decir, más espiritual. En este orden de ideas, el trabajo con nuestra Psicomitología nos permitirá trabajar desde “dentro” hacia “fuera”, pues, como ilustra el gráfico, sólo de-construyendo nuestra estructura arquetípica estará sembrado el camino para actuar positivamente sobre el entorno.
Las “ideas” aquí señaladas tienen que ver con las convicciones más íntimas y, para bien o para mal, éstas son el resultado de nuestra Psicomitología, donde cada “ladrillo” que la construye —o, para emplear un término tan en boga, cada Arquetipo— ora positivo, heroico, superior, ora negativo, demoníaco, se relaciona con la impronta en nuestra esfera psíquica de aquello que hemos vivido. Esas Ideas son la base de nuestras Creencias. Aquí parece que dejamos de lado la Fe, como sustrato de la Creencia, pero, ¿qué es la Fe, sino las certezas del Inconsciente?. Es por esta razón que solamente quienes puedan enfocarse en sus propias Ideas Primeras y conceptualizarlas tendrán creencias verdaderamente firmes sin pasar por el estadio de fosilizarse o anquilosarse.
Son luego las Creencias quienes condicionan nuestras Conductas, es decir, nuestro Comportamiento. Y éste es el que nos vincula con el Entorno. Por lo tanto, sólo una focalización suficientemente firme y objetiva desde lo profundo del “adentro” hacia lo difuso del “afuera” garantiza que el segundo se subordine a (y sea modificable por) el primero.
Pero rizando el rizo, regresando al principio de esta lección, convengamos en comprender lo que llamo la Doble Vía. En un sentido de la misma, debemos aceptar que al Esoterismo, como cosmovisión, como filosofía de vida, le importa un bledo los problemas personales inmediatos, de cada uno de ustedes. Su fin es trascendente, metafísico, pero no en el sentido de una superficial y patética metafísica saintgermainiana, sino en el sentido griego, cuando la “Metafísica” era llamada así porque en la Biblioteca de Alejandría, los textos sobre religiones, vida en el más allá, fantasmogénesis, etc., estaban alojados metatáphysiká (“más allá de la Física”, es decir, en los anaqueles que seguían a esa materia). Así que, como veníamos diciendo, al Esoterismo, que usted no pueda pagar la renta, le estén por cortar la luz, no pueda dormir porque su pareja lo ignora o discuta frecuentemente con sus hijos le es totalmente indiferente. Lo único que le interesa —porque para esta concepción es lo único que existe, ya que todo lo demás es “Maya” (ilusión)— es su evolución espiritual. Pero aquí se manifiesta la otra vía: que el Esoterismo comprende que en tanto y en cuanto usted esté asfixiado, angustiado por la renta, la luz, su pareja o los hijos, poca disposición de ánimo tendrá para trabajar su evolución espiritual. De manera que la Doble Vía señala que la evolución espiritual no puede ser indiferente a la evolución material, intelectual y afectiva. Permítanme decirlo de otra forma: la verdadera evolución espiritual no es aquella donde el individuo crece exponencialmente en términos “espiritualistas” en detrimento de otros planos de su existencia. El caballero o la dama que, por ejemplo, sostienen que “lo suyo es lo espiritual de manera que no pueden dispersarse en cuestiones banales” no es un “evolucionado espiritualista”. Es un escapista, un evasor.
Podemos reconstruirnos, ésta es una verdad esotérica. Pero ello implica cumplir varios pasos: el primero de ellos, la identificación de nuestra Psicomitología.
¿Qué es la Psicomitología?
“Todas las leyendas, aún las más antiguas, tienen un viso de verdad”. Esto escribía a fines del siglo XIX el ilustre astrónomo Camile Flammarion. Y es una verdad contundente. Todas las mitologías expresan dos aspectos: por un lado, son extrapolaciones de sucesos históricos, reales. Sin duda su interpretación no debe ser literal, pero simbólicamente codifican el recuerdo ancestral de eventos sufridos o gozados por una colectividad que devino en nación o cultura. Pero la expresión “simbólico” matiza también la otra cara de la moneda: esos mitos codifican enseñanzas, moralejas, así como revelan potencialidades ocultas del ego colectivo que los forjó. Pero lo macrocósmico se refleja en lo microcósmico. Por ende, todo inconsciente personal, el de cada uno de nosotros, tiene su propia mitología histórica. Esto es lo que llamaremos Psicomitología. Nuestros Psicomitos se remiten a dos categorías: situaciones en las que hemos expresado (o podremos expresar en el futuro) cuatro Arquetipos básicos, y eventos importantes o repetitivos en nosotros que podemos “personalizar”. Los primeros son, respectivamente, el Guerrero, el Sanador, el Vidente y el Maestro. Toda situación donde nuestra voluntad, templanza, coraje, nos ha permitido salir adelante son expresiones del Guerrero. Por el contrario, toda situación donde carecimos de la suficiente voluntad, coraje o templanza son la Sombra de ese Arquetipo. Sólo tomando conciencia de ello y trabajándolo podremos superarlo en el futuro y, por consiguiente consolidar nuestra personalidad. Toda situación donde consolamos, solucionamos, acompañamos, contenemos, expresan al Sanador (a su Sombra antítesis, si hay carencia de esas actitudes de respuesta ante el evento). Toda situación donde prevemos, discernimos con eficiencia, intuimos con certeza, muestran al Vidente (deduzcan su carencia circunstancial). Y toda enseñanza que brindamos, toda mano que tomamos para acompañar un trecho más corto o más largo de su camino, cada huella sana y positiva que dejamos en un espíritu, pone de relevancia al Maestro. También es un hecho que entre estos cuatro Arquetipos habrá un dominante y otro secundario. La pregunta es, ¿somos conscientes de cuál?. Y, ¿cómo lo empleamos para la superación personal?. Estos Arquetipos son generales, en tanto y en cuanto son parte constitutiva de toda naturaleza humana. Pero cada uno de nosotros tendremos también imágenes arquetípicas, psicomitológicas, propias. Una “fantasía” vivida repetitivamente es un Psicomito latente. Si nos retrotraemos a las primeras épocas de nuestra vida y recordamos, bien nuestras ensoñaciones de entonces, bien nuestros juegos predilectos, bien nuestras actitudes o “poses” reiteradas, bien el lugar físico adonde acudíamos a refugiarnos, ya para escapar a una reprimenda, ya para disfrutar del silencio y la soledad, ya porque, simplemente, nos sentíamos a gusto allí, pueden hoy ser verbalizados desde el recuerdo y expresados en símbolos. Ese último podremos llamarlo La Fortaleza. Al primero, nuestro Edén. El “amigo invisible” será nuestro Escudero. Nuestras varias maneras de comportarnos habitualmente, nuestros Cortesanos (asimismo podremos darle una identidad independiente a cada uno). Visualicemos entonces estos personajes, creémosle su apariencia, su historia personal imbricada en nuestra propia historia, preguntémonos, ya de adultos, cuándo, dónde y cómo reaparecieron en nuestra vida cotidiana y tengan ustedes la seguridad de que devendrá aquella convicción, autoestima, fuerza interior y autocontrol del que les hablaba al comienzo de esta nota.
Porque una verdad debe ser comprendida: la evolución, el cambio, el crecimiento, no dependen de herramientas, sino de actitudes. Pronunciar mantrams, encender incienso, rodearnos de imágenes son sólo “muletas psíquicas”, bastones fetichistas de cuya utilidad circunstancial no descreeremos pero sí relativizaremos. El verdadero Cambio pasa —vuelvan a reflexionar sobre la ilustración que les facilité antes— por modificar (y sostener en el tiempo) un enfoque, una cosmovisión, un paradigma. No será lo mismo salir todos y cada uno de los días de nuestra vida a cumplir nuestras obligaciones como una simple sucesión de entrecruces con terceros con mayor o menor suerte, que, sin dejar de atender el rutinario manejo de nuestros asuntos, preguntarnos, casi de forma divertida, si alguno de nuestros Psicomitos está manifestándose en tal o cual circunstancia cotidiana. Porque de pronto es posible que observemos que en realidad falta uno de ellos (personal o de los cuatro Arquetipos colectivos) con lo cual, detenernos y “convocarlo” en ese lugar y momento puede representar el “mágico” cambio que estábamos necesitando. Jamás olviden que la Magia no pasa por grimorios, fórmulas, gestos misteriosos y rituales medioevales. La verdadera Magia es ser la persona justa en el momento y lugar justos.
Muchas gracias Gustavo, muy acertados sus comentarios, y bien puesto el nombre del escapista, zona que también he transitado, estar atentos siempre, me digo, el ego es muy insistente. Muchas Gracias y saludos.