Su sólo nombre ya era para mí un imán antes de viajar a la India. No sé, sigo pensando que su cacofonía tiene reminiscencias que me recuerdan a los parajes mitológicos de “El Tony” y “Fantasía”, aquellas revistas de historietas (perdón, “comics”) de mi infancia y adolescencia. Sarnath, nombre perfecto para una ciudadela que viera pasar el rostro sombrío de Nippur de Lasgash, Dago o Gilgamesh, el Inmortal. Acudo aquí a la nostálgica memoria de compatriotas que seguramente peinarán canas (de haberlas conservado) y a la generosa displicencia de lectores no argentinos o “sub 50” que tendrán que googlear esos nombres para saber de qué va la cosa.
Pero tengo más de cincuenta, y peino canas (bah, allí donde queda algo) así que llegué al lugar hechizado por el nombre. Y no me defraudó.
Crónica breve e inevitablemente insìpida. Sarnath es el lugar donde el Buda icónico (Siddharta Gautama) predicó a cinco primeros discípulos. Surge allí el camino del Dharma budista y la primera Shanga. Durante varios meses, Siddharta –otra reminiscencia adolescente; desde la brumosa adolescencia aquellas lecturas de Herman Hesse aún influyen haciendo que así prefiera llamarlo, aunque ése fuera otro “Siddharta”- vivió allí, completando la reflexión del Conocimiento recibido en su Iluminación bajo un árbol de ficus en Gaya, desde donde peregrinó hasta esta región del estado de Uthar-Pradesh. Como escribí, allí reunió a sus cinco primeros discípulos por lo que, de hecho, Sarnath es la verdadera cuna del Budismo mundial, siendo hoy un sitio de especial significancia y peregrinación, especialmente de monjes budistas tibetanos. Para quien decida acercarse, un dato que puede parecer menor pero sé algunos lectores apreciarán: en sus calles es posible encontrar los mejores cuencos tibetanos, aquellos legendarios de siete metales, en muchos casos de decenas de años o más de un siglo de antigüedad, obviamente hechos a mano y de sonido inimitable. Lo cuento porque pude comprar uno, y el secreto es sencillo. Como dije, muchos monjes tibetanos llegan en peregrinación. Dado su modo frugal de vida, sus posesiones (y recursos financieros) son mínimos, por lo que es común que suelan vender sus objetos personales para reunir algunas rupias más para el viaje de regreso. Entre esas cosas, sus propios cuencos, que suelen traer desde sus monasterios en Nepal, Tibet o Birmania. Cuencos que, a su vez, recibieron de sucesivas generaciones de monjes previos. Entonces los avispados comerciantes locales simplemente los obtienen casi sin regatear y obtienen pingües ganancias en su reventa, aunque el precio que suele pagar el visitante es francamente ridículo. Así se hace uno con uno de esos cuencos, observando en su superficie repujada a golpes, en las estrías oscuras de su superficie, en los reflejos tornasolados de la mezcla de metales, el derrotero de distancias y de años que ha recorrido, preguntándose uno qué historias habrá contemplado…
Unos doscientos años después de la muerte de Siddharta (de “dormirse en el Nirvana”, al decir budista), y digo “unos” porque aún se discute la fecha en que vivió el mismo (aunque las enciclopedias suelen ubicarlo allá por el siglo V A.C, se ha descubierto un monasterio en Nepal que es de ese siglo, monasterio budista obvio, con lo cual, necesariamente, la fecha de su líder espiritual hay que retraerla cuando menos un siglo o dos antes), un rey indio, Asoka, se convierte a esta filosofía y propicia la creación de monasterios y “stupas”. La “stupa” es una construcción en forma de campana, de tamaño variable y que indica lugares de significado espiritual (me resisto a escribir “religioso”, habida cuenta que el Budismo no es una religión). En su interior –algunas- tienen “reliquias” de Siddharta (se dice que unas pocas, como la de Sarnath, partes de sus túnicas o elementos personales.). En todas las demás, reproducciones del Buda sentado en posición de loto. Y de hecho en esta, la más grande de toda la India con sus treinta metros de altura, también hay –dicen los arqueólogos; no es accesible al visitante- una imagen del mismo en su interior. De hecho, los entusiastas de los antiguos astronautas presuntamente extraterrestres han arriesgado la teoría que esas “campanas” con un sujeto sentado en su interior se parecería mucho a un OVNI. Hipótesis arriesgada porque, después de todo, es la “proyección” de la imagen cultural propia de nuestra época –una “nave espacial”- para interpretar un ícono metafísico de más de dos mil años de antigüedad. Pero quién es uno para afirmar lo contrario…
Bien, el tema es que Asoka se entusiasmó tanto con el incipiente Budismo que, como decía, mandó construir una stupa aquí, un monasterio allá. Y en algunos lugares –como éste- todo junto, stupa y monasterio. Y no conforme, que la stupa fuera realmente monumental. Durante por lo menos un millar de años existiò este monasterio y Sarnath se constituyó en un lugar de peregrinación creciente. Incidentalmente, se afirma que así como en el lugar donde predicó Asoka hizo trasplantar un gajo del árbol debajo del cual recibiera la iluminación (el árbol, descendiente de aquél ancestral, aún existe, y me gratificaron obsequiándome una hoja caída del mismo, que conservo con afecto) , Siddharta se desplazaba algo como un kilómetro para descansar y comer frugalmente.
El rincòn que habría llamado su “hogar”, allí donde se levantaría la stupa.
Los tiempos pasaron, los reyes también y en 1794 un rajá sikh –nada budista, evidentemente- desmanteló buena parte del monasterio para sus propias edificaciones. Lo que quedó es la totalidad de la construcción original pero hasta unos sesenta centímetros de altura. Empero, la perspectiva sigue siendo impresionante.
Allá donde predicara, a pocos metros, hace unos pocos años se levantó lo que es la estatua de Buda de pie de mayor altura en el mundo: treinta y tres metros, en medio de un jardín paradisíaco con fuentes de agua rebosantes de lotos. La estatua es copia fiel de la original que los talibanes dinamitaran en Afganistán en su furia demencial.
Allí están todavía los tres pilares donde Asoka, hace dos mil quinientos años, ordenó grabar en sánscrito original las instrucciones que dieron origen al templo. Allí se distinguen las habitaciones de los monjes, los patios para los devotos, los depósitos de suministros, los templetes secundarios…
Y allí están, también, los pilares devocionales. ¿Qué son éstos?. Columnatas de no más de un metro veinte de altura, sobre cuya parte superior se encuentran grabadas figuras que tuvieron en su momento valor simbólico, religioso, propiciatorio. Es interesante destacar que si bien fueron parte del monasterio y contemporáneas a su edificación, no forman parte de la liturgia budista, ya que su función era llenarse las mismas –están grabadas en bajorrelieve, con unos tres centímetros de profundidad- de manteca y aceite y encenderlas con fuego en las noches para que “pudieran ser divisada por los dioses”. Con gran inteligencia, los monjes permitían que el pueblo también pudiera realizar allí ceremonias de sus propias creencias religiosas a la par de acercarse al conocimiento budista.
Así que me encontraba en una tarde maravillosa –maravillosa por el clima, maravillosa porque Sarnath, el pueblo, parece estar fuera de las fronteras de la India por su limpieza y orden, maravillosa, en definitiva, por estar donde quería estar- anotando, fotografiando, observando, cuando una figura, en uno de estos pilares, me galvanizó.
Era una Chakana.
Si ustedes están leyendo esta nota, supongo que es innecesario explicar lo que es una chakana. Pero, por las dudas, para definirla pobremente diremos que es la representación, en la cosmovisión andina, de los tres planos del Mundo Por Arriba y los tres planos del Mundo Por Debajo. Del “Cielo” y del “inframundo”, aunque estos términos tienen una connotación judeocristiana fuera de lugar pero sirvan de referencia. En fin, que la cosa no es aquí hace un análisis semiótico del símbolo sino plantear una pregunta sin respuesta: ¿Qué diablos hacía allí?.
Cuando salía del sitio arqueológico me acerqué a los empleados del lugar, inevitablemente sonrientes y explícitamente amables como todo indio, consultándoles sobre su significado. Fueron quienes me dieron la explicación sobre su uso que ya les anticipé, aunque no tenían la menor idea de qué era una Chakana y –mucho menos- el porqué de su presencia allí.
Especulemos.
Los estudiosos indios reclaman para su civilización un origen –presumiblemente dravídico y en el sur del país- alrededor del 8.000 A.C. Por otro lado, los estudiosos prudentemente académicos de todo el mundo fijan para las culturas andinas, en el mejor de los casos, una organización social circa el 4.000 A.C, con el surgimiento de Caral, sobre el que ya he hablado, a unos doscientos kilómetros de Lima. No sabemos cuándo aparece la Chakana en la India (de hecho, no he encontrado registro que esté presente en algún otro lugar de ese país) pero si se tratara de una “competencia de edades”, la historias “oficial” de la India, al ser anterior a la americana, sería el punto de apoyo de quienes en estos días, cuando compartí esta “observación” (no me atrevería a llamarla “descubrimiento”) sostenían que esto demostraba que cierto Conocimiento viajó de la India a América. Ciertos estudios míos sobre la práctica de “asanas”, evidencias de un “yoga americano”, hallazgo de estatuillas con fuertes rasgos asiáticos ya habían apuntado en esa dirección. Así, el símbolo de la Chakana podría haber nacido en la India y emigrado a América.
Pero…
Si así hubiera sido, ¿no sería lógico que dicha Chakana hubiera aparecido en muchos otros lugares de la India también si es que ese territorio era, después de todo, su cuna?. ¿Qué pasa si la cosa hubiera sido al revés, es decir, de América emigrado a la India?. ¿No explicaría ello la presencia meramente circunstancial de una Chakana en el subcontinente oriental?. Y ello sin acudir al argumento de la posibilidad de culturas andinas muy anteriores a Caral. Soy de los que piensan que Posnansky, con sus 17.000 años asignados a Tiwanaku, no estaba quizás tan errado…
Sin embargo, otra es la hipótesis que me agrada. Pensando, precisamente, en la “casi” simultaneidad de la “explosión cultural” en todo ese mundo arcaico. La discusión si la civilización india tiene 10.000 años y la americana 8.000 (y la egipcia, y la china, y…) es bizantina. En las brumas de esos tiempos y en el desplazamiento permanente de las “líneas de tiempo” a tenor de sucesivos descubrimientos, tengo la percepción de una casi simultaneidad. Y es cuando pienso, entonces, en Sabiduría descendiendo a los planos mundanos, precisamente, de manera simultánea. Conocimiento quizás canalizado por antiguos Avatares, o adquisición kármica de una Humanidad que mereciò estar en ese punto de salto cuántico, manifestada, codificada en símbolos. La Chakana es uno de ellos.
Tantas preguntas, una más sin respuesta. O quizás sí alguien la tuviera. Cuando me alejaba del lugar, intuí las figuras de Nippur, Dago y Gilgamesh desandando el camino hacia el Sol poniente, al parecer enfrascados en amena charla. Hasta llegó a mí el eco de alguna risotada, inesperada en personaes de historial tan duro. Ajustando mi quizás centenario cuenco tibetano en mi morral, apuré el paso.
Estimado.
Ofrecer otro punto de vista de la chacana. Este simbolo esta presente en otras cultura. Si investigas te daras cuenta.
Una hipotesis alternativa plantea que este simbolo es una representacion externa de una persepcion de una imagen interna de aquellas personas que logran profundizar en lo profundo de la conciencia en el mundo espiritual mas profundo. De ahi se explica su presencia en ambitos religiosos y de espiritualidad en tan diversas culturas.