Tardía pero afortunadamente, los grandes medios periodísticos abiertos (siempre expectantes de aprovechar el interés que comienza a trascender las redes y preocupar a las sociedades para abrevar allí sus propias conveniencias) pusieron en agenda la anárquica e incontrolada deforestación en la Amazonia que –hasta hoy– decenas de miles de focos de incendio están provocando. Oportunismos mediante el presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, echó sombras de sospechas –reiteradas– sobre las ONGs por la desfinanciación de las mismas, en un absoluta muestra de irresponsabilidad política; sin entrar aquí a discutir –por exceder este breve artículo- su inocultable desinterés por la foresta, ese tipo de acusaciones es doblemente peligroso: primero, como Jefe de Estado, no puede sin evidencias ciertas culpar a terceros sin la protección del aparato estatal ya que esa mera especulación (una opinión sin evidencia es eso, pura especulación) viola el principio jurídico internacional de presunción de inocencia. Y en segundo lugar, si tiene pruebas, debería presentarse antes o después en la Justicia para aportarlas ya que, por omitirlas, sería cómplice por omisión.
También sería oportuno meditar sobre las responsabilidades privadas: si bien –aún– Bolsonaro no ha habilitado la deforestación forzada, sus declaraciones públicas en ese sentido son un aval y espaldarazo a miles de pequeños productores agropecuarios que se ven así moralmente habilitados a proceder con el arrasamiento de miles, centenares de miles de hectáreas.
A los comunicadores sociales, pedirles, si no mesura, cuando menos objetividad: estas prácticas son costumbre no sólo en Brasil sino en muchos otros países y desde hace décadas. Aquí es necesario educar: generaciones de campesinos que naturalizaron una práctica no dejarán de hacerlo por la exposición social del hecho, y un intervencionismo gubernamental debe no sólo evitar el “intervencionismo cultural” (término tan de moda) sino la readaptación y soluciones amigables con la Naturaleza para subsanar lo que se quiere erradicar.
Y a la gente, consciente y proactiva, evitar caer bajo la manipulación partidista que tantos tratan de generar llevando agua a su propio molino. Si vamos a alzar nuestras voces, digamos todo: Bolsonaro hace un “guiño” cómplice a la deforestación (la tragedia se agiganta con la pérdida de control de los fuegos y las condiciones climáticas que, por cierto, como son variables históricas conocidas, debieron ser tenidas en cuenta y haberse tomado los recaudos adecuados para anticiparse); Evo Morales la sanciona por Decreto (en este enlace –aunque cualquiera puede googlear el tema– remitimos no a algún sitio sensacionalista sino al debate científico sobre ese decreto instalado en la misma comunidad boliviana: http://cipca.org.bo/analisis-y-opinion/cipcanotas/posibles-efectos-por-la-modificacion-del-decreto-supremo-26075-sobre-tierras-de-produccion-forestal-permanente) y aún no veo –aunque no pierdo la esperanza– repetirse las manifestaciones ecologistas frente a las embajadas de Bolivia en distintos países. Seamos conscientes de la cantidad de “fake news” que también están corriendo sobre esta tragedia (por ejemplo, info en https://www.semana.com/nacion/articulo/desmintiendo-fakes-muchas-imagenes-del-incendio-en-el-amazonas-no-son-reales/628754) y caigamos en la ingenuidad de preguntar “¿por qué alguien crearía noticias falsas y exageradas sobre el hecho?” porque se responde muy sencillamente: la simple asociación hace que en el ideario colectivo, si se demuestra la falsedad de ciertas cifras e imágenes se tienda a descreer de la parte real de la información. En segundo lugar, lamentablemente parte del ambiente ecologista (como parte del ambiente de los “Pueblos Originarios”) están más atentos al negocio y el dinero que circula según los intereses de turno, que a las causas.
Ser consciente y despertar, es despertar con atención en todas direcciones. Lo contrario, creer que “despertar” es adscribir a una mirada que se propone como confrontadora pero es también parcial y tendenciosa, es sólo manifestar una reacción inmadura y desinformada.
En este punto algunos lectores dirán, genuinamente ofuscados: “la culpa es de los políticos, que en todas partes son la misma porquería”. Bien, pidámosle al mago de Oz que haga desaparecer los políticos de todo el mundo. ¿Qué hacemos, entonces? La democracia, con todas sus debilidades, es por ahora el mejor sistema que hemos logrado consensuar para gestionarnos como sociedades. Y ella necesita de organizaciones que llamamos “partidos”. No hay, creo, otra manera. Así que con gritar “¡políticos de mierda!” no arreglaremos absolutamente nada. Pensemos y eduquemos. Y cuidado con pedirle al mago de Oz que se encargue de unos sí y otros no, pues, como ya sabían los romanos, “¿Qüi custodiet ipsos custodios?”.