Radiónica: la ciencia maldita

Lo que en la antigüedad llamaban Magia, hoy debe llamarse Radiónica: el conocimiento y manejo de los campos sutiles del Universo para actuar a distancia sobre personas y lugares.

Si consiguen un polígrafo1, conéctenlo con dos electrodos a los extremos de un huevo crudo. Descubrirá que el aparato registra un ciclo de 170/180 pulsaciones por minuto, casi lo mismo que la frecuencia de latidos del corazón de un embrión de pollo que, claro, aún no existe físicamente.

Todo está presente en los planos energéticos, todo lo que en algún momento llamaremos “materialidad”. Nos han venido ocultando esa Otra Realidad, ya sea porque ciertos intereses creados en las sombras necesitan usufructuar este conocimiento a espaldas de la masa, ya sea porque difundirlo haría que la Humanidad de un gigantesco salto cuántico hacia un nivel evolutivo donde nos haríamos inmanejables para aquellos. Esa Otra Realidad implica, por ejemplo, el manejo del Ki Universal, el Orgón2, los Campos de Vida, como prefieran llamarle. Esa Otra Realidad comporta la accesibilidad de la Radiónica, disciplina que trata del conocimiento, construcción y aplicación de sistemas que sintonicen esas energías sutiles con el psiquismo del ser humano a través del empleo de las “ondas de forma”3. Esa Otra Realidad manipulable mediante la Magia, la milenaria o la contemporánea.

“Tengo un modelo de su máquina, simplificado y reducido al extremo. Consiste únicamente en el diagrama del circuito; tengo un símbolo del prisma, no un prisma real, montado sobre un dial marca National Velvet Vernier; eso, y un pequeño anillo de cobre es lo único que aparece en la superficie frontal del papel. Detrás del panel, el diagrama del circuito está dibujado en tinta china, sobre papel común; el símbolo del prisma gira en su lugar apropiado en el diagrama del circuito. La espiral está dibujada en tinta china sobre un papel pegado a la parte trasera del panel; está conectado con el tubo catódico simbólico por un segundo hilo de nylon tomado del costurero de mi esposa. La máquina funciona hermosamente, la consistencia de los resultados es excelente”. (…) “Estamos trabajando con la Magia, y la Magia no depende de la materia sino de la forma; depende más de la forma que de la sustancia” (…) “Su circuito electrónico representa un esquema de relaciones; esto es importante. La característica eléctrica carece de toda importancia, y puede ser dejada de lado por completo. La máquina falla cuando se quema el tubo porque eso altera el esquema; funciona cuando no hay electricidad porque la relación del esquema permanece intacta. Mi diagrama simbólico funciona porque el esquema sigue presente”. – Carta del escritor y editor John B. Campbell a Thomas Galen Hieronymus, inventor de la máquina radiónica homónima, 4 de junio de 1956.-

¿Quién sepultó las investigaciones de los científicos de la Universidad de Columbia I. I. Robi, P. Kusch y S. Millmian, quienes demostraron que una radiación sutil pasa de una molécula a otra, siempre?. ¿Qué comité académico –que no “científico”- aceptó someter a estudios objetivos los aparatos de Hyeronimus, Ruth Down, Albert Adams, George de la Warr sin tacharlos a priori de “charlatanes” y “embaucadores” y hacerles pasar una temporada en prisión donde algunos de ellos (afortunadamente para el Sistema dominante) fallecieron?. ¿Cuántos científicos han pedido copia a la Oficina de Patentes de USA4 de la máquina de Hyeronimus (patente número 2.482.773) y la han experimentado?. ¿Cuántos, en Inglaterra, han hecho lo mismo con las siguientes?:

  • Patente N° 198.018: instrumento para detectar e investigar emanaciones procedentes de sustancias a nombre de William Ernest Boyd.
  • Patente N° 235.926: aparato para detectar e investigar emanaciones (mismo propietario).
  • Patente N° 272.023: máquina para probar las radiaciones emanadas por los organismos. Arno Holzheimer (Plauen, Alemania).
  • Patente N° 663.978: detector de emanaciones de materias y medidor de las cantidades de dichas materias (patente inglesa para la máquina Hyeronimus, otorgada el 2 de enero de 1952). Thomas Galen Hieronymus.
  • Patente N° 626.396: nuevo aparato mejorado para usar en el estudio y práctica de la Radiestesia. Douglas Walter Atkinson.
  • Patente n° 761.976: aparato terapéutico (la cámara Delaware). George Walter de la Warr.

El nacimiento de la Radiónica ya puede rastrearse en los trabajos del médico Albert Adams, entre 1886 y 1924. Aún hoy, un sencillo experimento radiónico consiste en fotografiar un árbol afectado por una plaga y pintar la foto con una sustancia química mortal para esa plaga (siempre que no se haya destruido el negativo). Magia simpática, dirían algunos. Tal vez sí, pero funciona. La pregunta es: si esto es cierto, ¿porqué no se masifica, por qué no es común conocimiento al alcance del público mundial?. La respuesta, desgraciadamente, también es muy sencilla: Porque se derrumbaría el gran negociado histórico de las empresas químicas y farmacéuticas (parte del imperio militar – industrial que es la parte pragmática de los Illuminati5).

El investigador Marcel Vogel cuenta una experiencia personal que vivió a mediados de los ’60, cuando se encontraba realizando experimentos tendientes a demostrar la existencia de una interacción energética entre la conciencia humana y el mundo vegetal6. En su estudio, rodeado de plantas conectadas a polígrafos (en ese caso, filodendros) Vogel reunió a un grupo de psicólogos escépticos para debatir sobre sus investigaciones. Precisamente cuando todos los invitados pugnaban por llegar a la conclusión que tales “campos energéticos” eran una superchería de cabo a rabo, a uno de ellos se le ocurrió preguntar: “¿Y qué les parece a ustedes el sexo?”.

Con gran sorpresa de todos, pareció como si las plantas experimentaran una “explosión de vida” y las agujas comenzaron a oscilar alocadamente sobre las cartulinas. Esto provocó el comentario que, cuando se habla de sexo, podía reactivarse en la atmósfera una especie de energía sexual, del estilo del “Orgón” y que los antiguos ritos de la fertilidad, en el proceso de los cuales los seres humanos tenían relaciones sexuales en campos recién sembrados, podrían haber estimulado el crecimiento de las plantas.

Esto me retrotrae a algo que puede experimentar cualquiera de ustedes. ¿Alguna vez hicieron el amor al aire libre, en medio de la naturaleza?. Recuerdo mi primera experiencia adolescente en ese sentido. Era un parque solitario en el que, alcanzado el clímax, nos penetró un olor intenso, a savia fresca, casi salvaje. Pensé en un primer momento que era el césped comprimido bajo nuestros cuerpos, pero en otras ocasiones –moderadamente atento a este detalle- comprobé que no, que la fragancia provenía de las plantas de tallo que nos rodeaban y cuyas hojas, por lo demás, brillaban como perladas de sudor, perdón, rocío.

Lo mismo que las hembras animales y las mujeres, las flores despiden un poderoso y seductor aroma cuando están dispuestas a aparearse. Esto da motivo a que multitud de abejas, pájaros y mariposas celebren en unión el rito saturniano de la fecundación. Las flores que quedan sin fecundar emiten un fuerte efluvio hasta durante ocho días, o hasta que se secan y marchitan. En cambio, en cuanto son fertilizadas, dejan de despedir su fragancia, generalmente en menos de media hora. Al igual que ocurre con los seres humanos, la frustración sexual puede hacer que degenere paulatinamente la fragancia en fetidez. Y también se produce una variación del calor en el órgano femenino, cuando la planta está dispuesta a ser fecundada. Esto fue observado por primera vez por el célebre botánico francés Adolphe Théodore Brogniart, cuando examinó una flor de la “Colocasia odorata”, planta tropical que suele cultivarse en los invernaderos por la belleza de su follaje, es decir, de sus hojas. En su estación florida aumenta su temperatura, lo cual compara Brogniart con un ataque de fiebre, y el fenómeno se repite seis días, desde las tres a las seis de la tarde (aunque se la mantenga bajo luz artificial constante). Advirtió Brogniart que cuando llegaba el tiempo de su fecundación un pequeño termómetro sujeto al órgano femenino de la planta marcaba una temperatura once grados centígrados superior a la de cualquier otra parte de la planta.

El doctor George Starr White, autor de un libro titulado “Cultivo cosmoeléctrico” descubrió que metales como el hierro y el estaño podían facilitar el desarrollo de las plantas, colgando pedazos brillantes de los árboles frutales. Sus resultados fueron corroborados por Randall Graves Hay, ingeniero industrial de Jenkinstown, New Jersey. Cuado colgó de las plantas de tomate globos metálicos de árbol de Navidad, producían sus frutos más pronto.

Mi propio experimento: calentar al rojo un clavo de hierro, sumergirlo rápidamente en agua fría y beber ese vaso de agua después. Previsiblemente, tiene excelentes resultados para aumentar el nivel de hierro en la sangre. Pero la variación radiónica también lo incrementa: coloco unas gotas de sangre del paciente en una platina y en ellas enfrío el clavo. Repito esto durante veintiún días, preferentemente en hora marciana, según se determina astrológicamente y luego pido el análisis de sangre correspondiente. La razón, el Principio de Correspondencia (recordarán ustedes que cuando expliqué a través de la páginas virtuales de “Al Filo de la Realidad” ese principio hermético, ofrecí como demostración otro experimento, en ese caso, con sangre y sulfato de cobre. Deviene lógicamente que, además de explicarse los resultados en virtud del Principio de Correspondencia, dicho efecto obtenido también es de naturaleza radiónica).

A fines de octubre de 1971, un ingeniero electrónico, L. George Lawrence realizó un descubrimiento sensacional. Había diseñado un aparato bioeléctrico para detectar las emanaciones de los seres vivos. Pero a diferencia, por ejemplo, del popular polígrafo de Cleve Backster y los de Vogel, Lawrence incorporó, en un baño de temperatura controlada, tejido vegetal vivo protegido tras un tubo Faraday que filtra hasta las más leves interferencias Electromagnéticas7. Lawrence observó que el tejido vegetal vivo es capaz de percibir señales, mucho más sutilmente que los sensores electrónicos. Su teoría es que las radiaciones biológicas transmitidas por seres vivos se reciben mejor en un medio biológico.

El equipo de Lawrence se diferencia además sensiblemente del de los demás experimentadores porque no requiere electrodos aplicados a las plantas, si están suficientemente apartadas de sus vecinas para eliminar toda interferencia en las señales, como ocurre ordinariamente en las áreas desérticas. Lawrence apunta a la planta elegida con un tubo sin lente alguno y con una amplia abertura, cuyos ejes ópticos equivalen al eje de diseño del tubo Faraday. A distancias mayores, utiliza un telescopio en lugar del tubo, y hace más visible la planta colgándole un trapo blanco.

El tejido vivo de Lawrence puede captar una señal direccional a más de dos kilómetros y medio. Para estimular las reacciones de las plantas objeto de su experimento, les infunde una cantidad previamente medida de electricidad, activando el estímulo a control remoto con un cronómetro que le permite volver a pie o en auto a la estación que “siente”. Realiza sus experimentos en las estaciones más frías, cuando la vegetación está en su mayor parte dormida, a fin de tener la seguridad que señales procedentes de otras plantas no estén alterando sus mediciones.

Las perturbaciones en el tejido vivo de su aparato grabador no se detectan visualmente por medio de un punzón o guja, sino acústicamente, por medio de un silbido bajo, continuo e igual, similar al producido por un generador de ondas simusoidales que cambia en una serie de pulsaciones distintas cuando recibe señales de una planta.

El día de su llegada al desierto, Lawrence se sentó con su ayudante a tomar un refrigerio a últimas horas de la tarde, a unos diez metros de su instrumento, que quedó enfocado vagamente al cielo. Acababa de dar un mordisco a un trozo de Liewerburst cuando el silbido continuado procedente de su equipo fue interrumpido por una serie de pulsaciones claras. Lawrence, que todavía no había ingerido su embutido, pero que había hecho perfectamente la digestión del “efecto Backster”, creyó que aquellas señales podrían haber sido producidas por haber matado algunas células del salchichón. Pero, pensándolo más serenamente, recordó que esas células estaban ya biológicamente muertas. Al comprobar el estado de sus instrumentos, l señal acústica siguió produciendo, con gran asombro de su parte, una cadena de pulsaciones durante más de media hora, hasta que volvió el silbido continuado y monótono, indicio que ya no iba a haber más señales. Estas tenían que proceder de alguna prte, y como el aparato había estado apuntando todo el tiempo al cielo, tuvo que sospechar –que comprobaría después en múltiples experimentos- que alguien o algo estaba transmitiendo en vibraciones biológicas desde el espacio8. Afirmaría después: “Se ha observado un conjunto aparente de señales de comunicación interestelar, de origen y destino desconocidos. Como su intercepción fue hecha por sensores biológicos, cabe suponer que se trata de una transmisión de señales de tipo biológico. Los experimentos de prueba se realizaron en un área electromagnética de frontera profunda, con un equipo refractario a radiaciones electromagnéticas. En las pruebas subsiguientes no se revelaron defectos de equipo. Como no se están llevando a cabo experimentos continuados de escucha interestelar, presentamos la sugerencia que se lleven a cabo, si es posible a escala global, pruebas de verificación”. Esto podría explicar porqué tras tantos decenios no han podido detectarse por vía electromagnética –radiotelescopios- inteligencias extraterrestres. No porque no existan sino porque dicho sistema es demasiado primitivo; es como si una civilización prehistórica otee el horizonte esperando que los habitantes de una hipotética cultura más allá de sus fronteras de la que las leyendas afirman capaz de viajar por el aire, se comunique mediante nubes de humo o el tam – tam de los tambores.

La transmisión biológica es a la Electromagnética como ésta a la mecánica.

En los primeros años de los ’20, George Lakhowsky, ingeniero ruso con residencia en París, comenzó a escribir una serie de libros en los que sostenía que la base de la vida no era la materia sino las vibraciones inmateriales que la acompañaban. “Todo ser viviente emite radiaciones” decía, y propuso una nueva teoría revolucionaria según la cual las células, que constituyen las unidades básicas orgánicas de todo lo que vive, eran transmisores electromagnéticos, capaces de emitir y absorber ondas de alta frecuencia, como la telegrafía sin hilos. Lo esencial de la teoría de Lakhowsky es que las células son circuitos oscilantes microscópicos. Hablando en términos técnicos, u circuito oscilante requiere dos elementos básicos: un capacitor, o fuente de carga eléctrica almacenada, y una espiral de alambre. Cuando la corriente del capacitor fluye hacia delante y hacia atrás en un extremo del cable y el otro, crea un campo magnético que oscila a cierta frecuencia o determinado número de veces por segundo. Cuando se reduce considerablemente el tamaño del circuito, se obtienen frecuencias muy altas; Lakhowsky creía que esto era lo que ocurría en los microscópicos núcleos de las células vivas. Los pequeños filamentos retorcidos de los núcleos celulares eran para él análogos a los circuitos eléctricos. Sus experimentos confirmaron que las enfermedades eran “disonancias vibratorias”, desequilibrios en la oscilación celular, y de allí el “oscilador Lakhowsky”, sencillo y poderoso aparato terapéutico para enfermedades adquiridas de dudosa prognosis e incierta evolución, sugerentemente efectivo en casos oncológicos.

El trabajo de los investigadores Burr y Raviz indica que el “campo organizador” que rodea los cuerpos de los seres vivientes anticipa los hechos físicos que van a ocurrir dentro de ellos, y señala que la mente, como sostiene Marcel Vogel, puede afectar positiva o negativamente a la materia a la que está asociada, modulando dicho campo. Pero estas indicaciones deben ser leídas por los líderes de la medicina organizada, aún no repuesta de la sorpresa que le provocara el descubrimiento realizado en 1972 por el ingeniero S.P. Schuchrin, en el Instituto de Medicina Clínica y Experimental de Novosibirsk, junto a dos colegas del Instituto de Automatización y Electrometría.

Los experimentadores colocaron dos cultivos de tejidos idénticos en sendos recipientes herméticamente cerrados y separados por un muro de cristal, y después introdujeron un virus letal en una de las cámaras, que mató a la colonia de células que había en ella. En cambio, la otra colonia siguió absolutamente indemne. Pero cuando sustituyeron la pared divisoria de cristal por una lámina de cuarzo y volvieron a meter virus mortíferos en una de las colonias, se quedaron maravillados al ver que éstas siguieron el destino de las primeras, aunque no pudieron trasponer la barrera. Otras colonias de células, separadas igualmente por cristal de cuarzo, perecieron cuando sólo una de ellas era asesinada con venenos químicos o con radiación mortal, mientras la segunda no quedaba expuesta a estos peligros. ¿Qué era lo que mataba entonces a la segunda colonia en todos los casos?.

Como el cristal (el cristal, no el vidrio) no permite pasar los rayos ultravioleta pero el cuarzo sí, pareció a los científicos entonces soviéticos que en eso consistía la clave del misterio. Gurwisch ya había formulado en 1930 la teoría que las células de cebolla liberaban rayos ultravioleta por lo que retomaron sus estudios. Utilizando una célula fotoeléctrica como ojo electrónico, cuyo poder era aumentado por un fotomultiplicador y registrado en una grabadora que trazaba una gráfica indicadora de los niveles de energía, averiguaron que cuando los procesos vitales permanecían normales en los cultivos de los tejidos, la luz ultravioleta, invisible para el ojo humano, pero detectado en forma de oscilaciones en la cinta, continuaba también estable. En el momento en que la colonia afectada comenzaba a luchar contra su infección, la radiación se intensificaba. Por fantástico que pudiera parecer, la radiación ultravioleta de las células afligidas transmitía una información cifrada en la fluctuación de la intensidad que era recibida por la segunda colonia, lo mismo que se transmite información por código Morse. Al ver que la segunda colonia moría en cada caso de la misma manera que la primera, comprendieron los experimentadores que era tan peligroso para las células sanas estar expuestas a la señal transmitida por las células moribundas, como exponerse a los virus, venenos y radiación letal9. Parecía como si la segunda colonia, en cuanto recibía la señal de alarma de la primera, que empezaba a morirse, procediese inmediatamente a movilizar la resistencia y a organizarse para hacer frente a la muerte, y que su misma “reestructuración para la guerra” contra un enemigo inexistente resultaba ser tan fatal para ellas como si hubiesen sido realmente atacadas.

El histólogo ruso Alexander Gurwisch y su esposa sostenían que todas las células vivas producían una radiación invisible. Habían observado que las células de las puntas de las raíces de las cebollas parecían dividirse a un ritmo determinado. Convencidos que esto se debía a otra fuente no explicada de energía, se pusieron a pensar si no procedería de células próximas.

Para poner a prueba su teoría, fijaron la punta de una raíz en un delgado tubo de cristal orientado horizontalmente, para que funcionase como “disparador de rayos”. Apuntaron con él a otra punta de raíz parecida, protegida también en un tubo, pero dejando una pequeña zona lateral expuesta para que sirviese de blanco. A las tres horas de exposición, examinaron en el microscopio varias secciones de la raíz objetivo. Al comparar el número de divisiones de células, observaron que había un veinticinco por ciento más en el área expuesta a los rayos. Al parecer, habían capturado una energía vital de la raíz emisora.

Para obstaculizar la emisión, repitieron el experimento con una delgada protección de cuarzo entre las raíces, pero obtuvieron esencialmente los mismos resultados. Sin embargo, al recubrir el cuarzo con gelatina, o al poner en su lugar una simple lámina de cristal, no se observó aumento alguno en la división de células. Como se sabía que el cristal y la gelatina interceptaban diversas frecuencias ultravioleta en el espectro electromagnético, llegaron a la conclusión que los rayos emitidos por las células de la punta de una raíz de cebolla tenían que ser tan cortos o más que los ultravioleta. Al ver que al parecer intensificaban la división celular, o sea, la “mitosis”, los llamaron “rayos mitogenéticos”.

Cuando encaramos la preparación de este trabajo, sabíamos que nuestro objetivo, además de informar a nuestros lectores, tendría que apuntar a combatir ciertas ideas erróneas y preconcebidas que campean a nivel del público general en el mundillo de interesados en estas disciplinas. Aún a riesgo de vulnerar la sensibilidad de algunos de nuestros alumnos, es una obligación moral -a la que no podemos ser ajenos- aclarar estos conceptos.

Como es sabido, existen dos clases de equipos radiónicos, los Activos (que necesitan de alguna fuente de alimentación exterior, generalmente eléctrica) y los Pasivos (que prescinden de ella). Todo esto, sin detrimento de otras tres formas de trabajo, que pueden incluir o no (o bien ser indistinto) la interacción psíquica del operador, ya sea en forma de chequeo controlador mediante Radiestesia, ya sea por simple concentración durante la actividad del aparato.

Analizaremos distintos ejemplos en cada caso. Pero lo que debemos denunciar aquí- no por fuerte el verbo es menos preciso- es que, lamentablemente, el ámbito de la Radiónica ha sido ganado por un exagerado mercantilismo que hace, entre otras cosas, que los equipos resulten innecesariamente onerosos y por consiguiente inalcanzables para el común de las gentes. Es tragicómico observar que, finalmente, los fabricantes de equipos radiónicos terminan cotizando sus aparatos en el mercado casi al mismo precio que el instrumental médico especializado. Y todo esto es una gran mentira, porque, esencialmente, un equipo radiónico está casi relleno… por nada.

Aclaramos: recuerden ustedes el comentario de Campbell en nuestra lección anterior. Un diagrama funciona tan bien como el aparato mismo. Para una generación que creció obnubilada por la tecnología, por muy espiritual y alternativa que se crea, aún esto parece una tontería. He conversado con profesionales de la Parapsicología, felices propietarios de una costosa máquina radiónica que, ante mis observaciones, se empecinaban en que debía funcionar mediante la emisión de “algo”. No tenían la menor idea de su contenido pero, claro, es difícil sobrellevar la certeza que se ha sido embaucado. Esta generación -aún la dedicada a terapias alternativas- necesita de lucecitas y pitidos, leds y superficies brillantes, es decir, un aura parafernálico de tecnología. Y si ustedes han tratado de “inspeccionar” el interior tanto de una cámara Kirlian como de una máquina radiónica, habrán comprobado dolorosamente que sus “circuitos” suelen estar incluidos en un bloque de resina plástica, cosa de resultar inaccesibles y destruidos ante nuestro afán exploratorio. Es curioso: se acusa a la medicina oficial de mercantilismo, pero cualquier propietario de un electrobisturí o un torno de odontólogo puede explorar su interior destornillador en mano. Pero con los equipos radiónicos, ello no ocurren. Sus fabricantes sostienen que es a efectos de evitar ser plagiados. Yo sostengo que, de no hacerlo así, se descubriría fácilmente que poco o nada tienen en su interior.

Ciertamente, seamos precisos: entre la muestra testigo, el corrector, etc., hay, por supuesto, una conexión. Pero esa conexión no es dada por costosos circuitos: es dada por la forma y por la mente del operador. En definitiva, cuando ustedes pagan con esfuerzo en cientos de dólares un equipo radiónico, están pagando -de más- por la carcaza, el gabinete, la publicidad y la ganancia del fabricante. Una cámara Kirlian, por caso, suele obtenerse en el mercado entre u$s 400 y u$s 2.000. Bien, yo les aseguro que bastan quizás u$s 100 para construirla. Para ponerlo de otra manera, lo que se paga es la “exclusividad”… y el desconocimiento de buena fe del comprador de los fundamentos operativos de la Radiónica.

De hecho, si los equipos radiónicos estimulados eléctrica y electrónicamente emitieran algún tipo de ondas, radiación o energía electromagnética, estarían más cerca de la electromedicina convencional que de lo fronterizo con lo parapsicológico. como he explicado en numerosos artículos introductorios a esta disciplina, en cambio, lo que aquí tenemos es, por un lado, el aspecto o relación “simbólica” entre las partes10 y por otro, la relación que establece mentalmente -consciente o inconscientemente- el operador. A esto, debemos sumarle, como ya oportunamente señaláramos, el efecto de las “ondas” u “energía de las formas”. Esto se representa por la misma forma del aparato, o bien por la figura o símbolo ya que un dibujo es una forma de sólo dos dimensiones. La precisión estilística en la preparación de amuletos y talismanes -sobre lo que abundáramos en nuestro curso de Profesorado en Parapsicología Aplicada- demuestra que independientemente de ciertas variables que aquí no hacen al caso por trascender este campo específico -como la elección de los materiales, momentos astrológicos, etc.- uno de los factores de eficiencia de aquellos es la forma que tales obtienen, o, más exactamente, la correcta selección de símbolos inscriptos en ellos, pues tales figuras, además de sus connotaciones psicológicas y trascendentales -disparando entonces, por Principio de Correspondencia, efectos en otras esferas- están provocando vibraciones energéticas específicas sólo en función de sus proporciones geométricas. Siendo la geometría una forma de manipulación del espacio (y por carácter transitivo del tiempo) podemos afirmar, con fundamento pitagórico, que el uso de figuras dibujadas imposibles de comprender lógicamente tiene efectos sensibles en el mundo físico. Tomemos dos ejemplos muy sencillos para ilustrar lo que sostengo. Es imposible dividir matemáticamente una longitud dada (digamos, un metro) en tres partes iguales, ya que el resultado será, siempre, 3,33333…….333333…… tendiendo a infinito. Eso, matemática, aritméticamente. Es decir, racionalmente. Pero, geométricamente, puedo perfectamente tomar una cuerda de un metro y dividirla en tres partes exactamente iguales. O el caso del heptagrama: no existe -revisen todos los textos del colegio que deseen- una fórmula matemática para dibujar un polígono regular de siete caras. Pero es perfectamente posible hacerlo geométricamente. O resolver, geométricamente, lo que aritméticamente es imposible: la cuadratura del círculo.

Pero….¿de qué hablamos cuando hablamos de “energías” en Radiónica?

Pese al esfuerzo bienintencionado de algunos investigadores, cada vez es más evidente que las energías que interactúan en el proceso radiónico no deberían llamarse así. En efecto, el diccionario -especialmente los técnicos- nos dan una definición muy precisa para la palabra “energía”, y de suyo va que si en estas disciplinas la seguimos empleando es simplemente porque no tenemos una mejor para reemplazarla y que al mismo tiempo tenga las connotaciones que queremos darle.

Efectivamente, una “energía”, para ser tal, está constreñida a cumplir una serie de leyes físicas. Ustedes pueden estar en desacuerdo que “eso” sea comprimido a la fuerza dentro del limitado conocimiento de las leyes físicas que tiene el ser humano y estarían en lo cierto, pero claro, ya no podríamos hablar, entonces, de “energía”. Ya que una energía, para ser tal, debe, por ejemplo, cumplir el Principio de Entropía11, que la suma de sus efectos sea igual a la suma de sus causas y, especialmente -muy especialmente- que el coeficiente de su efecto sea inversamente proporcional al cuadrado del tiempo y la distancia en que actúa.

Pasémoslo al castellano.

Enciendo una estufa. Cerca de la misma, percibo un determinado calor. Cuanto más me alejo, menos calor siento. La consecuencia de la energía es inversamente proporcional a la distancia, el espacio.

Segunda situación. Apago la estufa. Cuanto más tiempo pasa, menos calor irradia. La consecuencia es inversamente proporcional al tiempo.

En el amplio dominio de los efectos radiónicos, orgón y energía psíquica incluídas, no se cumplen estas leyes. Los efectos radiónicos se cumplen esté el destinatario a un metro o mil kilómetros del aparato. También, se ha comprobado efectos que persisten aún cuando el equipo se ha desmantelado o retirado la muestra testigo del mismo. ¿Y qué quiero demostrar con todo ello?. Simplemente, ratificar lo escrito anteriormente en cuanto a que un aparato radiónico no produce efectos físicos -del campo de la Física, digo- y por lo tanto no necesita estructuras lógicamente físicas para actuar. Pero sí necesita estructuras simbólicas, figuradas, ya sea para crear la entelequia de una energía de las formas, ya sea para “sintonizar” con la mente del operador. Pero para lograrlo es innecesario alimentar los bolsillos de los fenicios de la Radiónica.

Dediquemos ahora algunos instantes a aclarar ciertas confusiones etimológicas a que suele prestarse aún la literatura especializadas. Tales, la ambigüedad existente en la delimitación específica de estos tres términos, por lo que abundaremos un poco sobre el particular para el correcto ejercicio de las mismas en un futuro.

En cuanto a Radiónica, ya hemos sido suficientemente explícitos –en cuanto su definición- desde la primera lección. Pero, ¿qué ocurre, por ejemplo, con la palabra “Psicotrónica”, toda vez que en alguna literatura suele aparecer como sinónimo de aquella?.

En verdad, podríamos decir que existen dos “psicotrónicas” o, cuando menos, dos acepciones de uso del término. Si bien el mismo fue creado por el checo Pavlita –experimentador y padre de toda una generación de aparatos conocidos como “acumuladores psicotrónicos”- para referirse a la posibilidad de construir objetos capaces de “cargarse” de energía psíquica, la expresión fue en realidad popularizada en Occidente por Jean Stearn y otros autores, cultores del así llamado Método Silva de Control Mental, quienes no hesitaron en quizás confundir “psicotrónica” con, precisamente, “control mental”. Y digo “quizás confundir” ya que no dejaban de llevar algo de razón en el giro particular que le daban a ese término. En efecto, esta escuela americana entendía a la palabra “psicotrónica” como una “tecnología de la mente”. En ese sentido estricto, entonces, las técnicas de autoprogramación y visualización creativa pueden ser comprendidas como “sistemas”, es decir, herramientas tecnológicas mentales. Pero el punto es que para ese entonces la psicotrónica tal cual era conocida tras la cortina de Hierro ya se había difundido como la disciplina, decíamos, capaz de diseñar y explotar aparatos –o simplemente objetos- capaces de acumular, primero, energía psíquica y en un sentido más amplio, “energías universales”. Esto es lo que postuló otro checo, Kart Dbral –uno de los pocos que le dio estatus metodológico a la por entonces oscura Piramidología- quien de hecho supo patentar sus primeras réplicas a escala de la Gran Pirámide bajo la definición de “acumulador psicotrónico”.

En cuanto a Psiónica, el término viene a ser sinonímico de Psicotrónica en el sentido americano ya citado.


1) Vulgarmente “detector de mentiras”, en puridad, un galvanómetro que registra los cambios de tensión eléctrica en la piel por variaciones del índice de humedad y salinidad de la misma.
2) Descubierto por Wilhem Reich, el “Orión” es llamado, en virtud de su nombre, “energía orgónica” y no “energía orgánica”
3) Vibraciones que se constituyen en una energía con características propias cuando construimos objetos de una topología (forma tridimensional) específica. En ese sentido, por ejemplo, la réplica de una pirámide es de hecho un aparato radiónico.
4) Este sólo hecho demuestra a los escépticos indocumentados que la Radiónica sí funciona, ya que ninguna oficina de patentes del mundo otorga la misma si no se demuestra experimental y fehacientemente que el aparato presentado funciona y produce los resultados que se esperan de él; lo contrario –otorgar una patente a un artilugio falaz- sería oficializar el delito penal de defraudación.
5) Obviamente, no nos extenderemos sobre este punto aquí. A los interesados, los remito a todos nuestros ensayos sobre el punto en “Al Filo de la Realidad”.
6) Aunque el éxito del emprendimiento de la aldea escocesa de Findhorn debería eximir de todo otro comentario.
7) Por eso en esta oportunidad estaba realizando el experimento en pleno desierto californiano, cercano a la reservación indígena de Pechenga, ya que, decía, era “una zona electromagnética de “frontera profunda”” en que no había interferencias debidas a la mano del hombre, y por lo cual constituía un lugar ideal para captar reacciones limpias e incontaminadas de las plantas”.
8) Uno de los grandes genios argentinos olvidados, el psiquiatra y neurólogo santafecino ya fallecido Enrique Briggiler, diseñó en los ’70 su “metodología bioerlectrónica de comunicación extraterrestre” donde mediante la estimulación eléctrica de un individuo sensitivo afirmaba haber logrado contactar con distintas fuentes de inteligencia no terrestres. Investigación inédita oportunamente publicada en “Al Filo de la Realidad”.
9) De más está decir que este experimento, por sí solo, brinda no sólo consistencia a nuestros estudios sobre las “agresiones psíquicas” sino, por carácter transitivo, al vidrioso tema de la “magia negra”.
10) Muchos equipos radiónicos actúan cuando al mover los diales, la relación entre los correspondientes a las “emisiones” de los “correctores” ly las “frecuencias” de las “muestras – testigo” queda dada porque dentro del aparato se conectan entre sí líneas de cobre sólo en esos puntos, o simplemente porque, si el experimentador hace abstracción del aparato y relaciona figuradamente las posiciones dispuestas de los diales, encontrará que representan figuras simbólicas (pentagramas, hexagramas, swàstikas, cruces mayas, etc.). Un buen ejemplo es que los símbolos armonizadores -es más sensato que decir “curativos” reproducen conductas simbólicas, por ejemplo, de la naturaleza humana y, una vez más, actúan por Principio de Correspondencia. Como la dirección de la circulación de energía por la parte anterior del cuerpo comienza en el diafragma y sigue hacia abajo, en una especie de L curva, hacia una de las piernas, y hacia arriba en forma de L invertida en dirección al hombro opuesto, para repetir esta circulación en la parte trasera del cuerpo, la energía forma un 8 en torno a él. Simbólicamente, los dos pares de L de adelante y de atrás han representado desde tiempo inmemorial en diversas culturas del mundo la “swàstika”, palabra que en sánscrito significa “bienestar”.
11) También conocido como “Principio de Carnot” o Segundo Principio de la Termodinámica.

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