Mucho se ha escrito, mucho más se ha especulado sobre la naturaleza de Quetzalcoatl, y sin lugar a dudas no será éste el lugar idóneo por falta de espacio, tiempo y sobre todo, lucidez para referirnos in extenso a un personaje de importancia fundamental. Sólo acotemos nuestras opiniones a uno de los varios posibles Quetzalcoatl (tantos quizás como “Budas” ha habido), concretamente a Ce Acátl Topilitzin Quetzalcoatl, “nacido” alrededor del año 950 de nuestra era en el poblado de Amatlán, en el estado de Morelos. Quiero evitar aquì extenderme sobre lo que quizás es el aspecto más fascinante de este personaje: los hechos de su historia –como todas, discutibles- tan similares a las que jalonaron al arquetípico Jesucristo. Tanto, que se ha afirmado –en boca de estudiosos responsables- que en realidad son falacias, fábulas sumadas al personaje histórico para sensibilizar el corazón de los indígenas y acercarlos más a la Cruz. Es posible. Pero en esa línea, entonces podriamos decir que tantos parecidos de igual tenor entre Jesús y Khrisna pueden permitir afirmar que el personaje judío “copia su historia” del hindú. Lo que también puede ser. Pero me atrae más otra teoría:
Supongamos la existencia de seres extraterrestres no físicos, sino energéticos. Y supongamos que deciden “encarnar” en un cuerpo absolutamente humano para su actividad. Es absolutamente posible entonces que esos “cuerpos”, es decir, esos individuos históricos “repliquen” similares instancias en sus vidas porque, a fin de cuentas, la energía encarnada es de similar tenor…
El punto es que el “nacimiento” de este Quetzalcoatl fue muy especial:
apareciò a través de la “puerta de Amatlán”, una puerta en la roca.
Yo he estado allí. No tiene siquiera buen aspecto de puerta; apenas un par de fisuras en el muro de piedra que permiten, con mucha buena voluntad, pensar en una. Por allí apareciò y en una ocasión volviò a a entrar y salir cuando la escasez de alimentos entre el pueblo lo obligò a “ir a buscarlo” a otra parte… Y he aquì: esa “otra parte”, supòngo, es una dimensión paralela.
Dato no menor: Quetzalcoátl era hijo de Iztac Mixcoátl, dios…. De la Vía Láctea.
Las conchas voladoras
Tanto en tierras del Anahuac como en las del Tawantinsuyo inkaico se daba especial reverencia y valor a las conchas o vulvas del “Spondylus”, un tipo de crustáceo de fuerte color rojizo. Desde ambas regiones partían expediciones, por tierra o por mar, hasta la altura de Colombia y Ecuador, donde es posible recolectarlas, pues no existen naturalmente en los lugares donde más interés se les daba. Y me he preguntado durante un tiempo porqué tanto valor. Son atractivas, es cierto. Son escasas, es cierto, pero existen innumerabls objetos bellos y escasos como para que en ambas latitudes le den importancia por igual.
En el santuario de Pachacamac, en las afueras de la actual Lima, se halló una puerta cubierta de Spondylus, que guardaba más del mismo y que los defensores, a la llegada de los españoles, defendieron con sus vidas. Y existe incluso una teoría que sostiene que el aspecto “aserrado”, visto en conjunto, de los formidables muros de Sacsayhuaman, son así para imitar el borde aserrado del Spondylus. Y bien, don Francisco de San Antón Muñón Chimalpáhin Cuauhtlehuanitzin, descendiente cristianizado e hispanizado de los príncipes de Chalca –región entonces al sur del desaparecido lago Texcoco, dentro del cual sobre islas se levantaba Tenochtitlán- escribió a principios del siglo XVII la historia de su pueblo. No la de los chalcas, llegados a la región alrededor de 1250, sino de los nonohualcas teolixcas tlacochcalcas, llamados después
tlamanalcas chalcas y finalmente, por supresión, sólo chalcas. Su lugar de origen ¿mítico? Se llama Tlapallán, y llegaron al Anahuac después de cruzar “ teohuatl ylhuicoatoyatl”, que se traduce como “gran mar divino fuera del espacio y del tiempo” (¡!). Seamos francos: cruzando el cosmos. Y aclara puntualmente que el cruce de ese “mar divino” se realizó a bordo de… conchas voladoras.
Y les dejo reflexionando.