Por qué hay personas que atraen (o rechazan) eventos parapsicológicos

mediums¿Cuántas veces conocemos personas a cuyo alrededor parecen “precipitarse” fenómenos parapsicológicos, espirituales o metafísicos, de manera tal que su vida puede llegar a verse casi permanentemente perturbada por “hechos extraños” (en ocasiones, con el consiguiente temor y aislamiento a la que le someten sus congéneres)?. Pero también, ¿cuántas veces hemos conocido personas que de sólo hacer acto de presencia en lugares sobre los que tantos tienen algo que contar (como “casas encantadas”) los fenómenos cesan abruptamente y no vuelven a producirse?. Las décadas de investigación de estos fenómenos nos han llevado a conocer centenares de personas “atormentadas” por una sucesión casi constante de episodios enigmáticos a su alrededor que, salvo le encuentren explicación y lo que es más importante, puedan encauzarlo positivamente en sus vidas, se transforma casi en una tortura psicológica o emocional. Y también hemos conocido centenares de personas que con una sonrisa irónica nos dicen “yo nunca vi nada raro”, fundamentando su escepticismo en la falta de experiencias personales.

“Punto de Fuga” y “Fontana Blanca”

Vamos a familiarizarnos aquì con dos términos, dos conceptos de aplicación sumamente práctica en la investigación parapsicológica, por un lado, pero que también remiten a circunstancias que el propio investigador paranormal debe considerar como polausibles de ocurrirle cuando trabaja experimentalmente.

Uno de los aportes más significativos al desarrollo de conceptos de avanzada dentro de la mecánica de los fenómenos paranormales (y en la cuestión de la supervivencia a la muerte) está dada, a nuestro criterio, por la rotura del corsé intelectual que buscaba explicar a través de procesos estrictamente psicologistas la génesis y etiología de esta fenomenología. Como diversos autores han señalado en numerosas oportunidades, la propia palabra “parapsicología” ya resulta caduca para referirnos a una multiplicidad de eventos que escapan a los límites de lo mental, por más “extrasensóreo” que el mismo resulte. De hecho, sólo aquél que encare esta disciplina pensando en una “parafísica” así como en una “parabiología” puede resultar, aunque parezca perogrullesco, un sensato parapsicólogo.
En consecuencia, debemos entender que una aproximación meramente psicologista a la Parapsicología (hija dilecta del Esoterismo) puede brindarnos una explicación etiológica, esto es, de las causas desencadenantes del fenómeno en estudio; pero sólo un conocimiento interdisciplinario que no desprecie la física, la geometría no euclidiana y las matemáticas nos ilustrará sobre la mecánica de producción de tales eventos.
En este sentido, hemos observado que una especialidad tan resistida por personas con formación humanística como psicólogos y parapsicólogos, como es la astronomía, puede ofrecernos aproximaciones confiables para explicar algunos de los muchos puntos oscuros que encierran estas temáticas. Se trata de uno de los fenómenos cósmicos más interesantes, el de los llamados “agujeros negros” que parece tener un correlato psíquico (“lo macrocósmico en lo microcósmico”) en lo que hemos llamado “puntos de fuga” y “fontanas blancas”, especie de “puertas” a una dimensión propia del ámbito de quienes ya no pertenecen a este mundo. Y que exista esta correspondencia ya de por sí no debe asombrarnos pues, recordando la versatilidad del Principio de Correspondencia ocultista, admira extender sus implicancias hasta este caso.

“El Punto de Fuga” y la “Fontana Blanca” en Parapsicología.

Como todos sabemos, un “agujero negro” es un punto del espacio llamado así porque el potencial gravitatorio de ese punto es tan infinitamente elevado que nada escapa a su atracción, ni siquiera la luz.
El proceso de gestación del mismo arranca en las variaciones que se producen durante el “envejecimiento” de algunas estrellas. Este puede tener dos caminos: o aquellas comienzan a incrementar su volumen, pasando por la fase de gigante roja, hasta estallar, como en el caso de las “novas” y “supernovas”, o bien, alcanzan un determinado punto crítico, comenzando a colapsar sobre sí misma, en lo que podríamos denominar un proceso de “implosión”.
Ahora bien. Como quedara oportunamente demostrado por la física relativista, todo cuerpo estelar “curva” el espacio a su alrededor. Cuando mayor es la masa del cuerpo, mayor la gravitación y mayor la curvatura, y debe quedar comprendido que el “volumen” (tamaño) de un cuerpo no es necesariamente sinónimo de su “masa” (resistencia a la inercia). Así, si Júpiter, más voluminoso que la Tierra, tiene también mayor gravedad que ésta –y, en consecuencia, también mayor curvatura espacial a su alrededor- una estrella que alcanzara la etapa de “gigante roja” involucione reduciendo su tamaño –o sea, su volumen- no necesariamente disminuye su masa, ya que ésta es una variable dependiendo de las distancias e interacciones corpusculares de sus átomos constitutivos. En consecuencia, una estrella colapsada sobre sí misma disminuye su volumen, pero aumenta de manera inversamente proporcional su masa, y con ella su gravedad.. Pasa entonces a la etapa de “enana blanca” – del tamaño de un simple planeta como el nuestro, pero con una gravedad miles de veces mayor- y continúa implosionando, hasta reducirse a un tamaño tan exiguo –unos pocos metros de diámetro- que, a escala cósmica, es inexistente.
Llegada este punto, su masa aumentó en un límite tendiente a infinito, con lo cual también lo hizo su gravedad. Tenemos entonces un “agujero negro” punto del espacio que, como la vorágine del Maëlstrom del cuento de Edgar Allan Poe, atrae hacia sí, desde distancias inconmensurables, materia y energía que terminan siendo devoradas por el mismo.
Pero si algo da su especial característica insólita a este fenómeno es que, si idealmente pudiéramos situarnos a “un lado” del agujero negro para observar el proceso de absorción de materia y energía, veríamos que todos estos componentes parecen “caer” a un pozo, pero no “salen” por ningún lado. Así, un rayo lumínico se dirigiría hacia el agujero, ingresa a éste… y se corta abruptamente, como desapareciendo en la nada. Ahora bien, si un incremento en la gravedad tendiendo a infinito provocaría una curvatura también tendiendo a infinito, la “bolsa” gravitatoria así creada se “desfondaría”, dando paso a… ¿dónde?.
Pues, a un universo paralelo.
De hecho, los astrofísicos han encontrado otro enigmático fenómeno astronómico que parece ser la polaridad opuesta del “agujero negro”. Se trata de los “quasars”, palabra formada por la contracción de las palabras inglesas que definen a “objetos cuasi estelares”, es decir, puntos del espacio que se comportan como estrellas pero no son estrellas, emitiendo altísimas cotas de radiación de todo tipo (rayos X, gamma, etc.). El interrogante es que tales emisiones no provienen específicamente de un cuerpo estelar dado, sino apenas de un “punto” en el espacio que se comporta como una estrella, de allí la definición de “cuasi estelar”. Y suponemos con bastante fundamento, que el “quasar” es, a este Universo, el “agujero negro” de un universo simultáneo o paralelo, como el “agujero negro” de aquí pasa a ser el “quasar” de allá.
De hecho, matemáticamente nada se opone a la posibilidad de la existencia de “universos reflejos” del nuestro, como que la propia teoría de los “números negativos” corre en su apoyo.

Y ahora regresemos temporariamente al campo de la Parapsicología, sólo el tiempo necesario para establecer un nexo entre ambas teorías.
Tenemos la presunción de que aquello que denominamos –siguiendo aquí al biólogo francés Jean Jacques Delpasse- “paquetes de memoria” –en alusión a los “fantasmas” o elementos psíquicos supervivientes a la muerte de la materia biológica- coexisten no necesariamente en el mismo “plano” vibratorio que el nuestro, sino quizás desplazándose a otros niveles de desenvolvimiento y, al hablar de niveles, no hacemos lugar aquí a cuestiones espirituales sino, sencillamente, a planos de naturaleza energética que la propia Ley de Entropía –también conocida como Segundo Principio de la Termodinámica- obligaría a ocupar.
Una de las numerosas razones por las cuales este supuesto parece adquirir sólidos fundamentos, pasa por las descripciones que las numerosas personas sensitivas hacen de sus percepciones de “paquetes de memoria”, más específicamente, del momento en que éstos desaparecen del campo visual.
Recordemos que en la generalidad de casos, la percepción de un “paquete de memoria” adopta la forma de una nebulosa o una figura vagamente humanoide, de color blancuzco, excepto en los contados casos en que la percepción implica la visualización en detalle de las características adoptadas por el sujeto durante su vida biológica. Esos mismos sensitivos informan que en muchas ocasiones el proceso de desaparición de la visión implica que el ente o “paquete de memoria” parece aproximarse hacia el testigo, deformándose, extendiéndose instantáneamente hacia ambos lados y desapareciendo como un fogonazo de luz curvándose alrededor del campo visual del testigo. Y ahora sí, volvamos a la astronomía.
Ya que los científicos han elaborado una interesante hipótesis sobre como varía la sucesión de los acontecimientos cuando un hipotético astronauta ubicado en el interior del “agujero negro” contempla la materia y energía a punto de ser absorbido por éste.
Según esa teoría, alrededor del “agujero negro” se formaría un campo o anillo que ha recibido el nombre de “horizonte de singularidad”. A medida que la luz, por caso, se acerca al “agujero negro”, su tiempo se lentifica, más aún para un hipotético observador situado dentro de éste, el cual observará que la luz (o la imagen del objeto que se aproxima, lo que a fin de cuentas, también es luz) parece extenderse por ese anillo que es el “horizonte de singularidad” y, si bien otro observador situado fuera del agujero lo vería ingresar a éste, para el astronauta “de adentro”, al llegar al “horizonte” aquél se detendría con lo cual la luz quedaría “suspendida” en el anillo de singularidad.
Aunque esto parece complicar innecesariamente las cosas podríamos agregar que, si no se ve a la luz o al objeto hecho luz “caer” hacia él, se debe a que el astronauta mismo es el “horizonte de singularidad”. Y precisamente observemos que se corresponde como dos gotas de agua con las descripciones de la “partida” de los paquetes de memoria.
Incidentalmente, nada impide suponer que, en este plano psíquico, el “agujero negro” por el cual un “paquete de memoria” pasa a su propio universo sea precisamente el sensitivo o, mejor dicho, su potencialidad parapsicológica. Y así como existen individuos que a la manera de “agujeros negros” permiten el pasaje de “paquetes de memoria” hacia este otro universo, otros seres humanos podrían actuar como “quasares” que faciliten el ingreso o manifestación de nuestra Realidad en aquellos. Las personas a través de las cuales (en el sentido estricto de su “torsión psíquica”) “hacen pasar” estas entidades de este plano a otro, son “Puntos de Fuga”. Por el contrario, las personas que por el mismo motivo –pero inverso- atraen de otro plano a éste tales entidades, son las llamadas “Fontanas Blancas” (otro término también empleado en Astrofísica para definir a los “quasars”.

Por otra parte, observemos que tanto las crónicas parapsicológicas como protoparapsicológicas, especialmente las de la metapsíquica francesa y el espiritismo norteamericano, enseñan que en las sesiones de convocatoria de “espíritus”, sean reuniones mediumnímicas o sesiones de tablero “ouija”, debe marcarse siempre un “punto de fuga”, sea en forma de un punto hecho a bolígrafo o lápiz, sea, sencillamente, la palabra “adiós” inscripta en una tarjeta. Según esta teoría, es por ese punto –y sólo por ese punto- por el cual se retira el ente convocado. Algún lector puede oponer el argumento de que tal punto es arbitrariamente elegido por el o los operadores y, en consecuencia, difícilmente coincida con alguna alteración espacio-temporal que asuma esas características de “agujero negro mental”, pero observemos que el mero hecho que todos los asistentes acepten esa convención como “punto de fuga” hace que el mismo, ya con definición espacial, asuma algo así como la densificación psíquica resultante de las tensiones concentradas sobre el mismo por los participantes. Dicho de otra forma: psíquicamente hablando, pensar en un punto del espacio con la necesaria tensión, en detrimento de cualquier otro, “curvaría” mentalmente esos planos psíquicos a su alrededor. A fin de cuentas, el Principio del Mentalismo –que ya hemos estudiado- acepta que las tensiones mentales dirigidas vectorialmente sobre un punto pueden modificar el entorno de la misma. Algo similar ocurre cuando en ciertos rituales ocultistas, dicho punto es marcado con un cuchillo de plata: las enseñanzas esotéricas –Eliphas Levi dixit- señalan que toda punta metálica impide la condensación de “luz astral” y, en tal plano sutil de materialización, la función inversa del mismo también se comportaría como un punto de fuga.
Finalmente, y recordando que en numerosas ocasiones hemos insistido en considerar tales rituales a la luz de aproximaciones racionales, científicas, sí, pero lo suficientemente audaces para reveerlas al cristal de las modernas teorías físicas, vale advertir que el empleo de velas negras expresa, simbólicamente,, lo que la misma significa para el operador; el punto de condensación de lo thanático (negativo) inmanente al ambiente, el punto por el cual “escapan” las vibraciones perjudiciales presentes en el lugar. De hecho es, por definición, otro “punto de fuga”. Así como el color negro es en realidad la suma de todos los colores o, para decirlo más correctamente, la superposición de las frecuencias que conforman, en el espectro luminoso, todos los colores, energéticamente un objeto negro tenderá a atraer hacia sí todo tipo de componente negativa energética y, de hecho, un “paquete de memoria thanático” lo es. Si a ello sumamos que la vela expresa simbólicamente la idea de punto focal, la densificación psíquica proyectada por el o los operadores incrementa el significante del mismo.

Una consecuencia previsible de todo esto es que las personas “punto de fuga” tenderán a ser permanente “protagonistas” de episodios parapsicológicos (son, por lo tanto, excelentes “canalizadores” y “médiums”) mientras que las personas “fontana blanca” “liberan” con extraordinaria facilidad los lugares físicos de presencias sutiles siendo, por consiguiente, óptimos “armonizadores” de viviendas y otros espacios.
Para terminar, permítaseme señalar que estudiando los aspectos más preocupantes de los errores cometidos en prácticas esotéricas o parapsicológicas, figura como causal significativo la no estipulación de “puntos de fuga”; esto condice con nuestra impresión generalizada de que peor que hacer mal una experiencia (cuyas consecuencias sólo pueden implicar la pérdida de tiempo o la desilusión por los esfuerzos malgastados) es hacerlos bien, pero incompletos: muchas veces se “abren” puertas dejando pasar ciertas “cosas”, y luego no se sabe cómo cerrarlas. De allí que recomendemos muy especialmente establecerlos, preferentemente de común y previo acuerdo, para que actúen como algo así como cloacas espirituales que eliminen el riesgo de remanencias nefastas. Y teniendo, en todo momento la tranquilidad de saber que estamos procediendo, por anacrónico que resulte, con criterio científico; la exposición metodológica y crítica del Principio de Correspondencia y de la Ley del Mentalismo abonan lógicamente la presunción de que tal técnica (la de valernos de “puntos de fuga” marcados gráficamente, con velas, preferentemente con puntas metálicas o meramente mentales), aunque parezca rondar los límites de la imaginación desbocada, en realidad es apenas un esbozo de un nuevo orden en un criterio secuencial de razonamientos que no es fácilmente desarticulable y sí, por el contrario, caracterizará axiomáticamente en el futuro a nuestra disciplina.

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