Oscuro negociado con la muerte

propoleosFue allá por otro julio, pero de 1992 si la memoria no me traiciona, que la noticia saltó a las páginas de los periódicos de Argentina, primero, luego radio y TV y finalmente algo de ese mundo pre-internet. Una extraña enfermedad, que luego se supo derivada de la ingesta de «poropóleos», una sustancia que ganaba espacios en la farmacopea alternativa y devenida de la producción apícola, terminaba matando 27 personas.

Un laboratorio Huilén, su directora, Mabel Aparicio y algunos empleados, fueron sometidos a un extenso y penoso juicio que terminó absolviéndolos, siete años más tarde. En el camino, el naturismo, que levantaba las banderas de tratamientos preventivos de la salud basados en estos productos naturales (el «propóleos» se llama así porque la abejas, con él, levantan las defensas de sus colmenas («pro», delante, «polis», pueblo) tuvo que tomar distancia, sus defensores soportar el estigma de «curanderismo» y la farmacopea alopática y convencional, que estaba perdiendo ese «nicho» de mercado, recuperó el espacio -y el dinero- perdidos de ganar.

El juicio fue largo, muy largo, plagado de vicios y errores. Finalmente, se demostyró que había sido sabotaje: alguien había inyectado manualmente un alcohol sumamente tóxico -dietilenglicol- en la cadena de producción. Aparicio y sus empleados fueron sobreseídos. Pero, claro, el laboratorio Huilén había cerrado en el ínterin, y las primeras planas de los periòdicos que (como siempre) «tremendizaron» el hecho no estuvieron disponibles (como siempre) para relatar el sobreseimiento. El escarnio quedó estampado como la marca de Caín en las frentes de los implicados. Un nuevo «meme» se había creado, y esa gente tuvo que buscar otros rumbos.

Mientras tanto, centenares de pequeños productores vieron como de la noche a la mañana sus producciones y stocks quedaban en la nada. Entonces, un día (como en los cuentos infantiles) los productores de propóleos de todo el país vieron a unos señores muy distinguidos que se acercaban a sus casas en hermosos carros. Los señorones tan correctos les entregaron tarjetas personales donde se decía que eran representantes de un poderoso laboratorio internacional que comienza con «R». Y les ofrecieron comprar toda, todita toda, su producción de propóleos. La acumulada y la por acumular. Durante unos largos años. Eso sí, a precio vil, que reíte de «holdouts» y «fondos buitre». Y si no querían venderla a ese precio, está bien, pero que fueran buscando espacioso lugar para guardarse el propóleos.

Si el kilogramo valía en momentos de tranquila bonanza cien, se vendió, entonces, a diez. Pero era eso, o la ruina, el hambre y las deudas. Y todos, toditos todos los productores de propóleos firmaron contrato por esos largos años con la firma con «R» y le vendieron en exclusiva toda su producción a las tarifas fijadas.

Y poco después que el juicio terminara, el laboratorio «R» lanzó al mercado su propia marca de productos en base a propóleos. Y a precios finales que Huilén no hubiera soñado ni en sus más fantásticas ensoñaciones. Y la gente, de memoria y temores breves, dejó en el pasado los veintisiete cadáveres y volviò a consumir propóleos, marca «R», por supuesto.

Y colorín, colorado…

2 comentarios de “Oscuro negociado con la muerte

  1. rosa monzon dice:

    yo consumìa de ese propòleo. Por suerte no de la partida adulterada. Y doliò en esa oportunidad. Me preguntaba còmo era posible que alguien que se dedicara a lo natural fuera capàz de aquello. Me decìa ¡no! algo pasò

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