¿Más evidencias de una civilización megalítica en Capilla del Monte?

El tema ya lo había anticipado en una nota sobre la “civilización perdida del Uritorco”, y regresado sobre él en podcasts y videos. Como era sugestiva (y lamentablemente) esperable, no he sabido de colegas en la investigación que hayan retomado el tema, aunque no mas fuera para refutar mis argumentos, lo que no obsta que esté omnipresente en mis pensamientos. De manera que cuando el amigo y experto guía local Hugo Motta me hiciera llegar las fotos obtenidas en una zona aledaña a lo que se conoce como “Los Mogotes”, en proximidades de la linda y mística localidad cordobesa no pude evitar formularme la pregunta del título.

Va de suyo que quiero ser prudente y audaz al mismo tiempo, aparente contradicción que se resuelve cuando se conoce la avalancha de ideas que recorrer la zona propone. Ciertas evidencias ya presentadas en mis trabajos (como la gigantesca “cabeza de cóndor” camino a la cumbre del Uritorco, el Pucará de Pueblo Encanto y algún que otro etcétera) son a todas luces inobjetables, y poco me importa que el academicismo arqueológico y el escepticismo social vean como una exageración proponer que en Capilla del Monte, capital espiritual de la Argentina y popular “ventana de OVNIs” desde hace muchos años ya, sea, justamente, el sitio donde aparezcan evidencias de una cultura desconocida que transformara el paisaje con construcciones monumentales y que aún hoy permaneciera fuera de las “líneas de tiempo” impuestas por el saber dominante. O no es tan raro, después de todo y depende de cómo se le vea.

Tomen el caso, al que he regresado tantas veces que ya aburro, del Pucará de Pueblo Encanto. Pese a que un informe de arqueólogos de la Facultad de la especialidad dependiente de la Universidad de Catamarca señaló que era presumible una antigüedad de aproximadamente 8.000 años, datación que excede por tres mil años previos a la aparición de la cultura de los “comechingones” (ya he insistido hasta el cansancio lo inapropiado de llamar así a etnias que tenían otros nombres; pero dejémoslo ahí por ahora), amén que dicha etnia no realizaba construcciones de tamaña envergadura. Pero pertenezca a quien pertenezca, allí está.

Así que si esas preclaras evidencias era incontrastables, ciertamente pasaba ya a ser arriesgado ver en estas formaciones, cuyas fotografías acompaño, algo más que caprichosas formas d ela Naturaleza. Es aquí donde me permitiré especular. Tomen esto, si quieren, como un divertimento de la imaginación. O tómenlo como restos arqueológicos que impresionan. Como quieran y ustedes sientan. Yo me permitiré –es mi espacio, después de todo- divagare pensando en una antiquísima civilización de gigantes empeñados en construcciones megalíticas que se extendiera otrora por el orbe, que recorrer también Sudamérica en tiempo que las heroicas e históricamente aceptadas culturas aún no eran siquiera etnias balbuceantes. Quizás un pueblo que sí conoció Tiwanaku, pero el Tiwanaku del 10.000 antes de Cristo, el de los profesores Rolf Müller y Arthur Posnansky. Tómenlo como un mero vuelo de la imaginación, si así lo quieren.

Pero observen con atención esas rocas.

Los Mogotes se llama así, precisamente, porque presenta, en algunos sitios, enormes rocas casi esféricas, producida spor acción eólica donde un núcleo duro sobrevive luego quye el viento elimina a través de millones de años las capas de arenisca. En este caso, empero, la fragmentación tiene una aire curiosamente artificial. Ese corte en diagonal de la roca mayor, ese bloque casi perfectamente cuadrangular a un lado…. Aún más. Sostienen los conocedores de estos bloques suelen ser erosiones de otros previamente caídos y rotos de lugares más altos pero…. ¿desde qué lugar más alto podrían haber caído éstos, si estábamos en la cima de la sierra?

Y aquí y acullá, otros, más pequeños, retorcidos, de formas y ángulos exóticos, casi con aspecto de modernismo conceptual… ¿es nuestra imaginación la que recrea pareidolias?. Quizás. Pero, ¿y si la explicación de “pareidolia” sea un recurso cultural para cegarnos ante lo que el sentido común, a contrapelo de las bibliotecas, nos muestra en su cruda realidad?.

Esta primera aproximación al lugar –que está fuera de los circuitos turísticos conocidos; de hecho, ni siquiera hay senderos para llegar y junto a Hugo, mi hijo David que nos acompañara y un servidor, tuvimos que abrirnos cuidadoso paso entre vegetación espinosa, mucha piedra suelta, el riesgo siempre latente de los peligrosos ofidios de la zona y la carencia absoluta de agua y reparos naturales de las inclemencias de la naturaleza- me permitió hacerme una “composición de lugar”, obtener algunos registros, observar y reflexionar. Otros acercamientos, más prolongados en el tiempo, con más personal y equipo recién permitirán una conclusión fundamentada.

Por ahora, observen e imaginen.

Que no es poco.


Para saber más sobre la “civilización perdida del Uritorco”:

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