No se le escapa a ningún entusiasta de estas temáticas aunque más no fuere el conocimiento superficial de la obra de Helena Petrovna Blavatsky, “Madame Blavatsky”, fundadora de la Teosofía. Y si se le escapa, bien le vale un “googleo” somero, ahorrándonos aquí largos párrafos de texto y el destino incierto de una sinopsis quizás injusta. En su intensa y mediana vida -de 1831 a 1891, aunque para el siglo XIX, 60 años de vida no era un mal promedio- no solamente fue conocida por recorrer numerosísimos países (incluso Sudamérica; recuerden que ya nos referimos a su posible presencia inclusive en Uruguay) sino dedicar energías y muchísimas horas a su “opera magna”: la creación, establecimiento y consolidación de la llamada Sociedad Teosófica.
Tal consolidación debe mucho (en tiempos en que no existían las delicias tecnológicas que hoy nos facilitan las cosas) al ingente esfuerzo de la correspondencia postal, la publicación gráfica, las secciones de lectores en los periódicos y las conferencias públicas. Si hoy en día no es tarea sencilla ni breve crear una organización y sostenerla y nutrirla para que se prolongue aún más allá del término físico de su fundador, en el siglo XIX semejante tarea requería capacidades de todo tipo particularmente superlativas. Y, para el caso de Blavatsky (y lo que nos interesa en el artículo de hoy) ese esfuerzo de viajar, difundir, tejer vínculos no fue obstáculo para su ingente obra literaria.
Si la memoria no me falla, escribió y publicó trece obras (“Isis sin velo”, “La doctrina secreta”, “La vida después de la muerte”, “La voz del silencio”, “Por las selvas y grutas del Indostán”, La clave de la Teosofía, “el país de las montañas azules”, “gemas de Oriente”, “Glosario de Teosofía”, “Origen del ritual en la Iglesia y la Masonería”, “Narraciones ocultistas y cuentos macabros”, “Ocultismo práctico”, aunque es posible que se me escape alguno. No considero aquí “Las estancias de Dzyan”, porque aunque sus detractores sostengan que fue fruto de su imaginación, propongo como petición de principio aceptar sus dichos en el sentido que se trata de una obra ajena a su intelecto, compartida por las Jerarquías con las que sostenía estar en contacto.
Bien, de lo que trata nuestro interés ahora es proponer la teoría que en realidad Blavatsky fue instrumento de una Sociedad Secreta. ¿Por qué?
Cualquiera que se haya sumergido en su gigantesca obra literaria no puede dejar de resaltar el enciclopedismo casi «inhumano» de sus conocimientos. Obsérvese que yo cité una docena de libros: lo que no aclaré (sé que muchos lectores lo saben, pero para ilustración de quienes no) es que algunos de ellos implican varios tomos (seis “La doctrina secreta”, cuatro “Isis sin velo”). Y ninguno de estos libros es un simple folleto, precisamente. Ante esto, hay tres posturas: los negadores o «escépticos» sostienen que es todo producto de su imaginación, los «creyentes» y seguidores, quienes le adjudican capacidades clarividentes que le permitieron acceder, casi de manera omnisciente y omnisapiente, a «conocimientos cósmicos» o «registros akhásicos» y la tercera postura (la nuestra): sólo con leer su obra (no simplemente otros autores que hablen de ella o algún resumen superficial) notarán las miles de citas bibliográficas que transitan su literatura.
Ahora bien, en esos tiempos sin internet ni San Google, no hay tiempo y posibilidad física de leer todas las bibliotecas de donde esas miles de citas fueron extraídas. Ello hubiera requerido un grupo de personas, con alcance internacional, que recabara y despachara las referencias para que -por caso- fueran articuladas orgánicamente por esta escritora. Y aún más: ella misma define a sus Maestros como personas de carne y hueso (dejando un momento de lado ciertas características «peculiares» de los mismos, como su longevidad, bilocación, etc.).
Ahora bien, ¿es posible que esa “sociedad” estuviera formada por un equipo de colaboradores bajo su mando? No hay evidencias. Los tales colaboradores, que en forma limitada sí los hubo, nos son conocidos: Subbar Row Garu, N.Q. Judge, con observaciones sobre los comentarios en sánscrito Mohini M. Chattarji, la condesa Constance Watchmeister (aquí una digresión: la condesa se suma como colaboradora en los tramos finales de la redacción de “La doctrina secreta”, que Blavatsky comenzó a escribir en 1879 y finalizó en 1883, y tal señora deja nota que le sorprendió la “pobreza de la biblioteca ambulante” que acompañaba a nuestra protagonista en sus mudanzas, lo que invalida la suposición que todas las referencias estuvieran al alcance de su mano, máxime cuando algunas de ellas en ese entonces sólo estaban disponibles en el Museo Británico o en el Vaticano). También colaboró por supuesto el muy conocido coronel Olcott, literalmente su mano derecha, el Rishi Agastya y E.D. Fawcett (a quien ella misma agradece el aportar citas y referencias), nada menos que el hermano mayor del por aquí (por nuestro portal, digo) muy conocido coronel Percy Fawcett (sí, el que se extraviara buscando la “ciudad Z” en la selva amazónica).
Volvamos a los “maestros” referidos por Blavatsky. Según sus propias palabras, eran básicamente dos: el “Maestro M. (o Morya)” y el “maestro Kuthoomi”. Éste nos resulta particularmente interesante, porque pese a los comentarios desacreditadores de aquellos negadores que le asignaban una naturaleza fantasiosa, existen bastantes evidencias y testimonios de terceros (aún ajenos a la Teosofía) que se refieren a él. Se sabe que publicó algunos trabajos en indi, alemán, francés e inglés en diversas publicaciones del mundo del espiritualismo entre 1853 y 1888 y se habría reunido con algunos intelectuales en Leipzig en 1870. Se desconoce año de nacimiento y muerte, aunque se le supone oriundo de Cachemira, al norte de la India. Era, por tanto, cuando menos contemporáneo de Blavatsky. E insisto con ello, si bien Blavatsky primero, y luego Olcott, Besant y Leadbeater (estos dos últimos “segunda generación” de máximos líderes de la Teosofía) dijeron que solía aparecerse “telepáticamente” y también en “bilocaciones” (pues se le suponía en algún remoto lugar de Oriente cuando se “materializaba”), lo cierto es que en todos los casos se le atribuye una naturaleza absolutamente humana. Blavatsky misma, claramente, lo define como una persona con necesidades físicas tales como una vivienda, por ejemplo, cuya locación decía conocer. Aquí es donde podemos decir que si todo era producto de su imaginación, la rusa pudo haberse inventado personajes “cósmicos”, inasibles, espirituales, trascendidos y ascendidos y si bien señalaba también tales “presencias” nunca negó la “terrenalidad” de unos pocos como Kuthoomi.
¿Cuál era el papel de este personaje? No dictarle conocimientos, no; sólo dirigir los “lineamientos” de sus obras. En 1872 ya le habría entregado a Blavatsky un “plan de publicación”, un verdadero “guión” que ella tendría que desarrollar, cosa que demoró varios años en comenzar (no perdamos de vista que durante toda la redacción de estas obras, ella respondía personalmente miles de cartas, escribía artículos para “The Theosofist”, la publicación oficial de la Sociedad, redactaba sus conferencias que a la usanza de entonces eran luego dadas a imprenta, etc. Una vez que comenzó la redacción (esto está particularmente ilustrado en algo como un “diario” llevado durante la composición de “La doctrina secreta”) sus “apariciones” solo tenían como objetivo correcciones puntuales o solventar determinados temas en las sombras. Recordemos que Blavatsky escribe LDS primero, como una obra complementaria a “Isis sin velo”, para ampliar conceptos y arrojar luz sobre algunos ítems abstrusos, pero luego, el reclamo del público por un campo más extenso de ilustración la llevó a reconsiderar sus alcances y darle la dimensión extendida con que finalizó. El trabajo era tan ingente, que se presentaban incertidumbres respecto a la posibilidad de, una vez concluido, encontrar los recursos financieros para su publicación (especialmente cuando el crecimiento geográfico de la Sociedad ya obligaba a hacerlo en más de un idioma) por lo que ella y su gente deciden lanzarlo de un modo que bien puede considerarse el antecedente más remoto de los actuales “crowfundings”: se llamaba a conscripción de suscriptores, quienes aportaban una cuota de dinero que permitía, cuando cada capítulo era finalizado, imprimirlo y distribuirlo y así luego abocarse al siguiente.
Regresando a nuestra atención puesta en el detalle de las citas bibliográficas, es obvio que el exiguo grupo de colaboradores mencionados no pudo ser responsable de la ingente cantidad de consultas a fuentes bibliográficas que debieron haberse hecho. Estaban limitados por sus ubicaciones geográficas, su tardío acercamiento a Blavatsky, sus propias limitaciones y obligaciones personales, la especificidad de las tareas que les fueron acordadas y sobre las cuales se conserva un puntilloso registro. Por lo tanto, si esta hipótesis se acepta, debe haberse contado con muchos más participantes, una red en diversos países, con la formación personal, la disponibilidad temporal y los recursos económicos allanados para hacer ese duro trabajo y cruzar información después.
Porque, ¿de qué manera explicaba Blavatsky el origen de esas citas? Ante todo, recordemos que es un detalle enciclopedista quizás innecesario: si los seguidores de la Sociedad Teosófica lo hubieran sido en términos de “creyentes”, pues Blavatsky no hubiera necesitado documentar nada (como veremos enseguida, ellos aceptaron -y aceptan- con mucha naturalidad la “explicación” que Blavatsky dio para el acceso a las mismas); simplemente hubiera dicho que todo era producto de una “revelación” de Jerarquías Superiores y ya está. Aquí, los lectores superficiales de la Teosofía me dirán que sí, que Blavatsky recibió tales “revelaciones” sólo como eso, revelaciones: eso les pondría en evidencia que entonces no la habrían leído como corresponde y en su casi totalidad. Pues Blavatsky (y la cito) dice que: “las citas bibliográficas, necesarias para refutar a los escépticos, las leía en la Luz Astral”. Cierro cita. Pasemos en limpio: lo que nos dice la escritora que veía de forma clarividente y en otro plano el libro, el capítulo, la página y el párrafo que luego simplemente copiaba para su propio trabajo. Por supuesto, a partir de este punto cada lector decidirá si le resulta más aceptable la idea de una “proyección astral” cual “filmina” metafísica, que le mostraba cada párrafo de miles de publicaciones en cientos de bibliotecas del mundo (y entonces, ¿cómo se produciría ese fenómeno? ¿Los libros coexisten en el astral y accede a ellos por clarividencia, o alguna entidad los va reuniendo y acercándoselos como valet bibliotecario?) o, a conveniencia de sus objetivos, la recopilación era pura y arduamente humana y Blavatsky se sumaba al consenso de la “explicación astral” por reforzar la naturaleza de sus intereses y la fidelización de un segmento particular de público.
Queda así planteada la hipótesis de esa Sociedad Secreta (secreta cuando, por lo menos, nada sabemos de ella). Dado que su trabajo es preexistente a la Sociedad Teosófica, no pueden ser teósofos. Pudo tratarse de cualesquiera de las sociedades secretas, iniciáticas que pulularon en la segunda mitad del siglo XIX, pudo tratarse de un grupo reunido “ad hoc” pero también pudo tratarse de alguna otra que seguimos ignorando. ¿Su objetivo? Crear, obviamente, ese movimiento filosófico espiritualista. ¿Cuál sería la razón de tanto esfuerzo? No necesariamente se me ha de ocurrir a mí todas las posibles explicaciones, pero expongo una: la fortaleza documental y argumental de la Teosofía sirvió para que en un giro lamentable y penoso diera peso a los argumentos, pocos años después, del nazismo naciente. Estoy convencido que ni Blavatsky, Olcott, Besant o Leadbeater tuvieron nada que ver (ni hubieran simpatizado en lo más mínimo) con esa idea de una “raza superior” y su imposición autoritaria; pero sería ingenuo no advertir cómo resultó funcional a los mismos.
Pienso ahora cuántas otras “sociedades” pueden haber operado (o estar haciéndolo ahora) siempre en la liminal zona crepuscular entre la realidad histórica y la mitología subyacente arquetípica. Pienso en los “hombres de negro”, que no fueron agentes del miedo sólo en ámbitos ufológicos sino que supieron aparecer (tal como John Keel dejó expreso detalle) en toda la historia humana, porque por cada testigo, investigador, explorador, filósofo silenciado que admite haberlo sido, ¿cuántos habrá habido que simplemente guardaron silencio? ¿Y el “affaire” Ummo? Pronto regresaré sobre él, pero además de resultar indigerible la fácil explicación (para aquellos cuya angustia del “cierre cognitivo” les resultaba intolerable) que la tardía admisión de culpabilidad que un Jordán Peña decrépito y enfermo hiciera (o fuera compelido a hacer) sobre su autoría, el tema presenta aristas y matices de una complejidad que excede la suposición de una broma sostenida a través de los años. Alguien dirá que su impacto ha sido poco menos que nulo; no hay masas populares escandalizadas por la hipotética existencia de colonias de extraterrestres ummitas entre nosotros. Pero sí hay masas humanas convencidas que los hay de otras genealogías y orígenes, con lo cual el resultado es el mismo. Ahora bien, dirán los escépticos, ¿qué afecta a nuestra historia de todos los días eso? Y yo respondo: ¿realmente creen que el hecho que millones de personas (sí, millones; porque aunque los académicos y muchos “comunicadores” de medios abiertos se burlen de “lo” extraterrestre, la gente cree en lo que quiere creer y está blindada contra esos pretendidos fiscales de autoridad lógica) tengan firmemente incorporada la convicción que hay extraterrestres por todas partes, que seguramente a muchos de ellos se les han manifestado así como ángeles u otras entidades espirituales, en colectivo, en conjunto, no impacta de ninguna manera -positiva o negativa- en nuestra historia? Esos “científicos”, esos “periodistas” parecen olvidar que las masas no son números, ni espectros, ni consumidores pasivos: son entes dinámicos, con influencia -así sea en su entorno inmediato- sentimientos y emociones, sesgadores de algoritmos en las redes, creadores de vectores egregóricos colectivos…
Tlön, Uqbar, Orbi Tertius…
Muy interesantes observaciones. Excelente articulo.
Muchas gracias Gustavo