Inevitablemente debía regresar al macizo de Montserrat, lugar mágico si los hay (pueden leerme nuestra nota “El portal de Montserrat”). Ya lo había visitado en una ocasión, relevado someramente algunos de sus puntos de máximo interés y, en relación a este punto geográfico, referido una historia para mí apasionante: aquella que relata cómo el enigma de los “niños verdes de Banjos”, mutado en la bibliografía del misterio en el enigma de “los niños verdes de Woolpit” terminaba convirtiéndose en “Los niños verdes de Collbató”.
Sucintamente, la historia es así: aparecen en las afueras de un pueblito pretendidamente en Cataluña, dos niños de corta edad, de tez verdosa e idioma ininteligible. En la bibliografía de lo insólito, ese pueblito se llamaría “Banjos”, y así muchos no españoles lo repetimos como loritos a través de las décadas. Bien, el tema es que al poco tiempo el niño fallece y la jovencita crece, aprender el español y cuenta que provienen de una “tierra con dos soles”, que de pronto hubo un “gran trueno y relámpago” y aparecieron donde aparecieron. La jovencita creció, contrajo matrimonio con un lugareño y al fallecer habría sido sepultada en un cementerio del lugar.
La cosa se pone turbia cuando alguno investigadores (principalmente de esa nacionalidad) demostraron que no hay, ni nunca hubo, una localidad “Banjos”, ni en Cataluña ni en ninguna otra comunidad. Y ni siquiera alguna parófona. Entonces se sospechó que toda la historia estaba inventada, hasta que allá por los años 70 (del siglo XX) se difundió la historia de Woolpit… en Inglaterra. Ahí sí había registros del siglo XII (y repetidos en posteriores) que documentaba un caso literalmente idéntico, con el aditamento que la aparición de los niños habría ocurrido luego de “un temblor, en que la tierra se abrió y de ese foso surgieron”. El hecho habría ocurrido, entonces, en la Edad Media. Todo comenzó a cobrar más sentido: el relato (historia, leyenda) surge en Inglaterra y vaya a saberse porque medios y motivos aparece tardíamente localizado en España.
Pero lo disruptivo para mí de esta historia es cuando me entero que en Collbató, al pie de Montserrat, también se cuenta el mito, ubicándolo allí mismo, unos siglos atrás. Los locales lo tienen presente y, en todos los casos los consultados desconocen tanto la historia de “Banjos” como la de Woolpit. Insisto; para ellos, ocurrió allí, y los niños habrían emergido de… una cueva del Montserrat. Incidentalmente: la jovencita, de grande, habría sido sepultada en el cercano cementerio de Manresa (donde deberían encaminarse nuevas investigaciones).
Repito esta historia que ya conté en otras entradas para volver sobre el interés que el lugar tiene. Esta vez pude recorrer Collbató, hoy pequeña villa turística que conserva el encanto de su “centro histórico” medieval, dominado por la imponencia del macizo rocoso. Ahora bien: quiero sumar algunos nuevos datos recogidos en el terreno que lleva a preguntarnos, por un lado, si la historia no podría haber ocurrido “al revés” (originado en Collbató y llevada luego a Inglaterra) o, aún más, si no podría tratarse de dos casos diferentes pero similares. Porque en Montserrat ocurren cosas extrañamente sugestivas, y dan para pensar que todo ello es posible.
¿Quién no ha escuchado ya afirmaciones del tipo “Montserrat es un “portal””? Pero siempre se tiende a considerar tales “portales” a montañas igualmente enigmáticas: Uritorco en Argentina, el Cajas en Ecuador, la Peña de Jauca en Colombia, Bugarach en Francia, Shasta en USA, el cerro Arequito, en Uruguay, “Sete Cidades” en Brasil, el Tepozteco -entre otros- en México. Aunque hay que concordar que aquí existen fuertes argumentos a favor, no olvidemos que literalmente sobre una de sus vertientes desde hace décadas se organizan, cuando menos una vez por mes, “vigilias OVNI”, que las historias de “apariciones” (comenzando con la misma imagen que toma el nombre del lugar, la Virgen de Montserrat, conocida como “la Moreneta” por tratarse de una “virgen negra”) son omnipresentes en las crónicas desde tiempos tan remotos como el siglo IX y las no menos constantes historias de desapariciones de personas sin explicación aparente. Sin el interés del lector es la Radiestesia, recordará que he señalado el particular comportamiento del péndulo sobre el embaldosado a la entrada de la Basílica. Ya he desarrollado en el artículo citado al comienzo algunos interrogantes del lugar, de lo que se dice de la Orden de los Benedictinos, pero esta vez sumé otra comprobación. En el amplio y cómodo acceso vehicular antes de llegar a la Basílica, existe un mirador, definido con un semicírculo de columnetas, donde me apuntaron que se producía un extraño efecto acústico: si se habla en voz alta, aún con el ruido ambiental, se percibe claramente un “efecto cámara”, como si el sonido rebotara con paredes inexistentes.
No se debe a las rocas próximas, porque ocurre en cualquier dirección en que uno se ubique para vocalizar sonidos, aún hacia el abismo. Y es igual en un todo, por ejemplo, al efecto que se obtiene de pie en la Rosa de los Vientos ubicada en la plaza frente a la iglesia de la Candelaria en Punta del Este, Uruguay, que investigara oportunamente.
Pues bien, en ese punto mi péndulo también se comporta de manera excesivamente manifiesta, con la particularidad que si se eleva la mano mientras se le sostiene en el centro del círculo delimitado en ese mirador, el radio de giro del péndulo aumenta exponencialmente, como un vórtice o cono que se expande hacia arriba.
Lo siguiente a apuntar podría ser considerado sólo una curiosidad histórica si no despertara reflexiones más inquietantes. Desde Collbató, una de las excursiones más interesantes es a la cercana “Cova del Salnitre” (“Cueva del Salitre”), que visité junto al querido amigo Josep González, una enorme y diversificada galería que penetra en las entrañas de la montaña. Hoy en día es un paseo de una hora y media, con guía, en una extensión no mayor a cuatrocientos metros, aunque se sabe que la ramificación de túneles tiene cuando menos cuatro kilómetros.
Desciende rápida y vertiginosamente, y el descenso es asaz cómodo y seguro por el conjunto de barandillas y escaleras con que se le ha dotado, pero imaginémonos mil años atrás, cuando su exploración era sólo con antorchas, lámparas de aceite, sogas y vestimenta y calzado absolutamente inadecuado. Porque los monjes que explotaron el lugar organizando y dirigiendo grupos de obreros para obtener distintos materiales (a partir de un momento histórico especialmente el salitre, como el nombre del lugar lo indica, indispensable en la preparación de pólvora) habían recorrido valerosamente prácticamente todas las fisuras, grietas, cámaras y galerías que esa cueva y otras presentaban. Lo interesante es esto: en el lugar más profundo al que se puede acceder, existe una amplia cámara que presenta una roca donde (con un esfuerzo masivo de imaginación) dice verse una réplica natural de La Moreneta. La historia oficial dice que cuando los monjes llegaron allí les conmovió tanto su aspecto que lo consideraron un milagro, por lo cual todas las semanas descendían al mismo con todos los elementos necesarios… y ofrecían una misa allí. Lo que los mismos arqueólogos señalan es que en esos tiempos, sin los recursos actuales y sólo con los elementos que comentamos, insumían unas ocho horas en descender y unas doce horas en regresar a la superficie. La pregunta es ésta: ¿podemos creernos que la extrañeza del lugar era motivo suficiente para afrontar el esfuerzo y el riesgo de hacer durante quizás siglos semejante esfuerzo, si no hubiera otro motivo? Y es aquí cuando el lector se preguntará: pero, ¿cuál podría ser otro motivo? Haré sólo una generalización: sabiendo que los benedictinos son esa Orden cuya misión eterna es ser guardianes de las “entradas al infierno”, conociendo la rica casuística enigmática del lugar, considerando las particulares energías telúricas ya apuntadas, me digo, me pregunto, si los que descendían eran en verdad benedictinos (o lo eran, sí, pero sólo algunos poseedores de un conocimiento superior), si eran realmente “misas” lo que hacían, y si no se trataba de tomar contacto con entidades no humanas que a través de ese “portal” que es Montserrat podían manifestarse. Todos, absolutamente todos los lugareños (y muchísimos catalanes) sostienen que siempre se supo que desde la Cueva del Salitre habría un conducto directo al Monasterio, cegado hace siglos artificialmente. ¿Cegado por qué? Para no deja runa “puerta trasera” que permitiera eventualmente el ataque al monasterio, dicen. Pero la cuestión es que atacar el monasterio es sencillo (de hecho cayó en poder de los franceses por esa razón bastante tiempo a principios del siglo XIX). Entonces, cerrar ese túnel debió obedecer a otras razones.
Hago especial hincapié en esta curiosa historia porque -insisto- ese interés sostenido con esfuerzo tanto tiempo por los monjes debe tener otras explicaciones. De hecho, la pareidolia de “ver” formas similares a La Moreneta ocurre en muchos otros puntos de la galería. ¿Qué interés o importancia excepcional, entonces, tenía esa sala en particular? Si esto hubiera ocurrido en cualquier otra caverna de España no despertaría tanta suspicacia. Pero a la luz del conjunto de extrañezas que presenta Montserrat, debe ser reconsiderado.