Escribe Gustavo Fernández
Difícil fue decidirme sobre el título de esta nota: “adulto mayor” (¿mayor en relación a qué? ¿Cuantitativa? ¿Cualitativamente?), “tercera edad” (¿sigue siendo válido el concepto hoy en día?), el impopular pero entrañable (todo depende de la emoción que le acompañe) “viejos” (y aparece la imagen de mi combativa abuela al grito de “¡viejos son los trapos!”). A fin de cuentas, elegí el primero quizás porque –aunque el espíritu eleve su protesta– yo quepa en esa franja etaria. Pero sé que será fácil comprender el nudo del planteo.
No remito aquí a la “abuelidad” (si el neologismo no existe, habría que inventarlo). En el Chamanismo, en las Sabidurías Ancestrales, en la Toltequidad los “Abuelos” son (somos) respetados, considerados y escuchados, aunque esa condición sea espiritual y no biológica; en ocasiones, admitámoslo, sobreestimados. Basta unas canas, una vestimenta acorde y un tambor para que hermanitos y hermanitas sateliteen (otro neologismo) alrededor de uno. Como hay de todo en la viña de Ometeotl, algunos pícaros también se cuelan por allí pero, ya sabemos, todos son maestros y por lo menos templan con la experiencia el camino a recorrer.
De lo que deseo hablar aquí es de los “adultos mayores” que desean acercarse a los espacios, a los círculos de ancestralidad y, en muchas oportunidades, no entraron en los planos. Sin duda alguien reivindicará que en tal o cual círculo eso no ocurre y será cierto; tan cierto como que en muchos, muchos, no lo son. Basta recorrer las imágenes en las redes de experiencias grupales de estos grupos. Con alegría uno ve cuántos jóvenes participan proactivamente. Con no tanta, cuántos “mayores” no están.
No creo que sea porque “no es su momento” o “no es lo que el Universo tiene para ellos” (¿quién soy yo para juzgar los momentos de los demás o lo que el Universo disponga?). Creo que, de manera más inocente, el fuego del entusiasmo es encendido y sostenido por esa franja de los veinte a los –por decir– cuarenta años. Están allí, en tantas fotos. Los “Abuelos” que estamos en el Camino solemos, sí, ser eso: los Abuelos. Los Temachtiani (“Dadores de Conocimiento”) aunque ese Conocimiento sea bidireccional. Y en los que estoy pensando son mis congéneres de edad similar pero que sólo en tiempos recientes sintieron la curiosidad o (que esto sea un recito elevado) el llamado.
Muy comúnmente, por ejemplo, los “adultos mayores” (especialmente los que se inician) requieren (más por modismo cultural que por necesidad física) cierta logística, ciertas comodidades: alojamiento, por caso. En lo personal, acostumbrado a la vida al aire libre desde la más tierna infancia, no sólo me es indiferente sino que sigo disfrutando acampar, dormir con una manta junto al fuego o bañarme en un arroyo. Pero el cosmopolitismo ha “ablandado” a otros. Y allí están tantos fuegos encendidos donde se invita a concurrir con “sacos de dormir”, tiendas de campaña, a disfrutar el natural contacto con el agua, ricamente fría, que baja de la montaña… No pienso, aquí, ni en “temazcales Spa” ni en hoteles cinco estrellas. Pienso en el redescubrimiento de lo natural, en el proceso de apertura que ellos, los “viejos” también merecen recibir. Pienso en los grupos en los que he participado y me tocó, largamente, ser “abuelo” (así, con minúscula) no sólo por Tradición, sino por edad: todos los demás bien podrían haber sido mis nietos. Y si esa franja de gente mayor no es llevada amorosamente de la mano en todos los sentidos, podría seguir percibiendo, erróneamente, que ese Camino “no es para ellos”, que “ha pasado su momento”. Y estoy convencido de que, justamente, ése debe ser uno de nuestros propósitos: darles la oportunidad que la constructio social, la costumbre familiar, los paradigmas culturales les hizo, a muchos “adultos mayores” suponer que esto no era para ellos. El buen Guerrero enfrenta todas las batallas, pero se compromete con las difíciles.