La palabra nahuatl “tekio”, que se traduce como “trabajo como ofrenda” remite a la ancestral costumbre (cuidadosamente conservada en el seno de los “kalpullis” (hermandades de transmisión del conocimiento ancestral mexica) o, más libremente, facilitadores y Guías de Temazcales, de invitar a los asistentes a dichas ceremonias –o fuera de ellas- a realizar tareas de tipo comunitario, generalmente orientadas a beneficiar al propio lugar o grupo de prácticas pero también, usualmente, a la comunidad en sí, aunque sea ajena a la Toltequidad.
En un “modus vivendi” contemporáneo, generalmente cosmopolita, priva la percepción que “si pago, debo ser atendido”. Esto es: algunas personas sienten –más que razonan- que si asisten (por caso) a un temazcal o una ceremonia de kalpulli y abonan el estipendio fijado (algo sobre lo que ya nos hemos referido, y que malamente se confunde con un compromiso más o menos “espiritual”) debe mantener una actitud pasiva: que otro sea quien limpie, prepare bebidas, termine de aprontar los elementos necesarios o simplemente barra el suelo. Esta, insisto, es una concepción equivocada. Tiene que ver con la idea de “pago por prestación de servicios”, y nada más ajeno al espíritu de estos conocimientos ancestrales.
Porque más allá de pago o no pago, la colaboración solidaria tiene que ver con integrar e integrarse al espíritu, que es decir la energía, del grupo. Tiene que ver con crear nuevos vasos comunicantes entre los presentes, familiarizarse y, en definitiva, hermanarse. Porque, de haber existido, ese pago aplica a necesidades materiales (del grupo o el individuo) pero el intercambio de energía que es el “tekio” remite a otras necesidades, aquí espirituales. Por esta razón, quien hace “tekio” entrega como ofrenda su trabajo pero recibe, a cambio, energía del grupo. Si un observador exterior cree que quien hace “tekio” “paga dos veces” no solamente no entendió nada: se pierde –si obra en consecuencia, es decir, espera cruzado de brazos ser atendido- de ese alimento vital que es el sentido de pertenencia y la construcción (quizás incipiente, o consolidada con el paso del tiempo) de una identidad espiritual. Porque ésta –la identidad espiritual- no es producto que un “maestro” te de tu “nombre indígena” o “espiritual”: es la consecuencia de lo que etimológicamente significa: fortalecer una relación consigo mismo.
Hay una segunda clase de “tekio” que va en dirección a este último punto señalado, es decir, la construcción de una “identidad espiritual” y que ya señalamos en el trabajo “Las Enseñanzas de la Montaña”: una “caminata espiritual”, o el ascenso de una montaña (por citar sólo dos opciones) puede hacerse de dos maneras: para alcanzar un objetivo (“llegar allá”) o para hacer del esfuerzo en sí una ofrenda. Y, en este último caso, esa actitud alimenta cualidades espirituales más allá del esfuerzo físico. La ecuación es sencilla: el esfuerzo físico, sólo, alimenta el crecimiento físico. El esfuerzo físico acompañado de compromiso espiritual alimenta el crecimiento físico y el crecimiento espiritual. Templa la voluntad, porque el individuo hace el esfuerzo sabiendo de su significado trascendente. Y si las acciones tienen sentidos trascendentes, algo de nosotros se acaba de superar a sí mismo.