Cualquiera que trate de aprehender la totalidad de lo visible, lo aparente y lo que subyace en ese instante de fugacidad cósmica que llamamos “conflicto” o “encuentro” humano (pero todo conflicto es también un encuentro de negadas sincronicidades) se encuentra en la misma situación que esa hoy remanida frase de “talk show” televisivo, frivolizada pero inevitablemente correcta: ve la foto, no la película. Así, se sufre cuando el sinsentido de la traición, la bajeza o la angustiada e inesperada sorpresa del acto heroico, solidario, idealista ajeno nos alcanza (porque todo acto altruista del otro desnuda nuestra propia mediocridad; si así no fuera, no nos maravillaría, toda vez que sería parte de lo que conoceríamos como rutina). Y se agiganta la ansiedad existencial, la desorientación de no comprender a los otros, de no poder aquilatar el porqué de sus acciones, la desnudez de nuestra propia ignorancia ante el Devenir.
Pero qué diferente es si como observadores inevitablemente implicados, reparáramos que ese conflicto o ese encuentro, indistintamente, es apenas la eclosión de un nudo de encarnaciones, si nos diéramos la oportunidad –siempre ante el conflicto, siempre ante el encuentro- de preguntarnos de dónde viene, kármicamente, su historia. Y dónde, kármicamente también, le lleva. Qué es lo que esa otra persona, tan cercana, tan lejana, trae como experiencia de vidas anteriores. Qué lección está aprendiendo, qué lección está perdiendo de aprender. Qué lección me está enseñando que no he aprendido en esa historia de vidas, previas a ésta, hasta aquí. ¡Cómo cambia mi perspectiva del conflicto – encuentro, cuando veo al otro como una película de encarnaciones que seguirá reencarnando a su vez, encontrándose conmigo y quizás con alguien más en este nodo, palabra que por algo se parece tanto a nudo!. Y en los que vendrán.
Es casi un divertimento: cuando me encuentro en relaciones de conflicto – encuentro, me pregunto si puedo inferir –casi, casi, como el experimento de una “caja negra” en electrónica- cómo fueron sus encarnaciones anteriores por como actúa y se comporta. Y entonces me pregunto cómo podría mi actitud, mi comportamiento, marcar su huella en sus futuras reencarnaciones. Tal vez sea un fantástico y antojadizo juego distractivo de mi mente. Pero mientras disfruto el encuentro o negocio el conflicto, el repetirme con cierto humor esas preguntas, mágicamente, cambia el clima, la atmósfera de la situación. Siempre sumando. Por lo que, siéndome indiferente que alguien gire el índice sobre la sien al escucharme, seguiré jugando. Porque la Magia estará hecho, y es lo único que me interesa.