La Navidad esotérica

Detrás de los villancicos, pesebres, arbolitos y Papá Noel, hay una cara desconocida de la Navidad. Aquí, varias cosas que habitualmente no se cuentan de la misma.

La Estrella del arbolito: Cuántas veces de pequeños, al armar el árbol de Navidad, colocábamos la estrella en el extremo mientras los mayores nos relataban que representaba la «estrella de Belén», el nacimiento de Jesús. Otro ejemplo de imposición «territorial» en el ideario colectivo de la iglesia. Porque originalmente el árbol llevaba en su extremo un Pentáculo, o estrella de cinco puntas, pues indica la potencia astral de las aproximaciones de la Tierra a Venus, aproximaciones que siempre inevitable e irremediablemente cumplen la figura de un Pentáculo cósmico.

El mismo arbolito: Este es quizás uno de los aspectos -entre esotérico y pagano- más conocidos, pero vale repetirlo: la ceremonia alrededor del árbol, del cual se cuelgan ofrendas y petitorios, es omnipresente en todos los horizontes culturales, geografías y tiempos. En las imágenes por ejemplo vemos una representación simbólica del Yggdrassil normando-sajón, el árbol que conecta los nueve mundos del Universo, el Árbol de los Rezos de las Danzas del Sol tolteca – mexhicas, donde se cuelgan los 52 «rezos» (pedidos) por participante -en otra imagen estoy yo mismo subiendo rezos a uno de estos árboles-, el «rewe» mapuche, una «escalera al cielo» para las machis y podríamos continuar incluso en complejas metáforas filosóficas, como el «árbol de la vida» de la Kabballah y sus diez Esferas, emanaciones o Sephirot, el Árbol de la Ciencia del Bien y del Mal bíblico, el «poste de justicia» con que, por caso, los conquistadores y colonizadores europeos fijaban el lugar de erección de una nueva plaza, los obeliscos -desde los egipcios a otros icónicos, como el de Washington o Buenos Aires- y por qué no, los menhires -como el mostrado en mi investigación sobre las decenas de menhires de El Mollar, provincia de Tucumán- todas asociaciones conducentesa la conclusión que la elección de ciertos árboles era parte de un «rito de paso» calendárico – espiritual para lograr determinados estados de consciencia.

Es por esto (no insistiré lo suficiente) por lo que la Navidad tiene una potencialidad simbólica -y si digo simbólica, digo energética en términos psíquicos- aún para quienes no somos cristianos, así como de la utilidad de aprender a conectar y manejar ese verdadero «reservorio de energía».

En algunas zonas de Cataluña aún se practica, al armar el «pesebre» (de los que diré varias cosas en el próximo post), colocar, además de los animalitos y otros personajes, al «caganer», un campesino en actitud de defecar. Tiene remota reminiscencia con cultos de fertilidad agraria, y es una buena pista del origen pagano también del Pesebre Navideño.

El “espíritu de la Navidad”: ¿Crístico o Festivo?

Hace años que uno escucha la queja, si no colectiva, por lo menos de muchos: que la Navidad ha perdido su significado original. Que dejó de ser una festividad en familia, de recogimiento, caridad y reflexión para transformarse en una exaltación del consumo y una exacerbación de los sentidos, y la idílica imagen de los seres queridos reunidos alrededor de la mesa navideña cantando villancicos ha devenido en otra, icónica, de fiestas, borracheras y desmanes. Desde allí, muchos buenos corazones claman por el regreso a la intimidad primaria, a una noche de amor y paz.

Les tengo malas noticias. La Navidad “original”, de excesos, libaciones, desenfrenos, es esta. No la vieja, querida navidad de nuestra infancia.

Contextualicemos. Como es bien sabido, la Natividad no es una institución originalmente cristiana. En el período de la primera semana posterior al solsticio de diciembre, ya en la Roma imperial se celebraban los “Saturnales”, conocidos como “la fiesta del Sol Invictus”. Fuertemente volcada a la fertilidad agraria, esta semana se caracterizaba por la inversión del orden social. Los amos servían a sus esclavos, se liberaban reos, la gente podía expresarse libremente en las calles (sí, fornicar también) sdin que la guardia pretoriana u otras fuerzas policíacas de entonces pudieran intervenir. La razón, esotérica y subyacente, como siempre sólo conocida por quienes manejan el poder desde las sombras era simple: anualmente permitir una “explosión” de la energía sexua y la libido contenida, para así “alimentar” a los dioses de la naturaleza con esa energía.

Pero allá por el año 310 en papa Julio I (en tiempos en que aún el cristianismo era proscripto, porque recordemos que recién se permite su culto en el 350 y pasa a ser “religión de estado” en el año 380) tiene una idea sencillamente genial: dado que se movían en la clandestinidad pero sabían que en esas fechas nadie podrían siquiera tocarles un pelo, pues las aprovecharían para realizar representaciones públicas dramáticas del nacimiento de Cristo Y así predicar su mensaje. Las autoridades podrían apretar el pomo de sus gladios, pero nada podrían hacer hasta el 26. El problema es que, claro, verían sus rostros y el día siguiente podrían detenerles. De manera que la representación del “pesebre” –en puridad, una cueva- se completó con asistentes con más caras de… animales. El buey, el asno y otros, entonces, tampoco son fieles a la realidad histórica. No los hubo en ese pesebre original. Y eran máscaras, de las disponibles en la satírica popular callejera, pues tenían la propiedad de estar hechas de gran tamaño y profundidad, lo que deformaba las voces de quienes las llevaban dificultando así aún más ser reconocidos.

Luego, llegó la oficialización, el “blanqueo” de la iglesia. Pero la celebración ya se había instalado, y se decidiò continuarla, y enseguida veremos el porqué.

Permítanme aquí detenerme a explicar porqué sostenemos que Jesús no naciò a fines de diciembre. Tomando la Biblia como fuente, en Lucas, 6,​ se afirma que en el momento de la concepción de Juan el Bautista, Zacarías su padre, sacerdote del grupo de Abdías, oficiaba en el Templo de Jerusalén y, según Lucas, 7,​ Jesús nació aproximadamente seis meses después de Juan. Crónicas, 8,​ indica que había 24 grupos de sacerdotes que servían por turnos en el templo y al grupo de Abdías le correspondía el octavo turno.

Contando los turnos desde el comienzo del año, al grupo de Abdías le correspondió servir a comienzos de junio (del 8 al 14 del tercer mes del calendario lunar hebreo). Siguiendo esta hipótesis, si los embarazos de Isabel y María fueron normales, Juan nació en marzo y Jesús en septiembre. Esta fecha sería compatible con la indicación de la Biblia,​ según la cual la noche del nacimiento de Jesús los pastores cuidaban los rebaños al aire libre, lo cual difícilmente podría haber ocurrido en diciembre, mes que en Palestina y al descubierto el frío es inhumano. Cualquier cálculo sobre el nacimiento de Jesús debe estar ajustado a esta fuente primaria, por lo que la fecha correcta debe estar entre septiembre y octubre, principios de otoño. Además, debe tomarse en cuenta el censo ordenado por César al tiempo del nacimiento mismo,​ lo cual obviamente no pudo haber sido en diciembre, época de intenso frío en Jerusalén, la razón es que el pueblo judío era proclive a la rebelión y hubiera sido imprudente ordenar un censo en esa época del año.

Habida cuenta que esos Saturnales tenía un significado útil para la mirada de las autoridades de entonces, sumado al hecho que miles de años antes que los romanos era ese período empleado por distintos horizontes culturales con los mismos fines (incluso en la América precolombina), las moderna y poderosa Iglesia Católica decide otro fin para la festividad. Un fin consistente con su conducta histórica: reprimir. Porque “crea” una Navidad con lavandina, políticamente correcta y socialmente manipulable. Una Navidad que obliga –especialmente en tiempos de omnipotencia ecleciástica- a aplastar su libido y enfocarla en templos y reuniones familiares, yéndose a dormir tempranito. La poderosa energía de la humanidad, que de vez en cuando necesita liberarse en franca consonancia con fechas astronómicas y astrológicamente importantes, es así no “encauzada” sino “reprimida” porque, por motivos que he explicado en otros trabajos, a esa iglesia siempre le sirvió reprimir las explosiones de sensualidad y liberación.

Pero como tanta represión podía ser a la larga peligrosa, la Iglesia Católica, en la Edad Media, decide crear el “Carnaval”, (“donde la carne vale”), pero unos días antes de otro período, también astrológico –tan astrológico como que su inicio se fija según la Luna llena, en claro atributo de culto lunar-: Semana Santa. Es decir, la Pascua. En ese Carnaval desnaturalizado –pues ya no se corresponde astrológicamente con ninguna fecha significativa- se vuelve a permitir (en circunstancias por lo apuntado ya desteñidas) que la gente se permita ciertas libertades. Y si a una masa social se le permite ciertas libertades sí y otras no, no se trata de libertades, sino de negociaciones manipuladoras.

Por eso, cuando en estos tiempos de más liviandad necesaria y naturalmente las masas vuelven al desenfreno, la excitación, el desmadre, no hacen más que responder a la verdadera naturaleza de estas fechas. La original, la primigenia. La no manipulada ni condicionada. Aún algunos como quien escribe, tal vez un poco aburrido para sus pares, sin demasiada inclinación para esos espacios públicos de aturdimiento, debemos comprenderlo y aceptarlo con cierta resignación. O con sentido de oportunidad metafísica. Es necesario comprender que esa fuerza es también una Construcción Arquetípica del Inconsciente Colectivo. Como tal, poderoso reservorio de energía psíquica y simbólica. En consecuencia, como los viejos magos, como druidas y hechiceras, saber realizar ciertas prácticas rituales en esas fechas –mientras los mundanos, los “profanos”, al decir de las Órdenes y Sociedades Iniciáticas, siguen entregando su energía al “egrégoro de la Navidad”- es también parte de los secretos del Poder. Pero de esto deberíamos hablar en otro momento.

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