Hay Magia en un brindis. Porque si la Magia es tener en las manos el poder de recrear la naturaleza conforme al propio pensamiento, es en ese acto donde detenemos nuestro tiempo y el de nuestros contertulios para que todos los sentidos, los groseros y los sutiles, trasciendan nuestra limitada naturaleza humana. Al brillo del color de la bebida susurramos a la vista. El tacto dialoga con la textura del cristal, el oído se hipnotiza por el tintineo del entrechocar de cristales, el olfato interpreta la fragancia y el gusto se excita al contacto con el líquido. Y entonces los corazones se unen en ese instante y los espíritus vuelan tras los deseos expresados, saltando por sobre el tiempo y el espacio, acariciando el alma de los que están lejos y la de quienes ya no están entre nosotros.
¿Habrá más bella Magia que ésa?
(Un apunte escrito al pie de mi libreta de viajes, mientras trasegaba un buen “rouge” frente a la iglesia de María Magdalena, en Rennes le Chateau).