Lejos quedaron aquellos tiempos. Largo, el camino recorrido. Duro, con avances y retrocesos, idas y vueltas, desorientado creyendo estar a punto de encontrar la salida pero no, otra vez un recodo y de nuevo casi en el punto de comienzo.
De mi andar como esoterista, hablo. Un andar que tuvo uno de sus primeros pasos con mis impetuosos dieciocho años en un instituto parapsicológico de orientación rosacruz. O un instituto rosacruz de orientación parapsicológica, qué más da. Cuando un servidor transformaba casi cada clase seguida por mis condiscípulos con fruición demasiado crédula para mi gusto en un debate despiadado en busca (yo) de «sentido común» y racionalidad. Años tardé en comprender que no podía exigir cartesianismo en el imperio de lo metafísico, y perdono con melancolía y nostalgia a esa gente bienintencionada que trataba de impartir una formación para la cual carecían seguramente de idoneidad.
Era yo un adolescente, aún incipiente alumno de una Parapsicología que se pretendía «científica». Y como la función hace al órgano (dicen, yo no lo creo) proceder con actitud científica me transformaría en uno. Iluso de mí.
¿Estados superiores de conciencia? Ilusiones. ¿Dimensiones paralelas? Alucinaciones. ¿Entes espirituales? Cosa de ignorantes. El ignorante, obvio, resulté yo. Fue cuando me cayó la ficha esotérica, cuando la Causalidad me embocó un gol estando en posición adelantada y el barbado Árbitro no lo vio. Cuando me di cuenta de que me había pasado la mayor parte del partido puteando a la hinchada contraria y de espaldas a la cancha mientras el Mago, tomándose los medievales calzones con una mano para no hacer el papelón de enredarse al darle de puntín al balón, me convertía un corner que aún hoy lo miro por TV.
Uno busca lleno de esperanzas…
… el camino que los sueños prometieron a sus ansias, dice el tango. Y el Camino aparece. Jalonado, en mi caso, de experiencias, vivencias, anécdotas, descubrimientos, paisajes (de este mundo y del otro), bastante Conocimiento y, quizás, algunas píldoras de Sabiduría. Y errores de bulto. Como suponer que ese camino es lineal, recto como una flecha, desde el aquí, la ignorancia supina en lo Trascendente, hasta el “allá”. O Más Allá. Que no es que te publiquen en la hispana revista, obvio, sino vislumbrar la Verdad. Tocarla un momento. Vamos, por lo menos husmearla con epicúrea sensualidad hermética. Pero como decía mi querido y finado abuelo gallego: «la cuestión es joder». De recto, nada. La alguna vez soñada autopista al Saber Espiritual que supuse como diseñada asépticamente por un poco imaginativo dibujante con Autocad, más bien parece haber sido pergeñada por un M. C. Escher borracho y con cólicos renales. Porque se retuerce sobre sí mismo, me trae y me lleva, creo haber encontrado la salida pero no, ya lo dije, y giro y giro y giro y no tengo veleidades de Pomba Gira. Hace más de treinta años que entré al Laberinto y aquí estoy, todavía.
Pero algo ha pasado conmigo. Este Laberinto es como un retorcido alambique de la vida que sublimó alquímicamente la mía, la que entró como grano y sal de la tierra y hoy es licor espirituoso.
Así que, después de todo, uno aprendió algunas cosas. Por ejemplo, que afinando la percepción en el lugar y el momento adecuados podemos asomarnos a la claraboya de Otra Realidad. Y una de esas claraboyas es el trabajo con laberintos.
Jangadero del No Tiempo
«Jangada» se llama en Argentina al conjunto de troncos de árboles, apenas atados entre sí, que hacheros y leñadores del norte mesopotámico[1] echan a las aguas del río Paraná para enviar a los aserraderos casi sin gastos de flete. Y «jangadero» es el valiente que en precario equilibrio sobre uno de esos troncos y con una larga pértiga los conduce. Los jangaderos son, además, conocidos por su habilidad para evadir los peligrosos remolinos en el agua. Que, en el río Paraná, son llamados «remansos», lo que es muy gracioso porque de «re – mansos», nada.[2]
Así que cuando visiten Capilla del Monte y quieran conocer un «remolino» de energías, un «vórtice» a otras percepciones… ¿pueden negar que me resulte divertido que el lugar donde eso sea posible se llame… «Pueblo Encanto»?
Un prolijo laberinto, trazado con pequeñas rocas y de unos veinte metros de diámetro en el cual realizamos la experiencia que quiero relatarles.
Transitado por nosotros en horario nocturno, consistió en recorrer aquél en forma individual y grupal, en estado levemente meditativo, reuniéndonos en grupos de tres al llegar al centro y tras el recogimiento a partir de una oración, emprender el regreso. Como se verá, aparecen en las fotografías los cada vez más habituales (y no sólo en este contexto) «orbs» (sobre los que próximamente publicaré un estudio personal) así como también otras extrañas manifestaciones lumínicas; tal, el caso de «rayos de energía» no susceptibles de explicación convencional (como linternas en movimiento, reflejos y difracciones ópticas, etc.) que ilustran esta nota.
Pero ahora quiero llevar la atención del lector en otra dirección, que tiene que ver con el «adentro» (quizás no tan fenomenológica y visualmente impactante como el «afuera», pero mucho más transformador) de cada uno. Las vivencias en el laberinto.
Es muy interesante. Hagan la experiencia y cotejen sus sensaciones con otros; verán que son prácticamente calcadas. Desorientación, confusión, crees estar llegando al centro pero das un recodo y estás proyectado otra vez cerca de la periferia. Más aún, de noche y con el efecto estroboscópico de los «flashes» de las cámaras, el sentimiento sumado era de ansiedad, hartazgo, impotencia: otra vez parece que llegaste al meollo, y otra vez las vueltas del camino te alejan. ¡Tan sencillo, tan breve que parecía desde fuera! ¡Tan petulante tu sonrisa cuando supusiste que en aburridos instantes llegarías al centro! Y allí estás, el tiempo pasa, te enojas, te angustias y claro, te desorientas y confundes más.
Y de pronto, casi con un golpe de iluminación que no fue un flash disparado en tu rostro sino brotando desde lo profundo de tu corazón, te das cuenta que esto que estás haciendo se parece a algo. ¿A qué? A la propia vida. ¿Cuántas veces te metes en situaciones que vistas desde afuera parecen tan simples pero se transforman en bretes insalvables, confusos, erráticos? Mira en tu corazón ahora: ¿cuántas situaciones de tu vida, hoy, parecen laberínticas, sumiéndote en desorientación y confusión?
Entonces llega la impaciencia y el enojo. Decides saltar tiempos y cortar camino a través, cosa de salir de allí cuanto antes. No sé tú, pero yo… hablaba ahora del laberinto. Quizás tú lo hacías de la vida.
Vale, porque uno es reflejo microcósmico de la otra. Pero caminas el laberinto y aceptas que tu guía, instructor o amigo te mire con algo de sorna y mucho de censura si pasas a través de las piedras. Así que en un acto de voluntad decides seguir, como dice otro tango, yira que te yira a través… del laberinto.
Y de pronto ocurre. Te ocurre. Ya no te sientes molesto, ni impaciente, ni confundido. Sólo te dejas fluir. Sientes que eres Uno con el Laberinto. Y el paso de los minutos te encuentra diferente. Sorteas el laberinto como un jangadero el «remanso» que es en verdad remolino, sabiendo que sólo cuando llegues al centro, al meollo, al fondo, es cuando comenzarás a salir. Y descubres que ello se aplica, literalmente, en la vida. Pero no es ahora ya más, nunca jamás, mera especulación o filosofía de café. Es experiencia incorporada, para la que te has entrenado y estás dispuesto. Bienvenido al Conocimiento, jangadero del No Tiempo.
Nota: nuestra próxima experiencia con el Laberinto será del 18 al 20 de febrero, en Capilla del Monte. Más información, hacer click aquí.
Referencias:
El mismo Comentario anterior, pero corregido……………
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Estimado Gustavo:
Por lo pronto, quiero decirte que comparto contigo cierta «hermandad laberíntica». Sucede que a los 19 años (que correponderían a los 14 años de los «pibes» actuales), me alejé de mis estudios Rosacruces cuando escuche una conferencia del Presidente o máximo lider de los Rosacruces peruanos, quien tuvo la «osadia» de rectificar una palabra «mal escrita» en las monografías y se puso a disertar sobre las «MONEDAS» de Leibniz, en lugar de Teoría de las MÓNADAS de ese filósofo. Casi asqueado ya no quise seguir escuchando «cantinfladas» provenientes de mentes «no cultivadas». Además, en ese entonces me costaban en dólares el poder sufrir esas «ilustraciones», algo difíciles para mis bolsillos de estudiante universitario.
Seguiré leyendo tu mensaje, de repente nos encontramos a la vuelta de algún recoveco para-existencial-esotérico.
Recibe mis saludos,
Edgar Salazar Cano
Buenísimo eso de las «Monedas», jajaja!!! Un abrazo y gracias por compartir!
Gustavo, como siempre, excelente tu reflexión sobre estos senderos ¿inmateriales? ¿invisibles?, que nos van llevando más allá de nuestras resistencias, por el árbol de la vida. Creo encontrar en tu artículo la misma inefable búsqueda de aquel recorrido de Piriápolis, de tantos itinerarios de nuestra vida. Todo mi reconocimiento y cariño ¡¡Grande Máistro!!
Gracias a vos, amiga mía, como a toda la linda gente que da razón de ser y existir a estas búsquedas. abrtazote.