Más allá de las crónicas sobre nuestra expedición a la Cueva de los Tayos vertidas en artículos, podcasts o entrevistas, es evidente que el sólo procesar las experiencias (no hablemos ya de cruzar información y miradas de participantes) excede el tiempo que ha transcurrido desde esa oportunidad. Y en ese ínterin van cristalizándose perspectivas hasta entonces un tanto confusas. Una de esas materializaciones es cómo responder a la pregunta que tantas veces nos han hecho: “Pero, ¿es verdad que allí hay un portal dimensional?”.
Si uno profundiza en cómo describirían eso del “portal” quienes hacen la pregunta, termina observando que, más o menos, es pensar en un arco luminoso que al cruzarlo nos ubica en un escenario físicamente distinto. Y es evidente que, si eso es lo que buscan en la Cueva, no lo encontrarán. Lo que no significa que no podamos comprenderlo de otra manera.
Algunos lectores recordarán que en otros trabajos he abundado en la reflexión parapsicológica que lo que llamamos “periferia del campo visual”, o “mirar con el rabillo del ojo” (como dirían las abuelas) es el campo de manifestación espontánea de la propia percepción extrasensorial. Mientras la consciencia sigue al punto focal de la vista, nuestro campo visual, un gran círculo hacia arriba, abajo y los lados, sólo es territorio de la consciencia si desviamos la vista, es decir, si redirigimos el punto de foco en otra dirección. Pero si no es así, es una consciencia subliminal -o el propio inconsciente- el que “registra” lo que ocurre en esa periferia. Por eso la posibilidad de percibir “entidades” y otros eventos de los planos sutiles en esa periferia, pues es la inconsciente potencialidad parapsicológica la que puede manifestarse en ese territorio.
Cuando ustedes ingresan a la Cueva, hay ciertos estímulos que capturan toda su atención consciente: el esfuerzo y riesgo de descender y ascender, las maravillas geológicas del lugar, la fauna, tu propia meditación interna. Mientras tanto, el graznido de los tayos (los pájaros que dan nombre al lugar, que ya he descrito en otra nota) pasa a ser algo secundario, apenas un telón de fondo que te acompaña en todo momento. Tan secundario que finalmente hasta puedes dormir con ese griterío dominando el espacio. Es una verdadera “periferia sonora”, en comparación con el ejemplo de la periferia del campo visual que describí antes.
Días pasados comencé a ordenar mis propias anotaciones pendientes y a recibir de mis compañeros de expedición sus notas y audios comentando sus experiencias. Al cruzar todo, descubrí una constante: todos nos referimos a lo perturbador y extraño de ese graznido, pero también, a la absoluta “naturalización” de convivir con ello. Y aún más: en algún momento, todos pensamos que había una “intencionalidad” en los mismos. Dicho esto, expongo mi hipótesis: ¿Y si los graznidos cumplen la función de un “mantram” que provoca adrede un estado modificado de consciencia para percibir otras realidades? Todos -me incluyo- estamos convencidos que en nuestras vidas personales hay un “antes y después” de esa expedición. Yo creo que he vivido sensaciones similares quizás una única vez, en la “cámara del rey” de la Gran Pirámide. Pero -regresando a la iconoclasta teoría presentada- le pedí al amigazo Emanuel Giúdice que tomara una grabación hecha por mí de los graznidos (donde incluso se alcanzan a escuchar algunas de las voces del grupo) y prepara un “loop” de 20 minutos. Luego, un par de días, me coloqué los cascos auriculares y me enfoqué en escuchar y tratar de aislar toda otra sensación perceptual. Y debo describir algo muy subjetivo (o no tanto; el audio está a disposición de quien desee repetir el experimento): luego de unos pocos minutos (y se acentuaba conforme transcurría el tiempo los sonidos de estos animalitos comenzaban a adquirir la textura de una “conversación” en un idioma desconocido. Por ejemplo, no comprendo el alemán, pero si escuchara conversar dos alemanes, comprendería que hay un intercambio de información, los giros de la fonética me sugerirían interrogantes y afirmaciones, preguntas y respuestas, certeza y dudas. Exactamente eso es lo que se siente al enfocarse en los graznidos. Comprendo ahora perfectamente lo que me dijo Bosco Tiwiran, jefe y chamán de la comunidad Shuar guardiana del acceso, al comentarme que él conocía 18 sonidos diferentes y que, imitándolos, podía comunicarse con los pájaros. No pretendo decir aquí que esa conversación los hace “inteligentes”, pero no puedo evitar señalar la extraña fascinación que provocan (el querido hermano José Luis Garcés me comentó que junto con Isabel Ocampo también hicieron esta vivencia y experimentaron algo así como una violenta modificación del estado de consciencia).
Empatemos esto con el experimento grupal que realizamos durante la ceremonia de Ayahuasca, llevada a cabo -esto fue original, por cierto- no en el contexto de la comunidad, “allá arriba”, sino aquí, en este “inframundo”. Ya lo he comentado en distintos lugares; lo que vivimos es que literalmente todos los miembros del grupo tuvimos sueños y visiones compartidas. Cito dos propias:
A 20 minutos de la ingesta (la lianita sagrada no impacta inmediatamente en forma de enteógeno) observaba yo el danzar de las sombras en las paredes de la caverna (estábamos sentados en grupo alrededor de una lámpara eléctrica -no debe encenderse fuego dentro de las cavernas-, en el área del campamento, conocida como “La Catedral”, pensé (a diferencia de otros, no pierdo en ningún momento la ubicación en tiempo y espacio y la cabal comprensión que todo puede explicarse por el alucinógeno) que los claroscuros me hacían pensar en un paisaje nocturno sobre las montañas, al aire libre, pues estaba seguro que “veía” hasta brillar estrellas en el “cielo”. Dos días después, intercambiando con el grupo, Wesley Ochoa, uno de los técnicos espeleológicos que nos guiaron, asombrado me describe exactamente la misma visión… al mismo tiempo que yo estaba teniendo la propia. Otro caso: una hora más o menos más tarde, dado que la ayahuasca hace caer la temperatura corporal, tiritando decidí deslizarme hasta mi tienda para dormir. Me estaba acomodando en el saco cuando entra José Luis, con quien intercambio unas pocas palabras y de hecho se queda dormido antes que yo. Al otro día, otra vez intercambiando, le cuento mi “visión2 apenas dormido: una anciana, pequeña, delgada, de largo cabello blanco, se me aproxima y me dice: “No encontrarás aquí ahora las respuestas que buscas, pero el secreto de la vida es la alegría”. Asombrado, José me cuenta que soñó con una anciana, pequeña, delgada, de largo cabello blanco, que se le acerca y le dice que “no encontrarás ahora las respuestas, pero el secreto de la vida es la ternura”. Dejando de lado la diferencia entre “alegría” y “ternura” (relativa) es indubitable la identificación. Y así casi todos “duplicaron” en otros sus propias imágenes.
¿Qué significa esto? Quizás el “inframundo” físico, material, por Ley de Correspondencia cósmica, facilita sumergirse en el “inframundo” del Inconsciente Colectivo, donde todos somos uno y, por ende, compartimos imágenes y visiones. Si esto fuera así, las experiencias con Plantas Maestras en el fondo de cavernas (quizás cualquiera, quizás debe ser alguna como ésta, con particularidades significativas) puedan darnos el acceso a dimensiones desconocidas de nuestro psiquismo grupal profundo. Y si le sumamos la eventual “sintonía” con otros planos a través de “disparadores naturales” (como los propios tayos), es posible que sea eso lo que solemos verbalizar como “portal dimensional”.
Amigo Gustavo, no me canso de escuchar y leer lo que dices y escribes sobre las Cuevas de los Tayos, me tiene fascinado. También pone en marcha mi imaginación «novelera» (de novela, no de novedad). Por ejemplo, en lo del portal dimensional… ¿Podrían decirnos algo los propios tayos? Sabemos que son grandes pájaros que se adaptaron a vivir en cuevas repartidas por una extensión muy grande (Ecuador, Venezuela, Colombia…). Pero me pregunto: ¿Se han identificado los tayos que no acompañaron a los que se metieron en cuevas? O al menos sus huellas fósiles. Le veo dos posibilidades: 1ª que un gran cataclismo acabó con los animales de superfície y sólo sobrevivieron los de las cuevas. O la 2ª, más de Ciencia Ficción… que nunca vivieron en la superficie de nuestra «realidad»; llegaron de otra «realidad» por el portál dimensional que estás intuyendo en las Cuevas de los Tayos. Escuchando los graznidos de el audio de 20″ no siento nada, pero es que mi oído está también bastante birria. Pero, en tu siguiente visita a las Cuevas, ¿se podrían grabar psicofonías «por absorción» usando, precisamente, el griterío de los Tayos? O, si les pusiérais música, o les cantarais mantras… Recuerdo haber leído que un visitante de la Gran Pirámide se puso a cantar mantras en la Cámara del Rey, y los guías corrieron como locos a hacerle callar. Muchas gracias, y yo no me canso de los Tayos 🙂